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La Fundición lleva “Taking sides”, de Ronald Harwood, al Teatro Alhambra de Granada

La obra plantea el debate moral sobre la relación entre arte y política


Los pasados días 13 y 14 de diciembre el Teatro Alhambra de Granada acogió la representación de “Taking sides”, de la compañía sevillana La Fundición. Escrita por el guionista cinematográfico sudafricano Ronald Harwood, la obra consigue hacer que el espectador tome partido en el debate moral sobre la relación entre arte y política; aunque adolece de una carencia estructural de teatralidad y emoción poética. Por gärt.




Momento de la representación de "Takings side". Imagen cortesía del Teatro Alhambra de Granada.
Momento de la representación de "Takings side". Imagen cortesía del Teatro Alhambra de Granada.
Durante la etapa del dominio nazi en Alemania, el director Wilhelm Furtwängler‎ toma la decisión de permanecer al frente de la Orquesta Filarmónica de Berlín, en lugar exiliarse junto a otros colegas como Bruno Walter y Otto Klemperer, quienes renunciaron a sus puestos en protesta por la aberrante política nacionalsocialista.

A partir de esa decisión, Furtwängler tendrá que lidiar entre su pasión por la música de Beethoven y las maquinaciones de los líderes del oprobioso gobierno alemán. Llegado el momento de rendir cuentas ante el bando vencedor de la segunda guerra mundial, la postura de Furtwängler fue puesta en tela de juicio en más de una ocasión.

Wilhelm Furwängler declaró en el proceso de desnazificación seguido contra su persona, que su propósito al permanecer al frente de la Filarmónica de Berlín era evitar que el estado alemán manipulara la música a su arbitrio, tratando así de salvar a los grandes compositores alemanes de la sistemática asimilación que el totalitarismo ejercía sobre sus figuras.

Según sus propias palabras (sic): "El arte no tiene nada que ver con mercados de consumo, doctrinas, democracia, comunismo, etc. No tiene nada que ver con el odio entre los pueblos, sea cual sea la razón, el lugar y el modo en que aparezca".

Baste recordar que la misma música que es hoy el himno oficial de la Unión Europea, era interpretada a bombo y platillo en los grandes acontecimientos que tuvieron lugar durante el periodo nacional socialista. La novena sinfonía de Beethoven es una obra de arte que supera cualquier limitación moral, política o geográfica, y como tal, puede figurar en el imaginario de cada criatura con capacidad emotiva.

A día de hoy, es evidente que Furtwängler fue utilizado por Hitler como ejemplo de la "superioridad moral y artística" alemana, si bien es cierto que el director de orquesta demostró en reiteradas ocasiones su antipatía por el partido nacional socialista, e incluso se permitió el lujo de prestar ayuda a varios amigos judíos.

El texto del escritor y guionista cinematográfico sudafricano Ronald Harwood‎, que firmó también el guión de la película El pianista (Roman Polanski), en versión de la compañía sevillana La Fundición‎, presenta en forma de secuencias dramatizadas una recreación del proceso al que fue sometido el célebre director alemán.

Medea y yo

Lo de ir al teatro con Medea es todo un reto. Más si tenemos en cuenta nuestras diferencias de criterio en lo tocante a esta función. Afortunadamente, ninguno de los dos es amigo de convertir sus opiniones en axiomas, ni desviar la fluida conversación al terreno de la apasionada diatriba.

Para eso ya estamos bien surtidos de canales, webs y publicaciones que sustentan su éxito en la ramplonería de corralas habitadas por contertulios cuyo perfil psicológico anda a medio camino entre lo agreste y lo montaraz.

Sin llegar a encandilarle, a Medea le ha convencido la propuesta de la Fundición.

Y le ha gustado porque, a su juicio, la obra consigue cumplir el requisito para el que ha sido concebida: dejar que el espectador tome partido entre el presunto relativismo moral de Furtwängler y el presunto maniqueísmo del comandante Arnold, encargado de investigar sobre el presunto colaboracionismo del director de orquesta alemán.

En efecto, aquí está en juego la presunción de inocencia del personaje central, pero también es un factor importante la complicidad del espectador ante una duda no resuelta por el texto. El método inquisitivo del comandante Arnold, su falta de empatía y la total ausencia de pruebas vinculantes, no ocultan un razonamiento legítimo: Furwängler pudo haber abandonado Alemania en cualquier momento y, sin embargo, prefirió seguir dirigiendo -pese a las limitaciones impuestas por el aparato de propaganda nazi- para uno de los mayores genocidas del siglo XX.

El texto de Harwood pasa hábilmente de largo sobre la cuestión de la legitimidad para juzgar al pueblo derrotado, de un ejército asociado con otro genocida (Stalin), y directamente responsable de las masacres de Hiroshima y Nagasaki.

No se trata aquí de poner en tela de juicio la legitimidad del bando vencedor, sino de establecer una duda razonable sobre la posición moral del artista que, en su obstinado compromiso con el arte, se niega a involucrarse con el momento histórico.

Es el espectador quien debe tomar partido, cuestionándose sus propios valores. ¿Hay buenos y malos en la historia, o todo se reduce al punto de vista ético de los vencedores? ¿Es posible separar moralmente el arte del compromiso político?

Todo eso está muy bien. No negaré que la defensa de Medea tiene una fundamentación irreprochable. Pero, la cuestión para mí no sólo reside en la capacidad del texto para evitar que la balanza se incline de uno u otro lado, dejando así que sea el espectador el que escoja libremente, sino en el tratamiento dramático de la obra.

Falta de compromiso

Para este crítico, la obra Taking Sides (Tomando partido) adolece de una carencia estructural de teatralidad y emoción poética. Y, a despecho de mi dilecta amiga Medea, tendré que decir que -como sucede en la mayor parte de las novelas de éxito- el texto de Harwood fue concebido con una vocación abiertamente cinematográfica. No lo digo porque exista ya el precedente del film de Itsván Szabó (2001), sino porque el lenguaje de la obra en sí es mucho más guionístico que textual.

A ello coadyuva una aparatosa presentación escenográfica, que apenas deja espacio para el imaginario del público, estableciendo parámetros materiales en detrimento del efecto visual del escenario simbólico, amén de los altibajos actorales, consecuencia de la ausencia de análisis sobre unos personajes que, en ocasiones, caen en la trampa del cliché y el lugar común.

Uno se pregunta si a estas alturas tiene razón de ser un montaje teatral que recrea, casi al dedillo, el argumento de una película. Medea me recuerda -sea entendido como un cariñoso tirón de orejas- que el resultado final de la función es sensiblemente distinto al de la película de Szabó. Lo hago constar por la cuenta que me trae, y aun así no debería dejar pasar por alto la patente falta de compromiso del director Pedro Álvarez-Ossorio al encarar un texto bajo unas premisas que eluden el espacio creativo.

Estamos hablando de una nueva recaída en el teatro naturalista, otra vuelta de tuerca para seguir dando concesiones a la galería por medio de la contradicción más flagrante. El teatro no es real ni natural, sino verdadero.

Realidad y verdad son conceptos diferentes, e incluso opuestos. La fuerza del teatro radica en su capacidad de extrañamiento para evitar que el público caiga en la fácil tentación de identificarse con los arquetipos, y estimular así el juicio de un espectador capaz de superar la pasividad a que nos tiene acostumbrado el lenguaje visual.

Y es que el arte nunca es neutral al devenir histórico y sus inexcusables accidentes políticos. La neutralidad es un subterfugio para los que se dejan llevar por los acontecimientos sin oponer la menor resistencia ante lo que resulta objetivamente injusto.



Referencia:

Obra: Taking side (Tomando partido)
Compañía: La Fundición (Sevilla).
Actores: Antonio Dechent, Roberto Quintana, Rocío Borrallo, José Manuel Pogay, Emilio Alonso
Director: Pedro Álvarez-Ossorio.
Lugar: Teatro Alhambra (Granada).
Fechas: Días 13 y 14 de diciembre 2013.


Martes, 17 de Diciembre 2013
gärt
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