Darwin, diferentes perspectivas. Museo de Ciencias Naturales de Londres.
En el año 2009 se conmemora el bicentenario del nacimiento de Darwin. Desde hace varios años se realizan multitud de actos para celebrar tal evento, por lo que es interesante saber como comenzaron a organizarse estos fastos.
La “Asamblea General de la ONU” había decidido honrar a Galileo, considerado padre de la ciencia, declarando el 2009 como “Año internacional de la astronomía”. Sin embargo, desde el ámbito científico se decidía festejar a Charles Darwin, elevado al rango de santo patrón de la ciencia.
Bueno ¿y qué?, podrán pensar ustedes, el padre de la biología, el padre de la teoría de la evolución que desentrañó el misterio del desarrollo de la vida al descubrir los mecanismos por los que ésta evolucionaba, que luchó denodadamente contra el inmovilismo del “stablishment” social y contra el oscurantismo eclesiástico, que destronó la irracionalidad con la fuerza de la razón ¿no se merece sobradamente este homenaje?
Sin embargo, desde hace décadas se vienen levantando voces que afirman que el darwinismo se ha convertido en el nuevo mito siglo XXI ¿Pero cómo? Se sorprenderá algún lector. Si la evolución es un hecho avalado científicamente. Cierto, el lector tendría razón, la evolución, el hecho de que las especies evolucionan, es un hecho, pero el darwinismo no, no debemos confundir un hecho con la explicación de ese hecho.
La asociación que se establece entre evolución y darwinismo, algo que se hace patente al popularizar la ciencia, es errónea. La evolución es un hecho, el darwinismo una visión teórica. P or mucho que se empeñe la plana mayor del darwinismo en identificar la evolución con Darwin, la realidad es otra, como a lo largo de este artículo mostraremos.
Si esta confusión ya de por sí tiene relevancia, lo peor no es eso. En el mundo de la ciencia han aparecido los nuevos censores, una especie de nueva inquisición, obviamente algo que va contra el espíritu de la ciencia que presume de no tener dogmas. Estos nuevos censores son los defensores del “pensamiento único” que quieren evitar que se debata y se discuta públicamente sobre la teoría de Darwin y el neodarwinismo, especialmente a la luz de determinados hallazgos que nos van ofreciendo numerosas investigaciones. Recientemente el filósofo de la ciencia Telmo Pievani publicaba “Creación sin Dios” [Telmo Pievani, “Creación sin Dios”. Madrid 2009], en la que en tono victimista calificaba a cualquiera que osara cuestionar la teoría darwinista como un “caballo de Troya” del creacionismo.
Desde el principio quiero dejar claro qué es lo que intentaré mostrar a lo largo de estas páginas para que el lector siga leyendo o simplemente lo deje. Ante todo quiero “dar que pensar”, los temas de la vida y las repercusiones éticas que tienen no pueden dejarse en manos de los biólogos, a todos nos incumben.
En segundo lugar, quiero dejar claro que no existe la unanimidad que se pretende mostrar en el terreno de la biología respecto a la teoría evolucionista en la versión darwinista. Muchos científicos y no científicos ven sus lagunas, sus límites o simplemente sus incongruencias. Otra cosa es que en público se atrevan a expresarlo.
La teoría sintética o también conocida como neodarwinismo representa la visión estándar de la biología evolutiva. Es la que se enseña en la universidad y por lo tanto domina el pensamiento biológico, pero ¡ojo! no es oro todo lo que reluce. En la actualidad cada vez va tomando mas relevancia lo que algunos consideran un nuevo paradigma evolutivo al que se conoce como “Evo-Devo”, “Biología Evolutiva y del Desarrollo”, que uniría la teoría neodarwinista de la selección natural y la genética del desarrollo. Se volvería así a tener en consideración la embriología para explicar la evolución.
Esto permitiría explicar la macroevolución (A título de ejemplo pueden cotejarse los artículos y libros que siguen que confirmarían lo dicho C. H. Waddington. “Evolutionary Adaptation”. Tax. Vol I, p. 381-392. Rémy Chauvin. “El darwinismo el fin de un mito”. Madrid 2000. Michele Sarà. “L’evoluzione costruttiva”. Universidad Agromento 2005. J. Cairns , J. Overbaugh, S. Miller “ The origin of mutants”. Nature 1988, 335.142-145. B. Hall. “Spontaneus point mutations that occur often when advantageous than when neutral”. Genetics 1990. Vol. 126, p. 5-16. Lynn Margulis and C. Sagan. “Acquiring genomes: a theory of the origins of species” New York 2002. Máximo Sandín. “Pensando en la evolución, pensando en la vida”. Murcia 2007. Los artículos que citaré de Máximo Sandín pueden encontrarse aquí. Agradezco a I. Nuñez de Castro el que me facilitase su artículo actualmente en prensa, “En busca del Logos para Bíos. Estado de la cuestión en Biofilosofía” Dialogo Filosófico, 2009).
Pienso que este campo de estudio abre nuevas expectativas, pero para constituirse en un nuevo paradigma debe desligarse de lastres darwinistas como la selección natural: si siguen el desarrollo de este trabajo ya entenderán porque. Si mis argumentos no convencen será porque se tendrán argumentos mejores, que me gustaría conocer, y si cuestionan y generan reflexiones propias mejor que mejor. En ambos casos habremos hecho una brecha en el “pensamiento único” que como siempre no es más que ausencia de pensamiento.
1.- Deconstruyendo a Darwin desde la historia
La evolución de las especies se asocia, como hemos dicho, a la figura de Darwin. Darwin se suele presentar como el padre de la biología moderna y el que revolucionó el mundo con su teoría de la evolución por selección natural. ¿Qué hay de mito? ¿Qué de realidad? Hagámonos eco de una serie de acontecimientos.
Corría el verano del año 1858 cuando en “La Sociedad Linneana de Londres” se leía una síntesis de lo que un año después se publicaría con el título del “Origen de las especies”, junto con un manuscrito de Alfred Russell Wallace en los que se presentaba la teoría, que expresada de modo grandilocuente, cambiaría el mundo: la evolución de las especies por selección natural. Estos escritos iban acompañados de una carta de Darwin al botánico Asa Gray fechada el 5 de septiembre de 1857 en la que le había enviado un esbozo de su teoría sobre la selección natural.
Esta maniobra permitía a Darwin coanunciar el descubrimiento con Wallace; era una cuestión de precedencia y sobre este tema se ha escrito mucho. La cuestión sobre si fue correcta o no la actuación de Darwin no importa mucho.
Los hechos se desarrollaron así. El héroe del H. M. S. Beagle no había publicado nada cuando, el 18 de junio de 1858, recibió una carta de Wallace y un manuscrito en el que sintetizaba sus trabajos en el archipiélago de las Malucas; en él se detallaban las conclusiones a las que había llegado que eran semejantes a las de Darwin.
La recepción de la obra de Wallace hizo que apresuradamente redactara un resumen de sus trabajos, ya que él estaba escribiendo una obra en la que desarrollaba las conclusiones de sus estudios, pero esta obra no estaba acabada. El escribir aquella síntesis apresurada le permitió que pudiese presentarla junto al manuscrito de Wallace. La teoría de la evolución de las especies por selección natural no es, como podemos observar, exclusiva de Darwin. Lo cierto es que Wallace fue rápidamente olvidado por el gran público, la sociedad victoriana y sus prejuicios premiaban a un típico representante de la clase media como Darwin sobre una persona de carácter modesto como Wallace.
La “salida a la luz” de las ideas de Darwin
¿Qué impacto tuvo en el ámbito científico la recepción de esta “revolucionaria teoría”? Un dato interesante es que el presidente de la “Sociedad Linneana” indicaba que el año 1858 no estaba señalado por ningún descubrimiento revolucionario. Si tan novedosa era la teoría, esto no se entiende. Quizás el tema de la evolución no era tan novedoso en el mundo científico y en la historia que se ha contado haya mucho de mito. Lo cierto es que un año después, cuando el 22 de noviembre de 1859 salía publicado “El origen de las especies”, los 1.250 ejemplares de su primera edición se agotaron rápidamente.
Da mucho que pensar la forma en que nació el darwinismo, cómo se ha narrado su historia en la que se han inventado temas que poco tienen que ver con los hechos y cómo se ha mitificado la figura de Darwin. Todo esto produce la sospecha de que en este tema no tratamos sólo de cuestiones científicas (M. Sandín).
Cuando Darwin publicó “El origen de las especies”, la evolución llevaba ya un siglo estudiándose en las universidades europeas (A. Galera). Ni siquiera utilizó el término evolución hasta la sexta edición de su obra principal y lo hizo por sugerencia de T. H. Huxley.
Desde la segunda mitad del siglo XVIII, filósofos de la naturaleza como Maupertois y Buffon expresaban la idea de la progresiva diferenciación de unas especies a partir de otras. Esta idea se fue abriendo paso a paso en la intelectualidad europea.
Posteriormente, autores como Lamarck le dieron mayor consistencia científica, décadas anteriores a la publicación de la teoría darwiniano-wallaciana. Esto explica que la presentación de sus trabajos no pareciese revolucionaria. Los elementos que barajaban no tenían demasiada claridad y las pruebas fehacientes brillaban por su ausencia. Si a esto añadimos que se trataba de una aplicación de la teoría socioeconómica liberal a la naturaleza, no es de extrañar la indiferencia con que fue recibida la teoría en el ámbito científico.
Fijémonos en la principal tesis, principio o dogma (elíjase el término que se quiera, como señala Juan Arana) de la teoría evolutiva de Darwin: “la evolución por selección natural”. Lo primero que llama la atención es que Darwin no estaba convencido de su exclusividad. Él buscó prótesis para ella como la pangénesis o el aumento de eficacia reproductiva. Lo que siempre rechazó fue que la evolución se diese de modo independiente a la supervivencia o a la fertilidad, es decir, que se diesen tendencias ortogenéticas.
Más aún, el propio Darwin no creía en la selección natural porque pudiese probar en un caso particular la derivación de una especie respecto de otra, sino porque clarificaba, explicaba y agrupaba muchos hechos embriológicos, morfológicos y de sucesión y distribución geográfica. A pesar de los propios límites que encontraba Darwin a la idea de la selección natural, esta sigue siendo su principal aportación a la teoría evolutiva. ¿De dónde le vino esta idea?
Las raíces socio-económico-políticas de la intuición de Darwin
La selección natural es una extrapolación de la teoría de la visión del capitalismo liberal a la biología (Michael Ruse, Mauricio Abdalla, Máximo Sandín). Según narra el mismo Darwin, la idea de selección le venía de la selección artificial de ganaderos y agricultores mediante la que obtenían éxito con las plantas y el ganado; cómo aplicar esto a los organismos en la naturaleza le parecía un misterio.
La idea de la selección natural le vino tras la lectura de la obra deT. R. Malthus “Ensayo sobre el principio de población”. Es curioso que Wallace también tuviera la intuición de la evolución por selección natural tras la lectura de la obra de Malthus.
La tesis central de esta obra es que, mientras los alimentos crecen a ritmo aritmético, la población crece a ritmo geométrico: dada la escasez de recursos se da una lucha por los recursos en la que salen vencedores los más aptos. La idea que ponía al egoísmo como la clave en las relaciones humanas había sido elevada a categoría metafísica por Adam Smith, quien la consideraba el concepto fundamental para explicar el funcionamiento de la sociedad.
La economía y las relaciones sociales deben regirse por la libertad de mercado, el Estado debe limitarse a que se garantice esta libertad. Es el famoso “laissez faire”, dejar hacer, en la que cada uno buscará su interés propio del que surgirá lo mejor para la sociedad, una sociedad que verá el triunfo de los mejores.
Malthus, discípulo de A. Smith, planteará desde estos criterios la lucha por los recursos como clave del funcionamiento social. Los que acaban venciendo son los más aptos, se observa una clara legitimación del “status quo”, el que está en lo alto es el mejor, el que debe estar; desde aquí se justificarían políticas sociales que hoy día consideraríamos totalmente inhumanas.
Además, no lo olvidemos, también justificaba la expansión colonialista del siglo XIX. Apliquemos estas ideas a la totalidad del reino animal y vegetal y tendremos, como el mismo Darwin dice, la teoría de la evolución por selección natural. A partir de aquí, como señala Mauricio Abdalla, nuestras mentes fueron entrenadas para ver la competición predador-presa en todo, sin fijarse en otros hechos como el equilibrio armónico que reina en los ecosistemas. Más que una ley de la naturaleza, lo que podemos observar es una ley que se decretó y se impuso a la naturaleza.
Un último ejemplo dará aún más luz sobre la cuestión, me refiero a la famosa contienda entre el obispo Wilberforce y T. H. Huxley. En una memorable sesión de la “British Association for the Advancement of Science” en Oxford el 30 de Junio de 1860, Huxley relata como Samuel Wilberforce habría ridiculizado las tesis de Darwin y la respuesta contundente de Huxley (en adelante considerado el bulldog de Darwin) que habría destrozado y destronado las tesis del pomposo prelado. Los informes refieren algo muy distinto al épico duelo. Fue luego cuando se generó el mito que escenificaba la lucha entre la luz de la ciencia y el oscurantismo eclesiástico. Así se intentaba forjar un nuevo caso Galileo.
Pensemos que nos encontramos en una Gran Bretaña de la segunda mitad del siglo XIX donde las clases medias adquieren un lugar relevante en la sociedad industrializada, reemplazando a los terratenientes y a las clases feudales del pasado. Las clases emergentes luchaban por una reforma en la administración y por una educación laica que, entre otras cosas, liberase a la ciencia de la tutela de la iglesia establecida. Ellas fueron elaborando sus propios mitos. La ciencia no deja de ser una práctica social que refleja las virtudes y defectos de la sociedad de una época. Luchas de poder e influencia, cuestiones económicas, ideologías y propaganda, siempre se mezclarán. La realidad es que detrás de todo esto hubo mucha propaganda y una fuerte carga ideológica, como nos muestra M. Ruse.
Darwin murió en Kent el 19 de abril de 1882. Su vida se nos ha presentado de forma heroica, desde el viaje en el Beagle, a las luchas contra los dogmatismos de una época, especialmente en su enfrentamiento con las doctrinas de la iglesia, hasta su muerte. Un auténtico ejemplo de honestidad científica y de coherencia.
Unos pocos datos: en su muerte recibió un funeral de Estado en la Abadía de Westmister (sólo cinco personas no pertenecientes a la nobleza lo habían recibido durante el siglo XIX). Fue enterrado, ni más ni menos, que junto a John Herschel y Newton. A lo largo de su vida fue miembro del Consejo Rector de la “Geological Society”, de la “Royal Society”, de la Academia de Ciencias Francesa, etc. Las dificultades épicas que sufrió Darwin parece que brillan por su ausencia. La historia nos muestra a una sociedad que lo ensalzaba, pues proponía su visión social como paradigma de toda la naturaleza, justificaba el triunfo del fuerte, algo que era debido a sus propias condiciones y venía muy bien para justificar, de hecho, la expansión colonial británica.
Podemos pensar que fuese lo que fuese de la historia de Darwin, de cómo surgió y se forjó la teoría, de extrapolaciones y mitos aparte, si la teoría científica que propuso tiene tanta relevancia, por algo será. Esto es lo que me propongo debatir en el siguiente punto: ¿Cuál es la relevancia real de la teoría evolutiva darwinista?
2.- Deconstruyendo la teoría de la evolución de Darwin
Pero ¿en qué consiste la teoría de la evolución de Darwin? Indiquemos los principios básicos:
1) Los seres vivos tienen como característica la posibilidad de variación. Esta variación se da de modo gradual y no a saltos. Las variaciones congénitas, no las adquiridas a lo largo de la vida, son heredadas por los descendientes.
2) En cualquier especie, el número de los individuos que nacen es mayor que la cantidad de recursos que hay en el ambiente, o sea los organismos producen más descendientes de los que pueden sobrevivir.
3) Debido a lo anterior se origina una lucha por la existencia donde se competirá por el espacio vital y el alimento: los que salgan vencedores y por tanto sobrevivan serán los más aptos. Cuando las variaciones capaciten mejor a un organismo para sobrevivir en un determinado ambiente, éste triunfará en la lucha. Los individuos supervivientes transmitirán a sus descendientes las variaciones aventajadas y éstas pasarán a la generación siguiente y así, acumulándose, permitirían no solamente la adaptación a un ambiente determinado, sino la posibilidad para evolucionar de una especie a otra.
La “Asamblea General de la ONU” había decidido honrar a Galileo, considerado padre de la ciencia, declarando el 2009 como “Año internacional de la astronomía”. Sin embargo, desde el ámbito científico se decidía festejar a Charles Darwin, elevado al rango de santo patrón de la ciencia.
Bueno ¿y qué?, podrán pensar ustedes, el padre de la biología, el padre de la teoría de la evolución que desentrañó el misterio del desarrollo de la vida al descubrir los mecanismos por los que ésta evolucionaba, que luchó denodadamente contra el inmovilismo del “stablishment” social y contra el oscurantismo eclesiástico, que destronó la irracionalidad con la fuerza de la razón ¿no se merece sobradamente este homenaje?
Sin embargo, desde hace décadas se vienen levantando voces que afirman que el darwinismo se ha convertido en el nuevo mito siglo XXI ¿Pero cómo? Se sorprenderá algún lector. Si la evolución es un hecho avalado científicamente. Cierto, el lector tendría razón, la evolución, el hecho de que las especies evolucionan, es un hecho, pero el darwinismo no, no debemos confundir un hecho con la explicación de ese hecho.
La asociación que se establece entre evolución y darwinismo, algo que se hace patente al popularizar la ciencia, es errónea. La evolución es un hecho, el darwinismo una visión teórica. P or mucho que se empeñe la plana mayor del darwinismo en identificar la evolución con Darwin, la realidad es otra, como a lo largo de este artículo mostraremos.
Si esta confusión ya de por sí tiene relevancia, lo peor no es eso. En el mundo de la ciencia han aparecido los nuevos censores, una especie de nueva inquisición, obviamente algo que va contra el espíritu de la ciencia que presume de no tener dogmas. Estos nuevos censores son los defensores del “pensamiento único” que quieren evitar que se debata y se discuta públicamente sobre la teoría de Darwin y el neodarwinismo, especialmente a la luz de determinados hallazgos que nos van ofreciendo numerosas investigaciones. Recientemente el filósofo de la ciencia Telmo Pievani publicaba “Creación sin Dios” [Telmo Pievani, “Creación sin Dios”. Madrid 2009], en la que en tono victimista calificaba a cualquiera que osara cuestionar la teoría darwinista como un “caballo de Troya” del creacionismo.
Desde el principio quiero dejar claro qué es lo que intentaré mostrar a lo largo de estas páginas para que el lector siga leyendo o simplemente lo deje. Ante todo quiero “dar que pensar”, los temas de la vida y las repercusiones éticas que tienen no pueden dejarse en manos de los biólogos, a todos nos incumben.
En segundo lugar, quiero dejar claro que no existe la unanimidad que se pretende mostrar en el terreno de la biología respecto a la teoría evolucionista en la versión darwinista. Muchos científicos y no científicos ven sus lagunas, sus límites o simplemente sus incongruencias. Otra cosa es que en público se atrevan a expresarlo.
La teoría sintética o también conocida como neodarwinismo representa la visión estándar de la biología evolutiva. Es la que se enseña en la universidad y por lo tanto domina el pensamiento biológico, pero ¡ojo! no es oro todo lo que reluce. En la actualidad cada vez va tomando mas relevancia lo que algunos consideran un nuevo paradigma evolutivo al que se conoce como “Evo-Devo”, “Biología Evolutiva y del Desarrollo”, que uniría la teoría neodarwinista de la selección natural y la genética del desarrollo. Se volvería así a tener en consideración la embriología para explicar la evolución.
Esto permitiría explicar la macroevolución (A título de ejemplo pueden cotejarse los artículos y libros que siguen que confirmarían lo dicho C. H. Waddington. “Evolutionary Adaptation”. Tax. Vol I, p. 381-392. Rémy Chauvin. “El darwinismo el fin de un mito”. Madrid 2000. Michele Sarà. “L’evoluzione costruttiva”. Universidad Agromento 2005. J. Cairns , J. Overbaugh, S. Miller “ The origin of mutants”. Nature 1988, 335.142-145. B. Hall. “Spontaneus point mutations that occur often when advantageous than when neutral”. Genetics 1990. Vol. 126, p. 5-16. Lynn Margulis and C. Sagan. “Acquiring genomes: a theory of the origins of species” New York 2002. Máximo Sandín. “Pensando en la evolución, pensando en la vida”. Murcia 2007. Los artículos que citaré de Máximo Sandín pueden encontrarse aquí. Agradezco a I. Nuñez de Castro el que me facilitase su artículo actualmente en prensa, “En busca del Logos para Bíos. Estado de la cuestión en Biofilosofía” Dialogo Filosófico, 2009).
Pienso que este campo de estudio abre nuevas expectativas, pero para constituirse en un nuevo paradigma debe desligarse de lastres darwinistas como la selección natural: si siguen el desarrollo de este trabajo ya entenderán porque. Si mis argumentos no convencen será porque se tendrán argumentos mejores, que me gustaría conocer, y si cuestionan y generan reflexiones propias mejor que mejor. En ambos casos habremos hecho una brecha en el “pensamiento único” que como siempre no es más que ausencia de pensamiento.
1.- Deconstruyendo a Darwin desde la historia
La evolución de las especies se asocia, como hemos dicho, a la figura de Darwin. Darwin se suele presentar como el padre de la biología moderna y el que revolucionó el mundo con su teoría de la evolución por selección natural. ¿Qué hay de mito? ¿Qué de realidad? Hagámonos eco de una serie de acontecimientos.
Corría el verano del año 1858 cuando en “La Sociedad Linneana de Londres” se leía una síntesis de lo que un año después se publicaría con el título del “Origen de las especies”, junto con un manuscrito de Alfred Russell Wallace en los que se presentaba la teoría, que expresada de modo grandilocuente, cambiaría el mundo: la evolución de las especies por selección natural. Estos escritos iban acompañados de una carta de Darwin al botánico Asa Gray fechada el 5 de septiembre de 1857 en la que le había enviado un esbozo de su teoría sobre la selección natural.
Esta maniobra permitía a Darwin coanunciar el descubrimiento con Wallace; era una cuestión de precedencia y sobre este tema se ha escrito mucho. La cuestión sobre si fue correcta o no la actuación de Darwin no importa mucho.
Los hechos se desarrollaron así. El héroe del H. M. S. Beagle no había publicado nada cuando, el 18 de junio de 1858, recibió una carta de Wallace y un manuscrito en el que sintetizaba sus trabajos en el archipiélago de las Malucas; en él se detallaban las conclusiones a las que había llegado que eran semejantes a las de Darwin.
La recepción de la obra de Wallace hizo que apresuradamente redactara un resumen de sus trabajos, ya que él estaba escribiendo una obra en la que desarrollaba las conclusiones de sus estudios, pero esta obra no estaba acabada. El escribir aquella síntesis apresurada le permitió que pudiese presentarla junto al manuscrito de Wallace. La teoría de la evolución de las especies por selección natural no es, como podemos observar, exclusiva de Darwin. Lo cierto es que Wallace fue rápidamente olvidado por el gran público, la sociedad victoriana y sus prejuicios premiaban a un típico representante de la clase media como Darwin sobre una persona de carácter modesto como Wallace.
La “salida a la luz” de las ideas de Darwin
¿Qué impacto tuvo en el ámbito científico la recepción de esta “revolucionaria teoría”? Un dato interesante es que el presidente de la “Sociedad Linneana” indicaba que el año 1858 no estaba señalado por ningún descubrimiento revolucionario. Si tan novedosa era la teoría, esto no se entiende. Quizás el tema de la evolución no era tan novedoso en el mundo científico y en la historia que se ha contado haya mucho de mito. Lo cierto es que un año después, cuando el 22 de noviembre de 1859 salía publicado “El origen de las especies”, los 1.250 ejemplares de su primera edición se agotaron rápidamente.
Da mucho que pensar la forma en que nació el darwinismo, cómo se ha narrado su historia en la que se han inventado temas que poco tienen que ver con los hechos y cómo se ha mitificado la figura de Darwin. Todo esto produce la sospecha de que en este tema no tratamos sólo de cuestiones científicas (M. Sandín).
Cuando Darwin publicó “El origen de las especies”, la evolución llevaba ya un siglo estudiándose en las universidades europeas (A. Galera). Ni siquiera utilizó el término evolución hasta la sexta edición de su obra principal y lo hizo por sugerencia de T. H. Huxley.
Desde la segunda mitad del siglo XVIII, filósofos de la naturaleza como Maupertois y Buffon expresaban la idea de la progresiva diferenciación de unas especies a partir de otras. Esta idea se fue abriendo paso a paso en la intelectualidad europea.
Posteriormente, autores como Lamarck le dieron mayor consistencia científica, décadas anteriores a la publicación de la teoría darwiniano-wallaciana. Esto explica que la presentación de sus trabajos no pareciese revolucionaria. Los elementos que barajaban no tenían demasiada claridad y las pruebas fehacientes brillaban por su ausencia. Si a esto añadimos que se trataba de una aplicación de la teoría socioeconómica liberal a la naturaleza, no es de extrañar la indiferencia con que fue recibida la teoría en el ámbito científico.
Fijémonos en la principal tesis, principio o dogma (elíjase el término que se quiera, como señala Juan Arana) de la teoría evolutiva de Darwin: “la evolución por selección natural”. Lo primero que llama la atención es que Darwin no estaba convencido de su exclusividad. Él buscó prótesis para ella como la pangénesis o el aumento de eficacia reproductiva. Lo que siempre rechazó fue que la evolución se diese de modo independiente a la supervivencia o a la fertilidad, es decir, que se diesen tendencias ortogenéticas.
Más aún, el propio Darwin no creía en la selección natural porque pudiese probar en un caso particular la derivación de una especie respecto de otra, sino porque clarificaba, explicaba y agrupaba muchos hechos embriológicos, morfológicos y de sucesión y distribución geográfica. A pesar de los propios límites que encontraba Darwin a la idea de la selección natural, esta sigue siendo su principal aportación a la teoría evolutiva. ¿De dónde le vino esta idea?
Las raíces socio-económico-políticas de la intuición de Darwin
La selección natural es una extrapolación de la teoría de la visión del capitalismo liberal a la biología (Michael Ruse, Mauricio Abdalla, Máximo Sandín). Según narra el mismo Darwin, la idea de selección le venía de la selección artificial de ganaderos y agricultores mediante la que obtenían éxito con las plantas y el ganado; cómo aplicar esto a los organismos en la naturaleza le parecía un misterio.
La idea de la selección natural le vino tras la lectura de la obra deT. R. Malthus “Ensayo sobre el principio de población”. Es curioso que Wallace también tuviera la intuición de la evolución por selección natural tras la lectura de la obra de Malthus.
La tesis central de esta obra es que, mientras los alimentos crecen a ritmo aritmético, la población crece a ritmo geométrico: dada la escasez de recursos se da una lucha por los recursos en la que salen vencedores los más aptos. La idea que ponía al egoísmo como la clave en las relaciones humanas había sido elevada a categoría metafísica por Adam Smith, quien la consideraba el concepto fundamental para explicar el funcionamiento de la sociedad.
La economía y las relaciones sociales deben regirse por la libertad de mercado, el Estado debe limitarse a que se garantice esta libertad. Es el famoso “laissez faire”, dejar hacer, en la que cada uno buscará su interés propio del que surgirá lo mejor para la sociedad, una sociedad que verá el triunfo de los mejores.
Malthus, discípulo de A. Smith, planteará desde estos criterios la lucha por los recursos como clave del funcionamiento social. Los que acaban venciendo son los más aptos, se observa una clara legitimación del “status quo”, el que está en lo alto es el mejor, el que debe estar; desde aquí se justificarían políticas sociales que hoy día consideraríamos totalmente inhumanas.
Además, no lo olvidemos, también justificaba la expansión colonialista del siglo XIX. Apliquemos estas ideas a la totalidad del reino animal y vegetal y tendremos, como el mismo Darwin dice, la teoría de la evolución por selección natural. A partir de aquí, como señala Mauricio Abdalla, nuestras mentes fueron entrenadas para ver la competición predador-presa en todo, sin fijarse en otros hechos como el equilibrio armónico que reina en los ecosistemas. Más que una ley de la naturaleza, lo que podemos observar es una ley que se decretó y se impuso a la naturaleza.
Un último ejemplo dará aún más luz sobre la cuestión, me refiero a la famosa contienda entre el obispo Wilberforce y T. H. Huxley. En una memorable sesión de la “British Association for the Advancement of Science” en Oxford el 30 de Junio de 1860, Huxley relata como Samuel Wilberforce habría ridiculizado las tesis de Darwin y la respuesta contundente de Huxley (en adelante considerado el bulldog de Darwin) que habría destrozado y destronado las tesis del pomposo prelado. Los informes refieren algo muy distinto al épico duelo. Fue luego cuando se generó el mito que escenificaba la lucha entre la luz de la ciencia y el oscurantismo eclesiástico. Así se intentaba forjar un nuevo caso Galileo.
Pensemos que nos encontramos en una Gran Bretaña de la segunda mitad del siglo XIX donde las clases medias adquieren un lugar relevante en la sociedad industrializada, reemplazando a los terratenientes y a las clases feudales del pasado. Las clases emergentes luchaban por una reforma en la administración y por una educación laica que, entre otras cosas, liberase a la ciencia de la tutela de la iglesia establecida. Ellas fueron elaborando sus propios mitos. La ciencia no deja de ser una práctica social que refleja las virtudes y defectos de la sociedad de una época. Luchas de poder e influencia, cuestiones económicas, ideologías y propaganda, siempre se mezclarán. La realidad es que detrás de todo esto hubo mucha propaganda y una fuerte carga ideológica, como nos muestra M. Ruse.
Darwin murió en Kent el 19 de abril de 1882. Su vida se nos ha presentado de forma heroica, desde el viaje en el Beagle, a las luchas contra los dogmatismos de una época, especialmente en su enfrentamiento con las doctrinas de la iglesia, hasta su muerte. Un auténtico ejemplo de honestidad científica y de coherencia.
Unos pocos datos: en su muerte recibió un funeral de Estado en la Abadía de Westmister (sólo cinco personas no pertenecientes a la nobleza lo habían recibido durante el siglo XIX). Fue enterrado, ni más ni menos, que junto a John Herschel y Newton. A lo largo de su vida fue miembro del Consejo Rector de la “Geological Society”, de la “Royal Society”, de la Academia de Ciencias Francesa, etc. Las dificultades épicas que sufrió Darwin parece que brillan por su ausencia. La historia nos muestra a una sociedad que lo ensalzaba, pues proponía su visión social como paradigma de toda la naturaleza, justificaba el triunfo del fuerte, algo que era debido a sus propias condiciones y venía muy bien para justificar, de hecho, la expansión colonial británica.
Podemos pensar que fuese lo que fuese de la historia de Darwin, de cómo surgió y se forjó la teoría, de extrapolaciones y mitos aparte, si la teoría científica que propuso tiene tanta relevancia, por algo será. Esto es lo que me propongo debatir en el siguiente punto: ¿Cuál es la relevancia real de la teoría evolutiva darwinista?
2.- Deconstruyendo la teoría de la evolución de Darwin
Pero ¿en qué consiste la teoría de la evolución de Darwin? Indiquemos los principios básicos:
1) Los seres vivos tienen como característica la posibilidad de variación. Esta variación se da de modo gradual y no a saltos. Las variaciones congénitas, no las adquiridas a lo largo de la vida, son heredadas por los descendientes.
2) En cualquier especie, el número de los individuos que nacen es mayor que la cantidad de recursos que hay en el ambiente, o sea los organismos producen más descendientes de los que pueden sobrevivir.
3) Debido a lo anterior se origina una lucha por la existencia donde se competirá por el espacio vital y el alimento: los que salgan vencedores y por tanto sobrevivan serán los más aptos. Cuando las variaciones capaciten mejor a un organismo para sobrevivir en un determinado ambiente, éste triunfará en la lucha. Los individuos supervivientes transmitirán a sus descendientes las variaciones aventajadas y éstas pasarán a la generación siguiente y así, acumulándose, permitirían no solamente la adaptación a un ambiente determinado, sino la posibilidad para evolucionar de una especie a otra.
Principios esenciales del darwinismo
Los principios esenciales de esta teoría serían el gradualismo de las variaciones que se irían acumulando generación tras generación. No existirían por lo tanto saltos evolutivos, entre otras cosas porque admitirlos podría llevar a que se postulasen tendencias finalistas en la evolución, algo que de principio niega.
En segundo lugar, la ausencia de un principio causante del cambio, todo ocurriría por azar (como hemos dicho antes un postulado es la ausencia de todo tipo de teleología). Y en tercer lugar la idea clave de la selección natural es que viene definida como una lucha por la supervivencia en la que sobrevivirían los más aptos.
“Lo paradójico es que Darwin se convirtió en el Newton de las ciencias de la vida escribiendo sobre el origen de las especies pero sin haber aclarado el secreto de la vida” (Juan Arana). Darwin no poseía información sobre las mutaciones genéticas y los mecanismos de la herencia. La teoría sintética o neodarwinismo, actual visión ortodoxa de la biología evolutiva, daría como razón de la variabilidad, a la que se refería Darwin, las mutaciones genéticas entendiéndolas como cambios aleatorios que ocurren en el código genético.
El hito de la teoría neodarwinista fue la publicación de T. Dobzhansky “La genética y el origen de las especies”. A principios del siglo XX Bateson y De Vries proponían un mecanismo evolutivo alternativo a la selección natural y a su visión gradualista al que denominaron mutacionismo; en él sostenían que las especies aparecían de forma repentina por mutaciones.
T. Dobzhansky, junto con otros biólogos, lograrían aunar ambas teorías, el mutacionismo y la evolución por selección natural, construyendo el marco actual que rige la ortodoxia de la biología evolutiva, lo que se conoce como “teoría sintética”. Llamo la atención sobre esa capacidad adaptativa que tiene desde el principio la teoría darwiniana que va o moldeándose o fagocitando todas aquellas propuestas que en principio parecen contradecirla, eso si que es una verdadera adaptación.
Dobzhansky resume del siguiente modo la teoría neodarwinista: el proceso de mutación aporta la materia prima genética. Los cambios evolutivos son elaborados por selección natural a partir de la materia prima. En los organismos sexuados, el aislamiento reproductivo hace que la divergencia de las especies biológicas sea irreversible. Aquí tenemos los tres ejes perfectamente definidos: gradualismo (micromutaciones frecuentes y repetidas que se van acumulando), azar (esto sucede en todas direcciones y sin tendencias definidas) y selección natural (la supervivencia del más apto). A esto le añadimos el tiempo necesario y ya tenemos la teoría de la evolución que se acepta comúnmente. En adelante me propondré discutir los tres ejes.
Gradualismo
Respecto al gradualismo, lo primero que encontramos es la ambigüedad a que nos lleva. ¿Cuántos eslabones intermedios son necesarios? ¿Debe haber algún momento en que ya no hay eslabón intermedio entre una especie y otra? Si la ambigüedad es un problema, peor aún es que el registro fósil no revela tal gradualismo. ¿Qué es lo que científicamente conecta a estas especies aisladas sino hay ningún resto fósil? ¿Cómo podrían tales muestras desconectadas demostrar el gradualismo?
S. J. Gould y Eldredge propusieron en los años 70 la teoría del “equilibrio puntuado” para poder explicar los datos que nos ofrecía la paleontología; en ella defendían los “cambios espasmódicos y episódicos”. El gradualismo quedaba seriamente cuestionado por la paleontología. La visión conocida como Evo-Devo, que cuestiona el gradualismo evolutivo y a la que antes hemos hecho referencia, va encontrando cada vez más adeptos. Parece claro, por los datos que ofrecen los nuevos desarrollos científicos, que la visión gradualista de la teoría estándar queda seriamente “tocada”.
Azar
Si al gradualismo en la evolución se le presentan grandes dificultades, veamos ahora el tema del azar. La indefinición que acompaña al darwinismo desde su origen le sigue acompañando aún hoy; esto se puede observar claramente en la cuota de participación cada vez mayor que la teoría sintética le va atribuyendo al papel del azar.
J. Monod, en su famoso libro “Azar y necesidad”, llegó a convertirlo en un especie de “deus ex machina”. Como las mutaciones genéticas consisten en último término en cambios en la secuencia o bases dentro del ADN que codifica la síntesis de proteínas y no hay modo de determinar el advenimiento de ese cambio, podemos especular y decir que ciertas cosas suceden “porque sí”. Los cambios genéticos no tendrían ningún norte, serían ciegos, y sólo la selección natural transformaría este caos en orden.
El azar ha llegado a magnificarse de tal modo que es “la caja negra” donde arrojamos todo aquello que no podemos predecir, o simplemente que no comprendemos. Deberíamos deducir de aquí una especie de indefinición cognoscitiva, es decir, podemos o deberíamos concluir que en la biosfera, la clase de objetos que se contienen y sucesos que acontecen, no podemos preverlos.
Pero el darwinista convierte lo que es un concepto límite de la ciencia, que no encontramos leyes esenciales, probabilistas o estadísticas para predecir lo que vendrá o para explicar el desarrollo del devenir biológico, o sea esa indefinición cognoscitiva que llamamos azar, la transforma en una cuestión esencial; es decir, al azar le da un uso metafísico al afirmar, no que no pueda prever, sino que no existe ninguna finalidad.
El biólogo hace este uso cuando presenta la aparición de la vida como pura casualidad, o cuando afirma que la evolución solo está marcada por el azar, sin ninguna orientación, ni necesaria ni probabilista. Este tipo de afirmaciones son excesivas.
Decir que en la naturaleza no hay preferencia entre los infinitos modos del ser vivo o muerto, ni discriminación entre las innumerables fórmulas imaginables de diferenciación vital, no se puede asumir honestamente sin aportar las pruebas fehacientes. Precisamente aquellos que hacen del azar el monarca absoluto de la vida y de la evolución, suelen hacer este tipo de afirmaciones sin ningún tipo de prueba (Juan Arana).
El pretender excluir de antemano cualquier cuestión que pudiera dar que pensar sobre el finalismo no es más que pura ideología. Me parece muy significativo en este sentido, al ser el padre de la teoría sintética, lo que Dobzhansky en una de sus cartas dijo a su amigo el profesor J.C. Greene.
Él se quejaba de modo apesadumbrado de por qué los biólogos no podían hablar de finalismo, creatividad, crecimiento, tanteo, cuando se observaba que esto es lo que se infería que ha acontecido en la naturaleza [I. Núñez de Castro. “Evolución y sentido en la correspondencia de T. Dobzhansky en Blanch (ed) “La nueva alianza de las ciencias y la filosofía”. Madrid 2001, p. 109-114. La correspondencia entre Dobzhansky y J.C. Greene puede encontrarse en: J.C. Greene y M. Ruse “On the Nature of the Evolutionary Process: The Correspondence Between Theodosius Dobzhansky and Jhon C. Greene”. Biology and Philosophy 11:445-491 (1996)]. El “status quo” científico no permite hablar de finalidad en la evolución, he aquí otro de los dogmas que se generaron desde Darwin.
Además, no tiene por qué existir siempre una contradicción entre el azar y la finalidad: pondré un ejemplo sencillo. En una habitación oscura yo busco el interruptor de la luz, lo haré de modo azaroso, tanteando en las paredes, pero nadie puede negarme que en este hecho no haya una finalidad clara.
Unos acontecimientos pueden parecer casuales con relación a determinadas leyes científicas, con todo pueden ser intencionales. Al materialista que excluye, por definición, la finalidad hay que decirle que si algo hay que no es absoluto es el azar, luego nunca podremos estar seguros de que las casualidades no sigan ninguna regularidad pues siempre serán imaginables unos marcos de referencia en el que tales casualidades estén más planificadas de lo que podemos entrever: Teilhard de Chardin hablaba en este sentido de “Azar planificado”.
Cuando se habla del azar con un carácter metafísico, ese azar puro, del que habla el materialista, debiéramos comprender que se trata de afirmaciones metacientíficas que requieren una fuerza argumentativa que ellos nunca dan. La cuestión es que por repetir por activa y por pasiva que Darwin destronó el finalismo en el ámbito de lo viviente, eso no es cierto. Es lógico que uno desde la metodología científica no se plantee finalidades, pero no es menos cierto que cuando reflexionamos sobre los datos que nos aporta la ciencia, no podemos dejar de plantearnos qué sentido tiene eso.
Selección natural
Planteemos finalmente la cuestión más central: la selección natural. En la teoría de la evolución se habla de variación, ambiente, especiación, etc. Esto no son aportaciones originales de Darwin, su auténtica aportación, en la que le acompañaría Wallace, es la de la selección natural de las especies.
La selección natural nos habla de la supervivencia del más apto en un ambiente determinado. ¿Cuál es el criterio mínimo para poder afirmar que una teoría es científica? La condición básica para establecer una teoría o hipótesis científica es que sea falsable. Una hipótesis es falsable si existe un enunciado observacional posible que sea incompatible con ella, es decir, que en el caso de ser establecido mostraría que la hipótesis está errada.
Una hipótesis o teoría es falsable porque dice algo definido del mundo; una teoría será muy buena cuando haga afirmaciones de largo alcance, siendo así sumamente falsable, y sin embargo resista los intentos de falsación. Las teorías deben ser así precisadas y establecidas con claridad sin ninguna ambigüedad que permitiera evitar la falsación.
Una vez tenemos una teoría o una hipótesis, la sometemos a las pruebas más severas, modificándolas sólo en aspectos que tengan consecuencias comprobables. No considero que Popper lograra una concepción universal de la metodología científica, simplemente me quedo con estos mínimos que considero imprescindibles para separar lo científico de lo no científico.
El breve resumen que he hecho de la propuesta popperiana choca con diversos aspectos de la teoría darwinista. En primer lugar la ambigüedad que, como hemos reseñado, conlleva la teoría y en segundo lugar esa capacidad que tiene la teoría de fagocitarlo todo.
La cosmovisión darwinista ha ido ajustándose a todos aquellos desarrollos que en un principio la ponían en cuestión; para algunos esta sería una gran virtud, sin embargo en ciencia algo que lo explica todo al final no termina por explicar nada.
Siendo importantes los aspectos indicados, lo más grave y quizás más sorprendente para el lector es plantearse la siguiente pregunta: ¿es falsable la teoría de la evolución de las especies por selección natural? Para ver más claro el desarrollo de esta cuestión lo podríamos poder aclarar mediante un sencillo análisis lógico. La propuesta popperiana, en la que utiliza lo que en lógica se conoce como el “Modus Tollendo Tollens”, nombre formal que se le da a la prueba indirecta, se expresaría así:
P. 1.- Si la hipótesis científica H es correcta se observará el fenómeno empírico F. / P. 2.- No se observa el fenómeno empírico F. / Conclusión.- La hipótesis H no es correcta.
Lo que debemos plantearnos es cuál es el fenómeno empírico que, de darse, haría que la teoría de la selección natural de las especies fuera incorrecta. Pongamos un ejemplo: en el laboratorio diseñamos una serie de experimentos para ver qué individuos sobreviven en una población a la que sometemos a diferentes tratamientos químicos. Por otro lado, realizamos otra serie de experimentos en los que observamos qué especies sobreviven en una competición en la que los recursos alimenticios son limitados.
Observamos que unos sobreviven y otros no, obtengamos los resultados que obtengamos siempre sobrevivirán los más aptos y, por lo tanto, el experimento no me permite responder a la cuestión ¿es válida la teoría de la selección natural o no? No puedo, pues, avanzar en el conocimiento. Sobrevivir y más aptos significa lo mismo.
Lo único que aprendería de este experimento es que unos sobreviven y otros no, que unos son más resistentes que otros, que unos mutan y se adaptan. Pero nada me diría sobre la selección natural. Intente el lector imaginarse cuál debiera ser el resultado para que la selección natural fuese falsada, piénselo detenidamente y verá que no es posible. Puede existir toda la evolución que se quiera, pero siempre se seleccionarán los más aptos porque por definición estos son los que permanecen.
La teoría es infalsable “ergo” la teoría no es científica. Cualquier resultado podrá ser incorporado a esta visión. No olvidemos que una teoría científica requiere ser confirmada por un experimento falsable, y la teoría de la selección natural no puede serlo; no pone en juego elementos bien descritos y consensuados que puedan someterse a experimentación.
Si el método científico se sustenta en pilares tan fundamentales como la capacidad de repetir un determinado experimento en cualquier lugar o por cualquier experimentador y la falsabilidad, y si ésto no es aplicable a la teoría evolutiva de Darwin, simplemente no es una teoría científica (invito al lector a visitar el blog del biólogo Emilio Cervantes, o las webs Biología y pensamiento y decrecimiento.
Así pues lo que ocurre, es que hablar de “supervivencia del más apto” no es más que una tautología, o sea una redundancia explicativa. Se trata de explicar algo mediante la variación de algunas palabras que en conjunto significan lo mismo que lo supuestamente explicado. Aquí no hay avance en el conocimiento, es lo mismo que decir “A es igual a A”; esto se acepta independientemente de que sea un hecho real o no.
Tenemos así una tautología revestida de lenguaje científico y presentada como una teoría fundamental de la ciencia: “la causa de la evolución es la selección natural”. Quisiera que se me explicara dónde están las referencias bibliográficas en las que se muestre de modo reproducible esta afirmación, o en la que se me den datos de la evidencia experimental.
Podemos presentar la cosmovisión darwinista como un marco conceptual o una cosmovisión que me permita interpretar la naturaleza desde esa visión de ley selvática, como expresaba Tennyson en aquel verso que hablaba de una naturaleza de dientes y sangre, una extrapolación del “laissez faire” a la naturaleza, pero no podremos considerarla como una teoría científica. Invito a pensar sobre este hecho, una idea sin base experimental y sin posibilidad de comprobación, quizás una idea dogmática que reemplazaba un dogma creacionista por otra creencia.
Los principios esenciales de esta teoría serían el gradualismo de las variaciones que se irían acumulando generación tras generación. No existirían por lo tanto saltos evolutivos, entre otras cosas porque admitirlos podría llevar a que se postulasen tendencias finalistas en la evolución, algo que de principio niega.
En segundo lugar, la ausencia de un principio causante del cambio, todo ocurriría por azar (como hemos dicho antes un postulado es la ausencia de todo tipo de teleología). Y en tercer lugar la idea clave de la selección natural es que viene definida como una lucha por la supervivencia en la que sobrevivirían los más aptos.
“Lo paradójico es que Darwin se convirtió en el Newton de las ciencias de la vida escribiendo sobre el origen de las especies pero sin haber aclarado el secreto de la vida” (Juan Arana). Darwin no poseía información sobre las mutaciones genéticas y los mecanismos de la herencia. La teoría sintética o neodarwinismo, actual visión ortodoxa de la biología evolutiva, daría como razón de la variabilidad, a la que se refería Darwin, las mutaciones genéticas entendiéndolas como cambios aleatorios que ocurren en el código genético.
El hito de la teoría neodarwinista fue la publicación de T. Dobzhansky “La genética y el origen de las especies”. A principios del siglo XX Bateson y De Vries proponían un mecanismo evolutivo alternativo a la selección natural y a su visión gradualista al que denominaron mutacionismo; en él sostenían que las especies aparecían de forma repentina por mutaciones.
T. Dobzhansky, junto con otros biólogos, lograrían aunar ambas teorías, el mutacionismo y la evolución por selección natural, construyendo el marco actual que rige la ortodoxia de la biología evolutiva, lo que se conoce como “teoría sintética”. Llamo la atención sobre esa capacidad adaptativa que tiene desde el principio la teoría darwiniana que va o moldeándose o fagocitando todas aquellas propuestas que en principio parecen contradecirla, eso si que es una verdadera adaptación.
Dobzhansky resume del siguiente modo la teoría neodarwinista: el proceso de mutación aporta la materia prima genética. Los cambios evolutivos son elaborados por selección natural a partir de la materia prima. En los organismos sexuados, el aislamiento reproductivo hace que la divergencia de las especies biológicas sea irreversible. Aquí tenemos los tres ejes perfectamente definidos: gradualismo (micromutaciones frecuentes y repetidas que se van acumulando), azar (esto sucede en todas direcciones y sin tendencias definidas) y selección natural (la supervivencia del más apto). A esto le añadimos el tiempo necesario y ya tenemos la teoría de la evolución que se acepta comúnmente. En adelante me propondré discutir los tres ejes.
Gradualismo
Respecto al gradualismo, lo primero que encontramos es la ambigüedad a que nos lleva. ¿Cuántos eslabones intermedios son necesarios? ¿Debe haber algún momento en que ya no hay eslabón intermedio entre una especie y otra? Si la ambigüedad es un problema, peor aún es que el registro fósil no revela tal gradualismo. ¿Qué es lo que científicamente conecta a estas especies aisladas sino hay ningún resto fósil? ¿Cómo podrían tales muestras desconectadas demostrar el gradualismo?
S. J. Gould y Eldredge propusieron en los años 70 la teoría del “equilibrio puntuado” para poder explicar los datos que nos ofrecía la paleontología; en ella defendían los “cambios espasmódicos y episódicos”. El gradualismo quedaba seriamente cuestionado por la paleontología. La visión conocida como Evo-Devo, que cuestiona el gradualismo evolutivo y a la que antes hemos hecho referencia, va encontrando cada vez más adeptos. Parece claro, por los datos que ofrecen los nuevos desarrollos científicos, que la visión gradualista de la teoría estándar queda seriamente “tocada”.
Azar
Si al gradualismo en la evolución se le presentan grandes dificultades, veamos ahora el tema del azar. La indefinición que acompaña al darwinismo desde su origen le sigue acompañando aún hoy; esto se puede observar claramente en la cuota de participación cada vez mayor que la teoría sintética le va atribuyendo al papel del azar.
J. Monod, en su famoso libro “Azar y necesidad”, llegó a convertirlo en un especie de “deus ex machina”. Como las mutaciones genéticas consisten en último término en cambios en la secuencia o bases dentro del ADN que codifica la síntesis de proteínas y no hay modo de determinar el advenimiento de ese cambio, podemos especular y decir que ciertas cosas suceden “porque sí”. Los cambios genéticos no tendrían ningún norte, serían ciegos, y sólo la selección natural transformaría este caos en orden.
El azar ha llegado a magnificarse de tal modo que es “la caja negra” donde arrojamos todo aquello que no podemos predecir, o simplemente que no comprendemos. Deberíamos deducir de aquí una especie de indefinición cognoscitiva, es decir, podemos o deberíamos concluir que en la biosfera, la clase de objetos que se contienen y sucesos que acontecen, no podemos preverlos.
Pero el darwinista convierte lo que es un concepto límite de la ciencia, que no encontramos leyes esenciales, probabilistas o estadísticas para predecir lo que vendrá o para explicar el desarrollo del devenir biológico, o sea esa indefinición cognoscitiva que llamamos azar, la transforma en una cuestión esencial; es decir, al azar le da un uso metafísico al afirmar, no que no pueda prever, sino que no existe ninguna finalidad.
El biólogo hace este uso cuando presenta la aparición de la vida como pura casualidad, o cuando afirma que la evolución solo está marcada por el azar, sin ninguna orientación, ni necesaria ni probabilista. Este tipo de afirmaciones son excesivas.
Decir que en la naturaleza no hay preferencia entre los infinitos modos del ser vivo o muerto, ni discriminación entre las innumerables fórmulas imaginables de diferenciación vital, no se puede asumir honestamente sin aportar las pruebas fehacientes. Precisamente aquellos que hacen del azar el monarca absoluto de la vida y de la evolución, suelen hacer este tipo de afirmaciones sin ningún tipo de prueba (Juan Arana).
El pretender excluir de antemano cualquier cuestión que pudiera dar que pensar sobre el finalismo no es más que pura ideología. Me parece muy significativo en este sentido, al ser el padre de la teoría sintética, lo que Dobzhansky en una de sus cartas dijo a su amigo el profesor J.C. Greene.
Él se quejaba de modo apesadumbrado de por qué los biólogos no podían hablar de finalismo, creatividad, crecimiento, tanteo, cuando se observaba que esto es lo que se infería que ha acontecido en la naturaleza [I. Núñez de Castro. “Evolución y sentido en la correspondencia de T. Dobzhansky en Blanch (ed) “La nueva alianza de las ciencias y la filosofía”. Madrid 2001, p. 109-114. La correspondencia entre Dobzhansky y J.C. Greene puede encontrarse en: J.C. Greene y M. Ruse “On the Nature of the Evolutionary Process: The Correspondence Between Theodosius Dobzhansky and Jhon C. Greene”. Biology and Philosophy 11:445-491 (1996)]. El “status quo” científico no permite hablar de finalidad en la evolución, he aquí otro de los dogmas que se generaron desde Darwin.
Además, no tiene por qué existir siempre una contradicción entre el azar y la finalidad: pondré un ejemplo sencillo. En una habitación oscura yo busco el interruptor de la luz, lo haré de modo azaroso, tanteando en las paredes, pero nadie puede negarme que en este hecho no haya una finalidad clara.
Unos acontecimientos pueden parecer casuales con relación a determinadas leyes científicas, con todo pueden ser intencionales. Al materialista que excluye, por definición, la finalidad hay que decirle que si algo hay que no es absoluto es el azar, luego nunca podremos estar seguros de que las casualidades no sigan ninguna regularidad pues siempre serán imaginables unos marcos de referencia en el que tales casualidades estén más planificadas de lo que podemos entrever: Teilhard de Chardin hablaba en este sentido de “Azar planificado”.
Cuando se habla del azar con un carácter metafísico, ese azar puro, del que habla el materialista, debiéramos comprender que se trata de afirmaciones metacientíficas que requieren una fuerza argumentativa que ellos nunca dan. La cuestión es que por repetir por activa y por pasiva que Darwin destronó el finalismo en el ámbito de lo viviente, eso no es cierto. Es lógico que uno desde la metodología científica no se plantee finalidades, pero no es menos cierto que cuando reflexionamos sobre los datos que nos aporta la ciencia, no podemos dejar de plantearnos qué sentido tiene eso.
Selección natural
Planteemos finalmente la cuestión más central: la selección natural. En la teoría de la evolución se habla de variación, ambiente, especiación, etc. Esto no son aportaciones originales de Darwin, su auténtica aportación, en la que le acompañaría Wallace, es la de la selección natural de las especies.
La selección natural nos habla de la supervivencia del más apto en un ambiente determinado. ¿Cuál es el criterio mínimo para poder afirmar que una teoría es científica? La condición básica para establecer una teoría o hipótesis científica es que sea falsable. Una hipótesis es falsable si existe un enunciado observacional posible que sea incompatible con ella, es decir, que en el caso de ser establecido mostraría que la hipótesis está errada.
Una hipótesis o teoría es falsable porque dice algo definido del mundo; una teoría será muy buena cuando haga afirmaciones de largo alcance, siendo así sumamente falsable, y sin embargo resista los intentos de falsación. Las teorías deben ser así precisadas y establecidas con claridad sin ninguna ambigüedad que permitiera evitar la falsación.
Una vez tenemos una teoría o una hipótesis, la sometemos a las pruebas más severas, modificándolas sólo en aspectos que tengan consecuencias comprobables. No considero que Popper lograra una concepción universal de la metodología científica, simplemente me quedo con estos mínimos que considero imprescindibles para separar lo científico de lo no científico.
El breve resumen que he hecho de la propuesta popperiana choca con diversos aspectos de la teoría darwinista. En primer lugar la ambigüedad que, como hemos reseñado, conlleva la teoría y en segundo lugar esa capacidad que tiene la teoría de fagocitarlo todo.
La cosmovisión darwinista ha ido ajustándose a todos aquellos desarrollos que en un principio la ponían en cuestión; para algunos esta sería una gran virtud, sin embargo en ciencia algo que lo explica todo al final no termina por explicar nada.
Siendo importantes los aspectos indicados, lo más grave y quizás más sorprendente para el lector es plantearse la siguiente pregunta: ¿es falsable la teoría de la evolución de las especies por selección natural? Para ver más claro el desarrollo de esta cuestión lo podríamos poder aclarar mediante un sencillo análisis lógico. La propuesta popperiana, en la que utiliza lo que en lógica se conoce como el “Modus Tollendo Tollens”, nombre formal que se le da a la prueba indirecta, se expresaría así:
P. 1.- Si la hipótesis científica H es correcta se observará el fenómeno empírico F. / P. 2.- No se observa el fenómeno empírico F. / Conclusión.- La hipótesis H no es correcta.
Lo que debemos plantearnos es cuál es el fenómeno empírico que, de darse, haría que la teoría de la selección natural de las especies fuera incorrecta. Pongamos un ejemplo: en el laboratorio diseñamos una serie de experimentos para ver qué individuos sobreviven en una población a la que sometemos a diferentes tratamientos químicos. Por otro lado, realizamos otra serie de experimentos en los que observamos qué especies sobreviven en una competición en la que los recursos alimenticios son limitados.
Observamos que unos sobreviven y otros no, obtengamos los resultados que obtengamos siempre sobrevivirán los más aptos y, por lo tanto, el experimento no me permite responder a la cuestión ¿es válida la teoría de la selección natural o no? No puedo, pues, avanzar en el conocimiento. Sobrevivir y más aptos significa lo mismo.
Lo único que aprendería de este experimento es que unos sobreviven y otros no, que unos son más resistentes que otros, que unos mutan y se adaptan. Pero nada me diría sobre la selección natural. Intente el lector imaginarse cuál debiera ser el resultado para que la selección natural fuese falsada, piénselo detenidamente y verá que no es posible. Puede existir toda la evolución que se quiera, pero siempre se seleccionarán los más aptos porque por definición estos son los que permanecen.
La teoría es infalsable “ergo” la teoría no es científica. Cualquier resultado podrá ser incorporado a esta visión. No olvidemos que una teoría científica requiere ser confirmada por un experimento falsable, y la teoría de la selección natural no puede serlo; no pone en juego elementos bien descritos y consensuados que puedan someterse a experimentación.
Si el método científico se sustenta en pilares tan fundamentales como la capacidad de repetir un determinado experimento en cualquier lugar o por cualquier experimentador y la falsabilidad, y si ésto no es aplicable a la teoría evolutiva de Darwin, simplemente no es una teoría científica (invito al lector a visitar el blog del biólogo Emilio Cervantes, o las webs Biología y pensamiento y decrecimiento.
Así pues lo que ocurre, es que hablar de “supervivencia del más apto” no es más que una tautología, o sea una redundancia explicativa. Se trata de explicar algo mediante la variación de algunas palabras que en conjunto significan lo mismo que lo supuestamente explicado. Aquí no hay avance en el conocimiento, es lo mismo que decir “A es igual a A”; esto se acepta independientemente de que sea un hecho real o no.
Tenemos así una tautología revestida de lenguaje científico y presentada como una teoría fundamental de la ciencia: “la causa de la evolución es la selección natural”. Quisiera que se me explicara dónde están las referencias bibliográficas en las que se muestre de modo reproducible esta afirmación, o en la que se me den datos de la evidencia experimental.
Podemos presentar la cosmovisión darwinista como un marco conceptual o una cosmovisión que me permita interpretar la naturaleza desde esa visión de ley selvática, como expresaba Tennyson en aquel verso que hablaba de una naturaleza de dientes y sangre, una extrapolación del “laissez faire” a la naturaleza, pero no podremos considerarla como una teoría científica. Invito a pensar sobre este hecho, una idea sin base experimental y sin posibilidad de comprobación, quizás una idea dogmática que reemplazaba un dogma creacionista por otra creencia.
Portada de la revista Newscientist de enero 2009
La adaptabilidad del darwinismo
En este sentido parece tener razón T. S. Kuhn cuando afirmaba que los paradigmas científicos hacen que veamos el mundo de una manera determinada, que en cierto modo los que sustentan paradigmas distintos viven en mundos distintos y que el cambio de un paradigma a otro se produce por una especie de conversión. No existirían argumentos puramente lógicos para el paso de un paradigma a otro, existiendo muchos elementos, condicionantes externos, sociales, económicos e intelectuales que intervendrían en el cambio de paradigmas.
La cosmovisión darwinista, cuyos principios fundamentales como el gradualismo y el puro azar son muy cuestionables y, cuyo aspecto central, “la selección natural” o supervivencia del más apto es pura tautología, irá siendo cada vez más puesta en entre dicho, y en su defensa fagocitará las propias visiones que lo vayan cuestionando.
Pondré un ejemplo reciente. En un revista digital de la UNAM plantea el articulista José Narro Robles esta cuestión ¿es perfecta la teoría de Darwin? Responde que no, pero prosigue diciendo que las diferencias no son insuperables y que dentro del evolucionismo contemporáneo se han desarrollado concepciones innovadoras basadas en (aquí viene la sorpresa mayúscula) la dialéctica, la teoría de sistemas o el holismo que intentan con éxito superar los fallos.
Pero si precisamente desde la teoría de sistemas o desde el holismo se pone en un brete a la visión darwinista, ¿cómo es que el propio darwinismo asume estos avances como logros?. La respuesta la podemos encontrar en el mismo Kuhn, cuando afirma que las revoluciones se van dando invisiblemente.
Mirando desde una perspectiva histórica, puede ser que ya estemos en el centro de la revolución, creyendo eso sí, que estamos echando incienso a Darwin. Quizás esto es lo que ocurre con nuevos paradigmas teóricos como el de “Evo-Devo” antes citado, que cuestionando los principios fundamentales del neodarwinismo, aún creen que lo están completando (Nuñez de Castro, Emilio Cervantes).
Mientras tanto, como el ser humano vive en un espacio de razones y las ideas que tenga sobre el cosmos y sobre sí mismo le humanizan o deshumanizan, habrá que plantearse si la visión competitiva, de lucha sin cuartel, de triunfo del poderoso justificado como el más apto, etc, sirven para generar un mundo más humano y plantear un futuro esperanzado o no.
La teoría de Darwin ha biologizado la realidad en todos sus dominios, como afirma Carlos Castrodeza. El principio de selección natural impera en un mundo donde prima la lucha, el sufrimiento, la injusticia. Pero más que un principio físico es un principio metafísico que, extrapolado de una teoría social, impregnó la cosmovisión naturalista.
Considero que una visión en la que se plantee la realidad natural desde claves de interdependencia y cooperación, donde se haga resaltar el equilibrio propio de los biosistemas, es mucho más humanizadora. Quizás sea hora de invertir el proceso: si a mediados del siglo XIX una teoría social sirvió de marco para interpretar la naturaleza, llegando a impregnar nuestras mentes de conceptos tales como lucha, poder, o modelos competitivos, ahora sería conveniente que una visión holística de la naturaleza basada en el equilibrio de los ecosistemas pasase a la sociedad humana planteando otro tipo de relaciones entre los hombres [C. Castrodeza, “La darwinización del mundo”, Barcelona 2009. Estas ideas están también en el fondo del artículo de M. Abdalla “O capitalismo é selvagem?”].
3.- ¿Celebrar a Darwin?
No voy a negar la importancia histórica que tiene Darwin, cuestionar su influjo sería una necedad por mi parte. He querido, eso sí, desmitificar una figura, un ídolo en parte forjado desde determinadas ideologías e intereses. En segundo lugar cuestionar esa visión que quiere convertir a la ciencia en la nueva religión del futuro, con sus excomuniones, cánones, liturgias y ministros. En tercer lugar dar que pensar sobre el hacer científico que puede llegar a convertir en hechos lo que son teorías muy cuestionables.
La reflexión sobre la vida es cuestión de todos: las consecuencias que tienen nuestras cosmovisiones son muy importantes a la hora de plantearnos el futuro de la humanidad. Si el objetivo único de la vida fuera producir las generaciones siguientes de seres vivos sin más en una especie de prosecución de la vida sin sentido, siendo la supervivencia “el todo”, las consecuencias a las que nos llevarían éstos planteamientos aplicados al ser humano serían puramente nihilistas.
Debemos mirar cara a cara a la verdad. El hecho de que algunos científicos e intelectuales sigan obcecados en plantear la oposición entre los resultados de la ciencia y las cosmovisiones finalistas para evitar los excesos religiosos. no lleva más que a enfangarse en proyectos deshumanizadores.
Es hora de proponer otras alternativas, de debatirlas, de sacarlas a la luz y en esto estamos implicados todos. Es hora de superar los rancios enfrentamientos y buscar cauces de diálogo en todos los ámbitos del ser humano. Los exclusivismos y los anatemas no suelen ser buenos.
Si he dado que pensar me sentiré satisfecho, se esté o no de acuerdo conmigo. Se debe celebrar a Darwin, sí, pero sabiendo realmente lo que celebramos. La Vida trae sus mensajes, y debemos escucharla, para mí esos mensajes son la voz de Dios, para otros pueden ser otro tipo de voces, pero si las escuchamos siempre nos hablarán de “Vida”, futuro, fundamento, sentido. Sobre esto podremos dialogar y escucharnos unos a otros, sólo así podremos evitar el vacío y la nada.
Jesús Cañete Olmedo es profesor de filosofía y colaborador de la Cátedra CTR
En este sentido parece tener razón T. S. Kuhn cuando afirmaba que los paradigmas científicos hacen que veamos el mundo de una manera determinada, que en cierto modo los que sustentan paradigmas distintos viven en mundos distintos y que el cambio de un paradigma a otro se produce por una especie de conversión. No existirían argumentos puramente lógicos para el paso de un paradigma a otro, existiendo muchos elementos, condicionantes externos, sociales, económicos e intelectuales que intervendrían en el cambio de paradigmas.
La cosmovisión darwinista, cuyos principios fundamentales como el gradualismo y el puro azar son muy cuestionables y, cuyo aspecto central, “la selección natural” o supervivencia del más apto es pura tautología, irá siendo cada vez más puesta en entre dicho, y en su defensa fagocitará las propias visiones que lo vayan cuestionando.
Pondré un ejemplo reciente. En un revista digital de la UNAM plantea el articulista José Narro Robles esta cuestión ¿es perfecta la teoría de Darwin? Responde que no, pero prosigue diciendo que las diferencias no son insuperables y que dentro del evolucionismo contemporáneo se han desarrollado concepciones innovadoras basadas en (aquí viene la sorpresa mayúscula) la dialéctica, la teoría de sistemas o el holismo que intentan con éxito superar los fallos.
Pero si precisamente desde la teoría de sistemas o desde el holismo se pone en un brete a la visión darwinista, ¿cómo es que el propio darwinismo asume estos avances como logros?. La respuesta la podemos encontrar en el mismo Kuhn, cuando afirma que las revoluciones se van dando invisiblemente.
Mirando desde una perspectiva histórica, puede ser que ya estemos en el centro de la revolución, creyendo eso sí, que estamos echando incienso a Darwin. Quizás esto es lo que ocurre con nuevos paradigmas teóricos como el de “Evo-Devo” antes citado, que cuestionando los principios fundamentales del neodarwinismo, aún creen que lo están completando (Nuñez de Castro, Emilio Cervantes).
Mientras tanto, como el ser humano vive en un espacio de razones y las ideas que tenga sobre el cosmos y sobre sí mismo le humanizan o deshumanizan, habrá que plantearse si la visión competitiva, de lucha sin cuartel, de triunfo del poderoso justificado como el más apto, etc, sirven para generar un mundo más humano y plantear un futuro esperanzado o no.
La teoría de Darwin ha biologizado la realidad en todos sus dominios, como afirma Carlos Castrodeza. El principio de selección natural impera en un mundo donde prima la lucha, el sufrimiento, la injusticia. Pero más que un principio físico es un principio metafísico que, extrapolado de una teoría social, impregnó la cosmovisión naturalista.
Considero que una visión en la que se plantee la realidad natural desde claves de interdependencia y cooperación, donde se haga resaltar el equilibrio propio de los biosistemas, es mucho más humanizadora. Quizás sea hora de invertir el proceso: si a mediados del siglo XIX una teoría social sirvió de marco para interpretar la naturaleza, llegando a impregnar nuestras mentes de conceptos tales como lucha, poder, o modelos competitivos, ahora sería conveniente que una visión holística de la naturaleza basada en el equilibrio de los ecosistemas pasase a la sociedad humana planteando otro tipo de relaciones entre los hombres [C. Castrodeza, “La darwinización del mundo”, Barcelona 2009. Estas ideas están también en el fondo del artículo de M. Abdalla “O capitalismo é selvagem?”].
3.- ¿Celebrar a Darwin?
No voy a negar la importancia histórica que tiene Darwin, cuestionar su influjo sería una necedad por mi parte. He querido, eso sí, desmitificar una figura, un ídolo en parte forjado desde determinadas ideologías e intereses. En segundo lugar cuestionar esa visión que quiere convertir a la ciencia en la nueva religión del futuro, con sus excomuniones, cánones, liturgias y ministros. En tercer lugar dar que pensar sobre el hacer científico que puede llegar a convertir en hechos lo que son teorías muy cuestionables.
La reflexión sobre la vida es cuestión de todos: las consecuencias que tienen nuestras cosmovisiones son muy importantes a la hora de plantearnos el futuro de la humanidad. Si el objetivo único de la vida fuera producir las generaciones siguientes de seres vivos sin más en una especie de prosecución de la vida sin sentido, siendo la supervivencia “el todo”, las consecuencias a las que nos llevarían éstos planteamientos aplicados al ser humano serían puramente nihilistas.
Debemos mirar cara a cara a la verdad. El hecho de que algunos científicos e intelectuales sigan obcecados en plantear la oposición entre los resultados de la ciencia y las cosmovisiones finalistas para evitar los excesos religiosos. no lleva más que a enfangarse en proyectos deshumanizadores.
Es hora de proponer otras alternativas, de debatirlas, de sacarlas a la luz y en esto estamos implicados todos. Es hora de superar los rancios enfrentamientos y buscar cauces de diálogo en todos los ámbitos del ser humano. Los exclusivismos y los anatemas no suelen ser buenos.
Si he dado que pensar me sentiré satisfecho, se esté o no de acuerdo conmigo. Se debe celebrar a Darwin, sí, pero sabiendo realmente lo que celebramos. La Vida trae sus mensajes, y debemos escucharla, para mí esos mensajes son la voz de Dios, para otros pueden ser otro tipo de voces, pero si las escuchamos siempre nos hablarán de “Vida”, futuro, fundamento, sentido. Sobre esto podremos dialogar y escucharnos unos a otros, sólo así podremos evitar el vacío y la nada.
Jesús Cañete Olmedo es profesor de filosofía y colaborador de la Cátedra CTR