En tiempos de incertidumbre, las Meditaciones de Marco Aurelio son referencia para la aceptación de la propia responsabilidad en el mundo , un compendio ético con “el contento” como virtud de primer rango.
El filósofo, profesor, investigador y escritor Fernando R. Genovés analiza en su última obra, Marco Aurelio – Una vida contenida (Ediciones Evohé), las diferencias entre la moral de los clásicos y la ética en el pensamiento moderno.
Su estudio sobre Marco Aurelio establece una alternativa al malestar contemporáneo basada en la bondad como expresión natural de la inteligencia humana.
Para comprender mejor el ensayo de Fernando R. Genovés sobre la vida y obra filosófica del emperador Marco Aurelio, quizás sea interesante comenzar por casi el final de este libro, cuando se establece, conforme a uno de los aforismos más lúcidos de las Meditaciones, tres reglas de acción en una ética del presente:
1)- Estar piadosamente satisfecho con la presente coyuntura.
2)- Comportarte con justicia con los hombres presentes.
3)- Poner todo tu arte al servicio de la impresión presente, a fin de que nada se infiltre en ti de manera imperceptible.
El lector poco familiarizado con la obra de Marco Aurelio, como es natural, se preguntará enseguida cómo es posible estar “piadosamente satisfecho” con la presente coyuntura en tiempos de crisis económica galopante, depresión social, crecimiento del desempleo, duros ajustes económicos que afectan al bienestar del conjunto de la ciudadanía, etc, etc...
Sin embargo, esta nueva visión es posible porque se produce un cambio radical de perspectiva en la valoración y representación de los modelos clásicos de felicidad, partiendo de la exigencia filosófica de los estoicos sobre el perfeccionamiento interior y la asunción de dicha tarea como principal, probablemente la única que obliga al ser humano para alcanzar el contento, lo que aquellos pensadores denominaban vida contenida: una existencia en sosiego, siempre en pugna para que las circunstancias ajenas al espíritu humano (exteriores a la voluntad y la posibilidad del individuo) no sean causa de estrago para esas virtudes de la bondad, justicia y serenidad en la aceptación de nuestra naturaleza, que son tan propias del saber filosófico.
Por lo general, permitimos que a lo largo de nuestra existencia lo urgente nos impida resolver lo importante. Para filósofos como Marco Aurelio, Epicteto y otros clásicos de la escuela estoica, lo importante (nuestra perfección y sosiego interior) debe siempre anteponerse a lo urgente.
En realidad, para ellos no hay nada urgente, pues, como afirma Epicteto: “No hay nadie que sea desgraciado por las cosas presentes”. El pasado ha sucedido, no puede enmendarse, no posee consistencia espacio-temporal y habita únicamente en la memoria; el futuro aún no existe y su concreción depende de factores muy diversos, la mayoría extraños a nuestra voluntad, por lo que sería absurdo dejarse entristecer por él; lo único que tenemos a nuestro alcance es el presente, y si dicha actualidad inmediata se vive desde una conciencia esmerada en el dominio de las pasiones y los sentimientos, nunca puede dañarnos, aun en las condiciones más adversas que se puedan imaginar.
El filósofo, profesor, investigador y escritor Fernando R. Genovés analiza en su última obra, Marco Aurelio – Una vida contenida (Ediciones Evohé), las diferencias entre la moral de los clásicos y la ética en el pensamiento moderno.
Su estudio sobre Marco Aurelio establece una alternativa al malestar contemporáneo basada en la bondad como expresión natural de la inteligencia humana.
Para comprender mejor el ensayo de Fernando R. Genovés sobre la vida y obra filosófica del emperador Marco Aurelio, quizás sea interesante comenzar por casi el final de este libro, cuando se establece, conforme a uno de los aforismos más lúcidos de las Meditaciones, tres reglas de acción en una ética del presente:
1)- Estar piadosamente satisfecho con la presente coyuntura.
2)- Comportarte con justicia con los hombres presentes.
3)- Poner todo tu arte al servicio de la impresión presente, a fin de que nada se infiltre en ti de manera imperceptible.
El lector poco familiarizado con la obra de Marco Aurelio, como es natural, se preguntará enseguida cómo es posible estar “piadosamente satisfecho” con la presente coyuntura en tiempos de crisis económica galopante, depresión social, crecimiento del desempleo, duros ajustes económicos que afectan al bienestar del conjunto de la ciudadanía, etc, etc...
Sin embargo, esta nueva visión es posible porque se produce un cambio radical de perspectiva en la valoración y representación de los modelos clásicos de felicidad, partiendo de la exigencia filosófica de los estoicos sobre el perfeccionamiento interior y la asunción de dicha tarea como principal, probablemente la única que obliga al ser humano para alcanzar el contento, lo que aquellos pensadores denominaban vida contenida: una existencia en sosiego, siempre en pugna para que las circunstancias ajenas al espíritu humano (exteriores a la voluntad y la posibilidad del individuo) no sean causa de estrago para esas virtudes de la bondad, justicia y serenidad en la aceptación de nuestra naturaleza, que son tan propias del saber filosófico.
Por lo general, permitimos que a lo largo de nuestra existencia lo urgente nos impida resolver lo importante. Para filósofos como Marco Aurelio, Epicteto y otros clásicos de la escuela estoica, lo importante (nuestra perfección y sosiego interior) debe siempre anteponerse a lo urgente.
En realidad, para ellos no hay nada urgente, pues, como afirma Epicteto: “No hay nadie que sea desgraciado por las cosas presentes”. El pasado ha sucedido, no puede enmendarse, no posee consistencia espacio-temporal y habita únicamente en la memoria; el futuro aún no existe y su concreción depende de factores muy diversos, la mayoría extraños a nuestra voluntad, por lo que sería absurdo dejarse entristecer por él; lo único que tenemos a nuestro alcance es el presente, y si dicha actualidad inmediata se vive desde una conciencia esmerada en el dominio de las pasiones y los sentimientos, nunca puede dañarnos, aun en las condiciones más adversas que se puedan imaginar.
Ética de la responsabilidad vs ética de la convicción
Fernando R. Genovés dedica buena parte de este ensayo a desentrañar la diferencia conceptual y práctica entre moral clásica y moderna , y a rebatir el prejuicio de que la moral estoica, al ocuparse preferentemente del individuo, la vida interior y la inmediatez temporal, es una ética del egoísmo.
Nada más lejos de la realidad, y Marco Aurelio el mayor ejemplo de ello: un filósofo que a partir de 161 DC se dedica con denuedo a la apabullante responsabilidad de gobernar el imperio romano.
Para la moral del estoico, la primera y fundamental condición que debe cumplir todo ser humano para ayudar a los demás es el cuido de sí mismo, su desarrollo interior, su contención en definitiva.
Sólo quien se conoce a sí mismo, es dueño y árbitro de sus propios sentimientos y sabe moderar los impulsos de la naturaleza para transformarlos en conocimiento, es capaz de ser útil a los demás. “En la escritura y en la lectura no iniciarás a otro antes de ser tú iniciado. Esto último ocurre mucho más en la vida” (Marco Aurelio, Meditaciones, XI, 29).
El punto anterior, lleva al autor de este singular ensayo a oponer la ética de la responsabilidad (clásica), con la ética de la convicción (propia del pensamiento contemporáneo).
Según Genovés, el moderno énfasis “en la fundamentación de la moral ha llegado en muchos casos a oscurecer la sustanciación de la misma, lo que representa una particular expresión de cómo “la forma” puede llegar a humillar a “la materia”. Según asevera un filósofo mucho más antiguo, Epicteto (Op. cit. pág. 19), el primer y más necesario asunto de la filosofía son los principios, como “no mentir”; el segundo, el de las demostraciones: “por qué no hay que mentir”; el tercero, el de la articulación entre ambos: qué es una demostración, por qué lo es, en qué se diferencian la contradicción, la demostración, la consecuencia, lo verdadero y lo falso. Lo que sucede con frecuencia en la filosofía contemporánea es que [Epicteto] “el tercer asunto es necesario por causa del segundo, y el segundo del primero, pero el más necesario y en el que hay que reposar es en el primero. Pero nosotros lo hacemos al revés. Pasamos a él y nos descuidamos del primero por completo. Por tanto, mentimos, pero tenemos a mano cómo se demuestra que no hay que mentir”.
Para el pensamiento estoico, por tanto, la ética de la responsabilidad siempre debe prevalecer sobre la ética de la convicción, en la medida en que las convicciones, por muy bien intencionadas que sean, pueden ser también erróneas, o imperfectas, y tener consecuencias nefastas para los demás habitantes de la polis. No hay más que dar un vistazo a la historia para comprobar cuántos “convencidos” de la certeza de sus principios se convirtieron en auténticos monstruos para sus contemporáneos.
Por el contrario, la responsabilidad es una virtud fraguada y cuidada en el espíritu, nace de la conciencia y el corazón y siempre es inocua. Ciertamente, los estoicos no eran muy entusiastas de la idea de “cambiar el presente”, pero puede decirse en su descargo que jamás hicieron daño a nadie. Verdad es también que Marco Aurelio decretó una persecución contra los cristianos, pero es de suponer que dentro de sus aceptadas responsabilidades estaba la de dirigir el imperio y decretar las leyes que, en justicia, creía más conveniente para el bienestar de sus súbditos.
Fernando R. Genovés dedica buena parte de este ensayo a desentrañar la diferencia conceptual y práctica entre moral clásica y moderna , y a rebatir el prejuicio de que la moral estoica, al ocuparse preferentemente del individuo, la vida interior y la inmediatez temporal, es una ética del egoísmo.
Nada más lejos de la realidad, y Marco Aurelio el mayor ejemplo de ello: un filósofo que a partir de 161 DC se dedica con denuedo a la apabullante responsabilidad de gobernar el imperio romano.
Para la moral del estoico, la primera y fundamental condición que debe cumplir todo ser humano para ayudar a los demás es el cuido de sí mismo, su desarrollo interior, su contención en definitiva.
Sólo quien se conoce a sí mismo, es dueño y árbitro de sus propios sentimientos y sabe moderar los impulsos de la naturaleza para transformarlos en conocimiento, es capaz de ser útil a los demás. “En la escritura y en la lectura no iniciarás a otro antes de ser tú iniciado. Esto último ocurre mucho más en la vida” (Marco Aurelio, Meditaciones, XI, 29).
El punto anterior, lleva al autor de este singular ensayo a oponer la ética de la responsabilidad (clásica), con la ética de la convicción (propia del pensamiento contemporáneo).
Según Genovés, el moderno énfasis “en la fundamentación de la moral ha llegado en muchos casos a oscurecer la sustanciación de la misma, lo que representa una particular expresión de cómo “la forma” puede llegar a humillar a “la materia”. Según asevera un filósofo mucho más antiguo, Epicteto (Op. cit. pág. 19), el primer y más necesario asunto de la filosofía son los principios, como “no mentir”; el segundo, el de las demostraciones: “por qué no hay que mentir”; el tercero, el de la articulación entre ambos: qué es una demostración, por qué lo es, en qué se diferencian la contradicción, la demostración, la consecuencia, lo verdadero y lo falso. Lo que sucede con frecuencia en la filosofía contemporánea es que [Epicteto] “el tercer asunto es necesario por causa del segundo, y el segundo del primero, pero el más necesario y en el que hay que reposar es en el primero. Pero nosotros lo hacemos al revés. Pasamos a él y nos descuidamos del primero por completo. Por tanto, mentimos, pero tenemos a mano cómo se demuestra que no hay que mentir”.
Para el pensamiento estoico, por tanto, la ética de la responsabilidad siempre debe prevalecer sobre la ética de la convicción, en la medida en que las convicciones, por muy bien intencionadas que sean, pueden ser también erróneas, o imperfectas, y tener consecuencias nefastas para los demás habitantes de la polis. No hay más que dar un vistazo a la historia para comprobar cuántos “convencidos” de la certeza de sus principios se convirtieron en auténticos monstruos para sus contemporáneos.
Por el contrario, la responsabilidad es una virtud fraguada y cuidada en el espíritu, nace de la conciencia y el corazón y siempre es inocua. Ciertamente, los estoicos no eran muy entusiastas de la idea de “cambiar el presente”, pero puede decirse en su descargo que jamás hicieron daño a nadie. Verdad es también que Marco Aurelio decretó una persecución contra los cristianos, pero es de suponer que dentro de sus aceptadas responsabilidades estaba la de dirigir el imperio y decretar las leyes que, en justicia, creía más conveniente para el bienestar de sus súbditos.
Fernando R. Genovés. Fuente: fernandorgenoves.blogspot.com.
Individuo y muchedumbre
La proclamación de Marco Aurelio como emperador supone un hito en la historia. Antes que emperador fue filósofo, y de la escuela estoica nada menos. Como reconocemos a nuestra civilización debitaria del legado clásico greco-romano (entre otras influencias), no deberíamos soslayar la enseñanza de este extraordinario personaje, aquello con que el pensamiento clásico puede ayudar y orientar al ciudadano moderno para la estabilidad de su espíritu, el sosiego de su alma y la equidad de sus acciones.
A las tres reglas de acción señaladas por Fernando R. Genovés, podría añadirse el análisis metódico de nuestra propia responsabilidad sobre aquellos actos en los que tenemos capacidad de participar o ser protagonistas.
Tendemos a achacar a multitud de factores exteriores el origen de nuestras desavenencias y, en general, nuestro malestar. El método de contento (contención), puede reconciliarnos con nuestro grado de satisfacción por estar en el mundo. Un solo individuo no puede transformar la realidad en la que desarrolla su existencia, obviamente.
Pero antes de diluir sus sentimientos, pasiones y acciones en la inercia de una multitud de semejantes a él, es posible una previa reflexión sobre la importancia y naturaleza de esta implicación: no podemos cambiar el mundo nosotros solos, pero sí podemos transformarnos a nosotros mismos, eliminar el daño y aceptar las limitaciones de nuestra naturaleza, sin tomar como ofensa dichas restricciones sino más bien al contrario, como ayuda para cumplir nuestro destino humano.
A fin de cuentas, ¿qué es el individuo sino un resumen milimetrado del mundo, un retrato a microescala de todos los demás individuos semejantes a él? La lectura de las Meditaciones de Marco Aurelio y de este ensayo de Fernando R. Genovés puede despejarnos muchas dudas y abrir nuevas perspectivas en tal sentido.
José Vicente Pascual es escritor, columnista de prensa y crítico literario.
La proclamación de Marco Aurelio como emperador supone un hito en la historia. Antes que emperador fue filósofo, y de la escuela estoica nada menos. Como reconocemos a nuestra civilización debitaria del legado clásico greco-romano (entre otras influencias), no deberíamos soslayar la enseñanza de este extraordinario personaje, aquello con que el pensamiento clásico puede ayudar y orientar al ciudadano moderno para la estabilidad de su espíritu, el sosiego de su alma y la equidad de sus acciones.
A las tres reglas de acción señaladas por Fernando R. Genovés, podría añadirse el análisis metódico de nuestra propia responsabilidad sobre aquellos actos en los que tenemos capacidad de participar o ser protagonistas.
Tendemos a achacar a multitud de factores exteriores el origen de nuestras desavenencias y, en general, nuestro malestar. El método de contento (contención), puede reconciliarnos con nuestro grado de satisfacción por estar en el mundo. Un solo individuo no puede transformar la realidad en la que desarrolla su existencia, obviamente.
Pero antes de diluir sus sentimientos, pasiones y acciones en la inercia de una multitud de semejantes a él, es posible una previa reflexión sobre la importancia y naturaleza de esta implicación: no podemos cambiar el mundo nosotros solos, pero sí podemos transformarnos a nosotros mismos, eliminar el daño y aceptar las limitaciones de nuestra naturaleza, sin tomar como ofensa dichas restricciones sino más bien al contrario, como ayuda para cumplir nuestro destino humano.
A fin de cuentas, ¿qué es el individuo sino un resumen milimetrado del mundo, un retrato a microescala de todos los demás individuos semejantes a él? La lectura de las Meditaciones de Marco Aurelio y de este ensayo de Fernando R. Genovés puede despejarnos muchas dudas y abrir nuevas perspectivas en tal sentido.
José Vicente Pascual es escritor, columnista de prensa y crítico literario.