“La sombra interminable sobre el mantel de lino: se
derramó”
José Kozer. El carillón de los muertos.
“No hay nada / Nada fue nunca”
Gregory Corso. El feliz Cumpleaños de la muerte.
“Señor, confieso mi nada”
Juan Soros. Luto (1995- )
Vida y muerte entrelazadas dentro de un cuadro de Francis Bacon. La rotura estremece, ahoga e inmoviliza. “La vida es chocante” dice el artista inglés. La realidad corroída por lo mortífero de la noche. Un retrato encarnado tritura con su quijada el desconsuelo del recuerdo. La obra aparece. La palabra pintada predice su no finalizar. Continúa su recorrido al igual que la caminata de un exhausto profeta por el desierto.
El poeta chileno Juan Soros despliega un manto negro y lo pisa y trata de bordar un verso descalabrado, una cicatriz cuando la sangre absorbe su propia sangre: “Mi garganta se secó / mi voz se enlutó”.
El libro Luto (1995- ) es una acción de la ausencia, el deambular de un penitente, la oración cubierta de cenizas, una evocación por la pérdida de alguien muy cercano, un ángel y una sombra a la vez que intentó levantar sus brazos para clavar sus uñas en el firmamento.
Soros hila cuatro poemarios (Tanatorio, Cineraria, Reliquia y Ara) en un corazón negro, un volumen que reúne casi dos décadas. Todo vibra en una dilatada elegía: “De mi culpa hice oficio, / de mi dolor, hogar. / Mi huerto es tu memoria, / aquí espero la muerte”. Se propaga un ritual en el cuerpo del poemario, una reiterada alusión al fin, un lenguaje en la hoguera que ilumina las tumbas.
Se cincela el silencio rocoso tras el arrebato de alguien amado. Una plegaria pintada en un espeso suceso y los pronósticos de Soros manan cuando la oscuridad se avecina como un depredador: “En países lejanos, / la Palabra / termina en una cruz”.
Los poetas se miran en el espejo de la muerte. Puntas huesudas atraviesan sus cánticos. Todo verso gravita en una embocadura mortal. Novalis hace rodar su tristeza: “En su tumba termina nuestra vida; / miedo y dolor invaden nuestra alma”.
El espanto se vuelve episodio de lo “maravilloso” en Juan Carlos Mestre: “Yo he entrado en una tumba blanca y he comido en ella carne brillante de pez” . Los que ya no están son desafiados a volver nuevamente a través del temblor de Stella Díaz Varín: “Los obligo a mis muertos / En su día. / Los descubro, los transplanto / Los desnudo / Los llevo a la superficie / A flor de tierra”. Una larga creencia seguida Soros.
A través del cristal pronuncia el pesar de la llaga, úlcera metálica ensamblada a la madera, aglomeración del llanto aplastado por una espátula de clemencia. Su brusquedad exige ser expuesta en la inclemencia de los días que pasan hasta diluirse: “Escribiré poemas muertos / para anunciar a las bestias / la cólera de Dios”.
derramó”
José Kozer. El carillón de los muertos.
“No hay nada / Nada fue nunca”
Gregory Corso. El feliz Cumpleaños de la muerte.
“Señor, confieso mi nada”
Juan Soros. Luto (1995- )
Vida y muerte entrelazadas dentro de un cuadro de Francis Bacon. La rotura estremece, ahoga e inmoviliza. “La vida es chocante” dice el artista inglés. La realidad corroída por lo mortífero de la noche. Un retrato encarnado tritura con su quijada el desconsuelo del recuerdo. La obra aparece. La palabra pintada predice su no finalizar. Continúa su recorrido al igual que la caminata de un exhausto profeta por el desierto.
El poeta chileno Juan Soros despliega un manto negro y lo pisa y trata de bordar un verso descalabrado, una cicatriz cuando la sangre absorbe su propia sangre: “Mi garganta se secó / mi voz se enlutó”.
El libro Luto (1995- ) es una acción de la ausencia, el deambular de un penitente, la oración cubierta de cenizas, una evocación por la pérdida de alguien muy cercano, un ángel y una sombra a la vez que intentó levantar sus brazos para clavar sus uñas en el firmamento.
Soros hila cuatro poemarios (Tanatorio, Cineraria, Reliquia y Ara) en un corazón negro, un volumen que reúne casi dos décadas. Todo vibra en una dilatada elegía: “De mi culpa hice oficio, / de mi dolor, hogar. / Mi huerto es tu memoria, / aquí espero la muerte”. Se propaga un ritual en el cuerpo del poemario, una reiterada alusión al fin, un lenguaje en la hoguera que ilumina las tumbas.
Se cincela el silencio rocoso tras el arrebato de alguien amado. Una plegaria pintada en un espeso suceso y los pronósticos de Soros manan cuando la oscuridad se avecina como un depredador: “En países lejanos, / la Palabra / termina en una cruz”.
Los poetas se miran en el espejo de la muerte. Puntas huesudas atraviesan sus cánticos. Todo verso gravita en una embocadura mortal. Novalis hace rodar su tristeza: “En su tumba termina nuestra vida; / miedo y dolor invaden nuestra alma”.
El espanto se vuelve episodio de lo “maravilloso” en Juan Carlos Mestre: “Yo he entrado en una tumba blanca y he comido en ella carne brillante de pez” . Los que ya no están son desafiados a volver nuevamente a través del temblor de Stella Díaz Varín: “Los obligo a mis muertos / En su día. / Los descubro, los transplanto / Los desnudo / Los llevo a la superficie / A flor de tierra”. Una larga creencia seguida Soros.
A través del cristal pronuncia el pesar de la llaga, úlcera metálica ensamblada a la madera, aglomeración del llanto aplastado por una espátula de clemencia. Su brusquedad exige ser expuesta en la inclemencia de los días que pasan hasta diluirse: “Escribiré poemas muertos / para anunciar a las bestias / la cólera de Dios”.
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Hervidero de citas
El desamparo busca un ruego que sea escuchado por la vida. La nada y el vacío rodean al que carga con sus muertos. “Mártir de la nada” advierte Soros. Y su intento por retar a los demonios se vuelve una inhalación performativa. Un demonio es a la vez un ángel y su luz merodea en la austeridad de una sepultura.
Luto (1995- ) es un hervidero de citas literarias, artísticas, musicales, cinematográficas, filosóficas, mitológicas, cabalísticas dentro de una composición donde tienen también un gran protagonismo las referencias bíblicas, la cultura grecolatina, la variedad de lenguas, la poesía visual y al inicio del texto la seña duchampiana hecha cicatriz de un fatídico acontecer y transfigurada en una letrea hebrea. Imagen del origen y del azar:
“Mi corona es una cicatriz. / (no fui digno de espinas)”.
Nadie puede ser olvidado. En cada meditación, al irse el día, vuelven a la vida. Aludir a los perseguidos, a los que han sufrido, los que no están mientras el tiempo se suicida. La palabra es una vela encendida frente al corredor del padecimiento donde aparece Miguel Ángel Hortal (amigo de Soros) Jesucristo, Robert Desnos (poeta muerto en un campo de concentración), las víctimas de la Shoah y todos los que han descendido al silencio esperarán una llamada cuando haya desvelo.
Cada minuto alguien es crucificado y otro ve aquello con estremecimiento, con un puñado de tierra en cada mano, arrodillado. Un diálogo entre dos, una confesión, un volver atrás aunque sea imposible, un pacto eterno, un encuentro en el sueño, una complicidad desmenuzada, una petición de apoyo: “Cubre mis ojos con tu mano. / No me dejes ver los cadáveres. / No permitas que los estreche”.
Un ser invisible necesita un consuelo: que digan su nombre. Derrotar al miedo y que se haga polvo. La letra se hace indispensable y brota una expiación antes que crezca el agobio. Pero la desdicha humana vuelve a esparcir sus trozos con una mordaza de griterío. Es el destierro a la intranquilidad. Fuga de la quietud e insiste un hambre de estar y no estar. Áspero terreno para una elucubración y decidir matar a un heterónimo. Luto (1995- ) es zanjar una angustia y vagar en ella. “Viviré agotado / y tallaré en cada muralla / una palabra mesiánica: NEVERMORE”. La promesa del poeta entre los escombros de un lugar.
El desamparo busca un ruego que sea escuchado por la vida. La nada y el vacío rodean al que carga con sus muertos. “Mártir de la nada” advierte Soros. Y su intento por retar a los demonios se vuelve una inhalación performativa. Un demonio es a la vez un ángel y su luz merodea en la austeridad de una sepultura.
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Cada minuto alguien es crucificado y otro ve aquello con estremecimiento, con un puñado de tierra en cada mano, arrodillado. Un diálogo entre dos, una confesión, un volver atrás aunque sea imposible, un pacto eterno, un encuentro en el sueño, una complicidad desmenuzada, una petición de apoyo: “Cubre mis ojos con tu mano. / No me dejes ver los cadáveres. / No permitas que los estreche”.
Un ser invisible necesita un consuelo: que digan su nombre. Derrotar al miedo y que se haga polvo. La letra se hace indispensable y brota una expiación antes que crezca el agobio. Pero la desdicha humana vuelve a esparcir sus trozos con una mordaza de griterío. Es el destierro a la intranquilidad. Fuga de la quietud e insiste un hambre de estar y no estar. Áspero terreno para una elucubración y decidir matar a un heterónimo. Luto (1995- ) es zanjar una angustia y vagar en ella. “Viviré agotado / y tallaré en cada muralla / una palabra mesiánica: NEVERMORE”. La promesa del poeta entre los escombros de un lugar.
Bibliografía:
Juan Soros. Luto (1995- ). Amargord Ediciones. Madrid. 2014.
Stella Díaz Varín. Los dones previsibles. Editorial Cuarto Propio. Santiago de Chile. 1992.
Juan Carlos Mestre. La tumba de Keats. Hiperión. Madrid. 1999.
Gregory Corso. El feliz Cumpleaños de la muerte. Visor Libros. Madrid. 2008.
Franck Maubert. El olor a sangre humana no se me quita de los ojos. Conversaciones con Francis Bacon. Acantilado. Barcelona. 2012.
José Kozer. El carillón de los muertos. Ficción, Universidad Veracruzana. Xalapa, México. 2006.
Novalis. Himnos a la noche / Enrique de Ofterdingen. Ediciones Orbis. Madrid. 1982.