Cátedra de Ciencia, Tecnología y Religión.
Escuela Técnica Superior de Ingeniería.
Universidad Pontificia de Comillas. En preparación hasta el 1.04.2006.
Generalmente se ha considerado que el “Cántico de las criaturas” representa uno de los logros más importantes de la espiritualidad de Francisco de Asís, en el que puso de manifiesto una profunda reconciliación entre el cielo y la tierra, entre la vida y la muerte, entre el universo y Dios. A pesar de estar escrito en el siglo XIII, todavía se tiene como una de las joyas de la poesía occidental y de la mística de la naturaleza. Ya en 1967 el historiador norteamericano L. White Jr. propuso considerar la piedad cósmica de Francisco como un ejemplo para la mentalidad ecológica actual. Por Eduardo García Peregrín.
El teólogo británico Keith Ward ha publicado un libro en el que se replantea la relación entre ciencia y religión desde la perspectiva de una evolución conjunta y paralela de ambas. Tanto la religión como la ciencia se han ido desarrollando desde la prehistoria, pasando por tres fases distintas. La tercera de ellas, que aún no ha acabado, comenzó tras la Ilustración y ha propiciado avances tecnológicos y científicos de gran envergadura que han provocado una revisión de los conceptos religiosos. Pero, para Ward, la ciencia no ha hecho que la religión se vuelva obsoleta sino que, más bien, debe reconstruir sus explicaciones del mundo.
A lo largo del siglo XX ha habido profundos cambios culturales. Muchos piensan que a finales del siglo XX y principios del siglo XXI está aflorando una nueva época cultural. Frecuentemente a esta uneva época cultural se le llama época post-moderna. La época moderna estuvo carácterizada por el desarrollo de la ciencia moderna y la aplicación de la racionalidad científica y matemática al conocimiento empírico de la naturaleza. El posmodernismo puede ser comprendido como una nueva época cultural que descubre dimensiones de la libertad de pensamiento hasta ahora desconocidas. Frente al racionalismo absoluto de la ciencia de la Ilustración y de la teología de la época moderna, Antje Jackelén propone una teología relacional en consonancia con la ciencia más actual.
Si, como defienden los teístas tradicionales, Dios creó el mundo y a todas sus criaturas y es infinitamente bondadoso, ¿por qué existe el mal? Arthur Gianelli, profesor de filosofía de la universidad católica St. John, en Nueva York, propone que se puede generar una nueva teodicea basada en los postulados de la ciencia contemporánea. La ciencia nos dice que el universo está compuesto por infinitas posibilidades en el espectro entre el mal absoluto y el bien absoluto. Dios podría haber creado criaturas libres, significativas, cuya libertad no podría tocar. El respeto a esta libertad incluiría el no inmiscuirse en nuestras elecciones en el camino a seguir dentro de dicho espectro. De cualquier forma, advierte Gianelli, ninguna teodicea nos consolará del sufrimiento sino que, simplemente, nos podrá dar una respuesta satisfactoria desde el punto de vista intelectual.
Peter Berger ha vuelto al Pew Forum on Religion & Public Life norteamericano para un encuentro con pensadores y periodistas en el que comentó algunos de los resultados de uno de sus proyectos de investigación, desarrollado en el marco del Institute on Culture, Religion and World Affaire. Dicho proyecto ha intentado responder a la siguiente cuestión: ¿se puede encontrar un camino intermedio entre fundamentalismo y relativismo? Ambas formas de comprensión de la realidad hunden sus raíces en la modernidad, asegura el investigador: las dos son respuestas a la desaparición de las sociedades cerradas, donde todo quedaba establecido. Ni el relativismo ni el fundamentalismo –religioso o secular- ayudan sin embargo a las sociedades a sobrevivir: el primero porque desvalora los preceptos morales y el segundo porque se impone mediante la intolerancia agresiva.
Una simulación informática ha desvelado que la religión ayuda a la adaptación al medio y que la evolución religiosa no ha sido el fruto de la transmisión de ideas sobre un mundo de creencias, sino de la comunicación de ideas sobre el mundo real, lo que significa que la creencia en un mundo no constatable o verificable ha ido evolucionando a lo largo de la historia junto al conocimiento verificable. La simulación, desarrollada en la Universidad de Oakland, creó una sociedad basada en agentes que generaron un marco en el que pudo evolucionar la capacidad genéticamente transmitida para el comportamiento religioso. Asimismo, de la simulación se desprendió claramente que la clave para la evolución de la religión sería la habilidad para atraer partidarios o seguidores.
Maurice Bloch, antropólogo francés que trabaja en la LSE de Londres desde 1968, ha publicado un artículo en la revista especializada Philosophical Transactions of the Royal Society B en el que explica el fenómeno religioso desde una nueva perspectiva: la imaginación. La religión sería el fruto de una imaginación evolucionada y exclusiva de nuestra especie, que nos permite generar relaciones con lo trascendente e invisible, según Bloch. Así, generamos lo que denomina “lo social trascendental”, un fenómeno por el que podemos seguir los códigos idealizados de conducta asociados a las religiones. Para Bloch, además, cuando nos damos cuenta de la omnipresencia de lo imaginario en lo cotidiano, no queda nada especial que explicar de la religión, porque ésta sería, únicamente, un fruto más de nuestra capacidad imaginativa.
En su larga evolución, Habermas ha construido una crítica de la sociedad que ha denunciado diversos estados insatisfactorios de comunicación (o mejor, de incomunicación) humana. Pero, finalmente. Habermas ha trazado la lógica que debería llevar a la integración y cohesión social: la apertura no dogmática y abierta al diálogo racional intercultural-religioso, por una parte, y secular-religioso por otra. La vía no es que la Religión trate de imponer su discurso. Pero tampoco es que el “sistema” (el Estado), que debería ser neutro ideológicamente, trate de imponer una metafísica secular. La sociedad es libre y la nueva sociedad reconciliada – entre culturas, religiones y razón técnico-científica moderna – sólo podrá surgir de un diálogo racional profundo entre la tradición cultural del mundo de la vida y la razón técnico-científica que se ha apropiado hasta ahora del “sistema”.
El filósofo y politólogo John Gray ha arremetido en un artículo publicado por la revista The Guardian contra los que él denomina “seculares fundamentalistas”, pensadores que, en los últimos años, se han dedicado a defender a ultranza el ateísmo. Según Gray, este radicalismo tiene su origen sobre todo en el surgimiento de los movimientos terroristas de los últimos años, que han alertado sobre los peligros de los fundamentalismos religiosos. Pero, cuidado, advierte el autor, el radicalismo ateo también alberga un peligro: parecerse demasiado a su enemigo. Gray concluye que, de cualquier manera, reprimir la religión es algo imposible, que lo único que consigue es que ésta reaparezca en formas degradadas y grotescas.