Sólo los seres humanos practican la religión porque son los únicos seres vivos de la Tierra con una imaginación evolucionada, señala el antropólogo de la London School of Economics and Political Science (LSE británica, Maurice Bloch.
Bloch, autor de libros como Cultura escrita en sociedades tradicionales o La violence du religieux, argumenta que, en primer lugar, el ser humano desarrolló la arquitectura cerebral necesaria para imaginar cosas y seres que no existen físicamente, así como la posibilidad de que haya algún tipo de vida tras la muerte.
Después, gracias a esa capacidad de nuestra imaginación, generamos una forma de interacción social imposible para el resto de las criaturas del planeta: sólo los humanos pueden mantenerse unidos a sus grupos sociales a través de lo que Bloch denomina “lo social trascendental”, un fenómeno que nos permite unificarnos con grupos humanos.
Roles esencializados
En un artículo publicado por la revista especializada Philosophical Transactions of the Royal Society B, Bloch explica que el comportamiento trascendental también nos permitiría seguir los códigos de conducta idealizados asociados a las religiones.
Añade que para que este fenómeno “social trascendental” perdure y resulte efectivo, debe tener la habilidad de mantenerse vivo durante mucho tiempo en la imaginación de un grupo social determinado (Bloch habla de diversos tipos de grupos, desde clanes a naciones enteras).
Según el antropólogo, un individuo puede formar parte de ese grupo transcendental, o de un país, incluso aunque jamás entre en contacto con alguno de sus miembros. Además, este tipo de grupos incluye por igual tanto a los vivos como a los muertos.
“La red trascendental puede, sin ningún problema, incluir a los muertos, a los ancestros y a los dioses, así como a los sustentadores vivos de los roles y a los miembros de grupos esencializados”, escribe el antropólogo.
Bases neuronales
Las bases neuronales necesarias para que se dé esta interacción social habrían dependido del propio desarrollo de la imaginación, que apareció en nuestra especie durante la Revolución del Paleolítico Superior, hace entre 40 mil y 50 mil años.
Por esa época, las herramientas que usaban los humanos pasaron de ser primitivas y monótonas a convertirse, repentinamente, en sofisticadas. El arte comenzó a aparecer en las paredes de las cuevas, y los enterramientos empezaron a incluir objetos cuya presencia sugiere que ya se creía en la vida después de la muerte. Una vez que los humanos traspasaron esta línea, no hubo vuelta atrás.
Esta nueva capacidad, publica la revista Newscientist, no la compartimos con ningún animal, ni siquiera con nuestros parientes más cercanos, los chimpancés.
Por eso, sus relaciones sociales se limitan a la lucha cotidiana por el estatus y los recursos. La razón para esta limitación: no pueden imaginar nada más allá de su círculo social inmediato, ni pueden viajar con la mente hacia el pasado o el futuro, como hacen los humanos.
Papel de la religión
Para Bloch, en el contexto de lo social trascendental, la religión sería sólo una manifestación de nuestra capacidad única para formar lazos con entidades o personas que no existen o que se encuentran distantes e, incluso, con sistemas de valores.
“Los fenómenos religiosos o similares, en general, son una parte inseparable de una adaptación clave exclusiva del humano moderno: nuestra capacidad para imaginar otros mundos. Defiendo que esta adaptación es la verdadera base de la sociabilidad en la sociedad humana moderna”, escribe el científico.
Desde la antropología, la religión se ha estudiado en general desde una perspectiva funcional. Desde este punto de vista, las funciones más elementales del hecho religioso definidas por la antropología han sido la capacidad que otorga para interpretar el mundo (origen, sentido, destino…), la estabilidad social que comporta (sacralización de la familia, del trabajo, de la autoridad…), la función económica y de control y, por último, la función psicológica o de estabilidad emocional en lo que respecta a los individuos.
La perspectiva de Bloch contrasta con estas funcionalidades: la religión se origina en nuestra imaginación. Según el investigador, además, una vez que nos damos cuenta de la omnipresencia de lo imaginario en lo cotidiano, no queda nada particular que explicar sobre la religión, porque ésta sería un fruto más de nuestra capacidad imaginativa.
Bloch, autor de libros como Cultura escrita en sociedades tradicionales o La violence du religieux, argumenta que, en primer lugar, el ser humano desarrolló la arquitectura cerebral necesaria para imaginar cosas y seres que no existen físicamente, así como la posibilidad de que haya algún tipo de vida tras la muerte.
Después, gracias a esa capacidad de nuestra imaginación, generamos una forma de interacción social imposible para el resto de las criaturas del planeta: sólo los humanos pueden mantenerse unidos a sus grupos sociales a través de lo que Bloch denomina “lo social trascendental”, un fenómeno que nos permite unificarnos con grupos humanos.
Roles esencializados
En un artículo publicado por la revista especializada Philosophical Transactions of the Royal Society B, Bloch explica que el comportamiento trascendental también nos permitiría seguir los códigos de conducta idealizados asociados a las religiones.
Añade que para que este fenómeno “social trascendental” perdure y resulte efectivo, debe tener la habilidad de mantenerse vivo durante mucho tiempo en la imaginación de un grupo social determinado (Bloch habla de diversos tipos de grupos, desde clanes a naciones enteras).
Según el antropólogo, un individuo puede formar parte de ese grupo transcendental, o de un país, incluso aunque jamás entre en contacto con alguno de sus miembros. Además, este tipo de grupos incluye por igual tanto a los vivos como a los muertos.
“La red trascendental puede, sin ningún problema, incluir a los muertos, a los ancestros y a los dioses, así como a los sustentadores vivos de los roles y a los miembros de grupos esencializados”, escribe el antropólogo.
Bases neuronales
Las bases neuronales necesarias para que se dé esta interacción social habrían dependido del propio desarrollo de la imaginación, que apareció en nuestra especie durante la Revolución del Paleolítico Superior, hace entre 40 mil y 50 mil años.
Por esa época, las herramientas que usaban los humanos pasaron de ser primitivas y monótonas a convertirse, repentinamente, en sofisticadas. El arte comenzó a aparecer en las paredes de las cuevas, y los enterramientos empezaron a incluir objetos cuya presencia sugiere que ya se creía en la vida después de la muerte. Una vez que los humanos traspasaron esta línea, no hubo vuelta atrás.
Esta nueva capacidad, publica la revista Newscientist, no la compartimos con ningún animal, ni siquiera con nuestros parientes más cercanos, los chimpancés.
Por eso, sus relaciones sociales se limitan a la lucha cotidiana por el estatus y los recursos. La razón para esta limitación: no pueden imaginar nada más allá de su círculo social inmediato, ni pueden viajar con la mente hacia el pasado o el futuro, como hacen los humanos.
Papel de la religión
Para Bloch, en el contexto de lo social trascendental, la religión sería sólo una manifestación de nuestra capacidad única para formar lazos con entidades o personas que no existen o que se encuentran distantes e, incluso, con sistemas de valores.
“Los fenómenos religiosos o similares, en general, son una parte inseparable de una adaptación clave exclusiva del humano moderno: nuestra capacidad para imaginar otros mundos. Defiendo que esta adaptación es la verdadera base de la sociabilidad en la sociedad humana moderna”, escribe el científico.
Desde la antropología, la religión se ha estudiado en general desde una perspectiva funcional. Desde este punto de vista, las funciones más elementales del hecho religioso definidas por la antropología han sido la capacidad que otorga para interpretar el mundo (origen, sentido, destino…), la estabilidad social que comporta (sacralización de la familia, del trabajo, de la autoridad…), la función económica y de control y, por último, la función psicológica o de estabilidad emocional en lo que respecta a los individuos.
La perspectiva de Bloch contrasta con estas funcionalidades: la religión se origina en nuestra imaginación. Según el investigador, además, una vez que nos damos cuenta de la omnipresencia de lo imaginario en lo cotidiano, no queda nada particular que explicar sobre la religión, porque ésta sería un fruto más de nuestra capacidad imaginativa.