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Confluencia de vida y cultura en “Rambla”, de Manuel Fabián Trigos Baena

El autor publica su primer poemario en Ediciones Tigres de Papel


El poeta Manuel Fabián Trigos Baena (Puente Genil, Andalucía, 1991) ha publicado recientemente con Ediciones Tigres de Papel su primer título, “Rambla”. A pesar de su juventud, el autor consigue en este libro hacer confluir la vida y la cultura; tomar la memoria de su propio contexto para la verdad, y no solo para el intelecto. Estamos, a mi parecer, ante un ejercicio de orfebrería poética brillante y vivo. Por Yaiza Martínez.


Yaiza Martínez
Escritora, poeta y periodista. Saber más del autor


Confluencia de vida y cultura en “Rambla”, de Manuel Fabián Trigos Baena
1. Sobre "rambla". Según el diccionario de la RAE, una de las acepciones de la palabra “rambla” es “avenida que bordea la costa de un lago, un río o el mar”. “Rambla” también puede significar “el suelo por donde las aguas pluviales corren cuando son muy copiosas”. Creo que ambos significados podemos encontrarlos en este libro: la rambla es en él un espacio al borde del agua; también el espacio potencialmente arrasado por el agua o las crecidas.

Me parece, por tanto, que el título del libro significa lo que significa (en el sentido literal de esas acepciones), pero también simboliza el “tiempo”, del que el poeta hablará a lo largo del poemario en diversas ocasiones. Incluso dedica una serie de poemas al tiempo a lo largo del texto, lo que acaba dando al poemario un ritmo similar al del reloj o al  de lo cíclico.

El tiempo de Rambla es ese tiempo en el que vivimos bordeando “lo otro”, que está antes del nacimiento y después de la muerte. También es ese tiempo que finalmente nos lleva. Entretanto, se camina con la esperanza de que “alguien nos dé sentido”, como escribe el autor en uno de los poemas (Tiempo histórico), y aquí es donde entra la comunidad.

2. Ciudad. Tras el proemio, que ya es una declaración de intenciones: “Habito/ en este cauce anegado. / Me inscribo / en su forma /de curvas pronunciadas/ e ínsulas forjadas en deshechos. / Dentro de mí /sólo el agua habla. /La pérdida / es la calumnia de la vida. /

Tras el proemio, decía, nos adentramos en la ciudad, el lugar de la comunidad. En la Grecia antigua, la ciudad, la polis, era un lugar en que se fundían núcleo urbano y entorno rural. Lo mismo vamos a encontrar en este poemario, cargado en esta parte de menciones a la naturaleza. La ciudad es también aquí, como siempre, el lugar donde la comunidad se congrega: ese “cauce anegado” por la historia, en el que los deshechos (no desechos, sin h), los hechos que fueron, se congregan como islas forjadas por antiguos habitantes.

Así que en la materia de la ciudad, y en su rambla, está la memoria. Encontramos esa belleza que emerge cuando se hilan las cosas con la emoción y su término, de un modo verdaderamente poético. Así, sabemos por Rambla que quien ha observado una vez tras otra el río ha comprendido al miserable cuyo camino "es el oficio del río / dilatar y desgastar”; que quien atraviese una vez tras otra la ciudad se entenderá a sí mismo, gracias a la memoria: “El adoquín / me define / en el momento de pisarlo”.

3. Tras la ciudad viene la senda, el camino personal, memoria actualizada. Aquí se expresa la conciencia de que uno no es nada sin la ciudad, sin la comunidad a la que pertenece (idea ya adelantada, por cierto, en la dedicatoria del libro, que reza: “a mi familia, a mis amigos y amigas, sois el camino que permite sobrevivir a cualquier rambla”).

Uno es asimismo siempre la callejuela que camina: “Fui callejuela / estrechez sin vanos / grieta nocturna / en el cuerpo de la ciudad”.

Además se camina siempre impulsado por la memoria (también de la comunidad que nos precede): “Sin fin / sin consecuencia / caminamos / buscando el sendero de piedra”. Se nos habla de ese camino que hace rambla junto al agua del tiempo, ya establecido por otros antes de nuestra llegada.

4. Rambla desemboca por fin en el agua, como no podía ser de otra manera. Es un agua cíclica, que latirá dos veces, por lo que somos y por lo que se pierde arrastrado por el agua.

En esta parte del libro ya no se habla del pasado de la comunidad ni de la importancia de la comunidad para el camino propio; se habla del estado actual de la polis. Aquí se combinan nuestro progreso tóxico y Natura. Y se advierte de  que “La humanidad se diluye / en el ámbito del hielo” como un Ícaro volando demasiado cerca del sol, con sus vulnerables alas de cera.

No hemos escuchado al agua, su verdad, y hemos sido soberbios sin tener en cuenta el poder del tiempo que es el agua. La rambla emerge aquí, por tanto, en la segunda acepción antes mencionada de torrente peligroso; potencialmente capaz de arrasar con lo que a su paso encuentre.  

5. En Rambla encontramos por tanto una reflexión contemporánea clave, una alerta, una amenaza, una solución que pasa por escuchar al agua, ese vértice vida-muerte, origen de nuestra historia y de nuestra senda; y potencial final de todo. Por eso Rambla nos habla del agua con su oración atípica; nos trae el ritmo que hemos de recordar.

Pocas veces sucede una unión semejante entre la vida y la cultura. Solo en el arte y la música. En Rambla también se produce, y esa es la buena nueva. Desde su intención y hasta su concreción, en este libro la vida y la cultura no se alejan sino que confluyen; como en una rambla. Y entonces se toma la memoria para la verdad, no para el intelecto; se recuerda de viva voz la verdad del tiempo.

Cumple así este libro su Promesa, su premisa: “Conjugar la huella / para fundirla en la forma del verbo”; y así dar “auspicio a la vida del abismo”. Un buen lugar para seguir o repetir (creativamente) antes de “lo otro”.  


Jueves, 26 de Diciembre 2019
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Nota


1.Publicado por marcelo macai el 26/04/2020 00:52
es buena la radio por internet

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