Ser buena persona. Este es el anhelo de Patty, la protagonista femenina de Libertad (Salamandra, 2011), de Jonathan Franzen. Pero Patty, que aparece descrita en la novela como "una alegre portadora de polen sociocultural, una abeja afable", posee un carácter competitivo y esto, unido a su tendencia a cometer errores, la alejará de ese ideal de persona encarnado por Walter, su marido.
Libertad se editó en España precedida por un enorme éxito en Estados Unidos. Aplaudida por la crítica y el público norteamericanos, con unas cifras de ventas apabullantes, ha sido considerada “la gran novela americana del siglo XXI” y Jonathan Franzen “el mejor escritor norteamericano vivo”, así como un “revolucionario de la novela”.
Según algunos críticos Libertad es, además, “una fiesta narrativa” y un análisis del momento en que vivimos; es decir, del espíritu de nuestro tiempo. La novela nos muestra cómo somos y responde a la pregunta de “cómo vivir”.
Franzen explica en una entrevista por qué eligió el título de Libertad: "Una de las razones del título es mi intento de recuperar una bella palabra de manos de los estúpidos y volverla a poner en manos de quienes pueden apreciar su complejidad y su belleza".
Es decir, en manos de esa amplia minoría de lectores a la que va dirigida la novela: los insatisfechos, los que sienten vergüenza por la situación, los que leen. Entre ellos se encontraría el presidente Obama, que mostró su imperioso deseo de leer esta novela por la que desfilan, como telón de fondo, los mandatos de varios presidentes, incluido el suyo. Es, por lo demás, la novela escrita después del 11S, cuando se rompe el equilibrio, cuando, en nombre de la libertad, Estados Unidos va a dejar sentir otra vez su presencia en el mundo.
En cuanto al estilo y la técnica narrativa, Franzen ha declarado: "Si tuviera que mencionar a un escritor que realmente me haya abierto los ojos, sería Kafka". Pero Franzen no aspira a ser “el loco de la buhardilla, el hombre encerrado que escribe cosas ilegibles” sino a escribir para todos, que cualquiera pueda leer la novela sin perderse en cuestiones experimentales.
Es una vuelta al placer de narrar y de leer, como sucedía con la novela total del siglo XIX. De hecho, Franzen incluye numerosas referencias a Guerra y paz, algo de lo que, según confiesa, se siente arrepentido, pues ha generado bastante polémica en ciertos sectores de la crítica. Por ejemplo, por recomendación de su marido, un gran lector, Patty lee Guerra y paz. Es el momento en el que la protagonista se debate entre ser buena o mala persona, y por ello se sentirá identificada con Natasha que, buscando su felicidad, caerá en un error que puede destrozar su vida.
La personalidad de Walter, por su parte, coincide en algunos rasgos con la del bueno de Pierre; mientras que Richard, el otro vértice del triángulo amoroso que plantea Libertad, sería un príncipe Andrei (con unas pequeñas dosis de Anatole) menos atormentado, más roquero, pero igual de guaperas, hasta el punto de que, en la autobiografía de Patty, cuando nos narra un momento de abandono (metafórico, por si queda alguna duda) leemos:
“Él la miró y sonrió, y la sala se llenó (metafóricamente) de sol. Era, en opinión de Patty, un hombre muy bello.”
Comencé a leer la gran saga americana casi segura de que no me defraudaría. Casi. La novela promete, empieza bien, con un juego de perspectivas en el que los protagonistas son descritos a través de los vecinos, que nos desvelarán algunas tramas de la historia.
Se cometieron errores
Walter y Patty Berglund viven en Saint Paul, en una vieja casa victoriana de un barrio céntrico y degradado que se irá transformando con los años. Su relación con los vecinos es amigable en apariencia, aunque, cuando abandonen la ciudad para instalarse en Washington, comprenderán que en verdad no habían llegado a ser amigos de nadie, y que habían pasado por allí sin pena ni gloria. En el primer capítulo, se respira una atmósfera similar a la de Mujeres desesperadas y su Wisteria Lein: los personajes recuerdan algunos rasgos de las protagonistas de la serie. Hay humor y un retrato despiadado de ciertas relaciones vecinales. Según algunas reseñas, los personajes de Libertad aparecen como una caricatura, no han adquirido la profundidad y consistencia que veremos más adelante.
“Se cometieron errores” es el título del segundo capítulo, las memorias de Patty, escritas a instancias de su psicoterapeuta. La tercera persona propicia el distanciamiento y la ironía a la hora de contar su vida, sus errores, sus fracasos, su caída en la bebida, su desesperación al comprobar que las cosas no salen como uno quiere, como en el caso de la relación con su hijo. Franzen ha hablado en alguna entrevista de esa relación, casi erótica entre madre e hijo, haciendo referencia a Hijos y amantes, de D.H. Lawrence.
Patty, Walter y Richard se conocieron en la universidad a finales de los 70. Richard era entonces un músico punk. Walter había abandonado cualquier inclinación artística, pues su sentido de la responsabilidad le llevaba a ayudar a su familia y después a fundar él mismo una familia con Patty, a la que adoraba. La misión de Walter será elevar la autoestima de Patty; por ello, en el momento en el que se encuentra al borde de la infidelidad, casi al final de la novela, se sumirá en estos pensamientos:
Por mucho que acabara amando a Lalitha, y por inviable que fuera ahora su vida con Patty, amaba a Patty de una manera totalmente distinta, de una manera más amplia y abstracta, y no obstante esencial, que tenía que ver con toda una vida de responsabilidad; con ser buena persona.
(…) Dentro de Patty existía un vacío, y a él le había tocado en suerte hacer todo lo posible por llenarlo de amor.
Después de la autobiografía de Patty, la novela irá dando un giro y la vida de los personajes trascurrirá paralela a cuestiones de fondo: la política, la ecología, la imagen de los Estados Unidos en el mundo, la corrupción. Se producen largas conversaciones en las que se debaten temas trascendentes; viajes de un lado a otro del país o por varios continentes se sucederán, de la misma manera que en una serie cuyos primeros capítulos prometen y entusiasman.
Pero cuando el guión se alarga demasiado corre el peligro de que la historia se resienta o el estilo se descuide. Sin embargo, seguimos leyendo porque ya que hemos alcanzado la página 400, queremos llegar al final, enterarnos de que lo que les sucede a esos personajes paradigmáticos. Y el guión se resuelve bien, para no defraudar.
Libertad se editó en España precedida por un enorme éxito en Estados Unidos. Aplaudida por la crítica y el público norteamericanos, con unas cifras de ventas apabullantes, ha sido considerada “la gran novela americana del siglo XXI” y Jonathan Franzen “el mejor escritor norteamericano vivo”, así como un “revolucionario de la novela”.
Según algunos críticos Libertad es, además, “una fiesta narrativa” y un análisis del momento en que vivimos; es decir, del espíritu de nuestro tiempo. La novela nos muestra cómo somos y responde a la pregunta de “cómo vivir”.
Franzen explica en una entrevista por qué eligió el título de Libertad: "Una de las razones del título es mi intento de recuperar una bella palabra de manos de los estúpidos y volverla a poner en manos de quienes pueden apreciar su complejidad y su belleza".
Es decir, en manos de esa amplia minoría de lectores a la que va dirigida la novela: los insatisfechos, los que sienten vergüenza por la situación, los que leen. Entre ellos se encontraría el presidente Obama, que mostró su imperioso deseo de leer esta novela por la que desfilan, como telón de fondo, los mandatos de varios presidentes, incluido el suyo. Es, por lo demás, la novela escrita después del 11S, cuando se rompe el equilibrio, cuando, en nombre de la libertad, Estados Unidos va a dejar sentir otra vez su presencia en el mundo.
En cuanto al estilo y la técnica narrativa, Franzen ha declarado: "Si tuviera que mencionar a un escritor que realmente me haya abierto los ojos, sería Kafka". Pero Franzen no aspira a ser “el loco de la buhardilla, el hombre encerrado que escribe cosas ilegibles” sino a escribir para todos, que cualquiera pueda leer la novela sin perderse en cuestiones experimentales.
Es una vuelta al placer de narrar y de leer, como sucedía con la novela total del siglo XIX. De hecho, Franzen incluye numerosas referencias a Guerra y paz, algo de lo que, según confiesa, se siente arrepentido, pues ha generado bastante polémica en ciertos sectores de la crítica. Por ejemplo, por recomendación de su marido, un gran lector, Patty lee Guerra y paz. Es el momento en el que la protagonista se debate entre ser buena o mala persona, y por ello se sentirá identificada con Natasha que, buscando su felicidad, caerá en un error que puede destrozar su vida.
La personalidad de Walter, por su parte, coincide en algunos rasgos con la del bueno de Pierre; mientras que Richard, el otro vértice del triángulo amoroso que plantea Libertad, sería un príncipe Andrei (con unas pequeñas dosis de Anatole) menos atormentado, más roquero, pero igual de guaperas, hasta el punto de que, en la autobiografía de Patty, cuando nos narra un momento de abandono (metafórico, por si queda alguna duda) leemos:
“Él la miró y sonrió, y la sala se llenó (metafóricamente) de sol. Era, en opinión de Patty, un hombre muy bello.”
Comencé a leer la gran saga americana casi segura de que no me defraudaría. Casi. La novela promete, empieza bien, con un juego de perspectivas en el que los protagonistas son descritos a través de los vecinos, que nos desvelarán algunas tramas de la historia.
Se cometieron errores
Walter y Patty Berglund viven en Saint Paul, en una vieja casa victoriana de un barrio céntrico y degradado que se irá transformando con los años. Su relación con los vecinos es amigable en apariencia, aunque, cuando abandonen la ciudad para instalarse en Washington, comprenderán que en verdad no habían llegado a ser amigos de nadie, y que habían pasado por allí sin pena ni gloria. En el primer capítulo, se respira una atmósfera similar a la de Mujeres desesperadas y su Wisteria Lein: los personajes recuerdan algunos rasgos de las protagonistas de la serie. Hay humor y un retrato despiadado de ciertas relaciones vecinales. Según algunas reseñas, los personajes de Libertad aparecen como una caricatura, no han adquirido la profundidad y consistencia que veremos más adelante.
“Se cometieron errores” es el título del segundo capítulo, las memorias de Patty, escritas a instancias de su psicoterapeuta. La tercera persona propicia el distanciamiento y la ironía a la hora de contar su vida, sus errores, sus fracasos, su caída en la bebida, su desesperación al comprobar que las cosas no salen como uno quiere, como en el caso de la relación con su hijo. Franzen ha hablado en alguna entrevista de esa relación, casi erótica entre madre e hijo, haciendo referencia a Hijos y amantes, de D.H. Lawrence.
Patty, Walter y Richard se conocieron en la universidad a finales de los 70. Richard era entonces un músico punk. Walter había abandonado cualquier inclinación artística, pues su sentido de la responsabilidad le llevaba a ayudar a su familia y después a fundar él mismo una familia con Patty, a la que adoraba. La misión de Walter será elevar la autoestima de Patty; por ello, en el momento en el que se encuentra al borde de la infidelidad, casi al final de la novela, se sumirá en estos pensamientos:
Por mucho que acabara amando a Lalitha, y por inviable que fuera ahora su vida con Patty, amaba a Patty de una manera totalmente distinta, de una manera más amplia y abstracta, y no obstante esencial, que tenía que ver con toda una vida de responsabilidad; con ser buena persona.
(…) Dentro de Patty existía un vacío, y a él le había tocado en suerte hacer todo lo posible por llenarlo de amor.
Después de la autobiografía de Patty, la novela irá dando un giro y la vida de los personajes trascurrirá paralela a cuestiones de fondo: la política, la ecología, la imagen de los Estados Unidos en el mundo, la corrupción. Se producen largas conversaciones en las que se debaten temas trascendentes; viajes de un lado a otro del país o por varios continentes se sucederán, de la misma manera que en una serie cuyos primeros capítulos prometen y entusiasman.
Pero cuando el guión se alarga demasiado corre el peligro de que la historia se resienta o el estilo se descuide. Sin embargo, seguimos leyendo porque ya que hemos alcanzado la página 400, queremos llegar al final, enterarnos de que lo que les sucede a esos personajes paradigmáticos. Y el guión se resuelve bien, para no defraudar.
Como es habitual en una serie televisiva, se eliminará algún personaje que sobra y reinará la bondad y la esperanza en un mundo en el que, a pesar de todo, seguirá habiendo buenas personas. Incluso los personajes que se sirven de contrapunto a Walter –Joey, su hijo, y Richard, el amigo roquero de la familia, ambos “dotados de una seguridad en sí mismos”–, acabarán mostrando su rostro más sensible y humano.
Joey, el hijo republicano de la demócrata familia Berglund, actuará de contrapunto político. En la casa de la rica familia judía de un compañero, sostendrá una cínica conversación sobre la conveniencia de una guerra contra Irak. Al comentario de Joey: “¿La libertad no es eso? ¿El derecho a pensar lo que uno quiere? Y sí, lo admito, a veces es un coñazo”, le responderá el padre de su amigo:
–En eso tienes toda la razón (...) La libertad es un coñazo. Y por eso precisamente es tan importante que aprovechemos la oportunidad que se nos ha presentado este otoño. Conseguir, por cualquier medio a nuestro alcance, que una nación de personas libres se desprenda de su lógica defectuosa y se adhiera a una lógica mejor.
La “lógica mejor” era la guerra de Irak, que enriquecería a intermediarios y empresas sin escrúpulos con los que terminará mezclándose Joey “con su sonrisita republicana. Su sonrisita de Wall Street. Como si tolerase al paleto y estúpido de su padre, con sus principios chapados a la antigua”.
En una ocasión, Walter declarará “a gritos que Joey le daba 'asco', que le 'repugnaba físicamente' haber criado a un hijo tan egoísta e irreflexivo”. Walter está convencido de que las altas sumas de dinero que comienza a ganar Joey sólo pueden venir de la corrupción, y así se lo dice a su hijo. Ante los reproches de su padre, Joey experimentará "un dolor que percibía como algo estructural, como si su padre y él hubiesen elegido sus respectivas ideologías políticas sin otro fin que odiarse mutuamente". Joey seguirá enriqueciéndose, pero acabará derrotado por la bondad de su padre, al que calificará como un “hombre de sólidos principios”.
Richard Katz será el otro digno contrapunto de Walter. Richard es el amigo artista, el cantante y compositor de culto; un espíritu libre, con una intensa vida sexual. Franzen crea para él el término “kaztiano”; y sus digresiones a lo Bukowski, y sus exquisitos gustos como lector –en varias ocasiones aparece en la novela leyendo a Thomas Bernhard– lo convierten en paradigma de una cultura refinada y alternativa.
Reflexiones metafísicas
Más de una vez Katz se sumirá en reflexiones metafísicas como “Al menos una parte de él, su polla, se alegró de la ratificación de sus facultades adivinatorias” o “¿Había sido en realidad la muerte el mensaje que quería transmitirle su polla al mandarlo a Washington?”. Sin embargo “el microcosmos voraz y caliente del coño de Patty” alejará a Richard de ese refugio que había sido para él el hogar de los Berglund.
Otra de las memorables pasajes referidos al sexo nos lo proporcionará el republicano Joey, que en uno de sus apareamientos, sentirá cómo unas “tetas satisfactoriamente abundantes se apretaban contra su pecho”. Por otra parte, Patty, violada en su juventud y tratada con amorosa sensibilidad por su marido, reconocerá que sólo la vez que Walter se abandona a los instintos más primarios y viriles, como Richard, ella se siente en verdad plenamente complacida.
En su trabajo como director ejecutivo de la Fundación Monte Cerúleo, defensora de la reinita cerúlea –una intrincada historia que pasa por millonarios, empresas corruptas, explotación de minas de carbón a cielo abierto en territorios que después se recuperarán como bosques en los que anidará la reinita en peligro de extinción, etc.–, Walter llegará a la conclusión de que el exceso de gente en nuestro planeta es la causa del declive de todas las especies.
Joey, el hijo republicano de la demócrata familia Berglund, actuará de contrapunto político. En la casa de la rica familia judía de un compañero, sostendrá una cínica conversación sobre la conveniencia de una guerra contra Irak. Al comentario de Joey: “¿La libertad no es eso? ¿El derecho a pensar lo que uno quiere? Y sí, lo admito, a veces es un coñazo”, le responderá el padre de su amigo:
–En eso tienes toda la razón (...) La libertad es un coñazo. Y por eso precisamente es tan importante que aprovechemos la oportunidad que se nos ha presentado este otoño. Conseguir, por cualquier medio a nuestro alcance, que una nación de personas libres se desprenda de su lógica defectuosa y se adhiera a una lógica mejor.
La “lógica mejor” era la guerra de Irak, que enriquecería a intermediarios y empresas sin escrúpulos con los que terminará mezclándose Joey “con su sonrisita republicana. Su sonrisita de Wall Street. Como si tolerase al paleto y estúpido de su padre, con sus principios chapados a la antigua”.
En una ocasión, Walter declarará “a gritos que Joey le daba 'asco', que le 'repugnaba físicamente' haber criado a un hijo tan egoísta e irreflexivo”. Walter está convencido de que las altas sumas de dinero que comienza a ganar Joey sólo pueden venir de la corrupción, y así se lo dice a su hijo. Ante los reproches de su padre, Joey experimentará "un dolor que percibía como algo estructural, como si su padre y él hubiesen elegido sus respectivas ideologías políticas sin otro fin que odiarse mutuamente". Joey seguirá enriqueciéndose, pero acabará derrotado por la bondad de su padre, al que calificará como un “hombre de sólidos principios”.
Richard Katz será el otro digno contrapunto de Walter. Richard es el amigo artista, el cantante y compositor de culto; un espíritu libre, con una intensa vida sexual. Franzen crea para él el término “kaztiano”; y sus digresiones a lo Bukowski, y sus exquisitos gustos como lector –en varias ocasiones aparece en la novela leyendo a Thomas Bernhard– lo convierten en paradigma de una cultura refinada y alternativa.
Reflexiones metafísicas
Más de una vez Katz se sumirá en reflexiones metafísicas como “Al menos una parte de él, su polla, se alegró de la ratificación de sus facultades adivinatorias” o “¿Había sido en realidad la muerte el mensaje que quería transmitirle su polla al mandarlo a Washington?”. Sin embargo “el microcosmos voraz y caliente del coño de Patty” alejará a Richard de ese refugio que había sido para él el hogar de los Berglund.
Otra de las memorables pasajes referidos al sexo nos lo proporcionará el republicano Joey, que en uno de sus apareamientos, sentirá cómo unas “tetas satisfactoriamente abundantes se apretaban contra su pecho”. Por otra parte, Patty, violada en su juventud y tratada con amorosa sensibilidad por su marido, reconocerá que sólo la vez que Walter se abandona a los instintos más primarios y viriles, como Richard, ella se siente en verdad plenamente complacida.
En su trabajo como director ejecutivo de la Fundación Monte Cerúleo, defensora de la reinita cerúlea –una intrincada historia que pasa por millonarios, empresas corruptas, explotación de minas de carbón a cielo abierto en territorios que después se recuperarán como bosques en los que anidará la reinita en peligro de extinción, etc.–, Walter llegará a la conclusión de que el exceso de gente en nuestro planeta es la causa del declive de todas las especies.
Jonathan Franzen. Fuente: Wikimedia Commons.
Esa había sido su obsesión desde muy joven: concienciar a la gente, al país, al mundo, de este problema. Para ello encontrará el apoyo de Lalitha, su ayudante, que le animará a recurrir al tirón mediático del ya famoso Richard Katz. En una reunión Lalitha le expone al cantante su objetivo: “Queremos conseguir con la demografía lo mismo que Gore con el cambio climático”. Cuando Katz habla de derrocar el sistema entero, Walter le responde:
En este país no puede derrocarse el sistema (…) por una razón de libertad. La razón por la que en Europa el libre mercado se ve atenuado por el socialismo es que allí no están tan obsesionados con la libertad individual. Tienen asimismo un índice de crecimiento inferior, pese a que los niveles de renta son comparables. En general, los europeos son más racionales. Y el debate sobre los derechos de este país no es racional. Se desarrolla en el plano de las emociones y los resentimientos de clase, y por eso la derecha sabe explotarlo tan bien.
La novela, que se desarrolla a lo largo de cuatro décadas refleja también la incorporación de las nuevas tecnologías a nuestras vidas. Walter utiliza ahora una BlackBerry, cuyo canto será el de la reinita cerúlea. Tecnología y naturaleza aparecerán, pues, irónicamente enlazadas:
Los labios de Lalitha estaban allí mismo, su boca estaba allí mismo, y a Walter le palpitaba el corazón de tal modo que tenía la sensación de que iba a rompérsele la caja torácica. ¡Bésala, Bésala! ¡Bésala!, le decía.
Y de pronto le sonó la BlackBerry. El tono era el canto de la reinita cerúlea.
Más adelante, la BlackBerry de Walter entonará “su canto cerúleo, haciendo oficial su retorno a la civilización”. En otras ocasiones, nos toparemos con algún ejemplo de cursilería más clásica del tipo “Pequeñas perlas de llanto se adherían a sus pestañas”.
En un momento de la historia, Walter se convertirá en un héroe valiente, capaz de enfrentarse, de actuar, como el personaje de una película que Patty y él vieron cuando iniciaban su relación. Patty se refiere al protagonista de El ogro de Atenas como alguien que “nunca ha tenido una vida auténtica porque ha sido siempre muy responsable y tímido, y no tenía ni idea de lo que en realidad es capaz de hacer. Nunca ha llegado a estar de verdad vivo hasta que lo confunden con el ogro”. Y Walter se irá transformando en el ogro de Washington que, en el momento menos oportuno, acabará exponiendo sus ideas ante un auditorio hostil (blancos pobres republicanos y grandes potentados y especuladores). Por si albergáramos alguna duda de que Walter grita enfurecido en este momento, Franzen utilizará las mayúsculas en ese discurso, que acabará con la frase "SOMOS EL CANCER DEL PLANETA".
En definitiva, la novela se lee bien y gusta. Como en las buenas series de televisión Franzen ha creado un abanico de personajes para que los posibles espectadores-lectores lleguen a sentirse identificados, y una trama que puede ir alargándose según los índices de audiencia. Pero, a pesar de las referencias a Tolstoi, Libertad no debe compararse con Guerra y paz más allá de la historia del triángulo amoroso, pues existe un abismo literario entre la profundidad y el estilo de las digresiones sobre la guerra en Tolstoi, y el estilo plano de las digresiones -serias o irónicas- sobre ecología y política en Franzen.
Es una novela que gustará mucho a los lectores que busquen este tipo de narrativa, e irritará a otros que esperen encontrar un best-seller sin pretensiones. Por su parte, la lectora que esto suscribe concluye: Me ha resultado curiosa, me he divertido con algunos pasajes y he llegado a compadecerme de la pobre Patty; sin embargo, la novela no me ha respondido a la pregunta “cómo vivir”, y más de una vez he tenido la sensación de haber entrado en una fiesta literaria que no era la mía.
Reseña publicada originalmente en el blog De nada puedo ver el todo. Se reproduce con autorización.
En este país no puede derrocarse el sistema (…) por una razón de libertad. La razón por la que en Europa el libre mercado se ve atenuado por el socialismo es que allí no están tan obsesionados con la libertad individual. Tienen asimismo un índice de crecimiento inferior, pese a que los niveles de renta son comparables. En general, los europeos son más racionales. Y el debate sobre los derechos de este país no es racional. Se desarrolla en el plano de las emociones y los resentimientos de clase, y por eso la derecha sabe explotarlo tan bien.
La novela, que se desarrolla a lo largo de cuatro décadas refleja también la incorporación de las nuevas tecnologías a nuestras vidas. Walter utiliza ahora una BlackBerry, cuyo canto será el de la reinita cerúlea. Tecnología y naturaleza aparecerán, pues, irónicamente enlazadas:
Los labios de Lalitha estaban allí mismo, su boca estaba allí mismo, y a Walter le palpitaba el corazón de tal modo que tenía la sensación de que iba a rompérsele la caja torácica. ¡Bésala, Bésala! ¡Bésala!, le decía.
Y de pronto le sonó la BlackBerry. El tono era el canto de la reinita cerúlea.
Más adelante, la BlackBerry de Walter entonará “su canto cerúleo, haciendo oficial su retorno a la civilización”. En otras ocasiones, nos toparemos con algún ejemplo de cursilería más clásica del tipo “Pequeñas perlas de llanto se adherían a sus pestañas”.
En un momento de la historia, Walter se convertirá en un héroe valiente, capaz de enfrentarse, de actuar, como el personaje de una película que Patty y él vieron cuando iniciaban su relación. Patty se refiere al protagonista de El ogro de Atenas como alguien que “nunca ha tenido una vida auténtica porque ha sido siempre muy responsable y tímido, y no tenía ni idea de lo que en realidad es capaz de hacer. Nunca ha llegado a estar de verdad vivo hasta que lo confunden con el ogro”. Y Walter se irá transformando en el ogro de Washington que, en el momento menos oportuno, acabará exponiendo sus ideas ante un auditorio hostil (blancos pobres republicanos y grandes potentados y especuladores). Por si albergáramos alguna duda de que Walter grita enfurecido en este momento, Franzen utilizará las mayúsculas en ese discurso, que acabará con la frase "SOMOS EL CANCER DEL PLANETA".
En definitiva, la novela se lee bien y gusta. Como en las buenas series de televisión Franzen ha creado un abanico de personajes para que los posibles espectadores-lectores lleguen a sentirse identificados, y una trama que puede ir alargándose según los índices de audiencia. Pero, a pesar de las referencias a Tolstoi, Libertad no debe compararse con Guerra y paz más allá de la historia del triángulo amoroso, pues existe un abismo literario entre la profundidad y el estilo de las digresiones sobre la guerra en Tolstoi, y el estilo plano de las digresiones -serias o irónicas- sobre ecología y política en Franzen.
Es una novela que gustará mucho a los lectores que busquen este tipo de narrativa, e irritará a otros que esperen encontrar un best-seller sin pretensiones. Por su parte, la lectora que esto suscribe concluye: Me ha resultado curiosa, me he divertido con algunos pasajes y he llegado a compadecerme de la pobre Patty; sin embargo, la novela no me ha respondido a la pregunta “cómo vivir”, y más de una vez he tenido la sensación de haber entrado en una fiesta literaria que no era la mía.
Reseña publicada originalmente en el blog De nada puedo ver el todo. Se reproduce con autorización.