Después de la publicación de Para no morir ahora, Demonios y leyes, Ordet, y Otro año del mundo, así como de otros trabajos literarios de narrativa y poesía aparecidos en diversas publicaciones o inéditos, la poeta Pilar Martín Gila (Segovia, 1962) acaba de publicar el poemario La Cerillera con la Editorial Bala Perdida.
En este nuevo libro la poeta se ha inspirado en obras literarias y cinematográficas previas, como la balada El Rey de los elfos, de Goethe, el cuento El silencio de las sirenas, de Kafka o la película danesa Ordet (Palabra) de 1955, film que dio incluso título a uno de sus libros anteriores en el que hablaba del religare, es decir, del unir, reconciliar al hombre con Dios y la disyuntiva entre fe y razón.
Y ciertamente, la poesía de Pilar Martín Gila reconcilia, en una sociedad que nos individualiza cada vez más, en la que cunde la impotencia ante un panorama desolador, con políticas desinteresadas en la cultura, el narcisismo como bien de consumo y algunos libros llamados de poesía convertidos en superventas.
Reconcilia, también, con la poesía –lenguaje que ensancha la mirada- y hace pensar, cualidad tan denostada. Pensar en la palabra; en cómo llega, si llega, y te atraviesa para instalarse dentro, en el alma, -aunque no se pueda demostrar que el alma sea real, yo sé que lo es porque la siento -.
Me gusta la palabra alma. Tu alma puede tropezar con el mueble del comedor e instalarse entre las páginas de un libro, incluso tu alma sabe que los remanentes de sentimientos contrapuestos te hacen más humana, o sencillamente, humana.
En este nuevo libro la poeta se ha inspirado en obras literarias y cinematográficas previas, como la balada El Rey de los elfos, de Goethe, el cuento El silencio de las sirenas, de Kafka o la película danesa Ordet (Palabra) de 1955, film que dio incluso título a uno de sus libros anteriores en el que hablaba del religare, es decir, del unir, reconciliar al hombre con Dios y la disyuntiva entre fe y razón.
Y ciertamente, la poesía de Pilar Martín Gila reconcilia, en una sociedad que nos individualiza cada vez más, en la que cunde la impotencia ante un panorama desolador, con políticas desinteresadas en la cultura, el narcisismo como bien de consumo y algunos libros llamados de poesía convertidos en superventas.
Reconcilia, también, con la poesía –lenguaje que ensancha la mirada- y hace pensar, cualidad tan denostada. Pensar en la palabra; en cómo llega, si llega, y te atraviesa para instalarse dentro, en el alma, -aunque no se pueda demostrar que el alma sea real, yo sé que lo es porque la siento -.
Me gusta la palabra alma. Tu alma puede tropezar con el mueble del comedor e instalarse entre las páginas de un libro, incluso tu alma sabe que los remanentes de sentimientos contrapuestos te hacen más humana, o sencillamente, humana.
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Pureza radical
La poesía de Pilar Martín Gila es una poesía cargada de espíritu y conciencia, capaz aún así de no atravesar el límite que derrumbaría la esencia del poema, que es aquello que no cabe en otras palabras.
Para conseguir este difícil equilibrio, la autora va dando saltos, en su texto, de una estructura profunda a una estructura superficial. No grandes saltos, solo cambios de ritmo, leves movimientos que la mente capta y, en esa fuerza, que no parece ni siquiera intencionada, despliega una pureza radical.
Sin hacer concesiones a la moda ni a lo cotidiano que parece relevante y no lo es, esta poesía tiene una conexión con la música (no olvidemos que la autora ha colaborado en diversas obras del compositor Sergio Blardony y ha trabajado en varias ocasiones con la improvisadora musical Chefa Alonso).
Esta mixtura hace que la poesía de Martín Gila resuene. También su capacidad de relacionar lecturas, como antes hemos mencionado, y de dejar que estas lecturas se hagan visibles una vez han pasado a otro escenario, el del poema. No es intertextualidad, no es apropiación. Se trata de la delicadeza de continuar una tradición elegida, sin mediadores.
En el caso de La cerillera, este poemario parte de cuento de Andersen con el mismo título, en el que se narra la adversidad de una niña dedicada a vender fósforos la última noche del año.
Y desde el primer verso, “Este es el rincón que sostiene una casa contra la otra”, nos pide una complicidad sin fisuras. Cada poema nos enfrenta con la violencia a través de asideros mínimos, de imágenes intercaladas hasta hacernos ver, en un salto de experiencia, que la violencia está dentro; también en el propio contenido de la obra. Por eso, La cerillera es una llama que estamos necesitando. El fulgor de sus versos abre paso a la visibilidad.
La poesía de Pilar Martín Gila es una poesía cargada de espíritu y conciencia, capaz aún así de no atravesar el límite que derrumbaría la esencia del poema, que es aquello que no cabe en otras palabras.
Para conseguir este difícil equilibrio, la autora va dando saltos, en su texto, de una estructura profunda a una estructura superficial. No grandes saltos, solo cambios de ritmo, leves movimientos que la mente capta y, en esa fuerza, que no parece ni siquiera intencionada, despliega una pureza radical.
Sin hacer concesiones a la moda ni a lo cotidiano que parece relevante y no lo es, esta poesía tiene una conexión con la música (no olvidemos que la autora ha colaborado en diversas obras del compositor Sergio Blardony y ha trabajado en varias ocasiones con la improvisadora musical Chefa Alonso).
Esta mixtura hace que la poesía de Martín Gila resuene. También su capacidad de relacionar lecturas, como antes hemos mencionado, y de dejar que estas lecturas se hagan visibles una vez han pasado a otro escenario, el del poema. No es intertextualidad, no es apropiación. Se trata de la delicadeza de continuar una tradición elegida, sin mediadores.
En el caso de La cerillera, este poemario parte de cuento de Andersen con el mismo título, en el que se narra la adversidad de una niña dedicada a vender fósforos la última noche del año.
Y desde el primer verso, “Este es el rincón que sostiene una casa contra la otra”, nos pide una complicidad sin fisuras. Cada poema nos enfrenta con la violencia a través de asideros mínimos, de imágenes intercaladas hasta hacernos ver, en un salto de experiencia, que la violencia está dentro; también en el propio contenido de la obra. Por eso, La cerillera es una llama que estamos necesitando. El fulgor de sus versos abre paso a la visibilidad.