Mucho se podría decir sobre los títulos de los libros: algunos no dejan de ser un juego retórico o un reclamo comercial, hay ocasiones incluso en las que nos ofrecen pistas falsas o promesas que a la postre resultan incumplidas.
Sin embargo, en este caso creo que el título del libro Las formas disconformes (Libros de la Resistencia, 2013), de Jordi Doce, es toda una declaración de intenciones, que los textos del volumen confirman: en un triple sentido, por el protagonismo de la palabra “forma”, por la disconformidad con la que se asocia, y por la dimensión hispánica a la que se alude en su subtítulo.
Comencemos por esta última: lo cierto es que hay que subrayar el adjetivo “hispánico” por dos motivos. En primer lugar, porque para no pocos lectores el nombre de Jordi Doce, no como poeta pero sí como crítico y traductor, se ha asociado a la literatura anglosajona, de la que nos ha ofrecido excelentes versiones.
Claro que se trata de una visión ciertamente parcial, puesto que el autor (y buena prueba son los ensayos aquí recogidos) se ha revelado desde hace muchos años como un valioso crítico de la literatura en español y es por cierto coeditor, junto con Sánchez Robayna, del volumen Poesía hispánica contemporánea, donde otra vez volvemos a toparnos con el adjetivo: un adjetivo necesario, y ello incluso a pesar de que en ocasiones puede antojársenos demasiado generalizador.
Y es que, y aquí llegamos al segundo motivo, mirar hacia ambos lados del Atlántico se hace imperativo en un ambiente cultural como el nuestro, todavía demasiado apegado los límites demasiado estrechos de la literatura española, lo que redunda en un empobrecimiento cuyas causas habría que analizar. Todavía, y pese a los meritorios esfuerzos de algunas colecciones de poesía (pienso, por ejemplo, en la estupenda Transatlántica/ Port Bou de la editorial Amargord), la poesía hispanoamericana nos sigue llegando en pequeñas dosis, más allá de los nombres por todos conocidos. De ahí el interés de artículos, como los que el crítico aquí dedica a autores como Mercedes Roffé, Orlando González Esteva o Circe Maia.
Sobre “la forma viva”
Para volver al título, convendría señalar que, en cuanto a la cercanía fónica y morfológica de “formas” y “disconformes” (un ejemplo notable, si nos ponemos un poco pedantes, de la figura conocida como annominatio), se trata de algo más que un juego verbal.
Revela una toma de postura, ya desde el título, a favor de una manera muy especial de entender el arte y la escritura, una manera ciertamente personal pero que tiene tras de sí una larga tradición tanto literaria como filosófica: un planteamiento de quien cifra la voluntad de disidencia no tanto en un contenido concreto como en el mismo hecho de escribir.
En uno de los ensayos sobre Valente recogidos en este libro (digamos, de paso, que estos constituyen una aportación de primer orden a la crítica valentiana), Doce hace mención de la condición del poeta como “oveja negra” o “lúcido aguafiestas”, lo que tiene que ver con otro de los temas que asoma aquí y allá en su libro: el de la modernidad, en esa extraña obligación de ser moderno, que nos revelará Rimbaud y que, como supo advertir con clarividencia Octavio Paz, nos conmina a la paradoja de asumir la ruptura como una tradición y la tradición como ruptura.
No es la única paradoja, y ello también se deja entrever en estos ensayos. Como ha señalado Agamben, se es plenamente contemporáneo a condición de ser extemporáneo, de mantener las distancias con el tiempo que nos ha tocado vivir.
El tiempo de la historia y el tiempo de la escritura no coinciden, nos dice Valente: de ahí que el escritor sea efectivamente, no pocas veces un aguafiestas, porque la sola existencia del poema supone en ocasiones un duro juicio sobre el presente. El poema a menudo suena a destiempo y es su forma paradójica de hablar para y desde su tiempo. O como dice espléndidamente Jordi Doce: “La forma viva, en fin, requiere que perdamos un poco las formas”.
Sin embargo, en este caso creo que el título del libro Las formas disconformes (Libros de la Resistencia, 2013), de Jordi Doce, es toda una declaración de intenciones, que los textos del volumen confirman: en un triple sentido, por el protagonismo de la palabra “forma”, por la disconformidad con la que se asocia, y por la dimensión hispánica a la que se alude en su subtítulo.
Comencemos por esta última: lo cierto es que hay que subrayar el adjetivo “hispánico” por dos motivos. En primer lugar, porque para no pocos lectores el nombre de Jordi Doce, no como poeta pero sí como crítico y traductor, se ha asociado a la literatura anglosajona, de la que nos ha ofrecido excelentes versiones.
Claro que se trata de una visión ciertamente parcial, puesto que el autor (y buena prueba son los ensayos aquí recogidos) se ha revelado desde hace muchos años como un valioso crítico de la literatura en español y es por cierto coeditor, junto con Sánchez Robayna, del volumen Poesía hispánica contemporánea, donde otra vez volvemos a toparnos con el adjetivo: un adjetivo necesario, y ello incluso a pesar de que en ocasiones puede antojársenos demasiado generalizador.
Y es que, y aquí llegamos al segundo motivo, mirar hacia ambos lados del Atlántico se hace imperativo en un ambiente cultural como el nuestro, todavía demasiado apegado los límites demasiado estrechos de la literatura española, lo que redunda en un empobrecimiento cuyas causas habría que analizar. Todavía, y pese a los meritorios esfuerzos de algunas colecciones de poesía (pienso, por ejemplo, en la estupenda Transatlántica/ Port Bou de la editorial Amargord), la poesía hispanoamericana nos sigue llegando en pequeñas dosis, más allá de los nombres por todos conocidos. De ahí el interés de artículos, como los que el crítico aquí dedica a autores como Mercedes Roffé, Orlando González Esteva o Circe Maia.
Sobre “la forma viva”
Para volver al título, convendría señalar que, en cuanto a la cercanía fónica y morfológica de “formas” y “disconformes” (un ejemplo notable, si nos ponemos un poco pedantes, de la figura conocida como annominatio), se trata de algo más que un juego verbal.
Revela una toma de postura, ya desde el título, a favor de una manera muy especial de entender el arte y la escritura, una manera ciertamente personal pero que tiene tras de sí una larga tradición tanto literaria como filosófica: un planteamiento de quien cifra la voluntad de disidencia no tanto en un contenido concreto como en el mismo hecho de escribir.
En uno de los ensayos sobre Valente recogidos en este libro (digamos, de paso, que estos constituyen una aportación de primer orden a la crítica valentiana), Doce hace mención de la condición del poeta como “oveja negra” o “lúcido aguafiestas”, lo que tiene que ver con otro de los temas que asoma aquí y allá en su libro: el de la modernidad, en esa extraña obligación de ser moderno, que nos revelará Rimbaud y que, como supo advertir con clarividencia Octavio Paz, nos conmina a la paradoja de asumir la ruptura como una tradición y la tradición como ruptura.
No es la única paradoja, y ello también se deja entrever en estos ensayos. Como ha señalado Agamben, se es plenamente contemporáneo a condición de ser extemporáneo, de mantener las distancias con el tiempo que nos ha tocado vivir.
El tiempo de la historia y el tiempo de la escritura no coinciden, nos dice Valente: de ahí que el escritor sea efectivamente, no pocas veces un aguafiestas, porque la sola existencia del poema supone en ocasiones un duro juicio sobre el presente. El poema a menudo suena a destiempo y es su forma paradójica de hablar para y desde su tiempo. O como dice espléndidamente Jordi Doce: “La forma viva, en fin, requiere que perdamos un poco las formas”.
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Escritura ensayística como forma abierta
Si el escritor puede ejercer la escritura como un acto de disconformidad, a menudo esa rebeldía no tiene más que el modesto, y sin embargo necesario, propósito de hacer más respirable el propio espacio, de ampliar de manera casi imperceptible el ámbito de la libertad personal.
Es llamativo que los textos que incluyen este volumen son, según confesión del autor, en su mayor parte, de encargo. Constituye ese quizá uno de los rasgos más sorprendentes de la escritura (del arte en general): la capacidad de transformar las servidumbres en espacios de indagación, de prolongación de la búsqueda propia de cada escritor, de cada artista.
Como el propio Jordi Doce resalta en su introducción, el poema necesita de un límite, de una resistencia, que se presenta como un obstáculo y, sin embargo, es la condición de posibilidad de esa obra. Como le ocurría a la célebre paloma de Kant, que pudiera creer que en el vacío volaría mejor pero que, sin embargo, no podría avanzar sin esa resistencia del aire que al mismo tiempo dificulta su vuelo. Las formas son también disconformes con el propio escritor, con su intencionalidad manifiesta, consciente, intención que la obra, si es verdadera, siempre desborda.
Con todo, creo que no se podría hablar de esa libertad (libertad bajo palabra, diría Octavio Paz), de ese hacer de lo ajeno algo propio, si no hubiera una mirada muy personal por parte del autor de este libro, o como apunta el propio Doce en su reflexión sobre la escritura de Olvido García Valdés, una apuesta más o menos consciente, un proyecto. Quien conozca la trayectoria de Jordi Doce sabe que su escritura se despliega no solo en distintos géneros, sino también en la zona limítrofe entre los géneros, como esos textos a medio camino entre el aforismo, el fragmento o el poema en prosa, de libros como Perros en la playa u Hormigas blancas. De ahí también el interés de la escritura ensayística como forma abierta, “con sus meandros y apartes casi gratuitos, sus cambios rítmicos y tonales, sus transiciones y soluciones de continuidad”.
La alteridad y sus formas
Asistimos así a una muestra más de una búsqueda estética, intelectual, vital, de la que forma también parte, no lo olvidemos, la traducción entendida menos como un oficio que como parte de ese empeño global. No es casual que en estas páginas aparezcan nombres como Valente, Sánchez Robayna, Crespo, Paz… en los que apreciamos esa versatilidad y esa constante búsqueda, a las que expresiones como la ya un tanto anticuada homme de lettres no hace auténtica justicia. Tampoco me parece casual el interés, poco frecuente en la crítica literaria al uso, por pintores (y pintores-escritores como Ràfols-Casamada y Eduardo Arroyo), que dan fe de una ambición artística que no sabe limitarse a un solo género o ni siquiera a un solo arte.
Por ello, a diferencia de lo que sucede con demasiados libros de crítica literaria, nos encontramos ante un texto que tiene tanto un valor en sí como por su pertenencia a un horizonte más amplio, que le vincula, por ejemplo, a títulos del autor de obligada referencia, como La ciudad consciente, dedicado a Auden y a Eliot, en el que se plantea a fondo la cuestión de la herencia simbolista, una herencia problemática pero que sigue, sin embargo, muy viva en no pocos de los poetas aquí estudiados, como Antonio Gamoneda o Esther Ramón.
Con todo, conviene destacar que, pese a esa mirada más amplia (ese “gran angular”, por citar una expresión cara al autor y que ha dado título a uno de sus libros de poemas), nunca se pierde el primer plano, la atención cuidadosa a cada obra, la capacidad de escucha que es la marca del verdadero crítico.
Frente a la frecuente tentación de usar el texto como excusa para la defensa de tesis propias, hay en Jordi Doce una actitud semejante a la que señala en el Paz traductor: la capacidad de asumir la alteridad de cada texto, ese difícil equilibrio entre la marca personal que deja todo verdadero ensayista y el convencimiento de que el crítico es ante todo un lector, que no puede imponerse a esa otra voz, que no es de nadie y por eso es de todos, de cada libro, de cada poema.
Si el escritor puede ejercer la escritura como un acto de disconformidad, a menudo esa rebeldía no tiene más que el modesto, y sin embargo necesario, propósito de hacer más respirable el propio espacio, de ampliar de manera casi imperceptible el ámbito de la libertad personal.
Es llamativo que los textos que incluyen este volumen son, según confesión del autor, en su mayor parte, de encargo. Constituye ese quizá uno de los rasgos más sorprendentes de la escritura (del arte en general): la capacidad de transformar las servidumbres en espacios de indagación, de prolongación de la búsqueda propia de cada escritor, de cada artista.
Como el propio Jordi Doce resalta en su introducción, el poema necesita de un límite, de una resistencia, que se presenta como un obstáculo y, sin embargo, es la condición de posibilidad de esa obra. Como le ocurría a la célebre paloma de Kant, que pudiera creer que en el vacío volaría mejor pero que, sin embargo, no podría avanzar sin esa resistencia del aire que al mismo tiempo dificulta su vuelo. Las formas son también disconformes con el propio escritor, con su intencionalidad manifiesta, consciente, intención que la obra, si es verdadera, siempre desborda.
Con todo, creo que no se podría hablar de esa libertad (libertad bajo palabra, diría Octavio Paz), de ese hacer de lo ajeno algo propio, si no hubiera una mirada muy personal por parte del autor de este libro, o como apunta el propio Doce en su reflexión sobre la escritura de Olvido García Valdés, una apuesta más o menos consciente, un proyecto. Quien conozca la trayectoria de Jordi Doce sabe que su escritura se despliega no solo en distintos géneros, sino también en la zona limítrofe entre los géneros, como esos textos a medio camino entre el aforismo, el fragmento o el poema en prosa, de libros como Perros en la playa u Hormigas blancas. De ahí también el interés de la escritura ensayística como forma abierta, “con sus meandros y apartes casi gratuitos, sus cambios rítmicos y tonales, sus transiciones y soluciones de continuidad”.
La alteridad y sus formas
Asistimos así a una muestra más de una búsqueda estética, intelectual, vital, de la que forma también parte, no lo olvidemos, la traducción entendida menos como un oficio que como parte de ese empeño global. No es casual que en estas páginas aparezcan nombres como Valente, Sánchez Robayna, Crespo, Paz… en los que apreciamos esa versatilidad y esa constante búsqueda, a las que expresiones como la ya un tanto anticuada homme de lettres no hace auténtica justicia. Tampoco me parece casual el interés, poco frecuente en la crítica literaria al uso, por pintores (y pintores-escritores como Ràfols-Casamada y Eduardo Arroyo), que dan fe de una ambición artística que no sabe limitarse a un solo género o ni siquiera a un solo arte.
Por ello, a diferencia de lo que sucede con demasiados libros de crítica literaria, nos encontramos ante un texto que tiene tanto un valor en sí como por su pertenencia a un horizonte más amplio, que le vincula, por ejemplo, a títulos del autor de obligada referencia, como La ciudad consciente, dedicado a Auden y a Eliot, en el que se plantea a fondo la cuestión de la herencia simbolista, una herencia problemática pero que sigue, sin embargo, muy viva en no pocos de los poetas aquí estudiados, como Antonio Gamoneda o Esther Ramón.
Con todo, conviene destacar que, pese a esa mirada más amplia (ese “gran angular”, por citar una expresión cara al autor y que ha dado título a uno de sus libros de poemas), nunca se pierde el primer plano, la atención cuidadosa a cada obra, la capacidad de escucha que es la marca del verdadero crítico.
Frente a la frecuente tentación de usar el texto como excusa para la defensa de tesis propias, hay en Jordi Doce una actitud semejante a la que señala en el Paz traductor: la capacidad de asumir la alteridad de cada texto, ese difícil equilibrio entre la marca personal que deja todo verdadero ensayista y el convencimiento de que el crítico es ante todo un lector, que no puede imponerse a esa otra voz, que no es de nadie y por eso es de todos, de cada libro, de cada poema.
Autores incluidos en "Las formas disconformes"
El libro incluye lecturas sobre libros de Octavio Paz, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Josep Palau i Fabre, Julio Torri, José Ángel Valente, Ángel Crespo, Antonio Gamoneda, Luis Feria, José-Miguel Ullán, José Watanabe, Juan Antonio Masoliver Ródenas, Andrés Sánchez Robayna, Olvido García Valdés, Mercedes Roffé, Orlando González Esteva, Álvaro Valverde, Juan Carlos Mestre, Eduardo Scala, Pedro Casariego Córdoba, Marta Agudo, Esther Ramón y Julieta Valero. Además incluye tres lecturas sobre la pintura de Albert Ràfols-Casamada y Eduardo Arroyo.
Fuente: Libros de la Resistencia.
El libro incluye lecturas sobre libros de Octavio Paz, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Josep Palau i Fabre, Julio Torri, José Ángel Valente, Ángel Crespo, Antonio Gamoneda, Luis Feria, José-Miguel Ullán, José Watanabe, Juan Antonio Masoliver Ródenas, Andrés Sánchez Robayna, Olvido García Valdés, Mercedes Roffé, Orlando González Esteva, Álvaro Valverde, Juan Carlos Mestre, Eduardo Scala, Pedro Casariego Córdoba, Marta Agudo, Esther Ramón y Julieta Valero. Además incluye tres lecturas sobre la pintura de Albert Ràfols-Casamada y Eduardo Arroyo.
Fuente: Libros de la Resistencia.