El precio de las acciones no siempre refleja el valor de una compañía. Imagen: svilen001. Fuente: StockXchng.
El principio comúnmente aceptado de que el objetivo de una empresa es maximizar el valor para los accionistas puede no ser tan positivo como parece, a juicio de Mark Kramer, fundador de la consultora sin ánimo de lucro FSG, según se explica en un artículo en The Guardian.
El peligro es que los directivos se centran en maximizar las expectativas de la compañía para incrementar su valor en Bolsa, olvidando el largo plazo. La consecuencia paradójica es que los directivos se enriquecen a costa de la empresa.
Aunque el concepto parece muy arraigado en la práctica empresarial, en realidad se originó en un artículo de 1976 escrito por dos profesores de escuelas de negocios de la Universidad de Rochester (Nueva York), Michael Jensen y William H. Meckling, que postularon que los ejecutivos corporativos deben actuar como agentes en nombre de los accionistas, que a su vez son los directores de la corporación.
Esto planteó la posibilidad que los ejecutivos actuaran para defender sus propios intereses y no los intereses de sus representados. La única salvaguardia contra esto era alinear los intereses de ambos a través de un compromiso para maximizar el valor del accionista, y se consideró que lo mejor era incentivar a los ejecutivos de alto con opciones sobre acciones (stock options).
Ahora están surgiendo voces contra este enfoque: Lynn Stout, de la Facultad de Derecho de Cornell, en un reciente libro, El mito del valor para el accionista, y, un artículo reciente en la revista Stanford Social Innovation escrito por Antony Page y Robert Katz. Otro libro, Amañar el juego, escrito por Roger Martin, decano de la Rotman School of Management de la Universidad de Toronto, va más allá al señalar que la maximización de valor para los accionistas es en realidad una mala manera de manejar un negocio.
Apostar a tu propio partido
Martin explica el peligro de que los gerentes tengan como objetivo optimizar el precio de la acción en lugar de los resultados de la empresa con una analogía con los jugadores de fútbol que apuestan en sus propios partidos. Si los jugadores se centran en ganar partidos, todos los incentivos se alinean con un excelente rendimiento. Sin embargo, si ganan dinero a partir de las apuestas, pueden empezar a preocuparse demasiado por la gestión de las probabilidades.
Las apuestas, como las acciones, se basan en las expectativas de resultados futuros. Los jugadores que quieren hacer dinero con las apuestas deben jugar con las expectativas, ya sea perdiendo de manera estratégica algunos partidos para bajarlas, o tomando riesgos cada vez mayores para alcanzar niveles sin precedentes de éxito. De cualquier manera, cuando los jugadores empiezan a jugar para cumplir con las expectativas en lugar de para ganar el juego en sí, el rendimiento de su equipo sufre.
Los mismos incentivos insidiosos surgen cuando los ejecutivos empiezan a gestionar para satisfacer las expectativas de los analistas en lugar del negocio en sí. Martin y Stout han acumulado pruebas de que la búsqueda del valor para los accionistas en realidad no ha beneficiado a los accionistas sino que se ha convertido en una fuente de riqueza para los altos ejecutivos.
El peligro es que los directivos se centran en maximizar las expectativas de la compañía para incrementar su valor en Bolsa, olvidando el largo plazo. La consecuencia paradójica es que los directivos se enriquecen a costa de la empresa.
Aunque el concepto parece muy arraigado en la práctica empresarial, en realidad se originó en un artículo de 1976 escrito por dos profesores de escuelas de negocios de la Universidad de Rochester (Nueva York), Michael Jensen y William H. Meckling, que postularon que los ejecutivos corporativos deben actuar como agentes en nombre de los accionistas, que a su vez son los directores de la corporación.
Esto planteó la posibilidad que los ejecutivos actuaran para defender sus propios intereses y no los intereses de sus representados. La única salvaguardia contra esto era alinear los intereses de ambos a través de un compromiso para maximizar el valor del accionista, y se consideró que lo mejor era incentivar a los ejecutivos de alto con opciones sobre acciones (stock options).
Ahora están surgiendo voces contra este enfoque: Lynn Stout, de la Facultad de Derecho de Cornell, en un reciente libro, El mito del valor para el accionista, y, un artículo reciente en la revista Stanford Social Innovation escrito por Antony Page y Robert Katz. Otro libro, Amañar el juego, escrito por Roger Martin, decano de la Rotman School of Management de la Universidad de Toronto, va más allá al señalar que la maximización de valor para los accionistas es en realidad una mala manera de manejar un negocio.
Apostar a tu propio partido
Martin explica el peligro de que los gerentes tengan como objetivo optimizar el precio de la acción en lugar de los resultados de la empresa con una analogía con los jugadores de fútbol que apuestan en sus propios partidos. Si los jugadores se centran en ganar partidos, todos los incentivos se alinean con un excelente rendimiento. Sin embargo, si ganan dinero a partir de las apuestas, pueden empezar a preocuparse demasiado por la gestión de las probabilidades.
Las apuestas, como las acciones, se basan en las expectativas de resultados futuros. Los jugadores que quieren hacer dinero con las apuestas deben jugar con las expectativas, ya sea perdiendo de manera estratégica algunos partidos para bajarlas, o tomando riesgos cada vez mayores para alcanzar niveles sin precedentes de éxito. De cualquier manera, cuando los jugadores empiezan a jugar para cumplir con las expectativas en lugar de para ganar el juego en sí, el rendimiento de su equipo sufre.
Los mismos incentivos insidiosos surgen cuando los ejecutivos empiezan a gestionar para satisfacer las expectativas de los analistas en lugar del negocio en sí. Martin y Stout han acumulado pruebas de que la búsqueda del valor para los accionistas en realidad no ha beneficiado a los accionistas sino que se ha convertido en una fuente de riqueza para los altos ejecutivos.
La mirada a largo plazo
Mark Kramer señala que, con un mandato promedio de los ejecutivos de cuatro años y medio, y un promedio de retención de las acciones de sólo cuatro meses, las presiones a corto plazo exacerban la manipulación de la acción en lugar de la construcción del negocio.
El mayor coste de todos, sin embargo, no es ni para la empresa ni sus accionistas, sino para la sociedad y nuestro planeta, lamenta el autor. El éxito a largo plazo de cualquier empresa depende de la salud y el bienestar de sus empleados, clientes y las comunidades en las que opera.
Los directores generales que gestionan las acciones, en lugar de la empresa, tienen pocas razones para pensar en las consecuencias sociales y ambientales de sus actos. Y el resultado - ya sea en forma de derrames de petróleo o de productos financieros derivados- provoca devastación mucho más allá que en los propios accionistas de la compañía.
Sin embargo, apunta Kramer, un pequeño pero creciente grupo de líderes de negocios están empezando a ampliar su enfoque más allá de simplemente maximizar el valor para los accionistas, buscando la creación de valor compartido. Están construyendo a la vez empresas fuertes y sociedades más sanas; ganan dinero mediante la reducción de su impacto medioambiental, cumpliendo con las necesidades de las poblaciones de bajos ingresos, y buscando soluciones innovadoras y rentables a los problemas sociales.
La tiranía de la escasez
La búsqueda del valor a corto plazo que pone en riesgo la sostenibilidad social también está detrás de otro de los problemas de nuestra sociedad, el enfoque en el uso de recursos energéticos escasos y no en otros más abundantes. De ello habla en otro artículo publicado en The Guardian el consultor especializado en RSC y sostenibilidad Joss Tantram, de Terrafiniti.
"Estamos obsesionados con la escasez de recursos valiosos", explica Tantram. "En las próximas décadas, se nos dice, tendremos que competir de forma cada vez más dura por cantidades cada vez más pequeñas de materiales que una vez tratamos como ilimitados."
El autor señala que la Tierra recibe cada día una gran cantidad de energía procedente del Sol, pero poco más, y que en lugar de tener eso en cuenta, la industria y la economía funcionan utilizando recursos que se reponen en escalas de tiempo geológicas.
En occidente nos hemos comido casi toda la tarta, sigue el artículo, y ahora en otros países quieren disfrutar de ella también. "O bien hay que dejar de comer pasteles o cambiar la receta". Hace falta romper el vínculo entre la escasez y el precio, afirma. "La escasez es un componente fundamental del ajuste del precio. La economía actual utiliza la escasez de un bien o servicio para determinar su precio a través de una combinación de la oferta y la demanda.
El valor y el precio
Sin embargo, el precio no ha logrado equiparar adecuadamente el valor: el valor de los sistemas naturales que sostienen la vida ha sido tratado como una externalidad e ignorado en gran medida. "La escasez puede ser muy poderosa económicamente, pero tiene un valor muy limitado para un futuro que incluye 9.000 millones de personas".
Para enfrentarse al problema, Tantram propone centrarse en el uso sostenible y continuado re-uso de los recursos escasos, y dar prioridad a la utilización de los recursos abundantes y renovables.
Las tecnologías están empezando a explotar los recursos abundantes, incluyendo el uso de materiales tales como el cáñamo para la fabricación de automóviles, las microalgas para la producción de combustible para aviones y las bacterias para extraer metales preciosos de los residuos.
La abundancia funcional o técnica, aunque a menudo con otro nombre, es un concepto relativamente conocido. El concepto se refleja en el enfoque de la "economía circular". Según la Fundación Ellen MacArthur, la economía circular pretende diseñar modelos industriales basados en la simbiosis, donde los residuos de un proceso se convierten en la materia prima de otro.
Mark Kramer señala que, con un mandato promedio de los ejecutivos de cuatro años y medio, y un promedio de retención de las acciones de sólo cuatro meses, las presiones a corto plazo exacerban la manipulación de la acción en lugar de la construcción del negocio.
El mayor coste de todos, sin embargo, no es ni para la empresa ni sus accionistas, sino para la sociedad y nuestro planeta, lamenta el autor. El éxito a largo plazo de cualquier empresa depende de la salud y el bienestar de sus empleados, clientes y las comunidades en las que opera.
Los directores generales que gestionan las acciones, en lugar de la empresa, tienen pocas razones para pensar en las consecuencias sociales y ambientales de sus actos. Y el resultado - ya sea en forma de derrames de petróleo o de productos financieros derivados- provoca devastación mucho más allá que en los propios accionistas de la compañía.
Sin embargo, apunta Kramer, un pequeño pero creciente grupo de líderes de negocios están empezando a ampliar su enfoque más allá de simplemente maximizar el valor para los accionistas, buscando la creación de valor compartido. Están construyendo a la vez empresas fuertes y sociedades más sanas; ganan dinero mediante la reducción de su impacto medioambiental, cumpliendo con las necesidades de las poblaciones de bajos ingresos, y buscando soluciones innovadoras y rentables a los problemas sociales.
La tiranía de la escasez
La búsqueda del valor a corto plazo que pone en riesgo la sostenibilidad social también está detrás de otro de los problemas de nuestra sociedad, el enfoque en el uso de recursos energéticos escasos y no en otros más abundantes. De ello habla en otro artículo publicado en The Guardian el consultor especializado en RSC y sostenibilidad Joss Tantram, de Terrafiniti.
"Estamos obsesionados con la escasez de recursos valiosos", explica Tantram. "En las próximas décadas, se nos dice, tendremos que competir de forma cada vez más dura por cantidades cada vez más pequeñas de materiales que una vez tratamos como ilimitados."
El autor señala que la Tierra recibe cada día una gran cantidad de energía procedente del Sol, pero poco más, y que en lugar de tener eso en cuenta, la industria y la economía funcionan utilizando recursos que se reponen en escalas de tiempo geológicas.
En occidente nos hemos comido casi toda la tarta, sigue el artículo, y ahora en otros países quieren disfrutar de ella también. "O bien hay que dejar de comer pasteles o cambiar la receta". Hace falta romper el vínculo entre la escasez y el precio, afirma. "La escasez es un componente fundamental del ajuste del precio. La economía actual utiliza la escasez de un bien o servicio para determinar su precio a través de una combinación de la oferta y la demanda.
El valor y el precio
Sin embargo, el precio no ha logrado equiparar adecuadamente el valor: el valor de los sistemas naturales que sostienen la vida ha sido tratado como una externalidad e ignorado en gran medida. "La escasez puede ser muy poderosa económicamente, pero tiene un valor muy limitado para un futuro que incluye 9.000 millones de personas".
Para enfrentarse al problema, Tantram propone centrarse en el uso sostenible y continuado re-uso de los recursos escasos, y dar prioridad a la utilización de los recursos abundantes y renovables.
Las tecnologías están empezando a explotar los recursos abundantes, incluyendo el uso de materiales tales como el cáñamo para la fabricación de automóviles, las microalgas para la producción de combustible para aviones y las bacterias para extraer metales preciosos de los residuos.
La abundancia funcional o técnica, aunque a menudo con otro nombre, es un concepto relativamente conocido. El concepto se refleja en el enfoque de la "economía circular". Según la Fundación Ellen MacArthur, la economía circular pretende diseñar modelos industriales basados en la simbiosis, donde los residuos de un proceso se convierten en la materia prima de otro.