Huele a pies.
Se ha quitado las polainas, se ha desatado los zapatos, se ha aflojado el cinturón de los pantalones y, en mangas de camisa, se ha dejado caer en el sillón. Con el cigarrillo que le cuelga de los labios, a la manera francesa, estira sus piernas en el sillón de enfrente, “al estilo americano”, dice.
En este fragmento de M. El hijo del siglo (Alfaguara, 2020) Antonio Scurati (Nápoles, 1969) describe una escena que se desarrolla en Roma la noche del el 31 de octubre de 1922. El protagonista es el recién nombrado presidente del Gobierno de Italia, Mussolini, que habla a sus acólitos “agradablemente aturdido por la nube de hedor íntimo que emana de sus pies descalzos”.
Solo han pasado tres años y medio desde que Mussolini fundara los Fascios de Combate en Milán, el 23 de marzo de 1919. Nadie se interesó por este movimiento formado, en su mayoría, por un grupo de violentos “osados” (arditi), soldados de asalto que habían pasado de ser héroes de guerra a transformarse en unos inadaptados; “diez mil minas vagantes”, que descubrirán en la revolución bolchevique un nuevo enemigo contra el que luchar.
La novela M. El hijo del siglo se publicó en Italia en 2018 y enseguida se convirtió en un bestseller, con lectores de todas las tendencias políticas, incluidos los de extrema derecha. Scurati adopta un estilo periodístico, preciso, frío, neutro, en el que, como contrapunto, introduce metáforas y una afilada ironía por la que se puede andar de puntillas. Construye la novela en capítulos cortos, centrados en el protagonista o en los personajes que lo acompañaron. Al final de cada capítulo se incluye un documento real: fragmentos de artículos periodísticos, de cartas, de actas o de informes policiales.
M. El hijo del siglo es una lectura apasionante; después de devorar sus ochocientas páginas, y llegar a enero de 1925, fecha en la que los historiadores sitúan el comienzo del régimen, suponemos que lo que está por venir –dos nuevas entregas de lo que será una trilogía– no nos defraudará, y su intensidad seguirá in crescendo, porque Mussolini entrará en la historia europea y mundial, y jugará un importante papel en la historia de España, donde determinados ritos y formas perdurarán durante años.
Mussolini fue expulsado como director del periódico socialista Avanti!, por sostener una postura intervencionista en la Primera Guerra Mundial. Al acabar la contienda surge una nueva lucha y él está allí, en el momento oportuno. Funda los Fascios con dos ideas: valorizar la guerra y a todos los que lucharon, y denunciar cómo el imperialismo de los otros países había perjudicado a Italia. Mussolini editaba su propio periódico, Il Popolo d'Italia, con sede en el barrio del Bottonuto, “un charco pútrido justo detrás de la Piazza del Duomo, el centro geométrico y monumental de Milán”.
El futuro Duce se rodea de mujeres que lo admiran. Busca el consejo de su amante, Margherita Sarfatti, de la alta sociedad milanesa; una elegante intelectual, que lo ayuda en sus discursos, e intenta refinarlo. Pero no es la única amante; está Bianca Ceccato, una joven secretaria con la que Mussolini puede vanagloriarse a gusto. Su mujer oficial será Rachel Guidi; pero una tal Ida Dalser va armando escándalos y le ha puesto a su hijo el nombre de Benito Albino. Mussolini recurre también a prostitutas, “orinales de carne”, como él las llama:
No, ninguna mujer puede presumir de acabar satisfecha del trato íntimo con él. Tan pronto como las ha poseído —algo de por sí rapidísimo—, siente la necesidad imperiosa de volver a ponerse el sombrero en la cabeza.
Il Vate y Fiume
En ese escenario de posguerra y con dos pandemias –la gripe española y la malaria– asolando el mundo, otro personaje va a reivindicar un papel protagonista; se trata de “Il Vatte”, el escritor Gabriele D'Annunzio que, el 6 de mayo de 1919, reúne en Roma a una gran multitud en la plaza del Campidoglio. Allí acuñará la metáfora de “victoria mutilada”, una imagen que arraiga en el descontento popular, al igual que la de la “casta política”; esa “casta privilegiada” a la que se refiere el escritor, y mutilado de guerra, en una entrevista.
El Pacto de Londres prometía otorgar a Italia, en caso de victoria, Dalmacia y Fiume –actual Rijeka, en Croacia–, una pequeña ciudad con una población en su mayoría italiana. Pero no se cumplió con este pacto. Como un esperpento histórico, D’Annunzio decide invadir Fiume con una columna de ciento ochenta y siete granaderos rebeldes, que solo cuentan con voluntarios civiles en la ciudad:
Un anciano poeta mutilado los precede en un coche deportivo color rojo vivo. En esos mismos días, otro escritor, el praguense Franz Kafka, hospitalizado no lejos de allí en un sanatorio alpino, anota en su diario: “En la lucha que opone el individuo al mundo, apuesta siempre por el mundo”. La apuesta de los ciento ochenta y siete granaderos rebeldes, en cambio, es por el individuo: se llama Gabriele D'Annunzio.
D’Annunzio entra en la ciudad y, ante una gran multitud, proclama la anexión de Fiume a Italia. Las relaciones entre Mussolini y D'Annunzio fueron difíciles y tensas. Mussolini visitó la ciudad por primera vez el 7 de octubre 1919, y allí pudo comprobar cómo D’Annunzio, gran consumidor de “polvillos blancos”, entusiasmaba a las masas con sus discursos, algo que el histriónico Mussolini le robará, al igual que los gestos, los himnos y los lemas. Pero Mussolini no quería ser un actor secundario de la historia:
En definitiva, D'Annunzio era un poeta y la principal desilusión que la realidad nos reserva consiste en no asemejarse jamás a un poema. A él, sin embargo, al hijo del herrero de Predappio, la realidad le gustaba. La mísera realidad, la irónica, la brutal, la irreductible. No conocía el placer fuera de ella
D'Annunzio quería convertir Fiume en la “ciudad de vida”, y llega a dotarla de una Constitución en la que escribe: “La vida es bella, y digna de que el hombre rehecho por la libertad la viva magníficamente”.
Se ha quitado las polainas, se ha desatado los zapatos, se ha aflojado el cinturón de los pantalones y, en mangas de camisa, se ha dejado caer en el sillón. Con el cigarrillo que le cuelga de los labios, a la manera francesa, estira sus piernas en el sillón de enfrente, “al estilo americano”, dice.
En este fragmento de M. El hijo del siglo (Alfaguara, 2020) Antonio Scurati (Nápoles, 1969) describe una escena que se desarrolla en Roma la noche del el 31 de octubre de 1922. El protagonista es el recién nombrado presidente del Gobierno de Italia, Mussolini, que habla a sus acólitos “agradablemente aturdido por la nube de hedor íntimo que emana de sus pies descalzos”.
Solo han pasado tres años y medio desde que Mussolini fundara los Fascios de Combate en Milán, el 23 de marzo de 1919. Nadie se interesó por este movimiento formado, en su mayoría, por un grupo de violentos “osados” (arditi), soldados de asalto que habían pasado de ser héroes de guerra a transformarse en unos inadaptados; “diez mil minas vagantes”, que descubrirán en la revolución bolchevique un nuevo enemigo contra el que luchar.
La novela M. El hijo del siglo se publicó en Italia en 2018 y enseguida se convirtió en un bestseller, con lectores de todas las tendencias políticas, incluidos los de extrema derecha. Scurati adopta un estilo periodístico, preciso, frío, neutro, en el que, como contrapunto, introduce metáforas y una afilada ironía por la que se puede andar de puntillas. Construye la novela en capítulos cortos, centrados en el protagonista o en los personajes que lo acompañaron. Al final de cada capítulo se incluye un documento real: fragmentos de artículos periodísticos, de cartas, de actas o de informes policiales.
M. El hijo del siglo es una lectura apasionante; después de devorar sus ochocientas páginas, y llegar a enero de 1925, fecha en la que los historiadores sitúan el comienzo del régimen, suponemos que lo que está por venir –dos nuevas entregas de lo que será una trilogía– no nos defraudará, y su intensidad seguirá in crescendo, porque Mussolini entrará en la historia europea y mundial, y jugará un importante papel en la historia de España, donde determinados ritos y formas perdurarán durante años.
Mussolini fue expulsado como director del periódico socialista Avanti!, por sostener una postura intervencionista en la Primera Guerra Mundial. Al acabar la contienda surge una nueva lucha y él está allí, en el momento oportuno. Funda los Fascios con dos ideas: valorizar la guerra y a todos los que lucharon, y denunciar cómo el imperialismo de los otros países había perjudicado a Italia. Mussolini editaba su propio periódico, Il Popolo d'Italia, con sede en el barrio del Bottonuto, “un charco pútrido justo detrás de la Piazza del Duomo, el centro geométrico y monumental de Milán”.
El futuro Duce se rodea de mujeres que lo admiran. Busca el consejo de su amante, Margherita Sarfatti, de la alta sociedad milanesa; una elegante intelectual, que lo ayuda en sus discursos, e intenta refinarlo. Pero no es la única amante; está Bianca Ceccato, una joven secretaria con la que Mussolini puede vanagloriarse a gusto. Su mujer oficial será Rachel Guidi; pero una tal Ida Dalser va armando escándalos y le ha puesto a su hijo el nombre de Benito Albino. Mussolini recurre también a prostitutas, “orinales de carne”, como él las llama:
No, ninguna mujer puede presumir de acabar satisfecha del trato íntimo con él. Tan pronto como las ha poseído —algo de por sí rapidísimo—, siente la necesidad imperiosa de volver a ponerse el sombrero en la cabeza.
Il Vate y Fiume
En ese escenario de posguerra y con dos pandemias –la gripe española y la malaria– asolando el mundo, otro personaje va a reivindicar un papel protagonista; se trata de “Il Vatte”, el escritor Gabriele D'Annunzio que, el 6 de mayo de 1919, reúne en Roma a una gran multitud en la plaza del Campidoglio. Allí acuñará la metáfora de “victoria mutilada”, una imagen que arraiga en el descontento popular, al igual que la de la “casta política”; esa “casta privilegiada” a la que se refiere el escritor, y mutilado de guerra, en una entrevista.
El Pacto de Londres prometía otorgar a Italia, en caso de victoria, Dalmacia y Fiume –actual Rijeka, en Croacia–, una pequeña ciudad con una población en su mayoría italiana. Pero no se cumplió con este pacto. Como un esperpento histórico, D’Annunzio decide invadir Fiume con una columna de ciento ochenta y siete granaderos rebeldes, que solo cuentan con voluntarios civiles en la ciudad:
Un anciano poeta mutilado los precede en un coche deportivo color rojo vivo. En esos mismos días, otro escritor, el praguense Franz Kafka, hospitalizado no lejos de allí en un sanatorio alpino, anota en su diario: “En la lucha que opone el individuo al mundo, apuesta siempre por el mundo”. La apuesta de los ciento ochenta y siete granaderos rebeldes, en cambio, es por el individuo: se llama Gabriele D'Annunzio.
D’Annunzio entra en la ciudad y, ante una gran multitud, proclama la anexión de Fiume a Italia. Las relaciones entre Mussolini y D'Annunzio fueron difíciles y tensas. Mussolini visitó la ciudad por primera vez el 7 de octubre 1919, y allí pudo comprobar cómo D’Annunzio, gran consumidor de “polvillos blancos”, entusiasmaba a las masas con sus discursos, algo que el histriónico Mussolini le robará, al igual que los gestos, los himnos y los lemas. Pero Mussolini no quería ser un actor secundario de la historia:
En definitiva, D'Annunzio era un poeta y la principal desilusión que la realidad nos reserva consiste en no asemejarse jamás a un poema. A él, sin embargo, al hijo del herrero de Predappio, la realidad le gustaba. La mísera realidad, la irónica, la brutal, la irreductible. No conocía el placer fuera de ella
D'Annunzio quería convertir Fiume en la “ciudad de vida”, y llega a dotarla de una Constitución en la que escribe: “La vida es bella, y digna de que el hombre rehecho por la libertad la viva magníficamente”.
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Ni de derechas ni de izquierdas
El 6 de junio de 1919 se publica en Il Popolo d’Italia el programa de los Fascios de Combate. Cesare Rossi, “quizá el único asesor político al que Mussolini escucha”, por entonces, le dice a Mussolini que hay que olvidar la nostalgia de la izquierda y mirar hacia la derecha. Además es necesario preguntarse quiénes son los fascistas:
Benito Mussolini, su ideador, considera el interrogante ocioso. Sí, claro..., son algo nuevo..., algo inaudito..., un antipartido. ¡Eso es..., los fascistas son un antipartido! Practican la antipolítica. Estupendo.
“No saben quiénes son, pero precisamente eso los salvará”, escribe Scurati. Los fascistas quieren su lugar en el mundo y lo obtendrán sembrando el odio y los resentimientos. Pronto, ante la amenaza bolchevique, el gobierno buscará la colaboración de los fascistas en las tareas de represión. Se trata de frenar a los “rojos” y las huelgas generales.
En Milán, el 24 de mayo de 1920, en el Segundo Congreso Nacional de los Fascios de Combate, el movimiento da el giro definitivo a la derecha. Ya son 2.375 afiliados en toda Italia. Entre el público no están solo los antiguos osados y los grupos marginales y violentos; hay comerciantes, funcionarios, miembros de la burguesía empobrecida por la inflación. Los futuristas, encabezados por Marinetti, se enfurecen ante este cambio, pero no hay nada que hacer. La religión también deberá ser respetada.
Ahora se trata de ganar tiempo, de no moverse: “Cuando tus enemigos se degüellan entre sí, lo único que hay que hacer es esperar”. Mussolini sabe que la revolución de la que hablan los socialistas es imposible pues carecen de organización: “En cuanto a la violencia, eran unos advenedizos y nunca dejarían de serlo”. Con rapidez, “el fascismo se propaga como una epidemia” en esa zona gris que no es ni derecha ni izquierda, ni centro:
¡Qué cosa más maravillosa es el pánico, esa partera de la Historia! Cesare Rossi repite una y otra vez que en eso precisamente podría consistir su milagroso trueque: odio a cambio de miedo.
El 6 de junio de 1919 se publica en Il Popolo d’Italia el programa de los Fascios de Combate. Cesare Rossi, “quizá el único asesor político al que Mussolini escucha”, por entonces, le dice a Mussolini que hay que olvidar la nostalgia de la izquierda y mirar hacia la derecha. Además es necesario preguntarse quiénes son los fascistas:
Benito Mussolini, su ideador, considera el interrogante ocioso. Sí, claro..., son algo nuevo..., algo inaudito..., un antipartido. ¡Eso es..., los fascistas son un antipartido! Practican la antipolítica. Estupendo.
“No saben quiénes son, pero precisamente eso los salvará”, escribe Scurati. Los fascistas quieren su lugar en el mundo y lo obtendrán sembrando el odio y los resentimientos. Pronto, ante la amenaza bolchevique, el gobierno buscará la colaboración de los fascistas en las tareas de represión. Se trata de frenar a los “rojos” y las huelgas generales.
En Milán, el 24 de mayo de 1920, en el Segundo Congreso Nacional de los Fascios de Combate, el movimiento da el giro definitivo a la derecha. Ya son 2.375 afiliados en toda Italia. Entre el público no están solo los antiguos osados y los grupos marginales y violentos; hay comerciantes, funcionarios, miembros de la burguesía empobrecida por la inflación. Los futuristas, encabezados por Marinetti, se enfurecen ante este cambio, pero no hay nada que hacer. La religión también deberá ser respetada.
Ahora se trata de ganar tiempo, de no moverse: “Cuando tus enemigos se degüellan entre sí, lo único que hay que hacer es esperar”. Mussolini sabe que la revolución de la que hablan los socialistas es imposible pues carecen de organización: “En cuanto a la violencia, eran unos advenedizos y nunca dejarían de serlo”. Con rapidez, “el fascismo se propaga como una epidemia” en esa zona gris que no es ni derecha ni izquierda, ni centro:
¡Qué cosa más maravillosa es el pánico, esa partera de la Historia! Cesare Rossi repite una y otra vez que en eso precisamente podría consistir su milagroso trueque: odio a cambio de miedo.
El ascenso al poder
En noviembre de 1919, Mussolini se presenta por primera vez a las elecciones, con una candidatura compuesta por “algo de chusma y algunos nombres ilustres, todos ellos combatientes”. Marinetti y Toscanini también forman parte de aquella lista. Fue un estrepitoso fracaso para los fascistas y para Mussolini. Ganaron los socialistas como “un presagio de revolución”.
En enero de 1921, en el XVII congreso del Partido Socialista Italiano, se produce la escisión entre socialistas y comunistas, lo que favorecerá es ascenso del fascismo, ya que las fuerzas moderadas consideran ya a los fascistas como “una especie de vacuna inoculada bajo la piel contra el socialismo”.
A finales de enero de 1921 el diputado socialista Giacomo Matteotti denuncia por primera vez en el parlamento italiano la violencia fascista. Volverá a hacerlo en marzo con descripciones precisas y minuciosas de los hechos: torturas, asesinatos, vejaciones. Días después Matteotti es secuestrado y sometido a torturas. Mussolini en su periódico, Il Popolo d'Italia, se opone a la violencia. La violencia fascista es “caballeresca”.
En las elecciones de mayo de 1921 Mussolini es el más votado en Milán y consigue al fin el acta de diputado. Con la ayuda de los moderados, el fascismo se ha introducido en el parlamento con cuarenta diputados. A partir de ahora solo hay que observar cómo se pelean el capitalismo y el comunismo, y crear la imagen de un fascismo “respetable” que incluso puede firmar un “pacto de pacificación” con los socialistas. Hay que contener la violencia individual, tener en cuenta los antecedentes penales de los nuevos afiliados y expulsarlos, si es preciso, de los puestos de mando.
Mussolini piensa que, para sobrevivir, el movimiento debe tener un partido: el Partido Nacional Fascista. Por entonces Italo Balbo consigue imponer el uso de la camisa negra (ropa ordinaria de los trabajadores de Romaña) como uniforme. Es un verdadero ejército, “un partido-milicia”.
En 1922 continúan los episodios de violencia, como la “columna de fuego” dirigida por Italo Balbo, lo que provocará una huelga general, y un duro contraataque fascista. “Hoy en día, Italia se muestra mucho más propensa a los fascistas. Disimularlo no ayuda”, se leía en un editorial del moderado Corriere della Sera.
En este contexto, y sin moverse de Milán, Mussolini orquesta la marcha sobre Roma, para conquistar el poder y para que los fascistas tengan ministros en las carteras más importantes. La marcha es un plan infantil, teatral, pero que infunde miedo. Mussolini negocia en secreto con unos y con otros. Él, que ha provocado la violencia, es el único que será capaz de domeñarla, en cuanto consiga el gobierno. Desde el 28 de octubre van llegando a Roma fascistas de toda Italia, sin medios, sin comida, sin agua, sin saber lo que está pasando. Por fin el 30 de octubre, Vittorio Emanuele III le encarga a Mussolini la formación del gobierno:
Con todo esto, el hijo del herrero —hijo del siglo— había subido las escaleras del poder. En ese momento, el nuevo siglo se había abierto y, al mismo tiempo, se había cerrado sobre sí mismo.
Mussolini, con treinta y nueve años, es admirado en todo el mundo. En el parlamento el estadista se atreve a decir: “He renunciado a aplastar y podía haber aplastado”, al igual que podría castigar a los que “trataron de enfangar el fascismo”. Y no solo consigue la confianza del parlamento, sino que este le otorgue plenos poderes. La violencia fascista continúa y Mussolini habla de castigos ejemplares a los violentos, aunque tres días después proclame una “amnistía general para los crímenes de sangre con trasfondo político”. Por otra parte, Mussolini debe solucionar el problema del enfrentamiento entre distintos feudos fascistas.
La Ley Acerbo supondrá otra vuelta de tuerca para conseguir el poder total. Conforme a esta ley electoral, la lista que consiguiese la mayoría relativa obtendría dos tercios de los escaños. Fuera del parlamento el Partido Fascista amenazaba con una nueva ola de violencia en el caso de que la Ley fuera rechazada. Pero la Ley se aprobó y se aplicó en las elecciones generales italianas de 1924. De ese modo el Partido Nacional Fascista consiguió una mayoría parlamentaria.
La checa fascista
Todos alaban el primer año de gobierno de Mussolini: Benedetto Croce, el filósofo liberal; grandes artistas como el dramaturgo Luigi Pirandello o el poeta Giuseppe Ungaretti, a los que se unirá, con increíble fuerza, Curzio Malaparte. En una visita oficial a Roma, los reyes de España, junto al dictador Primo de Rivera, se entrevistan con Mussolini. Primo de Rivera “declara abiertamente sentirse inspirado en el ejemplo del fascismo italiano”.
Los socialistas no se atreven a hablar, excepto Giacomo Matteotti, que escribe un libro en el que registra y documenta todas las acciones violentas llevadas a cabo durante un año de dominación fascista. También investiga los escándalos de corrupción.
Mussolini convoca elecciones para el 6 de abril. Su estrategia es atravesar todos los partidos de fascismo, acabar con la violencia salvaje de las escuadras y con las “quejas de la oposición sobre las libertades aplastadas”. En sus discursos habla de que el fascismo seguirá “la senda legalista”. Sin embargo, junto a sus más fieles colaboradores decide formar la “Checa fascista”, un organismo secreto para “atacar a los enemigos del fascismo”.
En la gran lista fascista para las elecciones, entran diputados que abandonan otros partidos políticos, “su reelección será equivalente a la rendición”. El objetivo es la “despolitización de la vida parlamentaria”, y la existencia de un único gran partido, el fascista.
En el nuevo parlamento Matteotti interviene para hablar de malversaciones de fondos que perjudican al estado, de los intereses privados en la reconversión industrial, de la privatización de sectores públicos, de fraudes. Denuncia también la validez de las elecciones, las irregularidades y las coacciones por parte de los fascistas. Mussolini, enfurecido, decide que es la hora de que actúe la Checa fascista. Matteotti es secuestrado y asesinado y su cuerpo permanece desaparecido durante días. El escándalo es enorme y salpica a toda la cúpula fascista.
El cinismo de Mussolini parece no tener límites. Son días difíciles para él, en los que se encuentra solo. Pero de nuevo dará un giro a la situación. El 3 de enero de 1925, en la cámara de los diputados, pronuncia un discurso al que nadie se atreve a responder. Sólo se oirán los aplausos. Italia se ha dejado someter por el Duce del fascismo.
Han pasado cien años y el mundo ha cambiado, pero el peligro de los populismos sigue presente y aún más en los periodos de crisis. El populismo juega con el miedo y lo sigue transformando en odio; por eso son necesarios libros como M. El hijo del siglo.
En noviembre de 1919, Mussolini se presenta por primera vez a las elecciones, con una candidatura compuesta por “algo de chusma y algunos nombres ilustres, todos ellos combatientes”. Marinetti y Toscanini también forman parte de aquella lista. Fue un estrepitoso fracaso para los fascistas y para Mussolini. Ganaron los socialistas como “un presagio de revolución”.
En enero de 1921, en el XVII congreso del Partido Socialista Italiano, se produce la escisión entre socialistas y comunistas, lo que favorecerá es ascenso del fascismo, ya que las fuerzas moderadas consideran ya a los fascistas como “una especie de vacuna inoculada bajo la piel contra el socialismo”.
A finales de enero de 1921 el diputado socialista Giacomo Matteotti denuncia por primera vez en el parlamento italiano la violencia fascista. Volverá a hacerlo en marzo con descripciones precisas y minuciosas de los hechos: torturas, asesinatos, vejaciones. Días después Matteotti es secuestrado y sometido a torturas. Mussolini en su periódico, Il Popolo d'Italia, se opone a la violencia. La violencia fascista es “caballeresca”.
En las elecciones de mayo de 1921 Mussolini es el más votado en Milán y consigue al fin el acta de diputado. Con la ayuda de los moderados, el fascismo se ha introducido en el parlamento con cuarenta diputados. A partir de ahora solo hay que observar cómo se pelean el capitalismo y el comunismo, y crear la imagen de un fascismo “respetable” que incluso puede firmar un “pacto de pacificación” con los socialistas. Hay que contener la violencia individual, tener en cuenta los antecedentes penales de los nuevos afiliados y expulsarlos, si es preciso, de los puestos de mando.
Mussolini piensa que, para sobrevivir, el movimiento debe tener un partido: el Partido Nacional Fascista. Por entonces Italo Balbo consigue imponer el uso de la camisa negra (ropa ordinaria de los trabajadores de Romaña) como uniforme. Es un verdadero ejército, “un partido-milicia”.
En 1922 continúan los episodios de violencia, como la “columna de fuego” dirigida por Italo Balbo, lo que provocará una huelga general, y un duro contraataque fascista. “Hoy en día, Italia se muestra mucho más propensa a los fascistas. Disimularlo no ayuda”, se leía en un editorial del moderado Corriere della Sera.
En este contexto, y sin moverse de Milán, Mussolini orquesta la marcha sobre Roma, para conquistar el poder y para que los fascistas tengan ministros en las carteras más importantes. La marcha es un plan infantil, teatral, pero que infunde miedo. Mussolini negocia en secreto con unos y con otros. Él, que ha provocado la violencia, es el único que será capaz de domeñarla, en cuanto consiga el gobierno. Desde el 28 de octubre van llegando a Roma fascistas de toda Italia, sin medios, sin comida, sin agua, sin saber lo que está pasando. Por fin el 30 de octubre, Vittorio Emanuele III le encarga a Mussolini la formación del gobierno:
Con todo esto, el hijo del herrero —hijo del siglo— había subido las escaleras del poder. En ese momento, el nuevo siglo se había abierto y, al mismo tiempo, se había cerrado sobre sí mismo.
Mussolini, con treinta y nueve años, es admirado en todo el mundo. En el parlamento el estadista se atreve a decir: “He renunciado a aplastar y podía haber aplastado”, al igual que podría castigar a los que “trataron de enfangar el fascismo”. Y no solo consigue la confianza del parlamento, sino que este le otorgue plenos poderes. La violencia fascista continúa y Mussolini habla de castigos ejemplares a los violentos, aunque tres días después proclame una “amnistía general para los crímenes de sangre con trasfondo político”. Por otra parte, Mussolini debe solucionar el problema del enfrentamiento entre distintos feudos fascistas.
La Ley Acerbo supondrá otra vuelta de tuerca para conseguir el poder total. Conforme a esta ley electoral, la lista que consiguiese la mayoría relativa obtendría dos tercios de los escaños. Fuera del parlamento el Partido Fascista amenazaba con una nueva ola de violencia en el caso de que la Ley fuera rechazada. Pero la Ley se aprobó y se aplicó en las elecciones generales italianas de 1924. De ese modo el Partido Nacional Fascista consiguió una mayoría parlamentaria.
La checa fascista
Todos alaban el primer año de gobierno de Mussolini: Benedetto Croce, el filósofo liberal; grandes artistas como el dramaturgo Luigi Pirandello o el poeta Giuseppe Ungaretti, a los que se unirá, con increíble fuerza, Curzio Malaparte. En una visita oficial a Roma, los reyes de España, junto al dictador Primo de Rivera, se entrevistan con Mussolini. Primo de Rivera “declara abiertamente sentirse inspirado en el ejemplo del fascismo italiano”.
Los socialistas no se atreven a hablar, excepto Giacomo Matteotti, que escribe un libro en el que registra y documenta todas las acciones violentas llevadas a cabo durante un año de dominación fascista. También investiga los escándalos de corrupción.
Mussolini convoca elecciones para el 6 de abril. Su estrategia es atravesar todos los partidos de fascismo, acabar con la violencia salvaje de las escuadras y con las “quejas de la oposición sobre las libertades aplastadas”. En sus discursos habla de que el fascismo seguirá “la senda legalista”. Sin embargo, junto a sus más fieles colaboradores decide formar la “Checa fascista”, un organismo secreto para “atacar a los enemigos del fascismo”.
En la gran lista fascista para las elecciones, entran diputados que abandonan otros partidos políticos, “su reelección será equivalente a la rendición”. El objetivo es la “despolitización de la vida parlamentaria”, y la existencia de un único gran partido, el fascista.
En el nuevo parlamento Matteotti interviene para hablar de malversaciones de fondos que perjudican al estado, de los intereses privados en la reconversión industrial, de la privatización de sectores públicos, de fraudes. Denuncia también la validez de las elecciones, las irregularidades y las coacciones por parte de los fascistas. Mussolini, enfurecido, decide que es la hora de que actúe la Checa fascista. Matteotti es secuestrado y asesinado y su cuerpo permanece desaparecido durante días. El escándalo es enorme y salpica a toda la cúpula fascista.
El cinismo de Mussolini parece no tener límites. Son días difíciles para él, en los que se encuentra solo. Pero de nuevo dará un giro a la situación. El 3 de enero de 1925, en la cámara de los diputados, pronuncia un discurso al que nadie se atreve a responder. Sólo se oirán los aplausos. Italia se ha dejado someter por el Duce del fascismo.
Han pasado cien años y el mundo ha cambiado, pero el peligro de los populismos sigue presente y aún más en los periodos de crisis. El populismo juega con el miedo y lo sigue transformando en odio; por eso son necesarios libros como M. El hijo del siglo.