Las dualidades suelen ser imprecisas, nunca del todo exactas, pero ayudan a resumir y explicar el mundo. Desde ese punto de vista y respecto a ese propósito, acaban manifestándose siempre muy útiles.
Esa es la primera impresión que he tenido tras la (re)lectura del Libro de precisiones de Miguel Ángel Contreras. La indagación de la conciencia a través de una incursión decidida, valiente y sincera en los ámbitos del desierto (metáfora/paradigma de la soledad necesaria de lo humano ante los atributos inapelables de la realidad), se completa con la interrogación a los sentimientos en la segunda parte de este singular poemario: Variaciones en la piedra.
Lúcido, comprometido con la evidencia de que la poesía es conocimiento y emoción o no es nada, el autor recurre a dos imágenes perfectamente distinguibles para exponer su propuesta: el desierto como averiguación y aceptación de la soledad existencial; la piedra como instauración del anhelo sentimental, el amor y la búsqueda que se convierten, en definitiva, en las únicas razones básicas que dan sentido al vivir.
Miguel Ángel Contreras (Guadix, Granada, 1968) no es un autor de circunstancias, y su obra lo denota. Presente en el panorama literario desde hace ya bastantes (suficientes) años, nunca se ha apresurado por comparecer. Su dedicación poética le incita más a permanecer.
Así, Libro de precisiones tiene desde el primer momento ese tono y alcance que únicamente se detectan en aquellos libros que son resultado de una larga meditación, una concienzuda documentación y una inteligente y extensa observación, en el transcurso de la cual nunca se ha perdido la valiosa exigencia del aprendizaje.
En razón de sus dedicaciones profesionales (profesor e investigador), Miguel Ángel Contreras podía haberse trazado un proyecto como autor muy a la moda: escribir un libro cada año, publicarlo cada año y medio e ir “haciendo currículo”. He aquí lo que diferencia a un poeta codicioso de éxito de un poeta con ambiciones literarias.
El poemario Libro de precisiones exhala desde los primeros versos una soberana y feliz impresión de “obra acabada”; y no “acabada” por lo pulido sino por el trabajo ingente, de muchos años, necesario para depurar esta invitación al conocimiento y el sentimiento que supone el poemario del que les hablo.
Cualquier lector de poesía agradecerá de inmediato al autor que haya ofrecido lo mejor de sí y de sus empeños, no lo más urgente (sobre todo si consideramos que en esta época que nos ha tocado vivir, marcada por la labilidad, el apresuramiento y la saturación de contenidos banales, “lo urgente” suele coincidir, fatídicamente, con lo irrelevante).
A este respecto, con la vista puesta en la poesía que nace de sus manos y en la pluralidad de formas que desdibujan la realidad confusa, así se expresa Miguel Ángel Contreras:
¡Huye de lo que no sea belleza!
.....
Las lenguas nunca sabrán ni entenderán
ni tendrán la bondad del que ama.
Decía al principio que las dualidades son útiles para explicar el mundo. Para recurrir al método parece necesario, asimismo, duplicarse. O desdoblarse. Renunciar al yo siendo extremadamente exigente con el mismo yo. Paradoja capital, lo sé; pero de la misma manera que no pueden venderse navajas de Albacete en la estación ferroviaria de Cabezas de San Juan, nada más iniciar el tren su parada de veinte minutos, sin despertar al viajero, no se puede incursionar en la poesía sin asumir las inevitables mil paradojas que nos aguardan en su universo. Perdón por la digresión.
De esta forma, en la primera parte del libro el autor nos ofrece una descripción a menudo desgarrada y siempre perspicaz sobre esta primera obligación de la conciencia que anhela sentido y saber. Nos encontramos en la línea, clásica y sobrecogedora, de La destrucción o el amor, la disolución del yo en un eco amalgamado, repetido hasta el infinito en el oscuro clamor indiferenciado de cuanto existe:
Desierto, todo es desierto
....
Desierto y soledad
se acompañan... y se prolongan.
Estos versos y otros de semejante intención representan magníficamente una voluntad notoria de perpetuidad en tradición literaria, al tiempo que intentan el aporte de perspectivas actuales. Qué otra cosa, si no, suponen la tradición y la continuidad de los universales literarios. No se trata de un efecto “giratorio”, estéril como la rueda de noria que lleva siglos sacando arena del desierto, por la sencilla y al mismo tiempo desazonadora razón de que cada uno, cada autor, cada poeta que pretenda el conocimiento, está obligado a su propia experiencia en tal sentido. La razón de quienes antecedieron en esta aventura es válida, desde luego, pero no puede transferirse a la propia andadura de cada cual:
La vida también es
aprender a rendirse.
Al final, como última etapa o colofón de un viaje asombroso, lleno de dolor, desvelamientos, euforia e intensidad en la observación, el espíritu tiende a la gran aporía que el mismo conocimiento entraña, y como tal lo proclama el autor:
¡Y qué mal se encuentra uno
dando culto a dioses que no existen!
Esa es la primera impresión que he tenido tras la (re)lectura del Libro de precisiones de Miguel Ángel Contreras. La indagación de la conciencia a través de una incursión decidida, valiente y sincera en los ámbitos del desierto (metáfora/paradigma de la soledad necesaria de lo humano ante los atributos inapelables de la realidad), se completa con la interrogación a los sentimientos en la segunda parte de este singular poemario: Variaciones en la piedra.
Lúcido, comprometido con la evidencia de que la poesía es conocimiento y emoción o no es nada, el autor recurre a dos imágenes perfectamente distinguibles para exponer su propuesta: el desierto como averiguación y aceptación de la soledad existencial; la piedra como instauración del anhelo sentimental, el amor y la búsqueda que se convierten, en definitiva, en las únicas razones básicas que dan sentido al vivir.
Miguel Ángel Contreras (Guadix, Granada, 1968) no es un autor de circunstancias, y su obra lo denota. Presente en el panorama literario desde hace ya bastantes (suficientes) años, nunca se ha apresurado por comparecer. Su dedicación poética le incita más a permanecer.
Así, Libro de precisiones tiene desde el primer momento ese tono y alcance que únicamente se detectan en aquellos libros que son resultado de una larga meditación, una concienzuda documentación y una inteligente y extensa observación, en el transcurso de la cual nunca se ha perdido la valiosa exigencia del aprendizaje.
En razón de sus dedicaciones profesionales (profesor e investigador), Miguel Ángel Contreras podía haberse trazado un proyecto como autor muy a la moda: escribir un libro cada año, publicarlo cada año y medio e ir “haciendo currículo”. He aquí lo que diferencia a un poeta codicioso de éxito de un poeta con ambiciones literarias.
El poemario Libro de precisiones exhala desde los primeros versos una soberana y feliz impresión de “obra acabada”; y no “acabada” por lo pulido sino por el trabajo ingente, de muchos años, necesario para depurar esta invitación al conocimiento y el sentimiento que supone el poemario del que les hablo.
Cualquier lector de poesía agradecerá de inmediato al autor que haya ofrecido lo mejor de sí y de sus empeños, no lo más urgente (sobre todo si consideramos que en esta época que nos ha tocado vivir, marcada por la labilidad, el apresuramiento y la saturación de contenidos banales, “lo urgente” suele coincidir, fatídicamente, con lo irrelevante).
A este respecto, con la vista puesta en la poesía que nace de sus manos y en la pluralidad de formas que desdibujan la realidad confusa, así se expresa Miguel Ángel Contreras:
¡Huye de lo que no sea belleza!
.....
Las lenguas nunca sabrán ni entenderán
ni tendrán la bondad del que ama.
Decía al principio que las dualidades son útiles para explicar el mundo. Para recurrir al método parece necesario, asimismo, duplicarse. O desdoblarse. Renunciar al yo siendo extremadamente exigente con el mismo yo. Paradoja capital, lo sé; pero de la misma manera que no pueden venderse navajas de Albacete en la estación ferroviaria de Cabezas de San Juan, nada más iniciar el tren su parada de veinte minutos, sin despertar al viajero, no se puede incursionar en la poesía sin asumir las inevitables mil paradojas que nos aguardan en su universo. Perdón por la digresión.
De esta forma, en la primera parte del libro el autor nos ofrece una descripción a menudo desgarrada y siempre perspicaz sobre esta primera obligación de la conciencia que anhela sentido y saber. Nos encontramos en la línea, clásica y sobrecogedora, de La destrucción o el amor, la disolución del yo en un eco amalgamado, repetido hasta el infinito en el oscuro clamor indiferenciado de cuanto existe:
Desierto, todo es desierto
....
Desierto y soledad
se acompañan... y se prolongan.
Estos versos y otros de semejante intención representan magníficamente una voluntad notoria de perpetuidad en tradición literaria, al tiempo que intentan el aporte de perspectivas actuales. Qué otra cosa, si no, suponen la tradición y la continuidad de los universales literarios. No se trata de un efecto “giratorio”, estéril como la rueda de noria que lleva siglos sacando arena del desierto, por la sencilla y al mismo tiempo desazonadora razón de que cada uno, cada autor, cada poeta que pretenda el conocimiento, está obligado a su propia experiencia en tal sentido. La razón de quienes antecedieron en esta aventura es válida, desde luego, pero no puede transferirse a la propia andadura de cada cual:
La vida también es
aprender a rendirse.
Al final, como última etapa o colofón de un viaje asombroso, lleno de dolor, desvelamientos, euforia e intensidad en la observación, el espíritu tiende a la gran aporía que el mismo conocimiento entraña, y como tal lo proclama el autor:
¡Y qué mal se encuentra uno
dando culto a dioses que no existen!
La aceptación como sabiduría es al mismo tiempo negación y resignación. Por ello mismo, sabiduría.
Y en este momento de la “narración” poética, Libro de precisiones incita a otra mirada, un acercamiento a la segunda premisa de lo literario como medio de aprendizaje de lo real: los sentimientos; o lo que viene a ser su explicitación en este formulado, las Variaciones en la piedra.
La piedra goza de presunción de perpetuidad (aunque la sabemos contingente, hemos visto ya muchas, demasiadas ruinas en este mundo y en nuestra propia alma para no reconocer también esta virtud mortal de la piedra).
Sin embargo, como metáfora resulta intachable. Los sentimientos que se anhelan durables y sin temor a la extinción, se inscriben sobre la piedra.
Las grandes religiones, en tanto que relatos fabularios y explicaciones mágico-religiosas del mundo, tienen una piedra como elemento basal: las Tablas de Moisés, la piedra negra de La Meca, el Pedro cristiano...
Todos los grandes amores y el gran amor de cada cual, la gran búsqueda, la singladura arriesgada en ámbitos del corazón, tarde o temprano quedarán grabados en piedra (aunque se trate de la marmórea inconsistencia de aquella lápida que nunca podrá colocarse sobre nuestros afanes sentimentales).
Así lo declara Miguel Ángel Contreras, con el desparpajo de quien conoce esas sendas, la ascensión de lo emotivo y la verdad que se acuña en lo íntimo del corazón (ésta sí, imperecedera):
De la piedra he podido aprender
que el corazón manda...
... escrutando... supe que alguna vez tuvo grabada
una inscripción que decía: mi destino
es mi origen.
Los sentimientos son destino y origen, y la piedra que los representa siempre tiene una localización, un ámbito sobre el que instituye su presencia soberana y unos ecos de esa historia (experiencia colectiva) que ha retenido en su particular aura de dimensiones imaginarias.
Y en este momento de la “narración” poética, Libro de precisiones incita a otra mirada, un acercamiento a la segunda premisa de lo literario como medio de aprendizaje de lo real: los sentimientos; o lo que viene a ser su explicitación en este formulado, las Variaciones en la piedra.
La piedra goza de presunción de perpetuidad (aunque la sabemos contingente, hemos visto ya muchas, demasiadas ruinas en este mundo y en nuestra propia alma para no reconocer también esta virtud mortal de la piedra).
Sin embargo, como metáfora resulta intachable. Los sentimientos que se anhelan durables y sin temor a la extinción, se inscriben sobre la piedra.
Las grandes religiones, en tanto que relatos fabularios y explicaciones mágico-religiosas del mundo, tienen una piedra como elemento basal: las Tablas de Moisés, la piedra negra de La Meca, el Pedro cristiano...
Todos los grandes amores y el gran amor de cada cual, la gran búsqueda, la singladura arriesgada en ámbitos del corazón, tarde o temprano quedarán grabados en piedra (aunque se trate de la marmórea inconsistencia de aquella lápida que nunca podrá colocarse sobre nuestros afanes sentimentales).
Así lo declara Miguel Ángel Contreras, con el desparpajo de quien conoce esas sendas, la ascensión de lo emotivo y la verdad que se acuña en lo íntimo del corazón (ésta sí, imperecedera):
De la piedra he podido aprender
que el corazón manda...
... escrutando... supe que alguna vez tuvo grabada
una inscripción que decía: mi destino
es mi origen.
Los sentimientos son destino y origen, y la piedra que los representa siempre tiene una localización, un ámbito sobre el que instituye su presencia soberana y unos ecos de esa historia (experiencia colectiva) que ha retenido en su particular aura de dimensiones imaginarias.
Miguel Ángel Contreras.
Por esta razón, los sentimientos, como la piedra, se hacen carne en escenarios concretos, de los que Miguel Ángel Contreras cita algunos de exquisita solvencia: el puente Carlos de Praga, la avenida Unter den Linden y la plaza de Bib-Rambla, la Fontana de Trevi, el Ponte Vecchio de Florencia...
Si tuviera que resumir en dos líneas el contenido y significación de este libro de poemas, lo señalaría como “Crónica exquisitamente (de)tallada de un viaje personal hacia la conciencia y el amor”.
Luego, pediría mil disculpas por algún abuso del artificio tipográfico al que no he podido resistirme, esa (de)tallada forma de escribir poesía y de hablar sobre el mundo y el ser que tiene (porque le pertenece), Miguel Ángel Contreras.
Y acabaría agradeciendo al destino que aún haya poetas con afán de aprender de la historia literaria española y no de imitar las fórmulas de éxito de sus amigos. Por último, tan satisfecho por haber sido lector de Libro de precisiones, pondría un agradecido punto final.
José Vicente Pascual es escritor, columnista de prensa y crítico literario.
Si tuviera que resumir en dos líneas el contenido y significación de este libro de poemas, lo señalaría como “Crónica exquisitamente (de)tallada de un viaje personal hacia la conciencia y el amor”.
Luego, pediría mil disculpas por algún abuso del artificio tipográfico al que no he podido resistirme, esa (de)tallada forma de escribir poesía y de hablar sobre el mundo y el ser que tiene (porque le pertenece), Miguel Ángel Contreras.
Y acabaría agradeciendo al destino que aún haya poetas con afán de aprender de la historia literaria española y no de imitar las fórmulas de éxito de sus amigos. Por último, tan satisfecho por haber sido lector de Libro de precisiones, pondría un agradecido punto final.
José Vicente Pascual es escritor, columnista de prensa y crítico literario.