Canción dulce (Cabaret Voltaire, 2017) es la segunda novela de la autora franco-marroquí Leila Slimani (Rabat, 1981) que le valió el premio Goncourt en el año 2016.
Si en su primera novela (Dans le jardin de l'ogre, Paris, Gallimard, 2014), aún inédita en castellano, Slimani se adentraba en la adicción sexual de una periodista de clase media aburrida de su vida acomodada, en Canción Dulce la autora ofrece una radiografía de las contradicciones de la nueva burguesía francesa en relativa decadencia económica y existencial. Este retrato, afilado y feroz, tiene como contrapunto el de la clase inmigrante y trabajadora aquejada de una pobreza y una indefensión cada vez más agudas.
La búsqueda desesperada de una niñera para sus dos hijos pequeños por parte de una pareja de clase media sirve como detonante de la historia y permite a la autora revisar algunos de los temas candentes de la actual sociedad francesa y europea: la inmigración, la xenofobia, la pobreza, la imposibilidad de conciliar vida familiar y profesional y la culpa que ello conlleva, culpa que recae especialmente sobre las mujeres.
Slimani brilla no solo el planteamiento de los temas, preciso, original, sino también en el estilo, que es sobrio y directo, totalmente ajustado al desarrollo de la historia. Destacables son también los detalles que elige para describir el entorno y comportamiento de los personajes que contribuyen desde la primera página a la verosimilitud del texto.
Todos estos elementos hacen que la novela se lea con una fluidez que el lector no puede por menos que agradecer, en un panorama literario plagado de propuestas que, o bien resultan cargantes por sus injustificados excesos formales, o bien carecen de un planteamiento y de un contenido interesantes e incluso, en ocasiones, presentan ambos defectos.
Si en su primera novela (Dans le jardin de l'ogre, Paris, Gallimard, 2014), aún inédita en castellano, Slimani se adentraba en la adicción sexual de una periodista de clase media aburrida de su vida acomodada, en Canción Dulce la autora ofrece una radiografía de las contradicciones de la nueva burguesía francesa en relativa decadencia económica y existencial. Este retrato, afilado y feroz, tiene como contrapunto el de la clase inmigrante y trabajadora aquejada de una pobreza y una indefensión cada vez más agudas.
La búsqueda desesperada de una niñera para sus dos hijos pequeños por parte de una pareja de clase media sirve como detonante de la historia y permite a la autora revisar algunos de los temas candentes de la actual sociedad francesa y europea: la inmigración, la xenofobia, la pobreza, la imposibilidad de conciliar vida familiar y profesional y la culpa que ello conlleva, culpa que recae especialmente sobre las mujeres.
Slimani brilla no solo el planteamiento de los temas, preciso, original, sino también en el estilo, que es sobrio y directo, totalmente ajustado al desarrollo de la historia. Destacables son también los detalles que elige para describir el entorno y comportamiento de los personajes que contribuyen desde la primera página a la verosimilitud del texto.
Todos estos elementos hacen que la novela se lea con una fluidez que el lector no puede por menos que agradecer, en un panorama literario plagado de propuestas que, o bien resultan cargantes por sus injustificados excesos formales, o bien carecen de un planteamiento y de un contenido interesantes e incluso, en ocasiones, presentan ambos defectos.
Artículos relacionados
-
Una miscelánea que da voz al pasado: “Wattebled o el rastro de las cosas”
-
Un México poético e histórico en “Ni siquiera los muertos”, de Juan Gómez Bárcena
-
“Centroeuropa”, una metáfora de la historia
-
Superventas apasionante y necesario sobre la vida de Mussolini: “M. El hijo del siglo”
-
Espacios míticos en los “Parques cerrados” de Juan Campos Reina
Sobre la insoportable presión vital
El elemento en el que Slimani demuestra menos maestría es en el desarrollo de la trama, que, si bien está muy bien planteada y se organiza con una impecable estructura inversa, decae hacia el último tercio de la novela en el que el personaje de la niñera adopta un comportamiento que, si bien conviene a la estructura general de la obra —que tiene resonancias del cuento de hadas y de terror— no está suficientemente justificado.
Algo parecido sucede con unos cuantas analepsis o escenas retrospectivas en las que aparece el personaje de la hija de la niñera, que no tiene otra función que la de apuntalar esa parte débil de la trama.
Estos deslices y algún que otro defecto en la traducción, que tiene un cierto baile poco justificado entre los tiempos verbales, no empañan, sin embargo, la obra en su conjunto, porque en ella hay una fluidez propia de una más que valiosa determinación por contar.
Esta determinación se evidencia desde la primera frase del libro: "El bebé ha muerto", con ecos del inicio de El extranjero de Albert Camus: "Hoy mamá ha muerto". Y es que algo del estilo desnudo de la obra maestra de este autor resuena en Canción Dulce.
En la novela se pueden rastrear no solo las huellas de Camus, sino también de Michel Houllebecq. En ellos, como en la autora franco marroquí, hay una renovación de la novela realista que opta por la precisión del lenguaje y la crónica descarnada de los males de la sociedad contemporánea.
Notable es también en la obra de Slimani el tratamiento de problemas de género. Los temas asociados al cuidado aparecen en la novela al mismo nivel que el resto de los conflictos personales y sociales que enfrentan los protagonistas.
Y es precisamente esa nivelación, el no darles ni más ni menos importancia que al resto ni hacer de ellos una bandera ni un panfleto, lo que consigue que aparezcan tratados con plena justicia. Esta tendencia a que los problemas asociados al género femenino no aparezcan como una rareza o se coman el libro ya la vamos viendo, afortunadamente, en otras autoras de la generación de la autora marroquí, como Rachel Khong en Estados Unidos o Paulina Flores y Selva Almada en nuestra lengua.
Canción dulce es, en suma, una novela inteligente y de gustosísima lectura que nos adentra en el corazón de los problemas de las sociedades occidentales: la insoportable presión vital fruto del estrés de intentar compatibilizar cuidados y trabajo, la insalvable diferencia de clases, y la génesis de una nueva infraclase obrera compuesta por trabajadores menos cualificados e inmigrantes que componen un caldo de cultivo propicio para la aparición de brotes de violencia.
El elemento en el que Slimani demuestra menos maestría es en el desarrollo de la trama, que, si bien está muy bien planteada y se organiza con una impecable estructura inversa, decae hacia el último tercio de la novela en el que el personaje de la niñera adopta un comportamiento que, si bien conviene a la estructura general de la obra —que tiene resonancias del cuento de hadas y de terror— no está suficientemente justificado.
Algo parecido sucede con unos cuantas analepsis o escenas retrospectivas en las que aparece el personaje de la hija de la niñera, que no tiene otra función que la de apuntalar esa parte débil de la trama.
Estos deslices y algún que otro defecto en la traducción, que tiene un cierto baile poco justificado entre los tiempos verbales, no empañan, sin embargo, la obra en su conjunto, porque en ella hay una fluidez propia de una más que valiosa determinación por contar.
Esta determinación se evidencia desde la primera frase del libro: "El bebé ha muerto", con ecos del inicio de El extranjero de Albert Camus: "Hoy mamá ha muerto". Y es que algo del estilo desnudo de la obra maestra de este autor resuena en Canción Dulce.
En la novela se pueden rastrear no solo las huellas de Camus, sino también de Michel Houllebecq. En ellos, como en la autora franco marroquí, hay una renovación de la novela realista que opta por la precisión del lenguaje y la crónica descarnada de los males de la sociedad contemporánea.
Notable es también en la obra de Slimani el tratamiento de problemas de género. Los temas asociados al cuidado aparecen en la novela al mismo nivel que el resto de los conflictos personales y sociales que enfrentan los protagonistas.
Y es precisamente esa nivelación, el no darles ni más ni menos importancia que al resto ni hacer de ellos una bandera ni un panfleto, lo que consigue que aparezcan tratados con plena justicia. Esta tendencia a que los problemas asociados al género femenino no aparezcan como una rareza o se coman el libro ya la vamos viendo, afortunadamente, en otras autoras de la generación de la autora marroquí, como Rachel Khong en Estados Unidos o Paulina Flores y Selva Almada en nuestra lengua.
Canción dulce es, en suma, una novela inteligente y de gustosísima lectura que nos adentra en el corazón de los problemas de las sociedades occidentales: la insoportable presión vital fruto del estrés de intentar compatibilizar cuidados y trabajo, la insalvable diferencia de clases, y la génesis de una nueva infraclase obrera compuesta por trabajadores menos cualificados e inmigrantes que componen un caldo de cultivo propicio para la aparición de brotes de violencia.