Foto: Stock.xchng
Expertos como Jakobiak, Lesca, Rouach….han profundizado en el concepto de “Vigilancia Tecnológica” y nos han dado pautas para entender de una manera clara en qué consiste esta práctica tan nueva y tan antigua al mismo tiempo.
Porque esta necesidad de saber “la situación del otro” ya viene de lejos. En 1784 Agustín de Betancourt, ingeniero español afincado en Francia, protagonizó algunos episodios que los expertos de hoy en día sitúan a caballo entre el espionaje industrial y la vigilancia tecnológica.
Pues Betancourt diseñó su máquina de vapor de doble efecto a partir de otra máquina que había visto en Londres, a lo lejos y de manera parcial. Y este avance fue decisivo para la propagación de la revolución industrial en Europa. Lo que no es poco decir.
Y es que hay tanta confusión al respecto, que todavía un gran sector empresarial considera que la vigilancia tecnológica no es más que una versión edulcorada del espionaje industrial. El tema es delicado, pues el espionaje industrial ha sido considerado siempre una práctica no ética y más de uno se queda perplejo cuando cree que se está dando oficialidad a lo que antes era un tema tabú y desleal.
Es una realidad que la frontera entre ambos conceptos es muy fina y en ocasiones se puede incurrir en prácticas políticamente incorrectas a la hora de averiguar qué hace nuestro empresario vecino. Pero la diferencia entre ambos conceptos existe, y es muy importante que sepamos diferenciarlos; para ello aquí van algunas pautas:
Lo que hace el vecino sí importa
Ambos conceptos nacen de la misma necesidad, que no es otra que el afán de superar a nuestro semejante, y el deseo de no ser arrinconados por la competencia. Y la única manera de evitarlo es saber qué hace y cómo. De este modo se podrán tomar las acciones que consideremos más adecuadas y no dejarnos sorprender. Si la competencia va a sacar un nuevo modelo al mercado, será bueno saberlo para intentar adelantarnos y no quedarnos en la cola. O, al menos, esto es lo que nos gustaría.
¿Empresarios despiertos o vulgares espías?
Ya hemos visto que la necesidad de información marca el pistoletazo de salida. Pero será la manera en que decidamos satisfacer nuestra curiosidad, lo que diferenciará una práctica honesta de otra que no lo sea.
Averiguar lo que hace el vecino nos hace, a veces, sentirnos intranquilos. Deseamos una información, pero no sabemos si lo que estamos pidiendo es lícito o no. Y entre otras cosas, porque sabemos que el espionaje industrial es un delito en la mayoría de los países occidentales. En España está penado en los artículos 278. 279 y 280 de Código Penal. En Estados Unidos, el Economic Espionage Act (1996) recoge penas de hasta 15 años de prisión. Ya hemos comentado que la frontera entre ambos conceptos es sutil y con es fácil saltar de un lado a otro. De ahí los temores de algunos empresarios.
¿Cómo podemos obtener la máxima información de la competencia sin incurrir en delito? La llave radica, como hemos dicho, en la manera de acceder a esta información. Y esta llave, además, tiene un nombre: ética.
Ética como puerta de acceso
Si, la ética. Pero qué concepto tan abstracto para un tema tan concreto. ¿Cómo aplicar la ética? ¿Quién nos dice si somos o no “éticos” cuando buscamos la máxima información de lo que hace nuestro competidor? Hay una pauta sencilla, que se traduce en una intención manifiesta de que la información que obtengamos de la competencia provenga de fuentes lícitas. Comprar información de una empresa a un empleado insatisfecho que allí trabaje, seguramente nos situaría en posición muy ventajosa, pero el procedimiento ha sido ilegal, por mucho que sea una transacción libre y consentida entre adultos.
Si el procedimiento por el cual hemos obtenido la información proviene de una fuente legal, estaremos hablando de Inteligencia Competitiva. Si no es así, estamos en un caso clarísimo de espionaje industrial.
Y ¿cuáles son esas fuentes legales? Hoy en día es posible lograr toda la información que se desee sin incurrir en delito de espionaje. Las fuentes públicas (Registro Mercantil, por ejemplo) o las privadas (bases de datos, directorios) nos proporcionan datos y posiciones estratégicas de nuestros competidores y a ellas podemos acudir, para ver su posición y tomar medidas oportunas.
Respetar las reglas del juego será la clave para una competencia sana que motive y haga crecer a las empresas. Las técnicas de espionaje ensucian a quienes la practican y a la larga empobrecen la buena marcha del sector empresarial.
María Dolores Babot León es Licenciada en Documentación por la UOC (Universitat Oberta de Catalunya, 2004) y Licenciada en Derecho por la universidad de Barcelona (1987). En la actualidad trabaja como documentalista a través de su propia web.
Porque esta necesidad de saber “la situación del otro” ya viene de lejos. En 1784 Agustín de Betancourt, ingeniero español afincado en Francia, protagonizó algunos episodios que los expertos de hoy en día sitúan a caballo entre el espionaje industrial y la vigilancia tecnológica.
Pues Betancourt diseñó su máquina de vapor de doble efecto a partir de otra máquina que había visto en Londres, a lo lejos y de manera parcial. Y este avance fue decisivo para la propagación de la revolución industrial en Europa. Lo que no es poco decir.
Y es que hay tanta confusión al respecto, que todavía un gran sector empresarial considera que la vigilancia tecnológica no es más que una versión edulcorada del espionaje industrial. El tema es delicado, pues el espionaje industrial ha sido considerado siempre una práctica no ética y más de uno se queda perplejo cuando cree que se está dando oficialidad a lo que antes era un tema tabú y desleal.
Es una realidad que la frontera entre ambos conceptos es muy fina y en ocasiones se puede incurrir en prácticas políticamente incorrectas a la hora de averiguar qué hace nuestro empresario vecino. Pero la diferencia entre ambos conceptos existe, y es muy importante que sepamos diferenciarlos; para ello aquí van algunas pautas:
Lo que hace el vecino sí importa
Ambos conceptos nacen de la misma necesidad, que no es otra que el afán de superar a nuestro semejante, y el deseo de no ser arrinconados por la competencia. Y la única manera de evitarlo es saber qué hace y cómo. De este modo se podrán tomar las acciones que consideremos más adecuadas y no dejarnos sorprender. Si la competencia va a sacar un nuevo modelo al mercado, será bueno saberlo para intentar adelantarnos y no quedarnos en la cola. O, al menos, esto es lo que nos gustaría.
¿Empresarios despiertos o vulgares espías?
Ya hemos visto que la necesidad de información marca el pistoletazo de salida. Pero será la manera en que decidamos satisfacer nuestra curiosidad, lo que diferenciará una práctica honesta de otra que no lo sea.
Averiguar lo que hace el vecino nos hace, a veces, sentirnos intranquilos. Deseamos una información, pero no sabemos si lo que estamos pidiendo es lícito o no. Y entre otras cosas, porque sabemos que el espionaje industrial es un delito en la mayoría de los países occidentales. En España está penado en los artículos 278. 279 y 280 de Código Penal. En Estados Unidos, el Economic Espionage Act (1996) recoge penas de hasta 15 años de prisión. Ya hemos comentado que la frontera entre ambos conceptos es sutil y con es fácil saltar de un lado a otro. De ahí los temores de algunos empresarios.
¿Cómo podemos obtener la máxima información de la competencia sin incurrir en delito? La llave radica, como hemos dicho, en la manera de acceder a esta información. Y esta llave, además, tiene un nombre: ética.
Ética como puerta de acceso
Si, la ética. Pero qué concepto tan abstracto para un tema tan concreto. ¿Cómo aplicar la ética? ¿Quién nos dice si somos o no “éticos” cuando buscamos la máxima información de lo que hace nuestro competidor? Hay una pauta sencilla, que se traduce en una intención manifiesta de que la información que obtengamos de la competencia provenga de fuentes lícitas. Comprar información de una empresa a un empleado insatisfecho que allí trabaje, seguramente nos situaría en posición muy ventajosa, pero el procedimiento ha sido ilegal, por mucho que sea una transacción libre y consentida entre adultos.
Si el procedimiento por el cual hemos obtenido la información proviene de una fuente legal, estaremos hablando de Inteligencia Competitiva. Si no es así, estamos en un caso clarísimo de espionaje industrial.
Y ¿cuáles son esas fuentes legales? Hoy en día es posible lograr toda la información que se desee sin incurrir en delito de espionaje. Las fuentes públicas (Registro Mercantil, por ejemplo) o las privadas (bases de datos, directorios) nos proporcionan datos y posiciones estratégicas de nuestros competidores y a ellas podemos acudir, para ver su posición y tomar medidas oportunas.
Respetar las reglas del juego será la clave para una competencia sana que motive y haga crecer a las empresas. Las técnicas de espionaje ensucian a quienes la practican y a la larga empobrecen la buena marcha del sector empresarial.
María Dolores Babot León es Licenciada en Documentación por la UOC (Universitat Oberta de Catalunya, 2004) y Licenciada en Derecho por la universidad de Barcelona (1987). En la actualidad trabaja como documentalista a través de su propia web.