El recorrido y la madurez creativa de la poeta Marina Tapia (Valparaíso, Chile, 1975) empiezan a ser interesantes.
Desde la publicación en 2013 del poemario El relámpago en la habitación (Nazarí, 2013), un sugerente baño de erotismo y valentía literaria; y 50 Mujeres desnudas (Amargord, 2013), un soberbio ejercicio de sinceridad, la escritora se ha venido prodigando con varias propuestas colectivas de diverso calado, entre las que cabría destacar su labor de coordinación en El pájaro azul. Homenaje a Rubén Darío (Artificios 2016).
Marjales de interior (Anaquel, 2018) entraña unos cambios de textura poética que van a sorprender a más de un seguidor de la escritora chilena. Ahora bien, en estos poemas, a modo de golpes de puro presente, tal vez herederos de la fuerza instantánea del haiku, la voz poética, apasionada, vitalista, equilibrada y, ante todo, enamorada de la belleza no ha perdido ni un solo elemento de su personalidad.
De hecho, el erotismo literario, en el que Marina Tapia es una contrastada experta, sigue latiendo de modo subliminal, entre estas declaraciones de amor a la tierra que ahora la acoge.
Marina Tapia abandona las paredes del estudio, escapa en este caso de la intimidad escondida tras los visillos, y se baña de luz, colores, perfumes, músicas y sabores de Granada y su Vega del Genil.
Tras la celebrada explosión de deseo carnal de El relámpago en la habitación, abre el objetivo de su exquisita sensibilidad a otro deseo -en nada opuesto al erótico-, el deseo vital, el amor rendido hacia el pequeño universo del paisaje mítico, los jardines concebidos como preludios del paraíso, las fuentes recónditas de la Vega, el resplandor efímero de las mariposas, la promesa esponjosa de la nieve, los dibujos del arado en el terruño.
La piel del amado es ahora el paisaje que se extiende bajo un cielo tan desnudo como los cuerpos de los amantes.
Eludiendo ese monótono ego de la ñoñería narcisista de la generación mainstream -mis disculpas por el anglicismo- la poesía de Marina Tapia es un canto a la vida, a la belleza y a la alegría, conceptos nada banales si se tiene en cuenta que son motores de la existencia. Marjales de interior es una oda al deseo de vivir intensamente, a la fuerza del instante, al latido, al aliento: a la dimensión optimista de la vida.
Frente al materialismo tecnológico y su declaración de guerra contra la imaginación, Marjales de interior nos ofrece así una lección magistral de un arte que está cediendo terreno en pos de los imperativos de un sistema corroído por la codicia: el arte de vivir.
Ante el deprimente abaratamiento del concepto de talento, es de celebrar que todavía existan poetas que tengan un conocimiento profundo y contrastado de lo que significa la poesía. Basta con paladear el poema en prosa Definición, para entender y apreciar la enorme calidad que atesora la poeta:
"Otros glosarios, otras regiones. Escenas y caídas y conquistas. Somos los mismos, somos los que piden. Cambia la fornitura del espacio, el frontis del paisaje, pero aquella emoción, el ansia de elevarse, de poder orquestar momento y actitud, el revuelo que causa en la cuenca del ojo su voz que va cavando más adentro, a esa venia del aire, al agua, a la calzada que la muestra. A esta turbación. A eso llamo: luna".