Si tuviéramos que definir con una palabra la poesía de Dorothea Tanning, probablemente elegiríamos "asombro”; asombro ante la vida, ante lo que somos y lo que nos sucede en el imparable discurrir del tiempo. Un asombro matizado con toques de ironía y de escéptico y estoico humor. Su poesía es un juego de palabras e imágenes bajo el que subyacen verdades muy serias. Ella misma hablaba del asombro en el poema “Una nota de la roca”:
Mezclador de sonido, lanzaría
el asombro adonde se entrecortase
antes de que pudiera
trepar por mi piel–
lo asombroso que me quita
hasta el aliento.
Ya sin asombro, ¿qué demonios, pues,
era yo? ¿A qué aspirar?
¿Había una señal?
Dorothea Tanning nació en Galesburg, un pueblo de Illinois (EEUU), en 1910. Con veinticinco años se instaló en Nueva York para conseguir el sueño de dedicarse a la pintura. Allí su camino se cruza con el de Max Ernst, que en 1942 fue a visitarla a su estudio con la intención de conocer su obra. Se casaron y vivieron la mayor parte del tiempo en Francia, hasta que Ernst muere en 1976 y Tanning regresa a Estados Unidos. Pero todo esto puede leerse en cualquier biografía, en la que no faltará la frase que ella dijo en un contexto festivo: “Soy la más vieja de los nuevos poetas emergentes”. Porque Dorothea Tanning tenía 94 años cuando apareció su primer libro de poemas, Índice que, traducido por Marta López Luaces, Vaso Roto editó en 2017.
Coming to That (Si llegamos a eso) se publicó en 2011. Meses después, el 31 de enero de 2012, la artista moría en Nueva York, a los 101 años. En su blog Perros en la playa –y más tarde en Libro de los otros (Trea, 2018)– Jordi Doce había traducido dos poemas de este segundo y último libro de Tanning que despertaron nuestra admiración y curiosidad.
La edición bilingüe de Si llegamos a eso (Vaso Roto, 2019), traducida por Natalia Carbajosa, es un motivo de celebración, ya que nos permite conocer al fin toda la poesía de Dorothea Tanning, una gran artista con una personalidad fascinante –aunque seguro que ella se reiría de este adjetivo–, cuya obra parte del surrealismo, pero va fluyendo hacia territorios más personales.
Al final de su vida Tanning se centra en la literatura, quizás porque el esfuerzo físico resultaba menor; sin embargo su creatividad continúa siendo desbordante y sus poemas oscilan entre lo onírico, como cuadros surrealistas, hasta escenas realistas a menudo impregnadas de un distanciamiento irónico. Nada es aburrido ni consabido, siempre hay un giro, una vuelta de tuerca, una fiesta en la que Tanning nos invita a participar.
Si llegamos a eso ha aparecido también en un momento muy especial después de la exposición Detrás de la puerta, invisible, otra puerta en el Museo Reina Sofía de Madrid, donde pudimos contemplar el recorrido artístico de Dorothea Tanning, desde la pintura surrealista, pasando por las esculturas blandas, hasta sus últimas propuestas pictóricas.
Bajo un cielo surrealista
Dorothea Tanning reunió en Si llegamos a eso treinta y tres poemas, dieciocho de los cuales habían aparecido en revistas desde el año 2004.
El poemario se inicia con el delicioso divertimento de “Un viaje gratis”, en el que yo poético se encuentra dando vueltas en “un cielo surrealista”. El poema “Trapecio” comienza con imágenes estáticas de recuerdos: “Me pesa, esta estación cambiante,/ sin resuello como estas viejas fotos,” y se desliza hasta el final, donde alguien podría ver su “número al trapecio”: “Faldas amarillas alzadas en espiral/ exuberancia antes de caer en picado”.
Esta dimensión surrealista aparece en poemas como “Cultivar”. Ya que “cultivar gente puede ser arduo”, es mejor un “campo ratonil”. Cada día los ratones “se van a la ciudad”:
Allí han hecho buenas migas
Con los ordenadores, y con ellos
Desarrollan destrezas inconcebibles
Para sus antepasados. Ya descifran
Estos ratones cultivados y sus ordenadores
Secretos culpables. Y pronto
Prevalecerán sobre la confusión
Que define a esta edad tan oscura.Y
Dormida en mi cueva, me hallarán.
La ciudad, el mundo en el que transcurre la vida de una mujer que ha cumplido más de noventa años, es el escenario de la mayoría de los poemas. A veces es una ciudad dura como aquella de la que siglo y medio atrás hablara Baudelaire; una ciudad en la que el “dinero imaginario” del poema “Cero” se ha convertido en el paraíso terrenal: “Ahora tiene el cero/ otro nombre: La Economía”.
En “Visitar monstruo/ y quedar perpleja” convive en la urbe un bestiario de monstruos: “Esta ciudad era tan diversa que la gente estaba a la /defensiva”. Hombres lobo, la Medusa, “malignas ánimas aburguesadas” o basiliscos se comen unos a otros:
Fue cuando una horda rampante de súcubos expolió
los barrios residenciales,
donde las arpías se comían vivas a sus pérfidas criaturas con
aceite de zombi,
y a nadie le importaba un bledo lo que estaba sucediendo.
Todos sueñan con algo, como el chico de la motocicleta en el poema “Por ejemplo”. Ha alcanzado cierto estatus, tiene una motocicleta, pero no sucede nada especial, hasta que enciende el televisor y empieza a verse reflejado en aquello que quisiera ser:
¿Se hacen realidad los sueños
como todo el mundo sabe?
Pero primero
hay que soñarlos.
Mezclador de sonido, lanzaría
el asombro adonde se entrecortase
antes de que pudiera
trepar por mi piel–
lo asombroso que me quita
hasta el aliento.
Ya sin asombro, ¿qué demonios, pues,
era yo? ¿A qué aspirar?
¿Había una señal?
Dorothea Tanning nació en Galesburg, un pueblo de Illinois (EEUU), en 1910. Con veinticinco años se instaló en Nueva York para conseguir el sueño de dedicarse a la pintura. Allí su camino se cruza con el de Max Ernst, que en 1942 fue a visitarla a su estudio con la intención de conocer su obra. Se casaron y vivieron la mayor parte del tiempo en Francia, hasta que Ernst muere en 1976 y Tanning regresa a Estados Unidos. Pero todo esto puede leerse en cualquier biografía, en la que no faltará la frase que ella dijo en un contexto festivo: “Soy la más vieja de los nuevos poetas emergentes”. Porque Dorothea Tanning tenía 94 años cuando apareció su primer libro de poemas, Índice que, traducido por Marta López Luaces, Vaso Roto editó en 2017.
Coming to That (Si llegamos a eso) se publicó en 2011. Meses después, el 31 de enero de 2012, la artista moría en Nueva York, a los 101 años. En su blog Perros en la playa –y más tarde en Libro de los otros (Trea, 2018)– Jordi Doce había traducido dos poemas de este segundo y último libro de Tanning que despertaron nuestra admiración y curiosidad.
La edición bilingüe de Si llegamos a eso (Vaso Roto, 2019), traducida por Natalia Carbajosa, es un motivo de celebración, ya que nos permite conocer al fin toda la poesía de Dorothea Tanning, una gran artista con una personalidad fascinante –aunque seguro que ella se reiría de este adjetivo–, cuya obra parte del surrealismo, pero va fluyendo hacia territorios más personales.
Al final de su vida Tanning se centra en la literatura, quizás porque el esfuerzo físico resultaba menor; sin embargo su creatividad continúa siendo desbordante y sus poemas oscilan entre lo onírico, como cuadros surrealistas, hasta escenas realistas a menudo impregnadas de un distanciamiento irónico. Nada es aburrido ni consabido, siempre hay un giro, una vuelta de tuerca, una fiesta en la que Tanning nos invita a participar.
Si llegamos a eso ha aparecido también en un momento muy especial después de la exposición Detrás de la puerta, invisible, otra puerta en el Museo Reina Sofía de Madrid, donde pudimos contemplar el recorrido artístico de Dorothea Tanning, desde la pintura surrealista, pasando por las esculturas blandas, hasta sus últimas propuestas pictóricas.
Bajo un cielo surrealista
Dorothea Tanning reunió en Si llegamos a eso treinta y tres poemas, dieciocho de los cuales habían aparecido en revistas desde el año 2004.
El poemario se inicia con el delicioso divertimento de “Un viaje gratis”, en el que yo poético se encuentra dando vueltas en “un cielo surrealista”. El poema “Trapecio” comienza con imágenes estáticas de recuerdos: “Me pesa, esta estación cambiante,/ sin resuello como estas viejas fotos,” y se desliza hasta el final, donde alguien podría ver su “número al trapecio”: “Faldas amarillas alzadas en espiral/ exuberancia antes de caer en picado”.
Esta dimensión surrealista aparece en poemas como “Cultivar”. Ya que “cultivar gente puede ser arduo”, es mejor un “campo ratonil”. Cada día los ratones “se van a la ciudad”:
Allí han hecho buenas migas
Con los ordenadores, y con ellos
Desarrollan destrezas inconcebibles
Para sus antepasados. Ya descifran
Estos ratones cultivados y sus ordenadores
Secretos culpables. Y pronto
Prevalecerán sobre la confusión
Que define a esta edad tan oscura.Y
Dormida en mi cueva, me hallarán.
La ciudad, el mundo en el que transcurre la vida de una mujer que ha cumplido más de noventa años, es el escenario de la mayoría de los poemas. A veces es una ciudad dura como aquella de la que siglo y medio atrás hablara Baudelaire; una ciudad en la que el “dinero imaginario” del poema “Cero” se ha convertido en el paraíso terrenal: “Ahora tiene el cero/ otro nombre: La Economía”.
En “Visitar monstruo/ y quedar perpleja” convive en la urbe un bestiario de monstruos: “Esta ciudad era tan diversa que la gente estaba a la /defensiva”. Hombres lobo, la Medusa, “malignas ánimas aburguesadas” o basiliscos se comen unos a otros:
Fue cuando una horda rampante de súcubos expolió
los barrios residenciales,
donde las arpías se comían vivas a sus pérfidas criaturas con
aceite de zombi,
y a nadie le importaba un bledo lo que estaba sucediendo.
Todos sueñan con algo, como el chico de la motocicleta en el poema “Por ejemplo”. Ha alcanzado cierto estatus, tiene una motocicleta, pero no sucede nada especial, hasta que enciende el televisor y empieza a verse reflejado en aquello que quisiera ser:
¿Se hacen realidad los sueños
como todo el mundo sabe?
Pero primero
hay que soñarlos.
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Si el Arte se dignase a hablar
Dorothea Tanning había llegado a un momento de su vida en el que podía mirar con distanciamiento las distintas teorías o las influencias artísticas.
Así el poema “Peruano”, hace referencia al entusiasmo por el arte indígena que sintieron los artistas de su generación. Y en “Discurso del arte” la poeta imagina una posible disertación del arte:
Si el Arte se dignase a hablar, se mostraría, al fin,
tal cual es, lo que todos deseamos saber ardientemente.
En cuanto a nuestras certezas, iría en pos de un seco bostezo
y se tomaría un minuto para barrerlas bajo la alfombra.
“Temporada con trasgo” nos recuerda a ese daimon griego que se adueña de la mente del poeta. Aunque ahora es un trasgo, “su trasgo”. Y con él llega el “halo”, la inspiración:
Cual guirnalda de luz de luna
alumbraba las páginas de mi libro
mientras el trasgo se abrazaba a su almohada.
Pero todo se acaba y el trasgo se marcha llevándose su halo: “Y quedé sola en la oscuridad,/ sin halo, ya sin/ mi trasgo.
En el poema “La escritora” una mujer observa, ve y siempre escribe con todo su cuerpo, como si habitara en un mundo inaccesible para los otros. Nadie sigue su discurso: “Trato de captar imágenes: migas de pan tostado, por ejemplo,/ sorprendidas a medio caer, explotan al/ tocarlas o viajan en trenes perdidos”.
Si mayo no soporta dejar abril
La vida se va llenando de conversaciones intrascendentes; cuando no hay nada mejor que decir hablamos del tiempo. De eso trata el poema “No hay nieve”. Es abril, “los soñadores del servicio meteorológico” no aciertan, pero los copos van llegando en el frío del supermercado, en el hospital, en el cine. Los versos cortos y la disposición tipográfica nos sugieren la imagen de esos copos que “juegan/ con el aire/ como si/ no tuvieran intención de cuajar”.
“Pronóstico” es otro poema donde confluyen el tiempo meteorológico y el vital: “Si mayo no soporta dejar abril,/ ¿cómo dejarán pasar a junio?”. Las palabras crean la ilusión de que el tiempo puede detenerse o retrasarse; basta con que llueva, con que haga más frío del esperado. Pero el tiempo no se detiene y las estaciones marcan el ritmo:
¿No podemos seguir simplemente
con mayo y el cruel abril?
Ay de los insectos de junio,
Ay de sus novias.
Todo está ahí vivo, al rescate
En Si llegamos a eso encontramos recuerdos o escenas recreados con humor, como en el poema “Mi amigo”, donde aparece un personaje que lo sabe todo y diserta acerca de cualquier asunto, aunque esto no le sirva para la vida práctica: “Lee dos libros a la vez, alternando/ renglones. “Lee así”, me dice,/ ‘invitan a la participación’”.
“Afortunada” es otro retrato humorístico, en este caso el de una hermana: “La amenaza/ repentina sin sentido de la/ proporción, la incesante comezón de lo que sea./ Esa era mi hermana.”. Y en el divertido “Visita”, la madre habla y habla en una perorata incesante. No en vano el poema comienza: “Mi madre reservaba la palabra “visita” para charlar”. En “A sotavento” es el padre el que habla y cuenta la historia de “el tío abuelo Sven, capitán de buque”. “Todo está ahí, vivo en la voz de mi padre” escribe Tanning.
Otros instantes cobrarán vida en los poemas, como el tiempo que la poeta pasó en Arizona, al que hace referencia en “Al rescate” con ese lagarto que “perdido en esta cocina de recetas para el olvido/ con el alma cromada, mira fijamente”.
Tal vez este presente ubicuo sea lo bastante
Dorothea Tanning es una mujer a punto de cumplir cien años, pero mientras otros se lamentan ella decide vivir en el tiempo. Esa es la idea del poema “Esperar”, “un arte” en el que hace mucho que el “Futuro” dejó de tener “un aroma de promesa”:
Tal vez este presente ubicuo sea lo bastante
real y entusiasta, aunque no pueda contarme
a qué espero ya.
Frente a lo que se le exige a una mujer convencional en “Víspera de Todos los Santos”: “No te muevas, sé perfecta, aplasta a los espías,/ No tomes un grifo por un caño”, aparece la mujer del poema “La única cosa”, o la de “Mujer saludando a los árboles”: “Me ha dado por maravillarme/ de los árboles del parque”, nos dice; y concluye de este modo:
Levantad la
cabeza, amigos, mirad hacia arriba,
puede que veáis más de lo que
nunca os pareció posible,
a lo alto donde algo tal vez
devuelva el saludo, para decirle a ella
que ha visto lo maravilloso.
Dorothea Tanning cerró Si llegamos a eso con el poema “Artista, una vez”. En un cuarto de alquiler en Nueva York comenzaba un ciclo lleno de ilusiones y futuro. “Como en un embarazo” estaban “esas obras aún por pintar”:
oh, qué abundancia
por vivir, aún sin saborear,
sin definir–todo lo demás...
Sin embargo Tanning eligió como título del libro el poema “Si llegamos a eso”. Y nos preguntamos qué misterio encierra ese demostrativo y a qué queremos llegar y “no habrá modo de impedirlo”. Quizás a tener una vida larga y vivida con intensidad, sin dejarnos arrastrar por la desesperanza o la autocompasión, porque existirían otras fuerzas:
(…) lo bastante
astutas y contundentes como para cerciorarse de que
se llegaría a eso.
Dorothea Tanning había llegado a un momento de su vida en el que podía mirar con distanciamiento las distintas teorías o las influencias artísticas.
Así el poema “Peruano”, hace referencia al entusiasmo por el arte indígena que sintieron los artistas de su generación. Y en “Discurso del arte” la poeta imagina una posible disertación del arte:
Si el Arte se dignase a hablar, se mostraría, al fin,
tal cual es, lo que todos deseamos saber ardientemente.
En cuanto a nuestras certezas, iría en pos de un seco bostezo
y se tomaría un minuto para barrerlas bajo la alfombra.
“Temporada con trasgo” nos recuerda a ese daimon griego que se adueña de la mente del poeta. Aunque ahora es un trasgo, “su trasgo”. Y con él llega el “halo”, la inspiración:
Cual guirnalda de luz de luna
alumbraba las páginas de mi libro
mientras el trasgo se abrazaba a su almohada.
Pero todo se acaba y el trasgo se marcha llevándose su halo: “Y quedé sola en la oscuridad,/ sin halo, ya sin/ mi trasgo.
En el poema “La escritora” una mujer observa, ve y siempre escribe con todo su cuerpo, como si habitara en un mundo inaccesible para los otros. Nadie sigue su discurso: “Trato de captar imágenes: migas de pan tostado, por ejemplo,/ sorprendidas a medio caer, explotan al/ tocarlas o viajan en trenes perdidos”.
Si mayo no soporta dejar abril
La vida se va llenando de conversaciones intrascendentes; cuando no hay nada mejor que decir hablamos del tiempo. De eso trata el poema “No hay nieve”. Es abril, “los soñadores del servicio meteorológico” no aciertan, pero los copos van llegando en el frío del supermercado, en el hospital, en el cine. Los versos cortos y la disposición tipográfica nos sugieren la imagen de esos copos que “juegan/ con el aire/ como si/ no tuvieran intención de cuajar”.
“Pronóstico” es otro poema donde confluyen el tiempo meteorológico y el vital: “Si mayo no soporta dejar abril,/ ¿cómo dejarán pasar a junio?”. Las palabras crean la ilusión de que el tiempo puede detenerse o retrasarse; basta con que llueva, con que haga más frío del esperado. Pero el tiempo no se detiene y las estaciones marcan el ritmo:
¿No podemos seguir simplemente
con mayo y el cruel abril?
Ay de los insectos de junio,
Ay de sus novias.
Todo está ahí vivo, al rescate
En Si llegamos a eso encontramos recuerdos o escenas recreados con humor, como en el poema “Mi amigo”, donde aparece un personaje que lo sabe todo y diserta acerca de cualquier asunto, aunque esto no le sirva para la vida práctica: “Lee dos libros a la vez, alternando/ renglones. “Lee así”, me dice,/ ‘invitan a la participación’”.
“Afortunada” es otro retrato humorístico, en este caso el de una hermana: “La amenaza/ repentina sin sentido de la/ proporción, la incesante comezón de lo que sea./ Esa era mi hermana.”. Y en el divertido “Visita”, la madre habla y habla en una perorata incesante. No en vano el poema comienza: “Mi madre reservaba la palabra “visita” para charlar”. En “A sotavento” es el padre el que habla y cuenta la historia de “el tío abuelo Sven, capitán de buque”. “Todo está ahí, vivo en la voz de mi padre” escribe Tanning.
Otros instantes cobrarán vida en los poemas, como el tiempo que la poeta pasó en Arizona, al que hace referencia en “Al rescate” con ese lagarto que “perdido en esta cocina de recetas para el olvido/ con el alma cromada, mira fijamente”.
Tal vez este presente ubicuo sea lo bastante
Dorothea Tanning es una mujer a punto de cumplir cien años, pero mientras otros se lamentan ella decide vivir en el tiempo. Esa es la idea del poema “Esperar”, “un arte” en el que hace mucho que el “Futuro” dejó de tener “un aroma de promesa”:
Tal vez este presente ubicuo sea lo bastante
real y entusiasta, aunque no pueda contarme
a qué espero ya.
Frente a lo que se le exige a una mujer convencional en “Víspera de Todos los Santos”: “No te muevas, sé perfecta, aplasta a los espías,/ No tomes un grifo por un caño”, aparece la mujer del poema “La única cosa”, o la de “Mujer saludando a los árboles”: “Me ha dado por maravillarme/ de los árboles del parque”, nos dice; y concluye de este modo:
Levantad la
cabeza, amigos, mirad hacia arriba,
puede que veáis más de lo que
nunca os pareció posible,
a lo alto donde algo tal vez
devuelva el saludo, para decirle a ella
que ha visto lo maravilloso.
Dorothea Tanning cerró Si llegamos a eso con el poema “Artista, una vez”. En un cuarto de alquiler en Nueva York comenzaba un ciclo lleno de ilusiones y futuro. “Como en un embarazo” estaban “esas obras aún por pintar”:
oh, qué abundancia
por vivir, aún sin saborear,
sin definir–todo lo demás...
Sin embargo Tanning eligió como título del libro el poema “Si llegamos a eso”. Y nos preguntamos qué misterio encierra ese demostrativo y a qué queremos llegar y “no habrá modo de impedirlo”. Quizás a tener una vida larga y vivida con intensidad, sin dejarnos arrastrar por la desesperanza o la autocompasión, porque existirían otras fuerzas:
(…) lo bastante
astutas y contundentes como para cerciorarse de que
se llegaría a eso.