José Antonio Moreno Jurado (Sevilla, 1946), es profesor, traductor y poeta de larga y prestigiosa trayectoria. Ha recibido los premios Adonais (1973) y Juan Ramón Jiménez (1985). Ha traducido a autores de la talla de Odysseas Elytis (premio Nobel de literatura en 1979), y Giorgos Seferis.
Sus libros de poemas, Mareas de la luz y de la muerte, Elegías del monte Atos y Por los bosques del otoño, entre otros, han sido siempre recibidos por la crítica como obras literarias de singular significación (singular en el sentido de que Moreno Jurado es uno de esos escasos poetas que al margen de modas y tendencias generacionales instituye una voz propia, anclada a una convicción radicalmente independiente sobre la existencia y la creación literaria).
Todo lo cual, en sí valioso, no tendría mayor relevancia en el panorama de la poesía española contemporánea si no fuese por un tercer aspecto fundamental en la obra de este autor: su permanente inquietud e indagación sobre el sentido profundo de nuestra cultura y el destino (justificación), del individuo en ese magma sin retorno que va sedimentando a lo largo de los siglos y que constituye el espíritu, el alma activa de una civilización.
Lo literario como intuición que aguza e intenta discernir sobre el significado de lo real, en interpretación que involucra elementos tanto culturales como del inconsciente, no es un hallazgo nuevo ni tan siquiera propio de nuestra civilización occidental. Cuando los redactores sumerios del Poema de Gilgamesh se interrogaban sobre la muerte y la inmortalidad, o los escritores de la Biblia ofrecían una descripción de la creación del mundo y el ser humano (y de paso intentaban una explicación comprensible acerca de la paradoja binómica por antonomasia: bien/mal), estaban, por así decirlo, fundando este método instintivo de averiguación y elucidación de las manifestaciones trascendentales de lo real.
A modo de ejemplo, resulta enternecedor y emocionante comprobar cómo los redactores bíblicos, a la hora de justificar la presencia del ser humano en la naturaleza, recurren a una explicación tan candorosamente sencilla como precisa: Dios tomó un puñado de barro y le insufló la vida y el alma. He aquí una formulación primitiva pero apabullantemente verosímil sobre el origen de lo humano y su vínculo con la naturaleza. Hay muchas cosas que ignoramos sobre nuestro origen como especie, pero sabemos a ciencia cierta que provenimos del barro y que una determinación evolutiva nos condujo a la conciencia.
Sus libros de poemas, Mareas de la luz y de la muerte, Elegías del monte Atos y Por los bosques del otoño, entre otros, han sido siempre recibidos por la crítica como obras literarias de singular significación (singular en el sentido de que Moreno Jurado es uno de esos escasos poetas que al margen de modas y tendencias generacionales instituye una voz propia, anclada a una convicción radicalmente independiente sobre la existencia y la creación literaria).
Todo lo cual, en sí valioso, no tendría mayor relevancia en el panorama de la poesía española contemporánea si no fuese por un tercer aspecto fundamental en la obra de este autor: su permanente inquietud e indagación sobre el sentido profundo de nuestra cultura y el destino (justificación), del individuo en ese magma sin retorno que va sedimentando a lo largo de los siglos y que constituye el espíritu, el alma activa de una civilización.
Lo literario como intuición que aguza e intenta discernir sobre el significado de lo real, en interpretación que involucra elementos tanto culturales como del inconsciente, no es un hallazgo nuevo ni tan siquiera propio de nuestra civilización occidental. Cuando los redactores sumerios del Poema de Gilgamesh se interrogaban sobre la muerte y la inmortalidad, o los escritores de la Biblia ofrecían una descripción de la creación del mundo y el ser humano (y de paso intentaban una explicación comprensible acerca de la paradoja binómica por antonomasia: bien/mal), estaban, por así decirlo, fundando este método instintivo de averiguación y elucidación de las manifestaciones trascendentales de lo real.
A modo de ejemplo, resulta enternecedor y emocionante comprobar cómo los redactores bíblicos, a la hora de justificar la presencia del ser humano en la naturaleza, recurren a una explicación tan candorosamente sencilla como precisa: Dios tomó un puñado de barro y le insufló la vida y el alma. He aquí una formulación primitiva pero apabullantemente verosímil sobre el origen de lo humano y su vínculo con la naturaleza. Hay muchas cosas que ignoramos sobre nuestro origen como especie, pero sabemos a ciencia cierta que provenimos del barro y que una determinación evolutiva nos condujo a la conciencia.
Esa es la perspectiva de lo poético como acceso al conocimiento, y en ella han insistido durante milenios muchos autores que sienten su voz vinculada a la tradición o discurso interrumpido entre los orígenes y el presente y la realidad de la conciencia y el conocimiento.
En tal sentido, José Antonio Moreno Jurado es un poeta de la tradición. El nexo que establece en Últimas mareas (Vaso Roto Ediciones, 2012) con el legado de la cultura griega clásica, a través de guías contemporáneos como Cavafis y Elytis, asume además el reto (y el riesgo), de posicionar su mirada en un entorno apasionante, sobre la única civilización en el planeta cuyos relatos fundacionales no son de carácter mágico/religioso sino puramente literarios, es decir, de índole estética.
Los antiguos héroes y los dioses del Olimpo nacen como personajes concebidos para intervenir en una ficción humana (mortal), y todos los elementos ideológicos y simbólicos de esta mitología tienen al hombre como centro y medida de su conclusión:
“Los labios son el cráter de una fiebre invisible * mientras sube a mi cabello * secamente * el polvo milenario de las civilizaciones”.
Quizás por este motivo, manifiesta el poeta su desazón, tintada de hondo pesimismo, al comprobar cómo los ámbitos y referentes históricos que han otorgado razón de ser a nuestra civilización y a cada existencia individual, cambian su decisivo papel para convertirse en absurdos (groseros) escenarios turísticos:
“El último de los griegos * ya ha caído * para siempre el pensamiento * la majestad del equilibrio * mientras voy eligiendo * el último * mi gesto hacia la muerte”.
La imagen, que es la idea, está presente en cada rincón de estos poemas, a veces como un latido sutil de melancolía por lo perdido y que sabemos que nunca vamos a recuperar, a menudo también como un grito de rebeldía:
“África y Europa y Asia
navegando hacia el cabo de la mala esperanza
vendedores del cuerpo
trabajos del infierno de la fresa
o del sexo
en idénticas proporciones
acurrucados los unos junto a los otros
para sentir la bendición
de toda la pobreza compartida”
De la interrogación a lo colectivo, Moreno Jurado pasa alternativamente a la indagación sobre lo individual, eso que en otro tiempo se llamaba “introspección”. Últimas mareas es también, por tanto, una exigente interpelación al sentido de cada periplo personal y, sobre todo, de la muerte. De la reclamación del ser potestatario de la conciencia, declina el autor a la averiguación, por otra parte poco probable, del sentido de la extinción personal:
“Soy uno más
Un blanco un negro un rubio un amarillo
Qué importa
Soy lo que soy y digo”
......
“y el mar de frente
el mar frente a mí mismo
mostrando entre sonrisas las mareas de los otros
y quitándome a mí
pobre mar egoísta
estas pocas mareas que me quedan”
Impregnación y espontánea permeabilidad hacia la tradición clásica grecolatina por una parte, e indocilidad existencial (la experiencia del amor como sublimación de la muerte, la certidumbre sobre el final inevitable a todo proyecto individual del ser), por otra, son los dos vértices fundamentales que Moreno Jurado hace converger en este poemario insólito.
Decía el clásico que “la manera de probar la consistencia de una filosofía es preguntarle qué opina sobre la muerte”. Ese “commentatio mortis” filosófico adquiere idéntica dimensión y pretensión sapiencial en la poesía de Moreno Jurado... Con el añadido, novedoso y en cierto sentido desasosegante, de que un poeta de nuestro tiempo interroga al destino no sólo por el fin de sí mismo, sino por el final del mundo y la historia tal como los hemos conocido y amado, tal como nos han deslumbrado hasta el presente.
La intuición (nuevamente el instinto poético), de que las últimas mareas de una vida pueden ser metáfora sobre el desvaimiento de toda una era, una civilización tal como la conocemos, es un hallazgo turbador. El esmero con que Moreno Jurado ha tratado y ahondado en este elemento generador de Últimas mareas, algo que todo lector de poesía seguro que agradece.
José Vicente Pascual es escritor, columnista de prensa y crítico literario.
En tal sentido, José Antonio Moreno Jurado es un poeta de la tradición. El nexo que establece en Últimas mareas (Vaso Roto Ediciones, 2012) con el legado de la cultura griega clásica, a través de guías contemporáneos como Cavafis y Elytis, asume además el reto (y el riesgo), de posicionar su mirada en un entorno apasionante, sobre la única civilización en el planeta cuyos relatos fundacionales no son de carácter mágico/religioso sino puramente literarios, es decir, de índole estética.
Los antiguos héroes y los dioses del Olimpo nacen como personajes concebidos para intervenir en una ficción humana (mortal), y todos los elementos ideológicos y simbólicos de esta mitología tienen al hombre como centro y medida de su conclusión:
“Los labios son el cráter de una fiebre invisible * mientras sube a mi cabello * secamente * el polvo milenario de las civilizaciones”.
Quizás por este motivo, manifiesta el poeta su desazón, tintada de hondo pesimismo, al comprobar cómo los ámbitos y referentes históricos que han otorgado razón de ser a nuestra civilización y a cada existencia individual, cambian su decisivo papel para convertirse en absurdos (groseros) escenarios turísticos:
“El último de los griegos * ya ha caído * para siempre el pensamiento * la majestad del equilibrio * mientras voy eligiendo * el último * mi gesto hacia la muerte”.
La imagen, que es la idea, está presente en cada rincón de estos poemas, a veces como un latido sutil de melancolía por lo perdido y que sabemos que nunca vamos a recuperar, a menudo también como un grito de rebeldía:
“África y Europa y Asia
navegando hacia el cabo de la mala esperanza
vendedores del cuerpo
trabajos del infierno de la fresa
o del sexo
en idénticas proporciones
acurrucados los unos junto a los otros
para sentir la bendición
de toda la pobreza compartida”
De la interrogación a lo colectivo, Moreno Jurado pasa alternativamente a la indagación sobre lo individual, eso que en otro tiempo se llamaba “introspección”. Últimas mareas es también, por tanto, una exigente interpelación al sentido de cada periplo personal y, sobre todo, de la muerte. De la reclamación del ser potestatario de la conciencia, declina el autor a la averiguación, por otra parte poco probable, del sentido de la extinción personal:
“Soy uno más
Un blanco un negro un rubio un amarillo
Qué importa
Soy lo que soy y digo”
......
“y el mar de frente
el mar frente a mí mismo
mostrando entre sonrisas las mareas de los otros
y quitándome a mí
pobre mar egoísta
estas pocas mareas que me quedan”
Impregnación y espontánea permeabilidad hacia la tradición clásica grecolatina por una parte, e indocilidad existencial (la experiencia del amor como sublimación de la muerte, la certidumbre sobre el final inevitable a todo proyecto individual del ser), por otra, son los dos vértices fundamentales que Moreno Jurado hace converger en este poemario insólito.
Decía el clásico que “la manera de probar la consistencia de una filosofía es preguntarle qué opina sobre la muerte”. Ese “commentatio mortis” filosófico adquiere idéntica dimensión y pretensión sapiencial en la poesía de Moreno Jurado... Con el añadido, novedoso y en cierto sentido desasosegante, de que un poeta de nuestro tiempo interroga al destino no sólo por el fin de sí mismo, sino por el final del mundo y la historia tal como los hemos conocido y amado, tal como nos han deslumbrado hasta el presente.
La intuición (nuevamente el instinto poético), de que las últimas mareas de una vida pueden ser metáfora sobre el desvaimiento de toda una era, una civilización tal como la conocemos, es un hallazgo turbador. El esmero con que Moreno Jurado ha tratado y ahondado en este elemento generador de Últimas mareas, algo que todo lector de poesía seguro que agradece.
José Vicente Pascual es escritor, columnista de prensa y crítico literario.