El último poemario de Miguel Casado (Valladolid, 1954), poeta y uno de los principales críticos culturales de nuestro país, es un hito en la ya heterodoxa exposición de planteamientos estéticos de la poesía de los últimos 20 años.
Desde el título ya se nos advierte de lo peculiar de su “pensamiento poético” que, a diferencia de su pensamiento crítico (véase La palabra sabe), es el cuerpo; y, por concreción, el ver del cuerpo a través de los sentidos (no solo de la vista, sino también de la piel, el oído o el olfato), actividad que permite aproximarse a la vida y sus contornos y, con paciencia y humildad, exponerlos tal y como estos contornos se sienten.
Es lo que ocurre, por ejemplo, en el primer poema del libro, que empieza “Tendido a oscuras”. En este caso, se podría interpretar que el poeta, al mejor estilo nietzcheano, halla en la poesía la posibilidad de superar (sanar) la sumisión a los valores dominantes, representados por “las ramas del moral”.
Aquí, esa "moral" castradora de la hegemonía de la razón kantiana es traspasada por el sentimiento de un cuerpo que en “La luz de la noche, equilibrio de verdad y mentira”, en esa mínima luz y en esa hora intempestiva, “oye lo que sabe y lo que no sabe”.
Forja de la conciencia
Es en el interior del cuerpo donde esta aguda atención, sensibilidad intelectiva y emocional, “resuena en sus tendones”. La finitud y la incertidumbre de su duración (vida) recuerdan los versos de Emily Dickinson : “Hallar descanso en lo inseguro / está en el mismo ser de la alegría”.
Para El sentimiento de la vista (Nuevos textos sagrados, Tusquets, 2015) han sido seleccionados 63 poemas, la mayoría sin título. La compilación aparece once años después de “Tienda de fieltro”, y evidencia, por un lado, que el poeta tiene una actitud morosa ante el hacer de la escritura creativa. Por otro, que dedica gran parte de su tiempo a ser en el mundo, con el mundo; no un profeta o iluminado sino, cual pintor chino, un ser que expone lo que la vista le permite “ver”.
Ante “el dato de la misión de los poetas” en el poema 87, con la referencia a la plaza de Tiananmén (y “el suicidio de un número impreciso de poetas” el 4 de junio), el autor se distancia del pesimismo de los fracasos y apuntala desde los mismos la forja de su conciencia y pensamiento.
Desde el título ya se nos advierte de lo peculiar de su “pensamiento poético” que, a diferencia de su pensamiento crítico (véase La palabra sabe), es el cuerpo; y, por concreción, el ver del cuerpo a través de los sentidos (no solo de la vista, sino también de la piel, el oído o el olfato), actividad que permite aproximarse a la vida y sus contornos y, con paciencia y humildad, exponerlos tal y como estos contornos se sienten.
Es lo que ocurre, por ejemplo, en el primer poema del libro, que empieza “Tendido a oscuras”. En este caso, se podría interpretar que el poeta, al mejor estilo nietzcheano, halla en la poesía la posibilidad de superar (sanar) la sumisión a los valores dominantes, representados por “las ramas del moral”.
Aquí, esa "moral" castradora de la hegemonía de la razón kantiana es traspasada por el sentimiento de un cuerpo que en “La luz de la noche, equilibrio de verdad y mentira”, en esa mínima luz y en esa hora intempestiva, “oye lo que sabe y lo que no sabe”.
Forja de la conciencia
Es en el interior del cuerpo donde esta aguda atención, sensibilidad intelectiva y emocional, “resuena en sus tendones”. La finitud y la incertidumbre de su duración (vida) recuerdan los versos de Emily Dickinson : “Hallar descanso en lo inseguro / está en el mismo ser de la alegría”.
Para El sentimiento de la vista (Nuevos textos sagrados, Tusquets, 2015) han sido seleccionados 63 poemas, la mayoría sin título. La compilación aparece once años después de “Tienda de fieltro”, y evidencia, por un lado, que el poeta tiene una actitud morosa ante el hacer de la escritura creativa. Por otro, que dedica gran parte de su tiempo a ser en el mundo, con el mundo; no un profeta o iluminado sino, cual pintor chino, un ser que expone lo que la vista le permite “ver”.
Ante “el dato de la misión de los poetas” en el poema 87, con la referencia a la plaza de Tiananmén (y “el suicidio de un número impreciso de poetas” el 4 de junio), el autor se distancia del pesimismo de los fracasos y apuntala desde los mismos la forja de su conciencia y pensamiento.
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Mirada entrelazada con la vida
Con una limpidez expresiva y la renuncia a una retórica recargada o a las posibilidades performativas o fonéticas más efectistas, todo el libro se sustenta sobre la desnudez de una palabra clara, al servicio de la atención a los detalles de la complejidad de la existencia humana, individual o colectiva, política o íntima.
En una sociedad donde la principal herramienta de “normalización” y “atontamiento” viene por la masificación de imágenes que se repiten hasta la saciedad desplazando el posible contacto emancipado con la realidad que cada mirar singular y cuidadoso permitiría, en El sentimiento de la vista se muestra como “el ojo del preso es el punto de vista en sí” (Bernad Nöel) y también que es por el camino de la mirada no domesticada o sumisa por el que la poesía, el lector, puede hallar un punto de fuga de la artificialidad en la que la contemporaneidad nos mantiene encerrados.
La poesía no va con la cultura masiva. Lo que este sentimiento de la vista ofrece, entre otras cosas, son los tabúes culturales: la precariedad, la enfermedad, la muerte, los límites del ser (ver el poema de la página 117, que empieza por “Autorretrato”, o de la página 75 “Vengo de un país que tiene”).
Cada lector encontrará en este libro una singular trocha y una posibilidad de retorno al sentir por uno mismo, y desde ahí a conectar con lo que se vive o sueña.
La poesía puede y debería desvincularse de las trampas de la lógica del éxito, el espectáculo, lo sacerdotal (sustitución tras la muerte de Dios por el hombre como nuevo Dueño del todo y de todos).
“Pero nada encontraba semejanza / al asombro del mudo”, se dice en el poema Las canteras y, más adelante, sigue: “Sentía en un momento la brisa. / Y era por un momento real, era eso. / Su playa por la mañana, el ritmo / de mi cabeza lo oía con su voz”.
Este poema, dedicado a Manuel Padorno, nos muestra una conexión inusual, cuando el cuerpo es poroso, y la mirada aúna memoria y comprensión, pero sin pretender imponer un saber conclusivo. Es una mirada liberada y a la vez entrelazada con la vida, la presencia y la ausencia, lo sentido, lo que se está sintiendo, lo que se soñó y es parte de lo real propio.
Aviso cifrado
El resultado de esta expresividad depurada es la belleza de una sintaxis sin artificios ni sublimaciones, ¿la simple existencia?, que propusiera Wallace. Quizás la pura observación desde un intento de no transferencia, sino de objetivada mirada que el sentimiento hará propia, en claves no siempre de comprensión inmediata ni cerrada.
Hay un aviso cifrado en el último poema, “somos pocos y dispersos”. En primer lugar, se advierte de la eficacia del miedo para sostener el relato clásico, la cultura hegemónica y de sumisión. Y se sugiere que antes de convertirse en el monstruo kafkiano “insecto Samsa”, nos deslicemos a escuchar lo cotidiano, lo esencial, no para entrar en dialécticas o idiolectos violentos entre sí, sino para “seguir habitando entre los mudos (otra forma de hacer y no-hacer).
Para concluir poema y libro, con un par de preguntas en chino, en pinyin, se nos pregunta: ¿Cómo estás? ¿Tú de dónde eres ciudadano? Pareciera decir que “mejor no hablar de lo que no se sabe” (con Wittgenstein), sino permanecer siempre atento para no dejarse llevar por el pensamiento único, torticero. Siente por ti mismo, para poder pensar por ti mismo. Para poder devenir-tú.
Modos de mirar
El sentimiento de la vista no se agota en estos apuntes. Genera el placer de leer una de las voces más originales y a la vez estimulantes de la poesía actual.
Miguel Casado ofrece en sus textos diversos modos de mirar y de gestionar el sentimiento de la vista, que a la postre es el sentimiento de un mirar emancipado, indagador, agudo, sensible.
Todo bajo una solvencia expresiva audaz pero austera en recursos estilísticos y ausente de paráfrasis, metáforas visionarias y otros recursos de espesor en el lenguaje poético. Como su propio mirar: Limpidez, precisión, conmoción contenida, y apertura a la reflexión abierta.
Con una limpidez expresiva y la renuncia a una retórica recargada o a las posibilidades performativas o fonéticas más efectistas, todo el libro se sustenta sobre la desnudez de una palabra clara, al servicio de la atención a los detalles de la complejidad de la existencia humana, individual o colectiva, política o íntima.
En una sociedad donde la principal herramienta de “normalización” y “atontamiento” viene por la masificación de imágenes que se repiten hasta la saciedad desplazando el posible contacto emancipado con la realidad que cada mirar singular y cuidadoso permitiría, en El sentimiento de la vista se muestra como “el ojo del preso es el punto de vista en sí” (Bernad Nöel) y también que es por el camino de la mirada no domesticada o sumisa por el que la poesía, el lector, puede hallar un punto de fuga de la artificialidad en la que la contemporaneidad nos mantiene encerrados.
La poesía no va con la cultura masiva. Lo que este sentimiento de la vista ofrece, entre otras cosas, son los tabúes culturales: la precariedad, la enfermedad, la muerte, los límites del ser (ver el poema de la página 117, que empieza por “Autorretrato”, o de la página 75 “Vengo de un país que tiene”).
Cada lector encontrará en este libro una singular trocha y una posibilidad de retorno al sentir por uno mismo, y desde ahí a conectar con lo que se vive o sueña.
La poesía puede y debería desvincularse de las trampas de la lógica del éxito, el espectáculo, lo sacerdotal (sustitución tras la muerte de Dios por el hombre como nuevo Dueño del todo y de todos).
“Pero nada encontraba semejanza / al asombro del mudo”, se dice en el poema Las canteras y, más adelante, sigue: “Sentía en un momento la brisa. / Y era por un momento real, era eso. / Su playa por la mañana, el ritmo / de mi cabeza lo oía con su voz”.
Este poema, dedicado a Manuel Padorno, nos muestra una conexión inusual, cuando el cuerpo es poroso, y la mirada aúna memoria y comprensión, pero sin pretender imponer un saber conclusivo. Es una mirada liberada y a la vez entrelazada con la vida, la presencia y la ausencia, lo sentido, lo que se está sintiendo, lo que se soñó y es parte de lo real propio.
Aviso cifrado
El resultado de esta expresividad depurada es la belleza de una sintaxis sin artificios ni sublimaciones, ¿la simple existencia?, que propusiera Wallace. Quizás la pura observación desde un intento de no transferencia, sino de objetivada mirada que el sentimiento hará propia, en claves no siempre de comprensión inmediata ni cerrada.
Hay un aviso cifrado en el último poema, “somos pocos y dispersos”. En primer lugar, se advierte de la eficacia del miedo para sostener el relato clásico, la cultura hegemónica y de sumisión. Y se sugiere que antes de convertirse en el monstruo kafkiano “insecto Samsa”, nos deslicemos a escuchar lo cotidiano, lo esencial, no para entrar en dialécticas o idiolectos violentos entre sí, sino para “seguir habitando entre los mudos (otra forma de hacer y no-hacer).
Para concluir poema y libro, con un par de preguntas en chino, en pinyin, se nos pregunta: ¿Cómo estás? ¿Tú de dónde eres ciudadano? Pareciera decir que “mejor no hablar de lo que no se sabe” (con Wittgenstein), sino permanecer siempre atento para no dejarse llevar por el pensamiento único, torticero. Siente por ti mismo, para poder pensar por ti mismo. Para poder devenir-tú.
Modos de mirar
El sentimiento de la vista no se agota en estos apuntes. Genera el placer de leer una de las voces más originales y a la vez estimulantes de la poesía actual.
Miguel Casado ofrece en sus textos diversos modos de mirar y de gestionar el sentimiento de la vista, que a la postre es el sentimiento de un mirar emancipado, indagador, agudo, sensible.
Todo bajo una solvencia expresiva audaz pero austera en recursos estilísticos y ausente de paráfrasis, metáforas visionarias y otros recursos de espesor en el lenguaje poético. Como su propio mirar: Limpidez, precisión, conmoción contenida, y apertura a la reflexión abierta.