María Cinta Montagut (Madrid, 1946) ha sido compañera de andadura de los Encuentros de poetas mujeres, que comenzaron en los años 90 y que nos llevaron, entre otras ciudades, a Buenos Aires, para establecer vínculos perdurables.
Es madrileña, licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense, pero barcelonesa de adopción, pues allí reside desde hace años.
Autora de ocho poemarios, ha sido seleccionada en antologías nacionales y extranjeras. A su vez, en 2012 prologó, compiló y tradujo a las poetas italianas que aparecen en el volumen titulado: El otro petrarquismo. Poetas italianas del siglo XVI.
Así, dio visibilidad a las olvidadas de ese importante movimiento lírico surgido a partir de los hallazgos del neoplatónico y renacentista Petrarca, creador, como se sabe, del soneto amoroso. Un arte mayor que entraría en nuestra tradición vía Garcilaso de la Vega, y en el orbe del inglés a través de Shakespeare.
Pero Montagut no sólo ha revindicado los aportes de las mujeres a la poesía, sino también a la música, con diversos artículos sobre la historia de esa disciplina. También, es conocida su labor como crítica al frente de la prestigiosa revista digital: The Barcelona review, y a través de su blog La piel de los días.
El amor como forma de conocimiento
Desde que conocí su trabajo me di cuenta de que era una de las pocas poetas españolas contemporáneas de la que se puede decir , sin lugar a dudas, que es poeta del amor, por dirigirse en la mayoría de sus libros a un tú esencial.
O, dicho con sus propias palabras extraídas de la poética que elaboró para la antología En voz Alta, a cargo de Sharon Ugalde, uno de sus territorios de trabajo es: “El amor como forma de conocimiento y como búsqueda de la otredad”.
Y a este objetivo subordina el resto, tanto sea la reflexión sobre la escritura y el encuentro con el espacio de libertad y juego que propicia la palabra poética, como la observación del mundo y la búsqueda de la belleza.
Cito: “hay que vivir la experiencia poética como una experiencia global y no sólo de conceptualización, sino como experiencia de vida en tanto que actividad mental, corpórea y emotiva”.
Previamente, le ha sido necesario todo un trabajo personal de reconocimiento y pertenencia a sí misma; de asunción de la soledad intrínseca y de puesta en palabras de aquello que no tiene nombre, para que pueda ser pensado.
Eso que le permite afirmar: “Para hablar de poesía tengo que partir de una premisa que a mi modo de ver es fundamental: soy una mujer que escribe poesía”.
Es decir, el conocimiento de sí misma con su correlato de aceptación y amor de sí que, como bien sabemos, se realiza en nosotros a través del amor que recibimos y es inseparable del descubrimiento del otro.
Sólo el tiempo, en tanto que determinación -para decirlo con sus palabras-, puede extender o acotar el alcance de la inspiración amorosa que inerva el poema.
Es madrileña, licenciada en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense, pero barcelonesa de adopción, pues allí reside desde hace años.
Autora de ocho poemarios, ha sido seleccionada en antologías nacionales y extranjeras. A su vez, en 2012 prologó, compiló y tradujo a las poetas italianas que aparecen en el volumen titulado: El otro petrarquismo. Poetas italianas del siglo XVI.
Así, dio visibilidad a las olvidadas de ese importante movimiento lírico surgido a partir de los hallazgos del neoplatónico y renacentista Petrarca, creador, como se sabe, del soneto amoroso. Un arte mayor que entraría en nuestra tradición vía Garcilaso de la Vega, y en el orbe del inglés a través de Shakespeare.
Pero Montagut no sólo ha revindicado los aportes de las mujeres a la poesía, sino también a la música, con diversos artículos sobre la historia de esa disciplina. También, es conocida su labor como crítica al frente de la prestigiosa revista digital: The Barcelona review, y a través de su blog La piel de los días.
El amor como forma de conocimiento
Desde que conocí su trabajo me di cuenta de que era una de las pocas poetas españolas contemporáneas de la que se puede decir , sin lugar a dudas, que es poeta del amor, por dirigirse en la mayoría de sus libros a un tú esencial.
O, dicho con sus propias palabras extraídas de la poética que elaboró para la antología En voz Alta, a cargo de Sharon Ugalde, uno de sus territorios de trabajo es: “El amor como forma de conocimiento y como búsqueda de la otredad”.
Y a este objetivo subordina el resto, tanto sea la reflexión sobre la escritura y el encuentro con el espacio de libertad y juego que propicia la palabra poética, como la observación del mundo y la búsqueda de la belleza.
Cito: “hay que vivir la experiencia poética como una experiencia global y no sólo de conceptualización, sino como experiencia de vida en tanto que actividad mental, corpórea y emotiva”.
Previamente, le ha sido necesario todo un trabajo personal de reconocimiento y pertenencia a sí misma; de asunción de la soledad intrínseca y de puesta en palabras de aquello que no tiene nombre, para que pueda ser pensado.
Eso que le permite afirmar: “Para hablar de poesía tengo que partir de una premisa que a mi modo de ver es fundamental: soy una mujer que escribe poesía”.
Es decir, el conocimiento de sí misma con su correlato de aceptación y amor de sí que, como bien sabemos, se realiza en nosotros a través del amor que recibimos y es inseparable del descubrimiento del otro.
Sólo el tiempo, en tanto que determinación -para decirlo con sus palabras-, puede extender o acotar el alcance de la inspiración amorosa que inerva el poema.
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Una pieza musical
Justamente, por ser esta variable la más decisiva en la obra de nuestra autora junto con el impulso amoroso, sorprende el titulo de este poemario: Sin tiempo (in-VERSO Ediciones de poesía, 2014), como si por una vez el amor y sus avatares hubieran logrado vencer la constricción que ejerce el tiempo, para inscribir en un espacio más ancho la experiencia inefable.
De hecho, el libro se abre con una cita de Nancy Huston que dice: “Pronto comprendí que el regalo que ella me hacía a cada instante era el del presente”.
Es decir, hay un deseo de abolición del antes y el después para vivir en un presente continuo, con las pulsaciones de cada instante teñidas por la coloratura de los estados de ánimo.
Así, es posible disfrutar de este poemario como de una pieza musical compuesta de tres partes como tres tiempos de una partitura, con un ritmo especifico en cada una que atiende a las variaciones del tema principal.
Digamos: un primero o andante con ánima; luego un allegro apassionato, para acabar con un diminuendo dolente. Ese andante inicial conjuga las inquietudes de un personaje que se apresta a salir, a partir –bella es toda partida- dejando atrás la indiferencia que la embarga, para atravesar esas puertas cerradas con llaves de olvido.
Se impone rescatar esas palabras olvidadas para saber -de nuevo- decir, porque no quiere que el horizonte sea un nunca, que barre todo asomo de vida nueva. Así, andando con ánima, llega al encuentro de ese verano insomne que agita los sentidos, cuando el cuerpo amanece, de vuelta de la sombra, buscando una respuesta escondida. Entonces entramos de lleno, alegremente apasionados, en la parte central que abren unos versos de Sandro Penna:
Quizás la juventud sea sólo este perenne deleitarse en los sentidos sin remordimiento.
Aquí se trata de reconocer un cuerpo en el silencio, una sonrisa en una sábana abierta, unas manos en una piel desnuda…
Gozo y esplendor de los cuerpos, del alto amor junto a otro cuerpo: un cuerpo que no fue ayer, que no será mañana, porque sólo hoy existe, después de derrotar al tiempo.
Un viaje que va de una piel a otra, a sabiendas de que sólo contamos con el ticket de ida, pero no el de la vuelta. Así, como la manzana al gusano, el ardiente estío contiene los gérmenes del otoño que se anuncia en diversas señales:
fingir que no existen los límites,
dejar las preguntas en suspenso,
soslayar la duda…
Y de a poco, vamos entrando en una cadencia, un diminuendo dolente que ilustra bien el epígrafe que anuncia el tema de la tercera parte:
A todo me he entregado como si fuera a durar.
Aquí el tiempo recupera su poderío y vence sobre los amantes, cuyo diálogo ha cesado, ni los cuerpos se hablan ya, ni las bocas o las mentes dialogan. Eso que hace que el sujeto lírico se pregunte:
¿Porqué siempre acaban las historias rompiendo la baraja
y alejando la vida hacia el recuerdo?
Negar el sueño
No obstante, aquello que se grabó en la piel, en el tacto, en la mirada, ese arrebato que nos mantuvo en vilo no ha de morir, pues: la memoria permanece más allá del olvido.
Sin embargo, este no es el final del libro; con lucidez la autora nos recuerda la necesidad de negar, siempre negar el sueño para seguir viviendo. Y en un giro último el volumen acaba con estos versos:
Cancelar la memoria
aprender que el pasado
no existe en ningún lado.
Cancelar la memoria
y ya no tener sed.
Así, cerramos las tapas del poemario y nos quedamos con el objeto entre las manos, oyendo aun los versos finales. Y la pregunta surge, inevitable: pero, ésta sed que nos empuja a beber estos libros que hablan de amor, ¿de dónde surge?
Surge, justamente, de que hay poetas que saben desgranar esos estados deliciosos, tormentosos, que nos agitan en los mejores momentos de nuestra vida, cuando más vivos nos sentimos. Autores que saben ponerle nombre a nuestros éxtasis y torturas; y, que si no pueden devolvernos el amor perdido, si pueden hacernos revivir los instantes queridos a través de sus palabras. Contagiarnos la palpitación del corazón con sus versos. Mantenernos en vilo como sólo una pasión puede hacerlo. Abolidos el ayer y el mañana en la ficción literaria. Sin tiempo.
Justamente, por ser esta variable la más decisiva en la obra de nuestra autora junto con el impulso amoroso, sorprende el titulo de este poemario: Sin tiempo (in-VERSO Ediciones de poesía, 2014), como si por una vez el amor y sus avatares hubieran logrado vencer la constricción que ejerce el tiempo, para inscribir en un espacio más ancho la experiencia inefable.
De hecho, el libro se abre con una cita de Nancy Huston que dice: “Pronto comprendí que el regalo que ella me hacía a cada instante era el del presente”.
Es decir, hay un deseo de abolición del antes y el después para vivir en un presente continuo, con las pulsaciones de cada instante teñidas por la coloratura de los estados de ánimo.
Así, es posible disfrutar de este poemario como de una pieza musical compuesta de tres partes como tres tiempos de una partitura, con un ritmo especifico en cada una que atiende a las variaciones del tema principal.
Digamos: un primero o andante con ánima; luego un allegro apassionato, para acabar con un diminuendo dolente. Ese andante inicial conjuga las inquietudes de un personaje que se apresta a salir, a partir –bella es toda partida- dejando atrás la indiferencia que la embarga, para atravesar esas puertas cerradas con llaves de olvido.
Se impone rescatar esas palabras olvidadas para saber -de nuevo- decir, porque no quiere que el horizonte sea un nunca, que barre todo asomo de vida nueva. Así, andando con ánima, llega al encuentro de ese verano insomne que agita los sentidos, cuando el cuerpo amanece, de vuelta de la sombra, buscando una respuesta escondida. Entonces entramos de lleno, alegremente apasionados, en la parte central que abren unos versos de Sandro Penna:
Quizás la juventud sea sólo este perenne deleitarse en los sentidos sin remordimiento.
Aquí se trata de reconocer un cuerpo en el silencio, una sonrisa en una sábana abierta, unas manos en una piel desnuda…
Gozo y esplendor de los cuerpos, del alto amor junto a otro cuerpo: un cuerpo que no fue ayer, que no será mañana, porque sólo hoy existe, después de derrotar al tiempo.
Un viaje que va de una piel a otra, a sabiendas de que sólo contamos con el ticket de ida, pero no el de la vuelta. Así, como la manzana al gusano, el ardiente estío contiene los gérmenes del otoño que se anuncia en diversas señales:
fingir que no existen los límites,
dejar las preguntas en suspenso,
soslayar la duda…
Y de a poco, vamos entrando en una cadencia, un diminuendo dolente que ilustra bien el epígrafe que anuncia el tema de la tercera parte:
A todo me he entregado como si fuera a durar.
Aquí el tiempo recupera su poderío y vence sobre los amantes, cuyo diálogo ha cesado, ni los cuerpos se hablan ya, ni las bocas o las mentes dialogan. Eso que hace que el sujeto lírico se pregunte:
¿Porqué siempre acaban las historias rompiendo la baraja
y alejando la vida hacia el recuerdo?
Negar el sueño
No obstante, aquello que se grabó en la piel, en el tacto, en la mirada, ese arrebato que nos mantuvo en vilo no ha de morir, pues: la memoria permanece más allá del olvido.
Sin embargo, este no es el final del libro; con lucidez la autora nos recuerda la necesidad de negar, siempre negar el sueño para seguir viviendo. Y en un giro último el volumen acaba con estos versos:
Cancelar la memoria
aprender que el pasado
no existe en ningún lado.
Cancelar la memoria
y ya no tener sed.
Así, cerramos las tapas del poemario y nos quedamos con el objeto entre las manos, oyendo aun los versos finales. Y la pregunta surge, inevitable: pero, ésta sed que nos empuja a beber estos libros que hablan de amor, ¿de dónde surge?
Surge, justamente, de que hay poetas que saben desgranar esos estados deliciosos, tormentosos, que nos agitan en los mejores momentos de nuestra vida, cuando más vivos nos sentimos. Autores que saben ponerle nombre a nuestros éxtasis y torturas; y, que si no pueden devolvernos el amor perdido, si pueden hacernos revivir los instantes queridos a través de sus palabras. Contagiarnos la palpitación del corazón con sus versos. Mantenernos en vilo como sólo una pasión puede hacerlo. Abolidos el ayer y el mañana en la ficción literaria. Sin tiempo.