La búsqueda de un lenguaje nuevo en poesía no es tarea sencilla, en primer lugar porque casi siempre ese lenguaje nuevo está ligado a una percepción tanto del lenguaje como de su referente, el mundo. No me refiero al mundo en general sino a la percepción que tenemos de la realidad, sea esta externa o interna.
En este sentido, diría más bien, la percepción imaginaria que tenemos del mundo y que junto con nuestras propias vivencias pasan a formar parte de la escritura. A veces esa búsqueda de un lenguaje nuevo nos conduce a caminos ya recorridos y por ende con un nivel de refracción en el lector que le permite entrar en el texto. En otros casos es un camino de búsqueda nuevo con todo lo azaroso que esto conlleva.
La reciente edición de Fábula (Aristas Martínez, 2012) me permite reflexionar sobre esta cuestión no solamente desde el punto de vista del lenguaje sino también de la percepción del universo imaginario que lo hace posible. En este caso se trata de un universo donde se cruzan dos lenguajes: el de la escritura y el de la imagen.
Pero, en ambos casos, los lenguajes cumplen una función ligeramente diferente a cómo podemos pensar que se comportan tales elementos dentro del universo poético del libro.
La escritura de Fábula no es poética en el sentido en que lo entendemos hoy, mientras que la imagen tampoco es un adyacente secundario a la escritura, ni tampoco una modalidad de contemplación al uso, sino más bien una representación icónica para entrar al universo creado en la escritura.
Dije que la escritura no es poética en el sentido que hoy lo entendemos pero sí en la percepción de la poesía como creación y sabiduría para acceder al conocimiento de sí mismo. En este sentido el libro es oracular porque nos devuelve en sus textos una respuesta a nuestras interrogantes.
Esta cualidad reflectora del libro o de “libro de consulta” nos interroga en la medida en que lo leemos. La escritura tiene un tono admonitorio que devuelve una respuesta, al igual que la imagen que la acompaña. Es también una experiencia lúdica que necesita de la apertura imaginativa del lector para que se manifieste. Si no se comparten estos principios no es posible abrir el universo de Fábula.
La relación entre imagen y texto no es nueva en el ámbito de la escritura poética pero sí lo es en el grado de representación imaginaria a la que nos conduce. Fábula nos traslada a un universo oracular y moral. La imagen acompaña, habla por sí y acentúa el contenido oracular de los textos.
En este sentido, diría más bien, la percepción imaginaria que tenemos del mundo y que junto con nuestras propias vivencias pasan a formar parte de la escritura. A veces esa búsqueda de un lenguaje nuevo nos conduce a caminos ya recorridos y por ende con un nivel de refracción en el lector que le permite entrar en el texto. En otros casos es un camino de búsqueda nuevo con todo lo azaroso que esto conlleva.
La reciente edición de Fábula (Aristas Martínez, 2012) me permite reflexionar sobre esta cuestión no solamente desde el punto de vista del lenguaje sino también de la percepción del universo imaginario que lo hace posible. En este caso se trata de un universo donde se cruzan dos lenguajes: el de la escritura y el de la imagen.
Pero, en ambos casos, los lenguajes cumplen una función ligeramente diferente a cómo podemos pensar que se comportan tales elementos dentro del universo poético del libro.
La escritura de Fábula no es poética en el sentido en que lo entendemos hoy, mientras que la imagen tampoco es un adyacente secundario a la escritura, ni tampoco una modalidad de contemplación al uso, sino más bien una representación icónica para entrar al universo creado en la escritura.
Dije que la escritura no es poética en el sentido que hoy lo entendemos pero sí en la percepción de la poesía como creación y sabiduría para acceder al conocimiento de sí mismo. En este sentido el libro es oracular porque nos devuelve en sus textos una respuesta a nuestras interrogantes.
Esta cualidad reflectora del libro o de “libro de consulta” nos interroga en la medida en que lo leemos. La escritura tiene un tono admonitorio que devuelve una respuesta, al igual que la imagen que la acompaña. Es también una experiencia lúdica que necesita de la apertura imaginativa del lector para que se manifieste. Si no se comparten estos principios no es posible abrir el universo de Fábula.
La relación entre imagen y texto no es nueva en el ámbito de la escritura poética pero sí lo es en el grado de representación imaginaria a la que nos conduce. Fábula nos traslada a un universo oracular y moral. La imagen acompaña, habla por sí y acentúa el contenido oracular de los textos.
Por otra parte, no es un libro pensado para ser leído desde la primera página a la última sino que requiere una lectura al azar. Esta modalidad de entrada que el libro exige también remite a una relectura que nunca es igual. El libro funciona como si de un tarot se tratara o como una lectura del I Ching, el libro de las mutaciones.
Siempre la lectura nos arroja nuevas respuestas y otras interrogantes. Por tanto, su sentido oracular está dirigido a quién lee según el momento de su lectura y el deseo que lo conduce a ella.
"El Piojo:
-Sobre lo indiscutible es mejor guardar silencio.
La inquietud crece en ti, vive de ti y te habita. Para librarse acaso la única salida es cortarse la cabeza.
Si no lo quieres así, más vale que aprendas
a cuidar de ella".
La lista de iconos que aparece a modo de índice, al comienzo de Fábula, acentúa esta lectura especular del libro, además de las propias palabras del autor: “…la elección de los iconos indica el deseo de obtener respuesta”, nos advierte al final de la primera parte. Porque la segunda, leída de atrás hacia adelante, nos introduce en otro libro, no menos diferente pero igual en su cosmovisión: La voz del oído. Si la primera sección del libro necesita de la participación lúdica del lector, en la segunda se revierte a una percepción auditiva del poema pero no por ello menos oracular en su decir poético:
"-Escuchas la voz que repite una voz alejada del tiempo.
A veces por ella sabes lo que ocurre en ti;a veces sólo entiendes que esa voz,
como tu propia voz, quiere hacerte compañía".
Concebido como una máquina rizomática, un aparato deseante, la lectura de Fábula y La voz del oído introducen al lector en un universo diferente al usual dentro del panorama poético. Se trata de una “máquina” de los deseos que nos remite a la observación de nuestro inconsciente.
“El deseo que se instala en ti te multiplica; es agua que barniza de sol los adoquines. Confúndete en el resplandor que ciega y haz de la calle y de tus ojos agua donde tu deseo habita”, nos trasmite en otro texto de la segunda sección del libro.
Mención aparte merecen tanto la escritura como las imágenes del libro, obra del artista Pedro Núñez. Ya dijimos que el lenguaje adopta una forma oracular pero no por ello deja de ser poético, y lo es en el sentido en su capacidad de sugerencia de las palabras, de lo que no se dice. El grado de abstracción de los iconos que conforman el volumen revela el movimiento de los textos al ser, además de índice de percepción visual, puente de la percepción sonora.
Un viaje por el imaginario de la creación, una imagen especular de lo que somos, una búsqueda de la escritura, una máquina de reproducción de los deseos, esos parecen ser los resultados de la escritura y los iconos que conforman el universo de esta fábula.
Siempre la lectura nos arroja nuevas respuestas y otras interrogantes. Por tanto, su sentido oracular está dirigido a quién lee según el momento de su lectura y el deseo que lo conduce a ella.
"El Piojo:
-Sobre lo indiscutible es mejor guardar silencio.
La inquietud crece en ti, vive de ti y te habita. Para librarse acaso la única salida es cortarse la cabeza.
Si no lo quieres así, más vale que aprendas
a cuidar de ella".
La lista de iconos que aparece a modo de índice, al comienzo de Fábula, acentúa esta lectura especular del libro, además de las propias palabras del autor: “…la elección de los iconos indica el deseo de obtener respuesta”, nos advierte al final de la primera parte. Porque la segunda, leída de atrás hacia adelante, nos introduce en otro libro, no menos diferente pero igual en su cosmovisión: La voz del oído. Si la primera sección del libro necesita de la participación lúdica del lector, en la segunda se revierte a una percepción auditiva del poema pero no por ello menos oracular en su decir poético:
"-Escuchas la voz que repite una voz alejada del tiempo.
A veces por ella sabes lo que ocurre en ti;a veces sólo entiendes que esa voz,
como tu propia voz, quiere hacerte compañía".
Concebido como una máquina rizomática, un aparato deseante, la lectura de Fábula y La voz del oído introducen al lector en un universo diferente al usual dentro del panorama poético. Se trata de una “máquina” de los deseos que nos remite a la observación de nuestro inconsciente.
“El deseo que se instala en ti te multiplica; es agua que barniza de sol los adoquines. Confúndete en el resplandor que ciega y haz de la calle y de tus ojos agua donde tu deseo habita”, nos trasmite en otro texto de la segunda sección del libro.
Mención aparte merecen tanto la escritura como las imágenes del libro, obra del artista Pedro Núñez. Ya dijimos que el lenguaje adopta una forma oracular pero no por ello deja de ser poético, y lo es en el sentido en su capacidad de sugerencia de las palabras, de lo que no se dice. El grado de abstracción de los iconos que conforman el volumen revela el movimiento de los textos al ser, además de índice de percepción visual, puente de la percepción sonora.
Un viaje por el imaginario de la creación, una imagen especular de lo que somos, una búsqueda de la escritura, una máquina de reproducción de los deseos, esos parecen ser los resultados de la escritura y los iconos que conforman el universo de esta fábula.