No tienes por qué preguntar si te quiero. A veces tengo la sensación de que todo, todo está desierto, y que tú te alzas, solitaria, sobre las ruinas de Berlín.
Kafka, carta del 10 de junio de 1913.
La tarde del 13 de agosto de 1912, Franz Kafka , joven escritor y abogado, de veintinueve años recién cumplidos, con un empleo seguro como funcionario, llega a la vivienda paterna de su amigo Max Brod. El motivo de su visita era “discutir la ordenación” del manuscrito del primer libro que Kafka se decidía a publicar: Contemplación, una pequeña selección de “breves prosas”.
Pero había otra visita en la casa, la señorita Felice Bauer, una joven berlinesa de veinticuatro años –cumpliría veinticinco en noviembre–, conocida de la familia, que estaba de paso en Praga en su viaje hacia Budapest, donde asistiría a la boda de su hermana.
El 15 de agosto Kafka escribe en su diario: “He pensado mucho en –qué apuro me da escribir nombres– F.B.”. El 20 de agosto nos dejará su famosa descripción de Felice con anotaciones como estas: “me pareció una criada”, “cara larga y huesuda que mostraba abiertamente su vacío”, “mientras me sentaba la miré por vez primera con más detenimiento; cuando estuve sentado ya tenía un juicio inquebrantable. Como se-”.
Kafka debió de ser interrumpido en ese instante y sus impresiones quedaron inacabadas. De este modo dejó abierto un misterioso camino de su vida y su obra que ha sido objeto de múltiples interpretaciones; entre ellas, la más común, es obviar el protagonismo de Felice en esta historia y convertir a la joven en un personaje que Kafka creó a través de sus cartas.
Un mes después, el 20 de septiembre, Kafka le envía la primera carta a Felice, escrita a máquina, desde su oficina del Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia. Dos días más tarde, Kafka escribirá su relato La condena “de un tirón durante la noche del 22 al 23, entre las diez de la noche y las seis de la mañana. (…) Cómo puede uno atreverse a todo, cómo está preparado para todas, para las más extrañas ocurrencias, un gran fuego en el que mueren y resucitan”.
Esa noche marcará un profundo cambio en Kafka y abrirá uno de los periodos de trabajo literario más intensos del que nacerían La transformación (La metamorfosis) y parte de la novela El desaparecido (América), cuyo primer capítulo sería el relato El fogonero; un estallido de creatividad unido indisolublemente a los apasionados primeros meses de su relación epistolar con Felice.
La conquista
Pero Kafka no lo tuvo tan fácil al principio. La carta de Felice llega el 28 de septiembre. Él le contesta ese mismo día sin obtener respuesta. Vuelve a escribirle a mediados de octubre, al tiempo que recurre a la hermana de Max Brod para que interceda. Al fin, el 23 de octubre, comienza una correspondencia regular.
A Kafka le había impresionado Felice: “Oh tú, queridísima mujer de negocios”, le dirá en una ocasión. La joven trabajaba en las oficinas Carl Lindström como responsable de la venta y distribución de un aparato llamado “parlógrafo”, y tenía dos taquimecanógrafas a su cargo. “¿Cómo puedes dictar a la vez a dos muchachas?”, le pregunta Kafka. Felice representaba un nuevo prototipo de mujer, una empleada eficiente y resolutiva, que, además, debía atender a sus obligaciones como obediente hija de una familia de la burguesía judía alemana.
En la hermosa carta del 27 de octubre, Kafka describirá lo sucedido el 13 de agosto. Recordaba cada detalle, los gestos, las palabras, las zapatillas de la señora Brod que Felice calzaba, pues sus zapatos se habían mojado por la lluvia, el que ella le dijera “que estaba acostumbrada a zapatillas con tacones”, lo que para Kafka era una novedad. Y después algo que ocurrió: “Que me llenó de tal asombro que di un golpe sobre la mesa. Dijo usted, en efecto, que le gusta copiar manuscritos…”. Como analiza Ricardo Piglia en un ensayo de El último lector, ¿acaso Kafka estaría pensando en una nueva Anna Grigórievna, la joven taquígrafa que se convertiría en la esposa de Dostoievski, o en una Sofia Tólstoi?
El 1 de noviembre Kafka advierte a Felice sobre su dedicación a la literatura: “Mi vida, en el fondo, consiste y ha consistido siempre en intentos de escribir, en su mayoría fracasados”:
…Si existe un poder superior que quiere utilizarme, o que me utiliza, estoy en su mano como un instrumento netamente elaborado, esto por lo menos; si no, no soy absolutamente nada y de pronto me encontraré de sobra en medio de un vacío espantoso.
¿A qué debía atenerse Felice? Qué pretendía aquel hombre que relacionaba el atrevimiento de haberse dirigida a ella con estar atravesando una época de euforia creativa y que además le confesaba: “Últimamente he visto con asombro de qué manera se halla usted ligada íntimamente a mi trabajo literario”.
Pero todas las cartas no podían alcanzar esa tensión extrema. Kafka le describía, a veces con humor, su “forma de vivir”: su horario, su alimentación vegetariana, su resistencia al frío, su escasa preocupación por la vestimenta: “Soy el inventor del traje dechalecado”; sus hábitos saludables: “Tampoco fumo, ni tomo bebidas alcohólicas, ni café, ni té, ni por lo general como chocolate”.
La correspondencia se hará más frecuente. En la tercera carta del 11 de noviembre, que marca la transición del “usted” al “tú”, Kafka le ruega:
Escríbame solamente una vez a la semana, y de forma que reciba la carta el domingo. Es que no puedo soportar sus cartas diarias, no estoy en condiciones de soportarlas. Contesto, por ejemplo a su carta y luego estoy en apariencia tan tranquilo en la cama, pero mi cuerpo entero se ve atravesado por palpitaciones y no tengo presente otra cosa excepto usted. Cómo te pertenezco, no hay realmente ninguna otra posibilidad de expresarlo, y esta es demasiado débil.
En esa misma carta Felice lee: “Dejémoslo todo si apreciamos en algo nuestra vida”. La joven, confundida, debió de escribirle a Max Brod para que le explicara la actitud de su amigo. Brod le pidió que mostrara “alguna indulgencia hacia Franz y su, con frecuencia, enfermiza sensibilidad”: “Es un ser que, por lo general, quiere únicamente lo absoluto, lo extremo en todo”.
Otro personaje secundario entrará en escena, Julie Kafka, que el 16 de noviembre, a espaldas de su hijo, le escribe a la Felice para pedirle ayuda: “Franz come y duerme tan poco que está minando su salud (…) Si estuviera en su poder el modificar la forma de vivir de Franz, (…) haría usted de mí el más feliz de los seres”. De nuevo Max Brod se verá obligado a aclarar malentendidos y a escribirle a Felice sobre la incomprensión de los Kafka, pues piensan que el trabajo literario de su hijo es solo un “pasatiempo”.
Una pasión epistolar
Lo cierto es que, a mediados de noviembre, Felice ha sucumbido a los encantos de aquellas cartas que adquirirán un ritmo frenético; algunos días se escriben tres o cuatro veces. Kafka suele ir a la estación para echar el correo; a ella le pide que le escriba a su oficina porque las cartas le llegan antes: “Hay otros días, y hoy ha sido uno de ellos, en que la insoportable expectación ante la llegada de tu carta me hace ya temblar, en que la cojo como si fuera un ser vivo, y mi mano no puede soltarla”.
A menudo las cartas se convierten en un interrogatorio: “¿No te hago demasiadas preguntas por lo general? Debes de estar ya sepultada bajo una montaña de preguntas”. Quiere saber lo que hace, cómo viste, quiénes la rodean, cada detalle de una escena: “¡Ay, mi amor, con semejantes preguntas pretendo abarcarte y hacerte mía!”.
Escribía Pietro Citati, en su biografía sobre Kafka, que había recorrido las cartas «con una especie de terror, tal es la tensión intelectual y espiritual que revela en cada línea». De ese modo podemos imaginarnos el desconcierto de Felice. Kafka aparecía como amante apasionado y sin embargo le avisaba de que no iría a Berlín en Navidad para verla. En una de las cartas le dice:
Cuando deseo algo imposible, lo quiero en su totalidad. Mi deseo era por tanto estar completamente a solas contigo, mi amor, tú y yo completamente solos en la tierra, completamente solos bajo el cielo, y mi vida, que te pertenece, hacer que se concentre por entero en ti, sin nada que la distraiga.
El propio Kafka se da cuenta de que está llevando al límite la situación: “Nos estamos fustigando mutuamente con estas frecuentes cartas”. “Por favor, te lo ruego, no estés tan nerviosa, esto no puede acabar bien”, le escribe en una nota del 20 de diciembre.
Kafka, carta del 10 de junio de 1913.
La tarde del 13 de agosto de 1912, Franz Kafka , joven escritor y abogado, de veintinueve años recién cumplidos, con un empleo seguro como funcionario, llega a la vivienda paterna de su amigo Max Brod. El motivo de su visita era “discutir la ordenación” del manuscrito del primer libro que Kafka se decidía a publicar: Contemplación, una pequeña selección de “breves prosas”.
Pero había otra visita en la casa, la señorita Felice Bauer, una joven berlinesa de veinticuatro años –cumpliría veinticinco en noviembre–, conocida de la familia, que estaba de paso en Praga en su viaje hacia Budapest, donde asistiría a la boda de su hermana.
El 15 de agosto Kafka escribe en su diario: “He pensado mucho en –qué apuro me da escribir nombres– F.B.”. El 20 de agosto nos dejará su famosa descripción de Felice con anotaciones como estas: “me pareció una criada”, “cara larga y huesuda que mostraba abiertamente su vacío”, “mientras me sentaba la miré por vez primera con más detenimiento; cuando estuve sentado ya tenía un juicio inquebrantable. Como se-”.
Kafka debió de ser interrumpido en ese instante y sus impresiones quedaron inacabadas. De este modo dejó abierto un misterioso camino de su vida y su obra que ha sido objeto de múltiples interpretaciones; entre ellas, la más común, es obviar el protagonismo de Felice en esta historia y convertir a la joven en un personaje que Kafka creó a través de sus cartas.
Un mes después, el 20 de septiembre, Kafka le envía la primera carta a Felice, escrita a máquina, desde su oficina del Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo del Reino de Bohemia. Dos días más tarde, Kafka escribirá su relato La condena “de un tirón durante la noche del 22 al 23, entre las diez de la noche y las seis de la mañana. (…) Cómo puede uno atreverse a todo, cómo está preparado para todas, para las más extrañas ocurrencias, un gran fuego en el que mueren y resucitan”.
Esa noche marcará un profundo cambio en Kafka y abrirá uno de los periodos de trabajo literario más intensos del que nacerían La transformación (La metamorfosis) y parte de la novela El desaparecido (América), cuyo primer capítulo sería el relato El fogonero; un estallido de creatividad unido indisolublemente a los apasionados primeros meses de su relación epistolar con Felice.
La conquista
Pero Kafka no lo tuvo tan fácil al principio. La carta de Felice llega el 28 de septiembre. Él le contesta ese mismo día sin obtener respuesta. Vuelve a escribirle a mediados de octubre, al tiempo que recurre a la hermana de Max Brod para que interceda. Al fin, el 23 de octubre, comienza una correspondencia regular.
A Kafka le había impresionado Felice: “Oh tú, queridísima mujer de negocios”, le dirá en una ocasión. La joven trabajaba en las oficinas Carl Lindström como responsable de la venta y distribución de un aparato llamado “parlógrafo”, y tenía dos taquimecanógrafas a su cargo. “¿Cómo puedes dictar a la vez a dos muchachas?”, le pregunta Kafka. Felice representaba un nuevo prototipo de mujer, una empleada eficiente y resolutiva, que, además, debía atender a sus obligaciones como obediente hija de una familia de la burguesía judía alemana.
En la hermosa carta del 27 de octubre, Kafka describirá lo sucedido el 13 de agosto. Recordaba cada detalle, los gestos, las palabras, las zapatillas de la señora Brod que Felice calzaba, pues sus zapatos se habían mojado por la lluvia, el que ella le dijera “que estaba acostumbrada a zapatillas con tacones”, lo que para Kafka era una novedad. Y después algo que ocurrió: “Que me llenó de tal asombro que di un golpe sobre la mesa. Dijo usted, en efecto, que le gusta copiar manuscritos…”. Como analiza Ricardo Piglia en un ensayo de El último lector, ¿acaso Kafka estaría pensando en una nueva Anna Grigórievna, la joven taquígrafa que se convertiría en la esposa de Dostoievski, o en una Sofia Tólstoi?
El 1 de noviembre Kafka advierte a Felice sobre su dedicación a la literatura: “Mi vida, en el fondo, consiste y ha consistido siempre en intentos de escribir, en su mayoría fracasados”:
…Si existe un poder superior que quiere utilizarme, o que me utiliza, estoy en su mano como un instrumento netamente elaborado, esto por lo menos; si no, no soy absolutamente nada y de pronto me encontraré de sobra en medio de un vacío espantoso.
¿A qué debía atenerse Felice? Qué pretendía aquel hombre que relacionaba el atrevimiento de haberse dirigida a ella con estar atravesando una época de euforia creativa y que además le confesaba: “Últimamente he visto con asombro de qué manera se halla usted ligada íntimamente a mi trabajo literario”.
Pero todas las cartas no podían alcanzar esa tensión extrema. Kafka le describía, a veces con humor, su “forma de vivir”: su horario, su alimentación vegetariana, su resistencia al frío, su escasa preocupación por la vestimenta: “Soy el inventor del traje dechalecado”; sus hábitos saludables: “Tampoco fumo, ni tomo bebidas alcohólicas, ni café, ni té, ni por lo general como chocolate”.
La correspondencia se hará más frecuente. En la tercera carta del 11 de noviembre, que marca la transición del “usted” al “tú”, Kafka le ruega:
Escríbame solamente una vez a la semana, y de forma que reciba la carta el domingo. Es que no puedo soportar sus cartas diarias, no estoy en condiciones de soportarlas. Contesto, por ejemplo a su carta y luego estoy en apariencia tan tranquilo en la cama, pero mi cuerpo entero se ve atravesado por palpitaciones y no tengo presente otra cosa excepto usted. Cómo te pertenezco, no hay realmente ninguna otra posibilidad de expresarlo, y esta es demasiado débil.
En esa misma carta Felice lee: “Dejémoslo todo si apreciamos en algo nuestra vida”. La joven, confundida, debió de escribirle a Max Brod para que le explicara la actitud de su amigo. Brod le pidió que mostrara “alguna indulgencia hacia Franz y su, con frecuencia, enfermiza sensibilidad”: “Es un ser que, por lo general, quiere únicamente lo absoluto, lo extremo en todo”.
Otro personaje secundario entrará en escena, Julie Kafka, que el 16 de noviembre, a espaldas de su hijo, le escribe a la Felice para pedirle ayuda: “Franz come y duerme tan poco que está minando su salud (…) Si estuviera en su poder el modificar la forma de vivir de Franz, (…) haría usted de mí el más feliz de los seres”. De nuevo Max Brod se verá obligado a aclarar malentendidos y a escribirle a Felice sobre la incomprensión de los Kafka, pues piensan que el trabajo literario de su hijo es solo un “pasatiempo”.
Una pasión epistolar
Lo cierto es que, a mediados de noviembre, Felice ha sucumbido a los encantos de aquellas cartas que adquirirán un ritmo frenético; algunos días se escriben tres o cuatro veces. Kafka suele ir a la estación para echar el correo; a ella le pide que le escriba a su oficina porque las cartas le llegan antes: “Hay otros días, y hoy ha sido uno de ellos, en que la insoportable expectación ante la llegada de tu carta me hace ya temblar, en que la cojo como si fuera un ser vivo, y mi mano no puede soltarla”.
A menudo las cartas se convierten en un interrogatorio: “¿No te hago demasiadas preguntas por lo general? Debes de estar ya sepultada bajo una montaña de preguntas”. Quiere saber lo que hace, cómo viste, quiénes la rodean, cada detalle de una escena: “¡Ay, mi amor, con semejantes preguntas pretendo abarcarte y hacerte mía!”.
Escribía Pietro Citati, en su biografía sobre Kafka, que había recorrido las cartas «con una especie de terror, tal es la tensión intelectual y espiritual que revela en cada línea». De ese modo podemos imaginarnos el desconcierto de Felice. Kafka aparecía como amante apasionado y sin embargo le avisaba de que no iría a Berlín en Navidad para verla. En una de las cartas le dice:
Cuando deseo algo imposible, lo quiero en su totalidad. Mi deseo era por tanto estar completamente a solas contigo, mi amor, tú y yo completamente solos en la tierra, completamente solos bajo el cielo, y mi vida, que te pertenece, hacer que se concentre por entero en ti, sin nada que la distraiga.
El propio Kafka se da cuenta de que está llevando al límite la situación: “Nos estamos fustigando mutuamente con estas frecuentes cartas”. “Por favor, te lo ruego, no estés tan nerviosa, esto no puede acabar bien”, le escribe en una nota del 20 de diciembre.
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El poema chino y la creación literaria
Kafka quiere que Felice comprenda lo que la literatura significa para él. En una carta del 24 de noviembre le transcribe “un poemita chino”, del poeta Yan-Tsen-Tsai, en el que aparece un sabio leyendo a altas horas de la noche, mientras su amiga lo espera en la cama, hasta que, dominada por la ira, «…me arrebata la lámpara / y me pregunta: “¿Sabes qué hora es?”». El poema se convertirá en un símbolo de la “extrema entrega” a la literatura y de lo que Felice puede esperar de su enamorado.
El 14 de enero de 1913, tras haberle dicho Felice, alguna vez, que le gustaría estar sentada a su lado mientras escribía, Kafka le responde: “Nunca puede estar uno lo bastante solo cuando escribe, por eso nunca puede uno rodearse de bastante silencio cuando escribe, la noche resulta poco nocturna, incluso”. Y continúa con lo que para él sería su ideal de vida:
Con frecuencia he pensado que la mejor forma de vida para mí consistiría en encerrarme en lo más hondo de una vasta cueva con una lámpara y todo lo necesario para escribir. Me traerían la comida y me la dejarían siempre lejos de donde yo estuviera instalado, detrás de la puerta más exterior de la cueva. Ir a buscarla, en camisón, a través de todas las bóvedas sería mi único paseo. Acto seguido regresaría a mi mesa, comería lenta y concienzudamente, y enseguida me pondría de nuevo a escribir. ¡Lo que sería capaz de escribir entonces! ¡De qué profundidades lo sacaría! ¡Sin esfuerzo! Pues la concentración extrema no sabe lo que es el esfuerzo. ¡No retrocedas ante el habitante de la cueva!
Las cartas son un documento inestimable sobre cómo concibe Kafka la literatura: “El diablo que se oculta siempre en la gana de escribir se agita justo en el momento más inoportuno”. Asistiremos al proceso de creación de La metamorfosis –“Tengo que escribir un cuento que me asedia desde lo más hondo de mí mismo”– y de El desaparecido. Kafka le pide a Felice que no tenga celos de esta novela:
Si los personajes de mi novela se dan cuenta de tus celos huirán de mí (…). Mi novela soy yo, yo soy mis cuentos; ¿dónde habría, te pregunto, el más mínimo lugar para los celos? (…) El escribir es lo que me mantiene vivo, lo que me hace aferrarme a esa barca en la que tú estás de pie. Bastante triste es el que no consiga izarme a bordo. Pero entiéndelo, querida Felice, si pierdo el escribir tendría que perderlo todo, incluida tú.
A modo de educación literaria, Felice recibe también consejos de su amado. Le habla de Kleist, le envía La educación sentimental de Flaubert, le pide que le preste su lista de libros: “Conozco más o menos tu cuarto, ahora me gustaría meterme un poco en tus estantes”. Y en una carta responde de este modo a una pregunta de ella: “¿Que qué debes leer? Pero es que no sé lo que ya conoces. No he recibido aún la tan a menudo solicitada lista de libros. A ciegas te digo: ¡Lee los Sufrimientos de Werther!”.
No olvides rechazarme a su debido tiempo
En los primeros meses de 1913 el argumento de las cartas da un giro. Kafka insiste en los inconvenientes de una relación con él: “Puedes estar engañándote, quizás en mis cartas hay trucos que te embaucan”; “soy un hombre distinto al que era durante los dos primeros meses de nuestra correspondencia”. En otra ocasión le escribe: “Y ahora, mi amor, tómame, ¡pero no olvides, no olvides rechazarme a su debido tiempo!”.
Nueve meses después de haberse conocido la pareja se verá por primera vez en Berlín el 23 y 24 de marzo; Kafka la visitará de nuevo en mayo, en un encuentro que dejará dudas y alguna frustración. En 1913 solo se verán, pues, cuatro días. El 10 de junio Kafka le pide que se case con él; su petición va acompañada de una exhaustiva lista de argumentos en contra de la boda: “En el fondo la cuestión que te planteo es ni más ni menos que criminal”; “la verdad es que no soy nada, lo que se dice nada”. Y en otra carta le recuerda su necesidad de aislamiento extremo:
Para escribir necesito apartarme, no “como un ermitaño”, eso no sería suficiente, sino como un muerto. En este sentido escribir es un sueño profundo, es decir: muerte, y de igual modo que a un muerto no se le saca ni se le puede sacar de su tumba, tampoco a mí de mi escritorio durante la noche.
“Yo no tengo interés alguno por la literatura, lo que ocurre es que consisto en literatura, no soy ninguna otra cosa ni puedo serlo”, le escribe el 14 de agosto. Kafka sabe que las cartas se están convirtiendo en una tortura para ambos y le pide que no se escriban mucho. Viaja a Viena para asistir a un congreso y después pasará tres semanas en un sanatorio de Riva.
La correspondencia se interrumpe y entra en escena Grete Bloch, amiga de Felice, que intentará acercar de nuevo a la pareja. En una carta de finales de 1913, Kafka le confesará a Felice que se había enamorado de una muchacha cristiana en el sanatorio de Riva, aunque todo acabó cuando se separaron: “Le hablé de ti, y le dije que en el fondo no tengo otra aspiración que casarme contigo”.
Solo las cartas escritas en 1912 y 1913 ocupan quinientas páginas, más de la mitad de la correspondencia. En enero de 1914 Kafka, que está pasando por un periodo de inactividad literaria, le vuelve a pedir a Felice que se case con él. Ella acepta y el 1 de junio se celebra el compromiso oficial en Berlín. Tras un mes de angustia, Kafka utiliza las cartas que le escribe a Grete Bloch para mostrar sus dudas sobre la boda. El 12 de julio en el hotel Ascanicher Hof de Berlín tiene lugar la ruptura del compromiso; y en agosto Kafka inicia la redacción de El proceso.
Kafka quiere que Felice comprenda lo que la literatura significa para él. En una carta del 24 de noviembre le transcribe “un poemita chino”, del poeta Yan-Tsen-Tsai, en el que aparece un sabio leyendo a altas horas de la noche, mientras su amiga lo espera en la cama, hasta que, dominada por la ira, «…me arrebata la lámpara / y me pregunta: “¿Sabes qué hora es?”». El poema se convertirá en un símbolo de la “extrema entrega” a la literatura y de lo que Felice puede esperar de su enamorado.
El 14 de enero de 1913, tras haberle dicho Felice, alguna vez, que le gustaría estar sentada a su lado mientras escribía, Kafka le responde: “Nunca puede estar uno lo bastante solo cuando escribe, por eso nunca puede uno rodearse de bastante silencio cuando escribe, la noche resulta poco nocturna, incluso”. Y continúa con lo que para él sería su ideal de vida:
Con frecuencia he pensado que la mejor forma de vida para mí consistiría en encerrarme en lo más hondo de una vasta cueva con una lámpara y todo lo necesario para escribir. Me traerían la comida y me la dejarían siempre lejos de donde yo estuviera instalado, detrás de la puerta más exterior de la cueva. Ir a buscarla, en camisón, a través de todas las bóvedas sería mi único paseo. Acto seguido regresaría a mi mesa, comería lenta y concienzudamente, y enseguida me pondría de nuevo a escribir. ¡Lo que sería capaz de escribir entonces! ¡De qué profundidades lo sacaría! ¡Sin esfuerzo! Pues la concentración extrema no sabe lo que es el esfuerzo. ¡No retrocedas ante el habitante de la cueva!
Las cartas son un documento inestimable sobre cómo concibe Kafka la literatura: “El diablo que se oculta siempre en la gana de escribir se agita justo en el momento más inoportuno”. Asistiremos al proceso de creación de La metamorfosis –“Tengo que escribir un cuento que me asedia desde lo más hondo de mí mismo”– y de El desaparecido. Kafka le pide a Felice que no tenga celos de esta novela:
Si los personajes de mi novela se dan cuenta de tus celos huirán de mí (…). Mi novela soy yo, yo soy mis cuentos; ¿dónde habría, te pregunto, el más mínimo lugar para los celos? (…) El escribir es lo que me mantiene vivo, lo que me hace aferrarme a esa barca en la que tú estás de pie. Bastante triste es el que no consiga izarme a bordo. Pero entiéndelo, querida Felice, si pierdo el escribir tendría que perderlo todo, incluida tú.
A modo de educación literaria, Felice recibe también consejos de su amado. Le habla de Kleist, le envía La educación sentimental de Flaubert, le pide que le preste su lista de libros: “Conozco más o menos tu cuarto, ahora me gustaría meterme un poco en tus estantes”. Y en una carta responde de este modo a una pregunta de ella: “¿Que qué debes leer? Pero es que no sé lo que ya conoces. No he recibido aún la tan a menudo solicitada lista de libros. A ciegas te digo: ¡Lee los Sufrimientos de Werther!”.
No olvides rechazarme a su debido tiempo
En los primeros meses de 1913 el argumento de las cartas da un giro. Kafka insiste en los inconvenientes de una relación con él: “Puedes estar engañándote, quizás en mis cartas hay trucos que te embaucan”; “soy un hombre distinto al que era durante los dos primeros meses de nuestra correspondencia”. En otra ocasión le escribe: “Y ahora, mi amor, tómame, ¡pero no olvides, no olvides rechazarme a su debido tiempo!”.
Nueve meses después de haberse conocido la pareja se verá por primera vez en Berlín el 23 y 24 de marzo; Kafka la visitará de nuevo en mayo, en un encuentro que dejará dudas y alguna frustración. En 1913 solo se verán, pues, cuatro días. El 10 de junio Kafka le pide que se case con él; su petición va acompañada de una exhaustiva lista de argumentos en contra de la boda: “En el fondo la cuestión que te planteo es ni más ni menos que criminal”; “la verdad es que no soy nada, lo que se dice nada”. Y en otra carta le recuerda su necesidad de aislamiento extremo:
Para escribir necesito apartarme, no “como un ermitaño”, eso no sería suficiente, sino como un muerto. En este sentido escribir es un sueño profundo, es decir: muerte, y de igual modo que a un muerto no se le saca ni se le puede sacar de su tumba, tampoco a mí de mi escritorio durante la noche.
“Yo no tengo interés alguno por la literatura, lo que ocurre es que consisto en literatura, no soy ninguna otra cosa ni puedo serlo”, le escribe el 14 de agosto. Kafka sabe que las cartas se están convirtiendo en una tortura para ambos y le pide que no se escriban mucho. Viaja a Viena para asistir a un congreso y después pasará tres semanas en un sanatorio de Riva.
La correspondencia se interrumpe y entra en escena Grete Bloch, amiga de Felice, que intentará acercar de nuevo a la pareja. En una carta de finales de 1913, Kafka le confesará a Felice que se había enamorado de una muchacha cristiana en el sanatorio de Riva, aunque todo acabó cuando se separaron: “Le hablé de ti, y le dije que en el fondo no tengo otra aspiración que casarme contigo”.
Solo las cartas escritas en 1912 y 1913 ocupan quinientas páginas, más de la mitad de la correspondencia. En enero de 1914 Kafka, que está pasando por un periodo de inactividad literaria, le vuelve a pedir a Felice que se case con él. Ella acepta y el 1 de junio se celebra el compromiso oficial en Berlín. Tras un mes de angustia, Kafka utiliza las cartas que le escribe a Grete Bloch para mostrar sus dudas sobre la boda. El 12 de julio en el hotel Ascanicher Hof de Berlín tiene lugar la ruptura del compromiso; y en agosto Kafka inicia la redacción de El proceso.
Tú eres mi tribunal humano
A finales de octubre, en una larga carta, Kafka analizará los motivos ruptura: la lucha entre los dos seres que hay en él y la dependencia que uno tiene del otro, pues solo puede ser feliz con su trabajo literario.
Yo tenía el deber de velar por mi trabajo, el cual es lo único que me da derecho a la vida, y tu miedo me mostraba, o me hacía temer (lo que me provocaba una angustia aún mucho más insoportable), que ahí era donde se hallaba el mayor peligro para mi trabajo. “Estaba nerviosa, estaba desmoralizada, creía encontrarme al término de mis energías”: así era, tal como me lo escribiste. Jamás como entonces han luchado tan ferozmente los dos seres que hay en mí.
Kafka y Felice continúan escribiéndose. Él siente que no puede vivir en Praga, y su única esperanza es trasladarse a Berlín cuando acabe la guerra: “Estoy desesperado como una rata encerrada, insomnio y jaquecas hacen sentir su furia en mi interior”. Culpa a Felice de su mutua infelicidad por no haberse dado cuenta –aunque no de manera deliberada–, de que la oficina y Praga significaban la perdición de ambos:
En lugar de esto nos fuimos a comprar muebles, en Berlín, para la instalación de un funcionario en Praga. Muebles pesados, muebles que, una vez colocados, parecía poco menos que imposible el quitarlos de allí alguna vez. Lo que precisamente encontrabas en ellos de más valioso era su solidez. El aparador me producía presión en el pecho, un perfecto monumento funerario, o un monumento a la vida del funcionario praguense. Si mientras visitábamos el almacén de muebles hubiera sonado a lo lejos en alguna parte una campanilla de oficio de difuntos, no hubiera estado nada fuera de lugar. Contigo, Felice, por supuesto que contigo, pero ser libre, dejar que trabajen mis fuerzas, esas fuerzas que tú no podías respetar –al menos según mi idea– si las aplastabas bajo todos esos muebles.
En julio del 1916 Kafka y Felice pasan diez días de vacaciones en Marienbad. Después de cierta tensión al principio, Kafka parece sereno y más animado. Pero al regresar a Praga se repite la misma tortura. En una carta del 19 de octubre le escribe:
Sin embargo ahora eres mía, te he hecho mía; no puedo creer que en ningún cuento de hadas se haya luchado más y con mayor desesperación por una mujer de lo que yo he luchado en mi interior por ti desde el principio, sin tregua, lucha tal vez eterna. Así pues eres mía.
La pareja se compromete de nuevo en julio de 1917 y realiza un pequeño viaje a Hungría. Kafka regresa solo a Praga; en la noche del 12 al 13 de agosto sufre una hemorragia interna y se le diagnostica una tuberculosis. Tras obtener un largo permiso, se marcha a Zürau con su hermana Ottla. Allí lo visita Felice en un encuentro que solo presagiaba lo irremediable. Desde Zürau Kafka escribe las dos últimas e intensas cartas. En una de ellas, la penúltima, le llega a decir: “Mi tribunal humano eres tú”. Kafka vio en la enfermedad un símbolo de esa lucha interior de los dos seres que habitaban en él:
El caso es que, en mi fuero interno, yo no tengo a esta enfermedad por una tuberculosis, o al menos no la considero tal primordialmente, sino que la tengo por una quiebra general. Creí que las cosas seguirían aún marchando hacia adelante, pero no ha sido así. La sangre no proviene del pulmón, sino de la estocada, o de una estocada definitiva, de uno de los combatientes.
Como una novela: el final de la historia
Felice y Kafka se encontraron por última vez en diciembre de 1917 en Praga, donde se produjo la ruptura definitiva. Kafka murió de tuberculosis de laringe en 1924. Felice lo hubiera dejado todo para casarse con él, un hombre con el que apenas había estado más de veinte veces en cinco años. Pero la vida debía continuar.
En 1919 se casó con Moritz Marasse, un banquero quince años mayor que ella, y tuvo dos hijos. Tras el ascenso de los nazis, la familia se trasladó a Suiza y más tarde emigraron a California. Perdieron su patrimonio pero consiguieron salvar su vida.
En Los Ángeles, la pragmática y activa Felice sacó adelante a la familia vendiendo géneros de punto que ella misma confeccionaba. Las cartas de Kafka y de otras personas relacionadas con el noviazgo viajaron siempre con ella hasta que en 1955, ya enferma, decidió venderlas. Murió en Nueva York en 1960.
En 1967 se editan las Cartas a Felice. Solo dos años después Elias Canetti publica El otro proceso de Kafka, un ensayo dedicado a estas cartas que Canetti considera uno de los grandes acontecimientos de la historia de la literatura. En España, Alianza Editorial publicó Cartas a Felice en 1977, traducidas por Pablo Sorozábal. La obra se reeditó en 1984, pero desde hacía unos años era imposible encontrar ejemplares en las librerías. La editorial Nórdica, con una edición cuidada que recupera la traducción de Alianza, ha rescatado una obra fundamental del siglo XX.
En las cartas parece como si el “demonio de la creación literaria” hubiera intervenido de tal forma que se hubiera compuesto por sí sola una novela cuya tema es el amor –y el anhelo de anclarse en la vida–, frente a la entrega total a la literatura. Pero en la lucha los protagonistas no están solos; los rodean personajes secundarios que se mueven por los escenarios de la Centroeuropa de principios del siglo XX: Praga, Berlín, Viena, Marienbad…
Aparecerán escenas cotidianas de varias familias de la burguesía judía de la época: los Kafka, los Brod, los Bauer; veremos cómo se desenvuelven en las nuevas costumbres y adelantos técnicos. Kafka nos dejará recuerdos de actos literarios y culturales. Alguna vez escribirá sobre la situación judía: el sionismo y las tendencias que oscilaban entre la asimilación y la necesidad de preservar las antiguas tradiciones. Y todo ello enmarcado en él telón de fondo de los años finales del Imperio Autrohúngaro y el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Cuando en diciembre de 1917 Felice se marchó de Praga Kafka escribió en uno de sus cuadernos en octavo: “Partida de F. Lágrimas. Todo difícil, injusto y sin embargo tiene que ser así”. Max Brod cuenta que, el 26 de diciembre, tras llevar a Felice a la estación, Kafka fue a verlo a su oficina y se echó a llorar: «Y decía entre sollozos: “¿No es terrible que tenga que suceder esto?”. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, fue la única vez que lo vi desconsolado y sin compostura».
Después de la ruptura, Kafka quemó las cartas y las fotografías de Felice. Pero Felice lo conservó todo; fue su primera lectora y, gracias a ella, podemos leer hoy esta maravilla literaria.
A finales de octubre, en una larga carta, Kafka analizará los motivos ruptura: la lucha entre los dos seres que hay en él y la dependencia que uno tiene del otro, pues solo puede ser feliz con su trabajo literario.
Yo tenía el deber de velar por mi trabajo, el cual es lo único que me da derecho a la vida, y tu miedo me mostraba, o me hacía temer (lo que me provocaba una angustia aún mucho más insoportable), que ahí era donde se hallaba el mayor peligro para mi trabajo. “Estaba nerviosa, estaba desmoralizada, creía encontrarme al término de mis energías”: así era, tal como me lo escribiste. Jamás como entonces han luchado tan ferozmente los dos seres que hay en mí.
Kafka y Felice continúan escribiéndose. Él siente que no puede vivir en Praga, y su única esperanza es trasladarse a Berlín cuando acabe la guerra: “Estoy desesperado como una rata encerrada, insomnio y jaquecas hacen sentir su furia en mi interior”. Culpa a Felice de su mutua infelicidad por no haberse dado cuenta –aunque no de manera deliberada–, de que la oficina y Praga significaban la perdición de ambos:
En lugar de esto nos fuimos a comprar muebles, en Berlín, para la instalación de un funcionario en Praga. Muebles pesados, muebles que, una vez colocados, parecía poco menos que imposible el quitarlos de allí alguna vez. Lo que precisamente encontrabas en ellos de más valioso era su solidez. El aparador me producía presión en el pecho, un perfecto monumento funerario, o un monumento a la vida del funcionario praguense. Si mientras visitábamos el almacén de muebles hubiera sonado a lo lejos en alguna parte una campanilla de oficio de difuntos, no hubiera estado nada fuera de lugar. Contigo, Felice, por supuesto que contigo, pero ser libre, dejar que trabajen mis fuerzas, esas fuerzas que tú no podías respetar –al menos según mi idea– si las aplastabas bajo todos esos muebles.
En julio del 1916 Kafka y Felice pasan diez días de vacaciones en Marienbad. Después de cierta tensión al principio, Kafka parece sereno y más animado. Pero al regresar a Praga se repite la misma tortura. En una carta del 19 de octubre le escribe:
Sin embargo ahora eres mía, te he hecho mía; no puedo creer que en ningún cuento de hadas se haya luchado más y con mayor desesperación por una mujer de lo que yo he luchado en mi interior por ti desde el principio, sin tregua, lucha tal vez eterna. Así pues eres mía.
La pareja se compromete de nuevo en julio de 1917 y realiza un pequeño viaje a Hungría. Kafka regresa solo a Praga; en la noche del 12 al 13 de agosto sufre una hemorragia interna y se le diagnostica una tuberculosis. Tras obtener un largo permiso, se marcha a Zürau con su hermana Ottla. Allí lo visita Felice en un encuentro que solo presagiaba lo irremediable. Desde Zürau Kafka escribe las dos últimas e intensas cartas. En una de ellas, la penúltima, le llega a decir: “Mi tribunal humano eres tú”. Kafka vio en la enfermedad un símbolo de esa lucha interior de los dos seres que habitaban en él:
El caso es que, en mi fuero interno, yo no tengo a esta enfermedad por una tuberculosis, o al menos no la considero tal primordialmente, sino que la tengo por una quiebra general. Creí que las cosas seguirían aún marchando hacia adelante, pero no ha sido así. La sangre no proviene del pulmón, sino de la estocada, o de una estocada definitiva, de uno de los combatientes.
Como una novela: el final de la historia
Felice y Kafka se encontraron por última vez en diciembre de 1917 en Praga, donde se produjo la ruptura definitiva. Kafka murió de tuberculosis de laringe en 1924. Felice lo hubiera dejado todo para casarse con él, un hombre con el que apenas había estado más de veinte veces en cinco años. Pero la vida debía continuar.
En 1919 se casó con Moritz Marasse, un banquero quince años mayor que ella, y tuvo dos hijos. Tras el ascenso de los nazis, la familia se trasladó a Suiza y más tarde emigraron a California. Perdieron su patrimonio pero consiguieron salvar su vida.
En Los Ángeles, la pragmática y activa Felice sacó adelante a la familia vendiendo géneros de punto que ella misma confeccionaba. Las cartas de Kafka y de otras personas relacionadas con el noviazgo viajaron siempre con ella hasta que en 1955, ya enferma, decidió venderlas. Murió en Nueva York en 1960.
En 1967 se editan las Cartas a Felice. Solo dos años después Elias Canetti publica El otro proceso de Kafka, un ensayo dedicado a estas cartas que Canetti considera uno de los grandes acontecimientos de la historia de la literatura. En España, Alianza Editorial publicó Cartas a Felice en 1977, traducidas por Pablo Sorozábal. La obra se reeditó en 1984, pero desde hacía unos años era imposible encontrar ejemplares en las librerías. La editorial Nórdica, con una edición cuidada que recupera la traducción de Alianza, ha rescatado una obra fundamental del siglo XX.
En las cartas parece como si el “demonio de la creación literaria” hubiera intervenido de tal forma que se hubiera compuesto por sí sola una novela cuya tema es el amor –y el anhelo de anclarse en la vida–, frente a la entrega total a la literatura. Pero en la lucha los protagonistas no están solos; los rodean personajes secundarios que se mueven por los escenarios de la Centroeuropa de principios del siglo XX: Praga, Berlín, Viena, Marienbad…
Aparecerán escenas cotidianas de varias familias de la burguesía judía de la época: los Kafka, los Brod, los Bauer; veremos cómo se desenvuelven en las nuevas costumbres y adelantos técnicos. Kafka nos dejará recuerdos de actos literarios y culturales. Alguna vez escribirá sobre la situación judía: el sionismo y las tendencias que oscilaban entre la asimilación y la necesidad de preservar las antiguas tradiciones. Y todo ello enmarcado en él telón de fondo de los años finales del Imperio Autrohúngaro y el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Cuando en diciembre de 1917 Felice se marchó de Praga Kafka escribió en uno de sus cuadernos en octavo: “Partida de F. Lágrimas. Todo difícil, injusto y sin embargo tiene que ser así”. Max Brod cuenta que, el 26 de diciembre, tras llevar a Felice a la estación, Kafka fue a verlo a su oficina y se echó a llorar: «Y decía entre sollozos: “¿No es terrible que tenga que suceder esto?”. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas, fue la única vez que lo vi desconsolado y sin compostura».
Después de la ruptura, Kafka quemó las cartas y las fotografías de Felice. Pero Felice lo conservó todo; fue su primera lectora y, gracias a ella, podemos leer hoy esta maravilla literaria.