En la sección Tendencias21 de las Religiones pretendemos presentar una perspectiva positiva sobre las tendencias de las tradiciones religiosas para integrar y responder adecuadamente a los retos del progreso científico. Somos conscientes de que el encuentro entre ciencia y religiones no ha sido siempre dialogante. Al representar dos concepciones del mundo, los conflictos y los enfrentamientos jalonan la historia del pensamiento. Sin embargo, en estos últimos años el marco cultural está cambiando y permite nuevos espacios de diálogo y encuentro entre las tradiciones religiosas y el conocimiento científico.
El estreno de la película Altamira (2016), del director Hugh Hodson, en los primeros días de abril, ha provocado en los medios de comunicación y en las redes sociales un vivo debate –que creemos positivo- sobre si el conflicto surgido en los últimos años del siglo XIX con el descubrimiento de la Cueva de Altamira podría repetirse con el debate sobre las implicaciones religiosas de las nuevas tecnologías, de la biología sintética, del transhumanismo y todas las innovaciones de las ciencias naturales y sociales.
En estos años del siglo XXI, ¿son las culturas más tolerantes en el diálogo entre tradiciones religiosas y las ciencias? ¿Se repetiría en nuestro tiempo los mismos debates que suscitó el descubrimiento de las pinturas rupestres de Altamira? ¿Cuál es la tendencia de las religiones?
Sinopsis de la película
La sinopsis que la distribuidora ofrece al público es la siguiente: Cantabria, 1879. Entre las verdes colinas y los altos picos rocosos de la costa de Santander, María Sautuola (Allegra Allen), una niña de 9 años, y su padre, Marcelino (Antonio Banderas), un hombre aficionado a la arqueología, descubren algo extraordinario que cambiará la historia de la humanidad: las primeras pinturas prehistóricas encontradas hasta la fecha, unos impresionantes bisontes a galope trazados con gran detalle.
Sin embargo, Conchita (Golshifteh Farahani), la madre de María, al igual que los representantes de la Iglesia Católica, queda perturbada por el descubrimiento. Consideran que estas pinturas hechas por prehistóricos “salvajes” son un ataque a la verdad de la Biblia.
Sorprendentemente, la comunidad científica representada por el prehistoriador Émile Cartailhac (Clément Sibony) también acusa de fraude a Marcelino y su descubrimiento. Es entonces cuando la familia entra en una fuerte crisis, que además empeora cuando cierran la cueva. El mundo idílico de la joven María se derrumba y sus intentos por ayudar, solo empeoran las cosas.
Este film basado en la historia real sobre el descubrimiento de las famosas pinturas rupestres de la cueva de Altamira, hoy Patrimonio de la Humanidad, y las consecuencias que tuvo este histórico hallazgo, está dirigido por Hugh Hudson (Greystoke, la leyenda de Tarzán, Carros de fuego). El prestigioso José Luis Alcaine (La Piel que Habito, Las 13 rosas) es el encargado de la fotografía.
Y su reparto internacional cuenta con los actores Antonio Banderas (Knight of Cups, Los mercenarios 3), Golshifteh Farahani (Eden, Exodus: Dioses y reyes), Rupert Everett (Parade's End, Hysteria), Clément Sibony (El desafío (The Walk), The Tourist), Nicholas Farrell (Legend, Grace of Monaco), Tristán Ulloa (El tiempo entre costuras, Que se mueran los feos), Irene Escolar (Un otoño sin Berlín, Las ovejas no pierden el tren) y Allegra Allen como la niña protagonista.
Los ecos en la prensa
El estreno de Altamira, ha generado un interés renovado por conocer la historia del descubrimiento de las pinturas rupestres de la cueva de Altamira, así como por conocer los conflictos científicos y religiosos que generó.
El diario El País, en su sección de cultura, publicó el 9 de abril un artículo de Francisco Pelayo, investigador del CSIC y autor de varias monografías sobre este tema. De él resaltamos algunos párrafos más significativos. Con el titular: “¿Por qué fue tan polémico el descubrimiento del arte rupestre de Altamira? Sanz de Sautuola, que halló las pinturas en 1879, murió en el más absoluto descrédito tras ser acusado de falsificarlas”, dice entre otras cosas:
“Perteneciente a una distinguida familia de la alta sociedad montañesa, Marcelino Sanz de Sautuola ha entrado en la historia de la cultura por haber puesto al descubierto el arte realizado por de los seres humanos hace miles de años. Erudito, aficionado a la aclimatación de plantas exóticas y al coleccionismo de fósiles, entre otras cosas, Sautuola se vio estimulado a emprender excavaciones en las cuevas de Santander, tras haber contemplado las colecciones de objetos prehistóricos expuestas en la Exposición Universal de París de 1878. Al año siguiente volvería a inspeccionar la cueva de Altamira, que había sido descubierta por azar una década antes. Puede uno imaginarse la cara de perplejidad de Sautuola cuando en 1879 su hija le señaló la presencia de pinturas de animales en el techo de la cueva”.
Y más adelante: “Como resultado de sus labores publicaría sus Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander (1880). En este folleto manifestaba cómo el observador quedaba “sorprendido al contemplar en la bóveda de la cueva un gran número de animales pintados”. Incluía en este estudio dibujos con reproducciones de las pinturas, las cuales dató como pertenecientes a la época paleolítica. Sautuola (….) comunicaría sus hallazgos a Juan Vilanova y Piera, catedrático de Paleontología de la Universidad de Madrid. Este apoyaría las conclusiones de Sautuola y desde su posición académica sería el encargado de divulgar y defender ante la comunidad científica la autenticidad del arte rupestre”.
Pero pronto se vieron envueltos en una polémica que escapó de sus manos. Prosigue el profesor Pelayo: “Sin embargo, Sautuola y Vilanova consiguieron pocos apoyos a sus tesis. El rechazo a considerar que las pinturas eran prehistóricas fue generalizado entre sus contemporáneos (… ) No es simple explicar el fundamento del rechazo, ya que en él intervinieron un cúmulo de factores. El más evidente, aunque no el único, es el contexto histórico de controversia entre ciencia y religión, entre evolución y creación, que existía en la década de los años ochenta del siglo XIX. Para Sautuola y Vilanova, los humanos primitivos habían sido creados por Dios con la capacidad estética y la habilidad necesaria para confeccionar obras como las que se hallaban en Altamira. En cambio, desde posiciones darwinistas y transformistas, la humanidad había pasado por diferentes estadios evolutivos y era necesario alcanzar un determinado umbral para poder realizar las pinturas rupestres de la cueva cántabra. Al mismo tiempo, Vilanova, católico, antidarwinista y creacionista, se oponía a los clérigos detractores de la Prehistoria”.
Las críticas
La prensa y las redes sociales han dedicado tiempo y espacio a comentar la película. Tal vez haya sido una voz discordante la dura crítica que Periodista digital ha dedicado a la película Altamira. Creemos de interés ofrecerla a los lectores para que tengan más elementos de juicio.
Con el titular “Una película de encargo para ensalzar una clase social. Altamira. Ni ciencia ni fe. Ni rastro de reflexión en Altamira", y firmada por Peio Sánchez Rodríguez (7 de abril de 2016), leemos entre otras cosas: “El autohomenaje de una clase social. Ni una serie de postales sobre la belleza de Cantabria, ni el ensalzamiento edulcorado de Marcelino Sanz de Sautuola, ni la edición de una guía turística para las cuevas de Altamira dan para hacer una película (…. ) La ausencia de inteligencia para abordar la relación entre fe y razón se une a un cierto mesianismo de una clase de elegidos”.
Este comentarista tiene una opinión poco favorable al guión de la película: “El libreto resulta tan hagiográfico como lamentable, los personajes son simplificaciones huecas y la búsqueda del melodrama es el recurso de supervivencia cuando todo es previsible y desaborido. Del director solo queda algún rastro de su viejo buen hacer en la representación del mundo de los bisontes, esa presencia que recuerda la verdad que impone la realidad”.
Y continúa: “El mundo de los señoritos Sanz de Sautuola es perfecto en su mansión y en su vestuario preciosista. Esta complacencia tan dulzona en lo social hace sospechar que algunos parámetros de relaciones sociales perviven viniendo como los bisontes desde el paleolítico. La persecución a don Marcelino será obra de la iglesia y de los tozudos científicos que por fin, y en el tiempo de descuento, entonarán el mea culpa. El luchador de la verdad que abre el camino entre dificultades resulta aquí sospechoso de representar una clase ególatra que se autoconcede una misión salvadora. Interesante confesión de una familia”.
Respecto al tratamiento que en la película se hace al tema de la ciencia y la religión, escribe: “El tema ciencia y fe, esposo y esposa, es un tema manido en el cine reciente. Ha sido tratado en "La teoría del todo" (2014) de James Marsh. Allí el ateo y discapacitado Stephen Hawking, Eddie Redmayne en estado de gracia, se enfrenta con su esposa (Felicity Jones) sobre el tema de la fe. La tensión se mantiene con ingenio y sutileza, sin una resolución precipitada, y dejando cuestiones abiertas al espectador. Algo semejante ocurría en "La duda de Darwin" (Creation, 2009) de Jon Amiel. El torturado autor de El origen de las especies, según el film, encuentra apoyo en su esposa, así la duda que genera la búsqueda de la verdad se apoya en la fe a la vez que la incertidumbre permanece”.
Y concluye: “La teología reciente insiste en que la omnipotencia divina actúa de forma continuada desde la debilidad en consonancia con la autonomía de las criaturas. La relación entre ciencia y fe, desde la experiencia de los dos últimos siglos, se ha desplegado en autonomía de objetivos y métodos. La ciencia faústica (omnisciencia) y la ciencia prometeica (omnipotencia) está evolucionando desde una visión racional abierta y con responsabilidad social. La teología ha realizado un ejercicio de kénosis para comprender el sentido del Dios que crea amando y otorgando libertad a las criaturas”.
El estreno de la película Altamira (2016), del director Hugh Hodson, en los primeros días de abril, ha provocado en los medios de comunicación y en las redes sociales un vivo debate –que creemos positivo- sobre si el conflicto surgido en los últimos años del siglo XIX con el descubrimiento de la Cueva de Altamira podría repetirse con el debate sobre las implicaciones religiosas de las nuevas tecnologías, de la biología sintética, del transhumanismo y todas las innovaciones de las ciencias naturales y sociales.
En estos años del siglo XXI, ¿son las culturas más tolerantes en el diálogo entre tradiciones religiosas y las ciencias? ¿Se repetiría en nuestro tiempo los mismos debates que suscitó el descubrimiento de las pinturas rupestres de Altamira? ¿Cuál es la tendencia de las religiones?
Sinopsis de la película
La sinopsis que la distribuidora ofrece al público es la siguiente: Cantabria, 1879. Entre las verdes colinas y los altos picos rocosos de la costa de Santander, María Sautuola (Allegra Allen), una niña de 9 años, y su padre, Marcelino (Antonio Banderas), un hombre aficionado a la arqueología, descubren algo extraordinario que cambiará la historia de la humanidad: las primeras pinturas prehistóricas encontradas hasta la fecha, unos impresionantes bisontes a galope trazados con gran detalle.
Sin embargo, Conchita (Golshifteh Farahani), la madre de María, al igual que los representantes de la Iglesia Católica, queda perturbada por el descubrimiento. Consideran que estas pinturas hechas por prehistóricos “salvajes” son un ataque a la verdad de la Biblia.
Sorprendentemente, la comunidad científica representada por el prehistoriador Émile Cartailhac (Clément Sibony) también acusa de fraude a Marcelino y su descubrimiento. Es entonces cuando la familia entra en una fuerte crisis, que además empeora cuando cierran la cueva. El mundo idílico de la joven María se derrumba y sus intentos por ayudar, solo empeoran las cosas.
Este film basado en la historia real sobre el descubrimiento de las famosas pinturas rupestres de la cueva de Altamira, hoy Patrimonio de la Humanidad, y las consecuencias que tuvo este histórico hallazgo, está dirigido por Hugh Hudson (Greystoke, la leyenda de Tarzán, Carros de fuego). El prestigioso José Luis Alcaine (La Piel que Habito, Las 13 rosas) es el encargado de la fotografía.
Y su reparto internacional cuenta con los actores Antonio Banderas (Knight of Cups, Los mercenarios 3), Golshifteh Farahani (Eden, Exodus: Dioses y reyes), Rupert Everett (Parade's End, Hysteria), Clément Sibony (El desafío (The Walk), The Tourist), Nicholas Farrell (Legend, Grace of Monaco), Tristán Ulloa (El tiempo entre costuras, Que se mueran los feos), Irene Escolar (Un otoño sin Berlín, Las ovejas no pierden el tren) y Allegra Allen como la niña protagonista.
Los ecos en la prensa
El estreno de Altamira, ha generado un interés renovado por conocer la historia del descubrimiento de las pinturas rupestres de la cueva de Altamira, así como por conocer los conflictos científicos y religiosos que generó.
El diario El País, en su sección de cultura, publicó el 9 de abril un artículo de Francisco Pelayo, investigador del CSIC y autor de varias monografías sobre este tema. De él resaltamos algunos párrafos más significativos. Con el titular: “¿Por qué fue tan polémico el descubrimiento del arte rupestre de Altamira? Sanz de Sautuola, que halló las pinturas en 1879, murió en el más absoluto descrédito tras ser acusado de falsificarlas”, dice entre otras cosas:
“Perteneciente a una distinguida familia de la alta sociedad montañesa, Marcelino Sanz de Sautuola ha entrado en la historia de la cultura por haber puesto al descubierto el arte realizado por de los seres humanos hace miles de años. Erudito, aficionado a la aclimatación de plantas exóticas y al coleccionismo de fósiles, entre otras cosas, Sautuola se vio estimulado a emprender excavaciones en las cuevas de Santander, tras haber contemplado las colecciones de objetos prehistóricos expuestas en la Exposición Universal de París de 1878. Al año siguiente volvería a inspeccionar la cueva de Altamira, que había sido descubierta por azar una década antes. Puede uno imaginarse la cara de perplejidad de Sautuola cuando en 1879 su hija le señaló la presencia de pinturas de animales en el techo de la cueva”.
Y más adelante: “Como resultado de sus labores publicaría sus Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander (1880). En este folleto manifestaba cómo el observador quedaba “sorprendido al contemplar en la bóveda de la cueva un gran número de animales pintados”. Incluía en este estudio dibujos con reproducciones de las pinturas, las cuales dató como pertenecientes a la época paleolítica. Sautuola (….) comunicaría sus hallazgos a Juan Vilanova y Piera, catedrático de Paleontología de la Universidad de Madrid. Este apoyaría las conclusiones de Sautuola y desde su posición académica sería el encargado de divulgar y defender ante la comunidad científica la autenticidad del arte rupestre”.
Pero pronto se vieron envueltos en una polémica que escapó de sus manos. Prosigue el profesor Pelayo: “Sin embargo, Sautuola y Vilanova consiguieron pocos apoyos a sus tesis. El rechazo a considerar que las pinturas eran prehistóricas fue generalizado entre sus contemporáneos (… ) No es simple explicar el fundamento del rechazo, ya que en él intervinieron un cúmulo de factores. El más evidente, aunque no el único, es el contexto histórico de controversia entre ciencia y religión, entre evolución y creación, que existía en la década de los años ochenta del siglo XIX. Para Sautuola y Vilanova, los humanos primitivos habían sido creados por Dios con la capacidad estética y la habilidad necesaria para confeccionar obras como las que se hallaban en Altamira. En cambio, desde posiciones darwinistas y transformistas, la humanidad había pasado por diferentes estadios evolutivos y era necesario alcanzar un determinado umbral para poder realizar las pinturas rupestres de la cueva cántabra. Al mismo tiempo, Vilanova, católico, antidarwinista y creacionista, se oponía a los clérigos detractores de la Prehistoria”.
Las críticas
La prensa y las redes sociales han dedicado tiempo y espacio a comentar la película. Tal vez haya sido una voz discordante la dura crítica que Periodista digital ha dedicado a la película Altamira. Creemos de interés ofrecerla a los lectores para que tengan más elementos de juicio.
Con el titular “Una película de encargo para ensalzar una clase social. Altamira. Ni ciencia ni fe. Ni rastro de reflexión en Altamira", y firmada por Peio Sánchez Rodríguez (7 de abril de 2016), leemos entre otras cosas: “El autohomenaje de una clase social. Ni una serie de postales sobre la belleza de Cantabria, ni el ensalzamiento edulcorado de Marcelino Sanz de Sautuola, ni la edición de una guía turística para las cuevas de Altamira dan para hacer una película (…. ) La ausencia de inteligencia para abordar la relación entre fe y razón se une a un cierto mesianismo de una clase de elegidos”.
Este comentarista tiene una opinión poco favorable al guión de la película: “El libreto resulta tan hagiográfico como lamentable, los personajes son simplificaciones huecas y la búsqueda del melodrama es el recurso de supervivencia cuando todo es previsible y desaborido. Del director solo queda algún rastro de su viejo buen hacer en la representación del mundo de los bisontes, esa presencia que recuerda la verdad que impone la realidad”.
Y continúa: “El mundo de los señoritos Sanz de Sautuola es perfecto en su mansión y en su vestuario preciosista. Esta complacencia tan dulzona en lo social hace sospechar que algunos parámetros de relaciones sociales perviven viniendo como los bisontes desde el paleolítico. La persecución a don Marcelino será obra de la iglesia y de los tozudos científicos que por fin, y en el tiempo de descuento, entonarán el mea culpa. El luchador de la verdad que abre el camino entre dificultades resulta aquí sospechoso de representar una clase ególatra que se autoconcede una misión salvadora. Interesante confesión de una familia”.
Respecto al tratamiento que en la película se hace al tema de la ciencia y la religión, escribe: “El tema ciencia y fe, esposo y esposa, es un tema manido en el cine reciente. Ha sido tratado en "La teoría del todo" (2014) de James Marsh. Allí el ateo y discapacitado Stephen Hawking, Eddie Redmayne en estado de gracia, se enfrenta con su esposa (Felicity Jones) sobre el tema de la fe. La tensión se mantiene con ingenio y sutileza, sin una resolución precipitada, y dejando cuestiones abiertas al espectador. Algo semejante ocurría en "La duda de Darwin" (Creation, 2009) de Jon Amiel. El torturado autor de El origen de las especies, según el film, encuentra apoyo en su esposa, así la duda que genera la búsqueda de la verdad se apoya en la fe a la vez que la incertidumbre permanece”.
Y concluye: “La teología reciente insiste en que la omnipotencia divina actúa de forma continuada desde la debilidad en consonancia con la autonomía de las criaturas. La relación entre ciencia y fe, desde la experiencia de los dos últimos siglos, se ha desplegado en autonomía de objetivos y métodos. La ciencia faústica (omnisciencia) y la ciencia prometeica (omnipotencia) está evolucionando desde una visión racional abierta y con responsabilidad social. La teología ha realizado un ejercicio de kénosis para comprender el sentido del Dios que crea amando y otorgando libertad a las criaturas”.
'Altamira. Historia de una polémica'
Más allá de la película, sea buena o mala, existe una historia real. Esa historia real, con la polémica entre la ciencia y las tradiciones religiosas, ha sido tratada recientemente en un ensayo publicado por un historiador. El libro “Altamira. Historia de una polémica” de José Calvo Poyato (publicado en 2015, antes que se estrenara la película) ofrece pistas de gran interés para descifrar algunas de las claves del debate ciencia y religión en torno a Altamira.
Con el título Altamira contra la Iglesia y Darwin. La polémica que dio paso a la historia, el periódico “El confidencial” (26 de marzo de 2016) ofrece en sus páginas culturales una perspectiva del trabajo del historiador.
Titula: “José Calvo Poyato desmenuza en un ensayo las trifulcas generadas por el descubrimiento de la cueva a finales del siglo XIX. Antonio Banderas las recrea en un filme”.
Firmado por Prado Campos, dice entre otras cosas: “La cueva de Altamira, "la Capilla Sixtina del arte rupestre" conmemoró hace unos meses los 30 años de su declaración como Patrimonio Mundial por la UNESCO con diversas actividades culturales para todos los visitantes. Un libro de José Calvo Poyato recién publicado relata su apasionante y polémico descubrimiento”.
Poyato escribe en las primeras líneas de su ensayo que el descubrimiento de la cueva de Altamira fue "una aventura digna de una novela". Hoy a nadie se le ocurre dudar de su trascendencia pero a finales del siglo XIX el hallazgo de Marcelino Sanz de Sautuola cayó como una bomba no sólo dentro de las fronteras de la conservadora sociedad española. La Iglesia y los darwinistas se toparon con una realidad que afeaba sus tesis y, claro está, había que desmontarla para que sus postulados siguieran teniendo validez.
'Altamira. Historia de una polémica' (Stella Maris) desmenuza las acusaciones vertidas por creacionistas y evolucionistas a las que tuvieron que enfrentarse Sautuola y Juan Vilanova y Piera, el catedrático de Geología y Paleontología de la Universidad Central que fue el primero en ponerse al lado de Sautuola para reivindicar la autenticidad e importancia de las pinturas encontradas en la bóveda de la cueva de Santilla del Mar.
El escarnio, por tanto, al que se enfrentaron ambos fue feroz y el debate suscitado les convirtió en la diana a la que tirar todos los dardos. "El descubrimiento de Altamira fue una sorpresa extraordinaria porque la Prehistoria en 1878 estaba en mantillas. No se había configurado como una disciplina académica, estaba continuada casi por aficionados y, de repente, aparece un descubrimiento de esta magnitud en un campo en el que todavía no se había asentado el mundo científico y sin elementos previos para hacer comparaciones. Había material lítico y óseo pero unas pinturas así sorprendieron a los dos grandes bandos: los creacionistas y los evolucionistas", explica a El Confidencial el autor del libro y doctor en Historia.
Desde la Iglesia y las tesis más conservadoras, expone en el libro, se sostenía que quienes buscaban el pasado de la Tierra "únicamente tenían como fin atacar, con unos supuestos argumentos de carácter científico, los cimientos en los que se fundamentaba la religión judeo-cristiana. Consideraban como algo detestable y sostenían que hurgar en lugares oscuros y recónditos como eran cuevas, escombreras o viejas minas abandonadas era otra de las manifestaciones del creciente ateísmo".
Pero no se quedaron aquí. A pesar de ello también surgió una tercera vía que pretendía fundir religión y ciencia, las acusaciones llegaron incluso a salpicar a los jesuitas. En una carta de Gabriel de Mortillet a Émile Cartailhac, las máximas autoridades francesas de la Prehistoria y principales detractores de la autenticidad de Altamira, se habla de un complot de la Compañía de Jesús, asentada en Comillas, para desacreditar y dejar en ridículo a los prehistoriadores y acusando a Vilanova y Piera de señuelo.
Dos de sus principales defensores y, por tanto, los opositores más hostiles de Sautuola y Vilanova fueron los franceses Cartailhac y Mortillet. Para ellos era inadmisible que las pinturas de Altamira fueran obra del hombre prehistórico y defendían que, aunque bellas, estaban hechas por la mano de un pintor moderno. Pero el paso del tiempo le daría la razón a los españoles, a pesar de que Sautuola y Vilanova ya habían muerto.
"(...) de estar en Francia se le hubiera concedido, de seguro, la importancia que se merece", espetó Vilanova a ambos en el debate de la Sociedad Española de Historia Natural. La polémica se zanjó definitivamente cuando Carailhac rectificó en el artículo 'Mea culpa de un escéptico', publicado en 1902 en 'L'Anthropologie', precisamente después de que aparecieran en el sur de Francia unas pinturas rupestres similares a las de Altamira. "Hubo que esperar un cuarto de siglo para que, ante la evidencia de las pinturas francesas, se empiece a reconocer el valor prehistórico de Altamira y se acabara con esa actitud desdeñosa de los franceses", afirma Calvo Poyato.
Juan Vilanova y Piera
En el debate en torno a la película parece quedar eclipsado un hombre, científico y creyente, que –desde sus convicciones de finales del siglo XIX- quiso poner orden y mesura en un debate entre ciencia y religión. Evidentemente, desde unas categorías que hoy nos parecen desfasadas. Pero en su tiempo marcó una tendencia en las relaciones entre tradiciones religiosas y modernidad científica.
Vilanova apostaba por el concordismo (la necesaria armonía y concordancia entre los relatos bíblicos y los avances científicos), postura en su momento progresista y hoy superada, pero que abrió caminos al modo como hoy entendemos esa relación.
Según los datos aportados por Francisco Pelayo (“Ciencia y creencia en España durante el siglo XIX”), el profesor de Paleontología de la Universidad de Madrid, Juan Vilanova y Piera, desarrolló y comentó en varias ocasiones su opinión sobre el origen y la antigüedad del ser humano. Cuando murió Juan Vilanova y Piera (1821-1893), que fue catedrático de Geología y Paleontología de la Universidad Central de Madrid y máximo experto español de la época en fósiles, era prácticamente el único científico que sostenía la autenticidad de las pinturas de la cueva de Altamira.
El debate se resumía en dos posiciones: los darwinistas no admitían esa perfección artística en un hombre primitivo cuyas habilidades tendrían que ser sustancialmente distintas a las del hombre actual; sin embargo, para los adversarios del darwinismo, que aquella belleza tuviese miles de años confirmaba su convicción de la identidad de la naturaleza humana en el tiempo.
En un artículo extenso (dividido en varias partes) publicado en la “Revista de Sanidad Militar y General de las Ciencias Médicas” entre 1866 y 1867, y en “El Restaurador Farmacéutico” en 1867, Vilanova defiende una explicación creacionista de las raíces de la humanidad.
Como científico, gracias a los adelantos y progresos de la geología se podía sentar el principio de que el ser humano era mucho más antiguo de lo que se creía, ya que su origen o aparición en el globo terrestre se remontaba a edades anteriores a las estimadas hasta la fecha. Las pruebas se basaban en la unidad de la especie humana y en los recientes descubrimientos paleoantropológicos de fósiles humanos antediluvianos, asociados a industria lítica.
Según su argumento, admitida la unidad de la especie humana por los naturalistas de mayor peso científico en este campo, algo que confirmaba la revelación mosaica, se podía decir con Charles Lyell, en opinión de Vilanova, que se necesitaba para la formación lenta y gradual de las razas un espacio de tiempo mayor que cualquier cronología humana conocida.
Es decir, que partiendo de que la humanidad procedía de una sola pareja, había que aceptar el gran intervalo de tiempo durante el cual la continua influencia del medio habría dado origen a ciertas peculiaridades en el hombre, que se fueron pronunciando cada vez más en generaciones sucesivas, hasta acabar fijándose y transmitiéndose por herencia (“Origen del hombre”, en Revista de Sanidad Militar, 1866, pág. 676).
En el transcurso de la lenta transformación del planeta Tierra, comentaba Vilanova desde su perspectiva catastrofista, había tenido lugar una serie de circunstancias extremas, como inundaciones, terremotos, la aparición súbita de una cordillera o cualquier otro gran cataclismo geológico registrado, que habrían afectado a pueblos enteros, ocasionando la dispersión de razas y la desaparición de algunos de ellos.
Entrando en las pruebas objetivas de la gran antigüedad del ser humano sobre la Tierra, comenzaba por decir que confirmaba la existencia del hombre el hecho de que en esa época la superficie terrestre cambió de condiciones biológicas por efecto del diluvio universal. Este razonamiento suponía una gran satisfacción para Vilanova que, como católico convencido, veía confirmarse la verdad revelada, ya que había evidencia de que en épocas anteriores a esa gran inundación no existía ningún rastro fósil de la especie humana.
Si la humanidad no procedía de un tronco común –decía- había que admitir entonces la existencia de tantos centros de creación como, al menos, razas existieran. Pero esto último no estaba conforme –según él – ni con el libro del Génesis ni con el parecer de las mayores autoridades científicas.
Por el contrario, la unidad de la especie humana, al igual que los restantes puntos de la creación, se encontraban “perfectamente de acuerdo y en admirable armonía y concierto” con la verdad revelada (Vilanova, “Antigüedad de la especie humana”, en “El Restaurador farmacéutico” (1866), pág. 710)
Más allá de la película, sea buena o mala, existe una historia real. Esa historia real, con la polémica entre la ciencia y las tradiciones religiosas, ha sido tratada recientemente en un ensayo publicado por un historiador. El libro “Altamira. Historia de una polémica” de José Calvo Poyato (publicado en 2015, antes que se estrenara la película) ofrece pistas de gran interés para descifrar algunas de las claves del debate ciencia y religión en torno a Altamira.
Con el título Altamira contra la Iglesia y Darwin. La polémica que dio paso a la historia, el periódico “El confidencial” (26 de marzo de 2016) ofrece en sus páginas culturales una perspectiva del trabajo del historiador.
Titula: “José Calvo Poyato desmenuza en un ensayo las trifulcas generadas por el descubrimiento de la cueva a finales del siglo XIX. Antonio Banderas las recrea en un filme”.
Firmado por Prado Campos, dice entre otras cosas: “La cueva de Altamira, "la Capilla Sixtina del arte rupestre" conmemoró hace unos meses los 30 años de su declaración como Patrimonio Mundial por la UNESCO con diversas actividades culturales para todos los visitantes. Un libro de José Calvo Poyato recién publicado relata su apasionante y polémico descubrimiento”.
Poyato escribe en las primeras líneas de su ensayo que el descubrimiento de la cueva de Altamira fue "una aventura digna de una novela". Hoy a nadie se le ocurre dudar de su trascendencia pero a finales del siglo XIX el hallazgo de Marcelino Sanz de Sautuola cayó como una bomba no sólo dentro de las fronteras de la conservadora sociedad española. La Iglesia y los darwinistas se toparon con una realidad que afeaba sus tesis y, claro está, había que desmontarla para que sus postulados siguieran teniendo validez.
'Altamira. Historia de una polémica' (Stella Maris) desmenuza las acusaciones vertidas por creacionistas y evolucionistas a las que tuvieron que enfrentarse Sautuola y Juan Vilanova y Piera, el catedrático de Geología y Paleontología de la Universidad Central que fue el primero en ponerse al lado de Sautuola para reivindicar la autenticidad e importancia de las pinturas encontradas en la bóveda de la cueva de Santilla del Mar.
El escarnio, por tanto, al que se enfrentaron ambos fue feroz y el debate suscitado les convirtió en la diana a la que tirar todos los dardos. "El descubrimiento de Altamira fue una sorpresa extraordinaria porque la Prehistoria en 1878 estaba en mantillas. No se había configurado como una disciplina académica, estaba continuada casi por aficionados y, de repente, aparece un descubrimiento de esta magnitud en un campo en el que todavía no se había asentado el mundo científico y sin elementos previos para hacer comparaciones. Había material lítico y óseo pero unas pinturas así sorprendieron a los dos grandes bandos: los creacionistas y los evolucionistas", explica a El Confidencial el autor del libro y doctor en Historia.
Desde la Iglesia y las tesis más conservadoras, expone en el libro, se sostenía que quienes buscaban el pasado de la Tierra "únicamente tenían como fin atacar, con unos supuestos argumentos de carácter científico, los cimientos en los que se fundamentaba la religión judeo-cristiana. Consideraban como algo detestable y sostenían que hurgar en lugares oscuros y recónditos como eran cuevas, escombreras o viejas minas abandonadas era otra de las manifestaciones del creciente ateísmo".
Pero no se quedaron aquí. A pesar de ello también surgió una tercera vía que pretendía fundir religión y ciencia, las acusaciones llegaron incluso a salpicar a los jesuitas. En una carta de Gabriel de Mortillet a Émile Cartailhac, las máximas autoridades francesas de la Prehistoria y principales detractores de la autenticidad de Altamira, se habla de un complot de la Compañía de Jesús, asentada en Comillas, para desacreditar y dejar en ridículo a los prehistoriadores y acusando a Vilanova y Piera de señuelo.
Dos de sus principales defensores y, por tanto, los opositores más hostiles de Sautuola y Vilanova fueron los franceses Cartailhac y Mortillet. Para ellos era inadmisible que las pinturas de Altamira fueran obra del hombre prehistórico y defendían que, aunque bellas, estaban hechas por la mano de un pintor moderno. Pero el paso del tiempo le daría la razón a los españoles, a pesar de que Sautuola y Vilanova ya habían muerto.
"(...) de estar en Francia se le hubiera concedido, de seguro, la importancia que se merece", espetó Vilanova a ambos en el debate de la Sociedad Española de Historia Natural. La polémica se zanjó definitivamente cuando Carailhac rectificó en el artículo 'Mea culpa de un escéptico', publicado en 1902 en 'L'Anthropologie', precisamente después de que aparecieran en el sur de Francia unas pinturas rupestres similares a las de Altamira. "Hubo que esperar un cuarto de siglo para que, ante la evidencia de las pinturas francesas, se empiece a reconocer el valor prehistórico de Altamira y se acabara con esa actitud desdeñosa de los franceses", afirma Calvo Poyato.
Juan Vilanova y Piera
En el debate en torno a la película parece quedar eclipsado un hombre, científico y creyente, que –desde sus convicciones de finales del siglo XIX- quiso poner orden y mesura en un debate entre ciencia y religión. Evidentemente, desde unas categorías que hoy nos parecen desfasadas. Pero en su tiempo marcó una tendencia en las relaciones entre tradiciones religiosas y modernidad científica.
Vilanova apostaba por el concordismo (la necesaria armonía y concordancia entre los relatos bíblicos y los avances científicos), postura en su momento progresista y hoy superada, pero que abrió caminos al modo como hoy entendemos esa relación.
Según los datos aportados por Francisco Pelayo (“Ciencia y creencia en España durante el siglo XIX”), el profesor de Paleontología de la Universidad de Madrid, Juan Vilanova y Piera, desarrolló y comentó en varias ocasiones su opinión sobre el origen y la antigüedad del ser humano. Cuando murió Juan Vilanova y Piera (1821-1893), que fue catedrático de Geología y Paleontología de la Universidad Central de Madrid y máximo experto español de la época en fósiles, era prácticamente el único científico que sostenía la autenticidad de las pinturas de la cueva de Altamira.
El debate se resumía en dos posiciones: los darwinistas no admitían esa perfección artística en un hombre primitivo cuyas habilidades tendrían que ser sustancialmente distintas a las del hombre actual; sin embargo, para los adversarios del darwinismo, que aquella belleza tuviese miles de años confirmaba su convicción de la identidad de la naturaleza humana en el tiempo.
En un artículo extenso (dividido en varias partes) publicado en la “Revista de Sanidad Militar y General de las Ciencias Médicas” entre 1866 y 1867, y en “El Restaurador Farmacéutico” en 1867, Vilanova defiende una explicación creacionista de las raíces de la humanidad.
Como científico, gracias a los adelantos y progresos de la geología se podía sentar el principio de que el ser humano era mucho más antiguo de lo que se creía, ya que su origen o aparición en el globo terrestre se remontaba a edades anteriores a las estimadas hasta la fecha. Las pruebas se basaban en la unidad de la especie humana y en los recientes descubrimientos paleoantropológicos de fósiles humanos antediluvianos, asociados a industria lítica.
Según su argumento, admitida la unidad de la especie humana por los naturalistas de mayor peso científico en este campo, algo que confirmaba la revelación mosaica, se podía decir con Charles Lyell, en opinión de Vilanova, que se necesitaba para la formación lenta y gradual de las razas un espacio de tiempo mayor que cualquier cronología humana conocida.
Es decir, que partiendo de que la humanidad procedía de una sola pareja, había que aceptar el gran intervalo de tiempo durante el cual la continua influencia del medio habría dado origen a ciertas peculiaridades en el hombre, que se fueron pronunciando cada vez más en generaciones sucesivas, hasta acabar fijándose y transmitiéndose por herencia (“Origen del hombre”, en Revista de Sanidad Militar, 1866, pág. 676).
En el transcurso de la lenta transformación del planeta Tierra, comentaba Vilanova desde su perspectiva catastrofista, había tenido lugar una serie de circunstancias extremas, como inundaciones, terremotos, la aparición súbita de una cordillera o cualquier otro gran cataclismo geológico registrado, que habrían afectado a pueblos enteros, ocasionando la dispersión de razas y la desaparición de algunos de ellos.
Entrando en las pruebas objetivas de la gran antigüedad del ser humano sobre la Tierra, comenzaba por decir que confirmaba la existencia del hombre el hecho de que en esa época la superficie terrestre cambió de condiciones biológicas por efecto del diluvio universal. Este razonamiento suponía una gran satisfacción para Vilanova que, como católico convencido, veía confirmarse la verdad revelada, ya que había evidencia de que en épocas anteriores a esa gran inundación no existía ningún rastro fósil de la especie humana.
Si la humanidad no procedía de un tronco común –decía- había que admitir entonces la existencia de tantos centros de creación como, al menos, razas existieran. Pero esto último no estaba conforme –según él – ni con el libro del Génesis ni con el parecer de las mayores autoridades científicas.
Por el contrario, la unidad de la especie humana, al igual que los restantes puntos de la creación, se encontraban “perfectamente de acuerdo y en admirable armonía y concierto” con la verdad revelada (Vilanova, “Antigüedad de la especie humana”, en “El Restaurador farmacéutico” (1866), pág. 710)
Creencias creacionistas de Vilanova
En relación a cómo se había originado el ser humano sobre la Tierra, Vilanova era coherente con las creencias creacionistas. Escribe en “Antigüedad de la especie humana”, (p. 712): “Admitido y reconocido por nosotros como tal el milagro de la creación, así de la materia en su totalidad, como del hombre en particular, con el que el supremo Artífice quiso, formándole a su semejanza e imagen, coronar su portentosa obra, no hay necesidad de otra cosa sino de dejar marchar la especie humana hacia su ulterior destino, sometida a la influencia lenta y paulatina de la materia y del espíritu creados por el mismo Dios”.
Existían, pues, para Vilanova, una serie de leyes naturales que habían presidido la aparición y sucesiva transformación de la vida en la Tierra, desde la planta celular más sencilla hasta el hombre. Todo esto obedecía a la existencia de un mismo plan de estructura y armonía, y que la materia inorgánica, por su parte, había sido la misma desde el comienzo de su existencia, y, por consiguiente, “sujeta a las leyes generales que gobiernan hoy” (“Antigüedad de la especie humana”, pág. 738).
Vilanova se oponía a los defensores del evolucionismo gradual, ya que para admitirlo había de suponer que el proceso, repetido en el caso de las miles y miles de especies existentes, requería un tiempo tan inconmensurablemente largo que la razón y la Biblia desmentían. Por eso, Vilanova apoyaba la hipótesis (defendida por algunos autores franceses, como Georges Cuvier) de que a lo largo de la historia de la Tierra se habían producido varias creaciones sucesivas independientes.
Desde el punto de vista científico, se oponía a la creación orgánica única, ya que los restos fósiles apoyaban el hecho de que la vida no había empezado con organismos sencillos y de un orden inferior, sino que en los terrenos de “primera creación” se encontraban representantes de casi toda la escala zoológica: la llamada “fauna primordial” (trilobites, cefalópodos, braquiópodos, zoofitos…)
La ciencia, por tanto, según Vilanova, daba un rudo golpe, aunque no el único, al principio fundamental de Lamarck y de Darwin. Para él, la “primera ley paleontológica”, que establecía que la duración de las especies en los tiempos geológicos había sido limitada, probaba que las diferentes floras y faunas eran el resultado de creaciones distintas, puesto que había tal “diversidad” entre las pertenecientes a terrenos correlativos que difícilmente podía seguirse la idea de que unas procedían de otras.
A partir de 1869 y a lo largo de la década de los setenta, Vilanova, en todas sus publicaciones, presentaría una serie de argumentos, basados fundamentalmente en sus conocimientos paleontológicos, con los que, a la vez que criticaba el darwinismo, apoyaba sus tesis creacionistas y fijistas, conciliadoras con el relato bíblico.
Para terminar, aplicada la idea creacionista al género humano, Vilanova databa la aparición del hombre fósil en Europa en la época posterior a la primera glaciación del Cuaternario. Una idea que resultó escandalosa en su tiempo.
Polémica con el Arzobispo Zeferino González
Como ha descrito en detalle los profesores Francisco Pelayo y Rodolfo Gozalo, investigadores de la obra y el pensamiento de Juan Vilanova y Piera, sus ideas (que hoy se nos antojan conservadoras) chocaron con el ambienta todavía más conservador de la Iglesia católica.
Una de las obras más interesantes de Vilanova, Protohistoria ibérica, es su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia en 1889. La escribió sólo cuatro años antes de su muerte dándose la paradoja de que Vilanova fue académico de la Real Academia de Medicina, de la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y de la de Historia y justo de esta última academia a la que tenía más deseo de pertenecer, y quizás más méritos, fue la última en la que ingresó, ya pocos años antes de su muerte. En el discurso de entrada en la Academia de Historia (1889), Vilanova estimaba que “Darwin había sido una de las mayores glorias del Reino Unido en el presente siglo”.
Pero unos días antes de la lectura de su discurso de entrada en la Academia hubo un suceso importante que le afectó emocionalmente: su enfrentamiento con el Arzobispo Zeferino González en el transcurso del I Congreso Nacional Católico Español celebrado en Madrid en 1889.
Vilanova y Piera defendía el concordismo entre ciencia y religión. Mientras que los asistentes al I Congreso Nacional Católico Español, celebrado en Madrid en 1889, defendían que el dogma estaba por encima de los avances de la ciencia y que esta debía replegarse ante las verdades reveladas, para Vilanova había que atenerse a los datos científicos y luego hacerlos concordar con los de la Biblia (concordismo).
El Congreso fue impulsado por el obispo de Madrid-Alcalá, Ciriaco María Sancha y Hervás, quien se inspiró para ponerlo en marcha en la encíclica Libertas praestantissimum (sobre la libertad y el liberalismo) de León XIII (1888). En esta encíclica se denuncian aquellas posturas que querían anteponer los triunfos de la razón a las normas de la Revelación. La sociedad humana debe estar sometida a la religión, y por ello critica la libertad de prensa, de culto, la separación de la Iglesia y el Estado..
El objetivo del I Congreso Nacional Católico Español (1889) era llegar a un acuerdo entre los distintos sectores católicos, muy enfrentados políticamente entre sí ante la posibilidad de colaborar con un gobierno liberal tras la ruptura que supuso el Sexenio.
La magna reunión tuvo lugar en abril y mayo de 1889 – sólo unos días antes del acceso de Vilanova y Piera a la Academia – y durante sus sesiones, Vilanova tuvo que aguantar críticas y descalificaciones rotundas procedentes de los sectores más conservadores. Él, que siempre alardeó de católico conservador…
Si hemos dicho que la causa primera para la convocatoria del Congreso había sido de orden político (las cautelas para los católicos de colaborar con un gobierno liberal), la sección segunda del mismo, presidida por el obispo de Salamanca, fue dedicada a temas científicos.
Vilanova, que participó con el trabajo: “Tiempo transcurrido desde que apareció Adán sobre la Tierra”, defendió que “en su sentir, debía ser, si no el único, el principal objeto del Congreso Católico, armonizar las teorías científicas y las doctrinas religiosas”. Fue muy atacado por el arzobispo Zeferino González por su tibieza cuando no heterodoxia. A pesar de las posiciones conservadoras de Vilanova, y de la firmeza con que defendía los contenidos bíblicos como dogmas, la experiencia no debió ser muy gratificante y le produjo mucha amargura. De hecho, ya no volvió a acudir a ninguna de las reuniones posteriores.
Conclusión
La historia del descubrimiento de Altamira y sus conflictos científicos y religiosos presentes en la película tienen una base histórica, aunque se presenten novelados.
Mirada desde nuestra perspectiva actual, nos parece que hemos cambiado mucho desde final del siglo XIX. En este sentido, las religiones muestran unas tendencias que creemos positivas.
Se puede decir que en España se han sucedido desde el siglo XIX tres tendencias en el modo de entender las relaciones entre la ciencia y la religión. Algunas de ellas nos parecen superadas aunque a veces pueden aparecer revestidas de modernidad.
Una de ellas, la más cerrada, es la protagonizada por el arzobispo Zeferino González y el I Congreso Nacional Católico: la fe religiosa está por encima de las ciencias por el hecho de estar revelada y por tanto, debe ser considerada como verdad incuestionable. Es el mismo argumento que se propuso a Galileo en el siglo XVII: la razón debe someterse a la verdad revelada. Es, como vemos, una postura intransigente y por ello sus representantes son incapaces de dialogar. Esto es lo que dio lugar a los tremendos conflictos de la modernidad entre ciencia y religión.
La segunda postura puede ser la personificada por Juan Vilanova y Piera. La ciencia tiene su propia autonomía y por ello sus logros deben ser tenidos en cuenta. Y como entre la Revelación de Dios y las verdades de la ciencia no debe haber contradicción, la labor de los católicos era buscar la concordancia (necesaria) entre la verdad revelada y la verdad científica.
La postura concordista, más que una teoría teológica, es una tendencia difundida sobre todo en el siglo XIX que quería encontrar a toda costa cierto acuerdo entre las diversas adquisiciones científicas de entonces y el primer relato bíblico de la creación (Gn 1 -2,4a). Se identificaban entonces los «días» del Génesis con los diversos períodos geológicos, y la creación de la luz antes del sol se refería a los metales radioactivos y luminosos.
Se considera generalmente a Georges Cuvier como iniciador del concordismo; entre sus más ilustres representantes están M. de Serres, F Moigno, P Vigouroux. Después de la encíclica Providentissimus Deus de León XIII ( 1893; DS 3280-3294), donde se decía claramente que el autor sagrado en la Biblia no quiso dar lecciones científicas, sino una enseñanza religiosa, sirviéndose para ello de las formulaciones y de las imágenes de su tiempo, por lo que no puede haber ningún conflicto entre la sagrada Escritura y la ciencia, el concordismo sufrió un notable retroceso.
Dentro de nuestros contextos más cercanos, es notable el intento concordista del sacerdote y físico, descubridor del Big Bang, Georges Lemaître del que hemos hablado en otros lugares de Tendencias21 de las religiones.
La tercera tendencia de las religiones –que es la que actualmente se considera más coherente y es la que postulamos desde Tendencias21 de las Religiones – ha sido descrita como tendencia del diálogo o del encuentro. Defiende la autonomía de los saberes, la complementariedad de las concepciones del mundo y la posibilidad de una integración de saberes mediante un diálogo interdisciplinar.
Esta postura es la que han defendido científicos como Ian Barbour, John Polkinghorne. Es la defendida por la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión y por la Asociación Interdisciplinar José de Acosta. El reciente ensayo de Eduardo García Peregrín, “La investigación científica como colaboración en la obra de la creación” (2016) y la que hemos descrito en Tendencia21 de las religiones a propósito del libro Trinidad, Universo y Persona. De todas formas, el diálogo sigue abierto.
María Dolores Prieto Santana es educadora, antropóloga y colaboradora de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión, así como de Tendencias21 de las Religiones.
En relación a cómo se había originado el ser humano sobre la Tierra, Vilanova era coherente con las creencias creacionistas. Escribe en “Antigüedad de la especie humana”, (p. 712): “Admitido y reconocido por nosotros como tal el milagro de la creación, así de la materia en su totalidad, como del hombre en particular, con el que el supremo Artífice quiso, formándole a su semejanza e imagen, coronar su portentosa obra, no hay necesidad de otra cosa sino de dejar marchar la especie humana hacia su ulterior destino, sometida a la influencia lenta y paulatina de la materia y del espíritu creados por el mismo Dios”.
Existían, pues, para Vilanova, una serie de leyes naturales que habían presidido la aparición y sucesiva transformación de la vida en la Tierra, desde la planta celular más sencilla hasta el hombre. Todo esto obedecía a la existencia de un mismo plan de estructura y armonía, y que la materia inorgánica, por su parte, había sido la misma desde el comienzo de su existencia, y, por consiguiente, “sujeta a las leyes generales que gobiernan hoy” (“Antigüedad de la especie humana”, pág. 738).
Vilanova se oponía a los defensores del evolucionismo gradual, ya que para admitirlo había de suponer que el proceso, repetido en el caso de las miles y miles de especies existentes, requería un tiempo tan inconmensurablemente largo que la razón y la Biblia desmentían. Por eso, Vilanova apoyaba la hipótesis (defendida por algunos autores franceses, como Georges Cuvier) de que a lo largo de la historia de la Tierra se habían producido varias creaciones sucesivas independientes.
Desde el punto de vista científico, se oponía a la creación orgánica única, ya que los restos fósiles apoyaban el hecho de que la vida no había empezado con organismos sencillos y de un orden inferior, sino que en los terrenos de “primera creación” se encontraban representantes de casi toda la escala zoológica: la llamada “fauna primordial” (trilobites, cefalópodos, braquiópodos, zoofitos…)
La ciencia, por tanto, según Vilanova, daba un rudo golpe, aunque no el único, al principio fundamental de Lamarck y de Darwin. Para él, la “primera ley paleontológica”, que establecía que la duración de las especies en los tiempos geológicos había sido limitada, probaba que las diferentes floras y faunas eran el resultado de creaciones distintas, puesto que había tal “diversidad” entre las pertenecientes a terrenos correlativos que difícilmente podía seguirse la idea de que unas procedían de otras.
A partir de 1869 y a lo largo de la década de los setenta, Vilanova, en todas sus publicaciones, presentaría una serie de argumentos, basados fundamentalmente en sus conocimientos paleontológicos, con los que, a la vez que criticaba el darwinismo, apoyaba sus tesis creacionistas y fijistas, conciliadoras con el relato bíblico.
Para terminar, aplicada la idea creacionista al género humano, Vilanova databa la aparición del hombre fósil en Europa en la época posterior a la primera glaciación del Cuaternario. Una idea que resultó escandalosa en su tiempo.
Polémica con el Arzobispo Zeferino González
Como ha descrito en detalle los profesores Francisco Pelayo y Rodolfo Gozalo, investigadores de la obra y el pensamiento de Juan Vilanova y Piera, sus ideas (que hoy se nos antojan conservadoras) chocaron con el ambienta todavía más conservador de la Iglesia católica.
Una de las obras más interesantes de Vilanova, Protohistoria ibérica, es su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia en 1889. La escribió sólo cuatro años antes de su muerte dándose la paradoja de que Vilanova fue académico de la Real Academia de Medicina, de la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y de la de Historia y justo de esta última academia a la que tenía más deseo de pertenecer, y quizás más méritos, fue la última en la que ingresó, ya pocos años antes de su muerte. En el discurso de entrada en la Academia de Historia (1889), Vilanova estimaba que “Darwin había sido una de las mayores glorias del Reino Unido en el presente siglo”.
Pero unos días antes de la lectura de su discurso de entrada en la Academia hubo un suceso importante que le afectó emocionalmente: su enfrentamiento con el Arzobispo Zeferino González en el transcurso del I Congreso Nacional Católico Español celebrado en Madrid en 1889.
Vilanova y Piera defendía el concordismo entre ciencia y religión. Mientras que los asistentes al I Congreso Nacional Católico Español, celebrado en Madrid en 1889, defendían que el dogma estaba por encima de los avances de la ciencia y que esta debía replegarse ante las verdades reveladas, para Vilanova había que atenerse a los datos científicos y luego hacerlos concordar con los de la Biblia (concordismo).
El Congreso fue impulsado por el obispo de Madrid-Alcalá, Ciriaco María Sancha y Hervás, quien se inspiró para ponerlo en marcha en la encíclica Libertas praestantissimum (sobre la libertad y el liberalismo) de León XIII (1888). En esta encíclica se denuncian aquellas posturas que querían anteponer los triunfos de la razón a las normas de la Revelación. La sociedad humana debe estar sometida a la religión, y por ello critica la libertad de prensa, de culto, la separación de la Iglesia y el Estado..
El objetivo del I Congreso Nacional Católico Español (1889) era llegar a un acuerdo entre los distintos sectores católicos, muy enfrentados políticamente entre sí ante la posibilidad de colaborar con un gobierno liberal tras la ruptura que supuso el Sexenio.
La magna reunión tuvo lugar en abril y mayo de 1889 – sólo unos días antes del acceso de Vilanova y Piera a la Academia – y durante sus sesiones, Vilanova tuvo que aguantar críticas y descalificaciones rotundas procedentes de los sectores más conservadores. Él, que siempre alardeó de católico conservador…
Si hemos dicho que la causa primera para la convocatoria del Congreso había sido de orden político (las cautelas para los católicos de colaborar con un gobierno liberal), la sección segunda del mismo, presidida por el obispo de Salamanca, fue dedicada a temas científicos.
Vilanova, que participó con el trabajo: “Tiempo transcurrido desde que apareció Adán sobre la Tierra”, defendió que “en su sentir, debía ser, si no el único, el principal objeto del Congreso Católico, armonizar las teorías científicas y las doctrinas religiosas”. Fue muy atacado por el arzobispo Zeferino González por su tibieza cuando no heterodoxia. A pesar de las posiciones conservadoras de Vilanova, y de la firmeza con que defendía los contenidos bíblicos como dogmas, la experiencia no debió ser muy gratificante y le produjo mucha amargura. De hecho, ya no volvió a acudir a ninguna de las reuniones posteriores.
Conclusión
La historia del descubrimiento de Altamira y sus conflictos científicos y religiosos presentes en la película tienen una base histórica, aunque se presenten novelados.
Mirada desde nuestra perspectiva actual, nos parece que hemos cambiado mucho desde final del siglo XIX. En este sentido, las religiones muestran unas tendencias que creemos positivas.
Se puede decir que en España se han sucedido desde el siglo XIX tres tendencias en el modo de entender las relaciones entre la ciencia y la religión. Algunas de ellas nos parecen superadas aunque a veces pueden aparecer revestidas de modernidad.
Una de ellas, la más cerrada, es la protagonizada por el arzobispo Zeferino González y el I Congreso Nacional Católico: la fe religiosa está por encima de las ciencias por el hecho de estar revelada y por tanto, debe ser considerada como verdad incuestionable. Es el mismo argumento que se propuso a Galileo en el siglo XVII: la razón debe someterse a la verdad revelada. Es, como vemos, una postura intransigente y por ello sus representantes son incapaces de dialogar. Esto es lo que dio lugar a los tremendos conflictos de la modernidad entre ciencia y religión.
La segunda postura puede ser la personificada por Juan Vilanova y Piera. La ciencia tiene su propia autonomía y por ello sus logros deben ser tenidos en cuenta. Y como entre la Revelación de Dios y las verdades de la ciencia no debe haber contradicción, la labor de los católicos era buscar la concordancia (necesaria) entre la verdad revelada y la verdad científica.
La postura concordista, más que una teoría teológica, es una tendencia difundida sobre todo en el siglo XIX que quería encontrar a toda costa cierto acuerdo entre las diversas adquisiciones científicas de entonces y el primer relato bíblico de la creación (Gn 1 -2,4a). Se identificaban entonces los «días» del Génesis con los diversos períodos geológicos, y la creación de la luz antes del sol se refería a los metales radioactivos y luminosos.
Se considera generalmente a Georges Cuvier como iniciador del concordismo; entre sus más ilustres representantes están M. de Serres, F Moigno, P Vigouroux. Después de la encíclica Providentissimus Deus de León XIII ( 1893; DS 3280-3294), donde se decía claramente que el autor sagrado en la Biblia no quiso dar lecciones científicas, sino una enseñanza religiosa, sirviéndose para ello de las formulaciones y de las imágenes de su tiempo, por lo que no puede haber ningún conflicto entre la sagrada Escritura y la ciencia, el concordismo sufrió un notable retroceso.
Dentro de nuestros contextos más cercanos, es notable el intento concordista del sacerdote y físico, descubridor del Big Bang, Georges Lemaître del que hemos hablado en otros lugares de Tendencias21 de las religiones.
La tercera tendencia de las religiones –que es la que actualmente se considera más coherente y es la que postulamos desde Tendencias21 de las Religiones – ha sido descrita como tendencia del diálogo o del encuentro. Defiende la autonomía de los saberes, la complementariedad de las concepciones del mundo y la posibilidad de una integración de saberes mediante un diálogo interdisciplinar.
Esta postura es la que han defendido científicos como Ian Barbour, John Polkinghorne. Es la defendida por la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión y por la Asociación Interdisciplinar José de Acosta. El reciente ensayo de Eduardo García Peregrín, “La investigación científica como colaboración en la obra de la creación” (2016) y la que hemos descrito en Tendencia21 de las religiones a propósito del libro Trinidad, Universo y Persona. De todas formas, el diálogo sigue abierto.
María Dolores Prieto Santana es educadora, antropóloga y colaboradora de la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión, así como de Tendencias21 de las Religiones.