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Una música que pone en crisis los conceptos

Laura Giordani publica el poemario "Noche sin clausura", en el que cultiva una escritura de la escucha


La escritura de la poeta argentina Laura Giordani es una escritura de la escucha, escritura que, gracias a su música, se queda y deja sin conceptos, sin ideas fijas. En su último poemario (“Noche sin clausura”, colección Candela, Amargord, 2012), Giordani refuerza esa re-creación del ritmo suave, cultivando una especie de música que pone en crisis el poder de los conceptos y llega sin embargo donde éstos no pueden alcanzar. Por Lucía Boscà.




Una música que pone en crisis los conceptos
“Al comienzo fue el verbo - ¿por qué, papá?” Con esta pregunta en boca de un niño termina Sacrificio, la última película de Andrei Tarkovski, pregunta que queda suspendida entre las ramas de un árbol, bajo una atmósfera casi romántica, mientras suena el aria nº47, Apiádate de mí, Dios mío (Erbarme dich, mein Gott) de La pasión según San Mateo (Matthäuspassion), de Johann Sebastian Bach.

Esta misma escena visual podría presenciarse, con algunos elementos diferenciales, en Noche sin clausura: la misma pregunta, el mismo niño, la misma música. O al menos la misma pregunta por la infancia y por la música. Y es que la escritura de Laura Giordani es una escritura de la escucha, escritura que, gracias a su música, se queda y deja sin conceptos, sin ideas fijas.

En este punto es posible acordarse de aquel personaje de Borges a quien parecía faltarle el tiempo y el espacio para nombrar todos los detalles de la realidad que le rodea. Como escribía Borges: "No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversas formas; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)."

La molestia que padecía Ireneo Funes, el memorioso de Borges, está cerca de la que parece removerse en la escritura de Laura Giordani. En este espacio común aparece una condena a crear un nuevo lenguaje para nombrar lo ya visto por el simple hecho de ser sentido de otro modo y también por la imposibilidad de decirlo.

La escritura poética de Laura Giordani refuerza esa re-creación y esa carencia con el fraseo y el ritmo suave a lo largo de Noche sin clausura: una especie de música que pone en crisis el poder de los conceptos y llega sin embargo dónde éstos no pueden alcanzar.

Por lo tanto, en esta poesía hay también una falta, una ausencia, o por lo menos asistimos a la visibilización de un hacer-falta profundo, originario, situado en la frontera de lo profano: una falta como carencia, o quizás también como pecado: dar (la) muerte, matar (¿a Dios?). Y así ocurre en esta noche inminente:

“Dios descansó al séptimo día / y a las seis de la tarde se suicidó” dice el poema titulado “Tarde de Domingo”. ¿Dar(se) esa muerte como pecado, como ofrenda o más bien como sacrificio? Sacrificar, “sacrum facere”, es decir, hacer sagrado, un acto que normalmente se lleva a cabo y cobra sentido a través de la palabra.

Si esto es cierto, en fin, cada palabra de este libro es entonces un hacer sagrado, un sacrificio. Y es que esta poética centra la mirada en lo oculto, en lo incierto, hasta poner incluso en peligro la razón de la propia escritura.

Si se lee así, Noche sin clausura no reúne fotografías sino sus negativos: cuida la oscuridad porque sin ella no habría luz, obliga al lector a reconocer su ceguera, a confiar en su instinto de zahorí para, desde esa intemperie -fuera del día- respirar la exclusión.

Entonces llega otra vez la falta, esta vez hace falta el aire. Es, pues, una poética de la escucha pero también del sacrificio, del sacrificio que supone escuchar. El poema de Giordani llamado “Esas palabras” habla de "esas palabras / que sólo se revelan / cuando los pies se impacientan / junto al precipicio"…

La voz poética, queriendo situarse fuera de la realidad y del lenguaje canónico, lo que hace es abrir otro espacio que pueda ser autosuficiente, y que, por supuesto, también tiene unos límites. Esos límites ayudan a ver los límites del mundo y su lado más doloroso. Y esa mirada se vuelve en cierto modo compasiva.

Sobre los límites ha hablado en un sentido psicoanalítico y también político Jorge Alemán en su ensayo reciente Soledad: común: "Cualquier totalidad encuentra aquello que la limita en lo que necesariamente excluye".

En este sentido, la poesía podría correr el riesgo y asumir el peligro de convertirse en un refugio, en un refugio fuera de todo, pero también refugio. Un refugio por lo tanto abierto, sin cierre, quién sabe si visible.

Es conocida la importancia que ha concedido a una poética de la atención Sophia de Mello Breyner Andersen, una de las mujeres más destacadas en la lírica portuguesa contemporánea. Un poema suyo (“La casa de planta baja”) se plantea así: “Que el arte no se vuelva para ti la compensación de lo que no supiste ser / que no sea permuta ni refugio / ni dejes que el poema te aplace o divida”.

El poema puede ser visto como mera consigna, pero dentro de una poética también abierta y también sin clausura se puede apreciar la necesidad de estar siempre alerta, siempre en peligro. Ese peligro puede seguir presente incluso en la búsqueda por la luz de las palabras.

Es el peligro que siempre conlleva intentar dar luz. Tradicionalmente, la luz es una metáfora del sentido trascendente y en este poemario de Laura Giordani se puede observar una relación, o una cercanía, entre la atención al detalle (se podría dar el ejemplo del versículo “levantar una piedra y descubrir…”) y la cuestión mística.

Pero esta cuestión mística no es tratada ni siquiera de forma central o principal sino, más bien, como algo latente, que hasta podría presentarse de una manera crítica. También aquí el planteamiento de los textos queda abierto en la lectura.

Este nuevo libro de Giordani se caracteriza por una unidad tan fuerte que hace que los poemas se sucedan en una secuencia minuciosa y armónica. Claro que esa armonía implica melodía, y esa melodía tiene que ver con los huesos de los pájaros y ya no con su canto.

Sea como sea, la combinación de lo que el poema dice con esa melodía produce un efecto contradictorio que impacta en la lectura, y que parecería una táctica para que el poema atraviese a quien pueda leerlo. Y lo consigue. Esa contradicción tiene que ver de nuevo con la apertura del sentido y del mundo.

“La lírica sólo puede echar mano de la contradicción y de la contrariedad, a un por gritar que aprieta el cuello de la palabra. Pero tampoco es posible callar”. De esta forma hablaba Eduardo Milán de Materia oscura (2010), el anterior libro de Laura Giordani, y en esto se aprecia claramente tanto la unidad de voz entre el espacio de un libro y el otro como que en este nuevo poemario se siente todavía más la necesidad de seguir escribiendo, la imposibilidad de callar.


Lunes, 25 de Junio 2012
Lucía Boscà
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