Penelope Fitzgeral, de soltera Knox, (Lincoln, 1916-Londres, 2000) pertenecía a una familia de brillantes intelectuales y recibió una esmerada educación en Oxford. Cuando estaba a punto de iniciar los estudios de posgrado estalló la Segunda Guerra Mundial y la joven comenzó a trabajar en la BBC como ayudante de programas grabados. Poco después, en una fiesta, conoció a un soldado irlandés, Desmond Fitzgerald, con quien se casó en 1941. La pareja tuvo tres hijos y vivió durante un tiempo en una casa flotante en el Támesis.
La escritora publicó su primer libro, una biografía, en 1975. A finales de la década de los 70 y principios de los 80, vieron la luz cuatro novelas que la consagraron como una de las grandes novelistas inglesas del siglo XX. Entre estas obras, con un trasfondo autobiográfico, se encuentran La librería (1978) o A la deriva (1979); y en 1980 aparecería Voces humanas (Impedimenta, 2019). En su segunda etapa, Fitzgerald dejó de inspirarse en su propia vida para escribir obras tan excepcionales como Inocencia (1986) o La flor azul (1995), sobre el poeta alemán Novalis.
Una cuestión de estilo
En Voces humanas (Impedimenta, 2019), traducida por Eduardo Moga, hallamos esa precisión estilística que caracteriza la narrativa de Penelope Fitzgerald, uno de cuyos rasgos esenciales es la economía de recursos. Para qué decir más cuando es suficiente una frase escrita a su debido tiempo o una recreación de ciertos detalles, los verdaderamente importantes para la estructura de la novela y el discurrir de la trama.
Penelope Fitzgerald no es predecible ni complaciente. En ocasiones la descripción de los personajes parece tan fría que nos dejamos engañar si no leemos entre líneas. En cualquier momento puede haber un adjetivo que se cuela de un modo casi imperceptible, por lo que el lector debe estar alerta. Y un inteligente y sutil sentido del humor asoma incluso en las situaciones más difíciles o dramáticas.
Sus personajes se mueven en un mundo real, pero ese mundo tiene algo de caos, de piezas sueltas que deben ensamblarse. Y entonces, en un momento, el relato parece tocado por una varita mágica y adquiere una dimensión inesperada. Por eso amamos las novelas de Penelope Fitzgerald.
Pasajeros de un trasatlántico “rumbo al sur”
Transitando de lo general a lo particular, Penelope Fitzgerald va creando en Voces humanas una atmósfera en la que trascurre la vida unos personajes peculiares en tiempos de guerra. Todos trabajan en la Broadcasting House, sede de la BBC, un edificio que ahora, más que nunca, parece un trasatlántico “rumbo al sur”, tal y como lo habían imaginado sus diseñadores.
Los personajes hablan, forman corros en escaleras y pasillos, se critican unos a otros; se pierden guiones, y se cometen errores normales cuando se trabaja de un modo tan frenético y cuando “el aire está lleno de urgencia y preocupación”. Las secciones de Variedades, Documentales y Teatro se habían evacuado a otros lugares del país. Ahora la Broadcasting House estaba dedicada “a radiar instrucciones de guerra, discursos, debates y noticias”.
En esa maraña de empleados, altos cargos, realizadores, guionistas o locutores estrella se encuentran dos directores: Seymur Brooks, el DPG, director de programas grabados, y Jeffrey Haggard, el DPP, director de planificación de programas. Son dos personalidades opuestas pero inexplicablemente han permanecido unidos durante años y la BBC sabe que los dos son insustituibles.
La sección de programas grabados cuenta con un grupo de chicos muy jóvenes; son los encargados de buscar las grabaciones y de que estén disponibles en el momento oportuno. El departamento es conocido como el Serrallo, ya que su director, Sam, el DPG, prefiere contratar a chicas a las que de vez cuando llama para quejarse de sus problemas y de su enorme trabajo en el que concentra todas sus energías. Su secretaria, la señora Milne insiste en que su jefe es malinterpretado pues lo único que quiere es que escuchen sus quejas, y ella tiene tanto trabajo que no puede ocuparse de esa tarea.
Vi, Della, Lise y Annie Asra, cada una con sus ilusiones y sus problemas, son las ayudantes del DPG. La guerra se ha cruzado con ellas en un momento crucial de sus vidas, cuando apenas acaban de salir de la niñez. Lo mismo sucede con los chicos, como Willie que aún no ha cumplido los dieciocho años y quiere enrolarse en la aviación. La inocencia de Willie se refleja en esa “libreta que contenía, además de una detallada relación de las obligaciones con las que había de cumplir durante su turno, un nuevo proyecto para la organización de la humanidad”. También trabaja en ese departamento el doctor Vogel, un personaje basado en una persona real. Encorvado y sordo de un oído, este exiliado alemán era el mayor experto de Europa en grabación de ambientes.
Jeffrey Haggard, Jeff, el director de Planificación de Programas, “de cara pálida y aspecto desastrado” era lo contrario al DPG. Trabajaba solo, ni siquiera tenía una secretaria y “su calma era, en realidad, intranquilidad, la del jugador que cree que ya no queda nada valioso por lo que apostar”.
Lo cierto es que la larga relación entre “cordial e irrazonable DPG” y “el sardónico DPP”, “parecía una adicción”. Jeff sentía necesidad de ayudar a los débiles y envidiaba en Sam la virtud de no darse cuenta de nada. Mac, un periodista americano, capaz de tomarse con humor los mayores peligros, le insiste a Jeff en que ayude menos: “Debilitas a esta gente. En tiempos como estos, hay que renunciar a los lujos, y eso incluye la obligación de ayudar a los demás”.
La escritora publicó su primer libro, una biografía, en 1975. A finales de la década de los 70 y principios de los 80, vieron la luz cuatro novelas que la consagraron como una de las grandes novelistas inglesas del siglo XX. Entre estas obras, con un trasfondo autobiográfico, se encuentran La librería (1978) o A la deriva (1979); y en 1980 aparecería Voces humanas (Impedimenta, 2019). En su segunda etapa, Fitzgerald dejó de inspirarse en su propia vida para escribir obras tan excepcionales como Inocencia (1986) o La flor azul (1995), sobre el poeta alemán Novalis.
Una cuestión de estilo
En Voces humanas (Impedimenta, 2019), traducida por Eduardo Moga, hallamos esa precisión estilística que caracteriza la narrativa de Penelope Fitzgerald, uno de cuyos rasgos esenciales es la economía de recursos. Para qué decir más cuando es suficiente una frase escrita a su debido tiempo o una recreación de ciertos detalles, los verdaderamente importantes para la estructura de la novela y el discurrir de la trama.
Penelope Fitzgerald no es predecible ni complaciente. En ocasiones la descripción de los personajes parece tan fría que nos dejamos engañar si no leemos entre líneas. En cualquier momento puede haber un adjetivo que se cuela de un modo casi imperceptible, por lo que el lector debe estar alerta. Y un inteligente y sutil sentido del humor asoma incluso en las situaciones más difíciles o dramáticas.
Sus personajes se mueven en un mundo real, pero ese mundo tiene algo de caos, de piezas sueltas que deben ensamblarse. Y entonces, en un momento, el relato parece tocado por una varita mágica y adquiere una dimensión inesperada. Por eso amamos las novelas de Penelope Fitzgerald.
Pasajeros de un trasatlántico “rumbo al sur”
Transitando de lo general a lo particular, Penelope Fitzgerald va creando en Voces humanas una atmósfera en la que trascurre la vida unos personajes peculiares en tiempos de guerra. Todos trabajan en la Broadcasting House, sede de la BBC, un edificio que ahora, más que nunca, parece un trasatlántico “rumbo al sur”, tal y como lo habían imaginado sus diseñadores.
Los personajes hablan, forman corros en escaleras y pasillos, se critican unos a otros; se pierden guiones, y se cometen errores normales cuando se trabaja de un modo tan frenético y cuando “el aire está lleno de urgencia y preocupación”. Las secciones de Variedades, Documentales y Teatro se habían evacuado a otros lugares del país. Ahora la Broadcasting House estaba dedicada “a radiar instrucciones de guerra, discursos, debates y noticias”.
En esa maraña de empleados, altos cargos, realizadores, guionistas o locutores estrella se encuentran dos directores: Seymur Brooks, el DPG, director de programas grabados, y Jeffrey Haggard, el DPP, director de planificación de programas. Son dos personalidades opuestas pero inexplicablemente han permanecido unidos durante años y la BBC sabe que los dos son insustituibles.
La sección de programas grabados cuenta con un grupo de chicos muy jóvenes; son los encargados de buscar las grabaciones y de que estén disponibles en el momento oportuno. El departamento es conocido como el Serrallo, ya que su director, Sam, el DPG, prefiere contratar a chicas a las que de vez cuando llama para quejarse de sus problemas y de su enorme trabajo en el que concentra todas sus energías. Su secretaria, la señora Milne insiste en que su jefe es malinterpretado pues lo único que quiere es que escuchen sus quejas, y ella tiene tanto trabajo que no puede ocuparse de esa tarea.
Vi, Della, Lise y Annie Asra, cada una con sus ilusiones y sus problemas, son las ayudantes del DPG. La guerra se ha cruzado con ellas en un momento crucial de sus vidas, cuando apenas acaban de salir de la niñez. Lo mismo sucede con los chicos, como Willie que aún no ha cumplido los dieciocho años y quiere enrolarse en la aviación. La inocencia de Willie se refleja en esa “libreta que contenía, además de una detallada relación de las obligaciones con las que había de cumplir durante su turno, un nuevo proyecto para la organización de la humanidad”. También trabaja en ese departamento el doctor Vogel, un personaje basado en una persona real. Encorvado y sordo de un oído, este exiliado alemán era el mayor experto de Europa en grabación de ambientes.
Jeffrey Haggard, Jeff, el director de Planificación de Programas, “de cara pálida y aspecto desastrado” era lo contrario al DPG. Trabajaba solo, ni siquiera tenía una secretaria y “su calma era, en realidad, intranquilidad, la del jugador que cree que ya no queda nada valioso por lo que apostar”.
Lo cierto es que la larga relación entre “cordial e irrazonable DPG” y “el sardónico DPP”, “parecía una adicción”. Jeff sentía necesidad de ayudar a los débiles y envidiaba en Sam la virtud de no darse cuenta de nada. Mac, un periodista americano, capaz de tomarse con humor los mayores peligros, le insiste a Jeff en que ayude menos: “Debilitas a esta gente. En tiempos como estos, hay que renunciar a los lujos, y eso incluye la obligación de ayudar a los demás”.
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El proyecto más extraño de cualquier guerra: decir la verdad
Lo que ahora nos parece lejano en aquel momento era algo novedoso. En 1922, un consorcio de fabricantes británicos de radios había fundado la British Broadcasting Company Ltd, que en 1927 se convertiría en una entidad pública, la British Broadcasting Corporation, cuya sede sería, desde 1932 un nuevo edificio, la Broadcasting House.
Por tanto la radio estaba jugando un papel nuevo en una dura y larga guerra, y la BBC era la única fuente de información, no solo para para Inglaterra, sino para gran parte de la Europa libre: “La Broadcasting House se dedicaba, de hecho, al proyecto más extraño de la guerra, de cualquier guerra, esto es, decir la verdad”:
Por iniciativa propia, la BBC había decidido que la verdad era más importante que el consuelo y que, a la larga, resultaría más efectiva. Pero no había ninguna garantía. La verdad lleva a la confianza, pero no a la victoria y ni siquiera a la felicidad.
Penelope Fitzgerald insiste a lo largo de la novela en esta misión que se había propuesto la BBC, en ese deseo de independencia, frente al gobierno, y los distintos ministerios que creían que era mejor no decir demasiado. Sin embargo “la BBC persistía obstinadamente en decir la verdad, a su manera. Pero esa manera empezaba a parecer irresponsable; una irresponsabilidad que daba vértigo”.
El sentido común y la intuición de Jeff, director de planificación de programas, se reflejará en una anécdota protagonizada por un personaje ficticio, el general Georges Pinard, pero que sucedió realmente. Cuando el 10 de junio de 1940 el Gobierno francés reconoce la próxima caída de París y se traslada a Burdeos, Pinard huye a Londres y pide hablar en la BBC. Era un general importante y conocido, así que no tendría por qué haber ningún problema.
Sin embargo Pinard se dedicó a arengar a los ingleses para que se rindiesen ante los alemanes cuando invadiesen Inglaterra. Enseguida llegaron las quejas porque durante diez minutos “la Red Nacional había estado en silencio absoluto: los quince millones de oyentes no habían oído nada”. Jeff había “desconectado” al general. Si se hubieran escuchado sus palabras, el Ministerio de Información y el Ministerio de Guerra habrían visto la oportunidad para ejercer el control sobre la BBC.
En estado de emergencia
La prensa británica utilizó la palabra alemana “Blitz” (“relámpago”) para referirse a los bombardeos de los alemanes en Gran Bretaña, entre 1940 y 1941. Los ataques más fuertes se iniciaron en Londres el 7 de septiembre de 1940. Voces humanas se desarrolla en un momento en que se podía sentir la amenaza de una invasión inminente.
La Broadcasting House se preparaba para la emergencia de guerra: se aseguraban las salas de defensa con puertas de hierro, había vigilantes armados y se hacían cursos de primeros auxilios en los que todas las categorías de empleados se mezclaban: “La BBC había sido siempre proclive a estas repentinas y fascinantes manifestaciones del espíritu democrático”.
Como se esperaban ataques, y el personal no podría irse a casa, la sala de conciertos se habilitó como dormitorio con literas y separación de una cortina entre hombres y mujeres. Claro que las paredes “diseñadas para proporcionar a la música clásica la mejor acústica posible, funcionaban igual de bien con los ronquidos.”
A finales de agosto, los bombardeos aéreos se intensificaron. Londres “era cada mañana un lugar más extraño”:
El ambiente, de hecho, estaba siempre lleno de aquel polvo fino, blancuzco, que quedaba suspendido en el aire y que se depositaba lentamente, mucho después de que el edificio se hubiera derrumbado.
La vida continúa
Pero la vida continúa, y la narración prosigue, sin que el humor deje de estar presente en situaciones extremas, como cuando Lise se pone de parto en uno de los cubículos habilitados para dormir, ante el gran susto de Willie, que inmediatamente busca la ayuda del señor Haggard, con el que había compartido el curso de primeros auxilios: “En último término, en nuestros certificados constan las mismas especializaciones: congelación, insolación y alumbramiento repentino”.
En medio de todo ello Annie Asra, la última chica que había llegado para trabajar en el Departamento de Programas Grabados, una muchacha de gran madurez e inteligencia, se enamora del egoísta Seymour Brooks “de un modo absoluto, y la suya debe de haber sido la última generación en enamorarse sin esperanza, tan improductivamente”. Pero la actitud del inseguro Sam, asustado ante la franqueza y personalidad de Annie, cambiará de un modo inesperado.
Y mientras en Londres siguen los bombardeos, Sam y Jeff, cada uno por distintos motivos, piensan en dimitir de sus cargos. La noche en que toma esa decisión Jeff sale de la Broadcasting House y se detiene en contemplar las estatuas de los dos personajes de La tempestad, Próspero y Ariel, en la “proa de piedra”: “A Próspero se lo representaba a punto de enviar a su mensajero a las ondas sonoras del universo”. ¿Qué había de verdad o mentira en las palabras del travieso Ariel?
Lo único cierto era que todos estaban en peligro, que la muerte podría ser una bomba caída lentamente desde un paracaídas, o el tubo de una cañería que te golpea tras una explosión.
Penelope Fizgerald se basa en su propia vida y en la de otras personas reales para crear Voces humanas. Y con ello muestra también su admiración por aquella BBC, y su orgullo por haber formado parte de ese equipo en uno de los momentos más duros de la guerra:
Y todos los que trabajaban allí, que se quejaban amargamente de la cortedad de miras de sus colegas, de la vanidad de los locutores de noticias, de la inaccesibilidad de los interventores y de la restrictiva naturaleza de la única cucharita de té del comedor, sentían cierto orgullo, que no tenían manera de expresar entonces, ni tendrían después.
Lo que ahora nos parece lejano en aquel momento era algo novedoso. En 1922, un consorcio de fabricantes británicos de radios había fundado la British Broadcasting Company Ltd, que en 1927 se convertiría en una entidad pública, la British Broadcasting Corporation, cuya sede sería, desde 1932 un nuevo edificio, la Broadcasting House.
Por tanto la radio estaba jugando un papel nuevo en una dura y larga guerra, y la BBC era la única fuente de información, no solo para para Inglaterra, sino para gran parte de la Europa libre: “La Broadcasting House se dedicaba, de hecho, al proyecto más extraño de la guerra, de cualquier guerra, esto es, decir la verdad”:
Por iniciativa propia, la BBC había decidido que la verdad era más importante que el consuelo y que, a la larga, resultaría más efectiva. Pero no había ninguna garantía. La verdad lleva a la confianza, pero no a la victoria y ni siquiera a la felicidad.
Penelope Fitzgerald insiste a lo largo de la novela en esta misión que se había propuesto la BBC, en ese deseo de independencia, frente al gobierno, y los distintos ministerios que creían que era mejor no decir demasiado. Sin embargo “la BBC persistía obstinadamente en decir la verdad, a su manera. Pero esa manera empezaba a parecer irresponsable; una irresponsabilidad que daba vértigo”.
El sentido común y la intuición de Jeff, director de planificación de programas, se reflejará en una anécdota protagonizada por un personaje ficticio, el general Georges Pinard, pero que sucedió realmente. Cuando el 10 de junio de 1940 el Gobierno francés reconoce la próxima caída de París y se traslada a Burdeos, Pinard huye a Londres y pide hablar en la BBC. Era un general importante y conocido, así que no tendría por qué haber ningún problema.
Sin embargo Pinard se dedicó a arengar a los ingleses para que se rindiesen ante los alemanes cuando invadiesen Inglaterra. Enseguida llegaron las quejas porque durante diez minutos “la Red Nacional había estado en silencio absoluto: los quince millones de oyentes no habían oído nada”. Jeff había “desconectado” al general. Si se hubieran escuchado sus palabras, el Ministerio de Información y el Ministerio de Guerra habrían visto la oportunidad para ejercer el control sobre la BBC.
En estado de emergencia
La prensa británica utilizó la palabra alemana “Blitz” (“relámpago”) para referirse a los bombardeos de los alemanes en Gran Bretaña, entre 1940 y 1941. Los ataques más fuertes se iniciaron en Londres el 7 de septiembre de 1940. Voces humanas se desarrolla en un momento en que se podía sentir la amenaza de una invasión inminente.
La Broadcasting House se preparaba para la emergencia de guerra: se aseguraban las salas de defensa con puertas de hierro, había vigilantes armados y se hacían cursos de primeros auxilios en los que todas las categorías de empleados se mezclaban: “La BBC había sido siempre proclive a estas repentinas y fascinantes manifestaciones del espíritu democrático”.
Como se esperaban ataques, y el personal no podría irse a casa, la sala de conciertos se habilitó como dormitorio con literas y separación de una cortina entre hombres y mujeres. Claro que las paredes “diseñadas para proporcionar a la música clásica la mejor acústica posible, funcionaban igual de bien con los ronquidos.”
A finales de agosto, los bombardeos aéreos se intensificaron. Londres “era cada mañana un lugar más extraño”:
El ambiente, de hecho, estaba siempre lleno de aquel polvo fino, blancuzco, que quedaba suspendido en el aire y que se depositaba lentamente, mucho después de que el edificio se hubiera derrumbado.
La vida continúa
Pero la vida continúa, y la narración prosigue, sin que el humor deje de estar presente en situaciones extremas, como cuando Lise se pone de parto en uno de los cubículos habilitados para dormir, ante el gran susto de Willie, que inmediatamente busca la ayuda del señor Haggard, con el que había compartido el curso de primeros auxilios: “En último término, en nuestros certificados constan las mismas especializaciones: congelación, insolación y alumbramiento repentino”.
En medio de todo ello Annie Asra, la última chica que había llegado para trabajar en el Departamento de Programas Grabados, una muchacha de gran madurez e inteligencia, se enamora del egoísta Seymour Brooks “de un modo absoluto, y la suya debe de haber sido la última generación en enamorarse sin esperanza, tan improductivamente”. Pero la actitud del inseguro Sam, asustado ante la franqueza y personalidad de Annie, cambiará de un modo inesperado.
Y mientras en Londres siguen los bombardeos, Sam y Jeff, cada uno por distintos motivos, piensan en dimitir de sus cargos. La noche en que toma esa decisión Jeff sale de la Broadcasting House y se detiene en contemplar las estatuas de los dos personajes de La tempestad, Próspero y Ariel, en la “proa de piedra”: “A Próspero se lo representaba a punto de enviar a su mensajero a las ondas sonoras del universo”. ¿Qué había de verdad o mentira en las palabras del travieso Ariel?
Lo único cierto era que todos estaban en peligro, que la muerte podría ser una bomba caída lentamente desde un paracaídas, o el tubo de una cañería que te golpea tras una explosión.
Penelope Fizgerald se basa en su propia vida y en la de otras personas reales para crear Voces humanas. Y con ello muestra también su admiración por aquella BBC, y su orgullo por haber formado parte de ese equipo en uno de los momentos más duros de la guerra:
Y todos los que trabajaban allí, que se quejaban amargamente de la cortedad de miras de sus colegas, de la vanidad de los locutores de noticias, de la inaccesibilidad de los interventores y de la restrictiva naturaleza de la única cucharita de té del comedor, sentían cierto orgullo, que no tenían manera de expresar entonces, ni tendrían después.