Pude conocer a Dorothea Tanning (Galesburg, Illinois, 1910 - Nueva York, 2012) gracias a dos poemas de la autora traducidos y publicados en 2013 por Jordi Doce en el blog Perros en la playa: “Mujer saludando a los árboles” nos contagiaba su sorpresa ante lo cotidiano y nos invitaba a mirar con otros ojos las maravillas que nos rodean; “Artista, una vez” rememoraba, con pinceladas justas, los años de juventud de Tanning en Nueva York, sin nostalgia ni sentimentalismo alguno, pero despertando la emoción poética como solo un buen poema es capaz de conseguir. Más tarde Jordi Doce ha recogido estas traducciones en Libro de los otros (Trea, 2018).
Índice (Vaso Roto, 2017), traducido por Marta López Luaces, fue el primer poemario de Dorothea Tanning. Aunque algunos poemas habían aparecido con anterioridad en revistas como The New Yorker o Poetry, el libro se publicó en 2004, cuando su autora había cumplido noventa y cuatro años.
Dorothea Tannig era una artista –pintora, escultora y diseñadora– con una larga y exitosa trayectoria; se había forjado un nombre y un lugar dentro del movimiento surrealista (aunque a ella no le gustaba que encasillaran) y del arte del siglo XX. En su página web podemos contemplar sus obras, leer sus textos y conocer detalles de su biografía. Retratada por grandes fotógrafos como Man Ray, las imágenes de Tannig nos muestran a una mujer elegante, cosmopolita, con una gran personalidad y belleza.
Desde el pueblo de Illinois donde nació, Dorothea Tanning se trasladó a Nueva York y compaginó la pintura con su trabajo como ilustradora y publicista. Allí conoció a Max Ernst en 1942, quien quedó fascinado por la mujer y la artista. Él la convenció para que se dedicara plenamente a la pintura. Se casaron, vivieron juntos en Estados Unidos y en Francia hasta la muerte del pintor en 1976. Tanning dejó la Provenza y regresó a Estados Unidos donde siguió creando, pintando e iniciando una nueva experiencia artística, la literatura. Fue un amigo, el poeta James Merrill, el que la animó a escribir.
Tanning se movía con soltura entre las élites culturales a las que pertenecía, disfrutando de la vida mundana pero salvaguardando celosamente su mundo interior. Todo ello quedó recogido en sus memorias, Between Lives, que esperamos que pronto sean traducidas al castellano. La exposición Detrás de la puerta, invisible, otra puerta (Museo Reina Sofía de Madrid, 3 de octubre 2018 - 7 de enero de 2019) nos ha ofrecido la posibilidad de acercarnos mejor a la obra pictórica y escultórica de esta excepcional creadora.
Dorothea Tanning murió el 31 de enero de 2012 –un día antes que la poeta Wislawa Szymborska–. Tenía 101 años y solo hacía unos meses que había publicado su segundo libro, Coming to That. Era “la más vieja de los nuevos poetas emergentes”, como ella misma se había definido al publicar Índice.
Es curiosa la coincidencia de que tanto Dorothea Tannig como Wislawa Szymborska admiraran a Montaigne. Los poemas de Índice van precedidos de una cita del creador del ensayo: “Es difícil ser siempre la misma persona”. Y quizás lo que podría definir la concepción del arte y la poesía e Dorothea Tanning serían estas palabras de Montaigne:
Estamos por entero hechos de pedazos, y nuestra contextura es tan informe y variada que cada pieza, cada momento, desempeña su papel. Y la diferencia que hay entre nosotros y nosotros mismos es tanta como la que hay entre nosotros y los demás. Magnam rem puta unum hominem agere [Considera que es un asunto difícil ser siempre el mismo hombre (Séneca, Cartas a Lucilio)].
Índice (Vaso Roto, 2017), traducido por Marta López Luaces, fue el primer poemario de Dorothea Tanning. Aunque algunos poemas habían aparecido con anterioridad en revistas como The New Yorker o Poetry, el libro se publicó en 2004, cuando su autora había cumplido noventa y cuatro años.
Dorothea Tannig era una artista –pintora, escultora y diseñadora– con una larga y exitosa trayectoria; se había forjado un nombre y un lugar dentro del movimiento surrealista (aunque a ella no le gustaba que encasillaran) y del arte del siglo XX. En su página web podemos contemplar sus obras, leer sus textos y conocer detalles de su biografía. Retratada por grandes fotógrafos como Man Ray, las imágenes de Tannig nos muestran a una mujer elegante, cosmopolita, con una gran personalidad y belleza.
Desde el pueblo de Illinois donde nació, Dorothea Tanning se trasladó a Nueva York y compaginó la pintura con su trabajo como ilustradora y publicista. Allí conoció a Max Ernst en 1942, quien quedó fascinado por la mujer y la artista. Él la convenció para que se dedicara plenamente a la pintura. Se casaron, vivieron juntos en Estados Unidos y en Francia hasta la muerte del pintor en 1976. Tanning dejó la Provenza y regresó a Estados Unidos donde siguió creando, pintando e iniciando una nueva experiencia artística, la literatura. Fue un amigo, el poeta James Merrill, el que la animó a escribir.
Tanning se movía con soltura entre las élites culturales a las que pertenecía, disfrutando de la vida mundana pero salvaguardando celosamente su mundo interior. Todo ello quedó recogido en sus memorias, Between Lives, que esperamos que pronto sean traducidas al castellano. La exposición Detrás de la puerta, invisible, otra puerta (Museo Reina Sofía de Madrid, 3 de octubre 2018 - 7 de enero de 2019) nos ha ofrecido la posibilidad de acercarnos mejor a la obra pictórica y escultórica de esta excepcional creadora.
Dorothea Tanning murió el 31 de enero de 2012 –un día antes que la poeta Wislawa Szymborska–. Tenía 101 años y solo hacía unos meses que había publicado su segundo libro, Coming to That. Era “la más vieja de los nuevos poetas emergentes”, como ella misma se había definido al publicar Índice.
Es curiosa la coincidencia de que tanto Dorothea Tannig como Wislawa Szymborska admiraran a Montaigne. Los poemas de Índice van precedidos de una cita del creador del ensayo: “Es difícil ser siempre la misma persona”. Y quizás lo que podría definir la concepción del arte y la poesía e Dorothea Tanning serían estas palabras de Montaigne:
Estamos por entero hechos de pedazos, y nuestra contextura es tan informe y variada que cada pieza, cada momento, desempeña su papel. Y la diferencia que hay entre nosotros y nosotros mismos es tanta como la que hay entre nosotros y los demás. Magnam rem puta unum hominem agere [Considera que es un asunto difícil ser siempre el mismo hombre (Séneca, Cartas a Lucilio)].
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Un collage escrito
Índice (A table of content) parece concebido como un collage; de hecho, su título es el mismo que el de un collage creado por Tanning en 1988. Los poemas se ordenan alfabéticamente, como si la memoria hubiera escogido esta forma de superponer capas, instantes reveladores que la imaginación dibuja con inteligencia, vitalidad, humor y sutil ironía.
Ya en el primer poema, “Are you?” se cuestiona acerca de nuestro sitio en el mundo: “Todos los lugares son el hogar; espejismos/ por todas partes”. A pesar de las contradicciones el yo poético nos invita a participar en la vida:
Permanece en el planeta, si puedes. No hace
tanto frío y, es más,
sube la temperatura
constantemente.
El arte hace visible el instante pasado, ya sea imaginado o real. El final del poema “Camuflaje” nos muestra una hoja de ruta y el equipaje imprescindible para afrontar la última etapa de nuestra travesía:
Sombría mi sombra va delante
mientras subo a bordo con mi capa
de viaje, arrastrando una bufanda hecha de historia en caso
de haga mal tiempo y no haya nada que leer.
A Dorothea Tanning no le gustaba que la definieran como “mujer artista”. Sin embargo, su visión de mujer da el tono exacto al poema “El fin del día en la segunda planta”, una historia de soledad en la que el consumismo es el modo de llenar el vacío. Los “sostenes” parecen esculturas que cobran vida: “Las copas vacías claman: ‘Lléname’”. Es el momento en que interviene un “amable jefe de sección” para ofrecerle su ayuda:
Ella esconde la cara en su hombro. De pie, sin moverse,
entre los sostenes apolillados que podrían alzar el vuelo en
cualquier momento
en una nube y dejarlos, como los dejo yo,
en esa pose congelada, a esa infinita hora de cerrar que les
pertenece.
En poemas como “El cielo en la tierra” Dorothea Tanning ironiza sobre las contradicciones de la sociedad que hemos creado, los paraísos artificiales que nos venden en paquetes turísticos. Y en el poema “Fresas”, una historia cotidiana sobre las interminables colas desborda la realidad que perciben los sentidos y concluye de manera apoteósica: “empapada en un charco rojo de ecuanimidad”.
Otros poemas captan un instante decisivo en la existencia. En “Se hace tarde en la Rue de Lille”, sobre el día en que muere Max Ernst, la muerte aparece pintada con trazos similares a los esqueletos de Baudelaire:
Siempre es demasiado tarde para recordar
a quien no se debe invitar la próxima vez.
De todos modos, ¿quién lo invitó?
con ojos tan hundidos, huesudo
y totalmente fuera de tono.
“El tiempo pasó volando” recrea la primera visita de Max Ernst al estudio de la pintora. Jugaron una partida de ajedrez, un juego que se convertirá en un símbolo en la vida y la obra de Dorothea Tanning:
Ella hizo
todo lo posible; mucha cortesía
en el ajedrez.
Un rey; una reina, jaque mate.
Al alzarse,
cuatro ojos se encuentran en un resplandor,
lo que vieron
no tendría final, ambos lo sabían.
Confluencia de pintura y literatura
Según las biografías, Max Ernst le sugirió a Tannig el título de su famoso autorretrato “Cumpleaños” que pudo admirar aquel día. El poema “Secreto” nos habla de otro cumpleaños, mucho tiempo después. Una mujer regresa sola de una fiesta. Lo anecdótico, el ruido, ha quedado atrás; ahora ella se adentra en la soledad del parque, nadie sabe su secreto:
¿por qué recibir felicitaciones tan sólo por vivir?
El cumpleaños era un secreto conmigo misma y me hizo sentir,
caminando bajo esos árboles, una gran satisfacción de
que todo lo demás hubiera desaparecido:
(…)
En el verano el parque, por una hora o así antes de que anochezca,
está mucho más verde, toda una proposición implícita
de hojas verdes, ese día un júbilo de hojas
me envolvió en una intimidad verde tan confiable que les conté
mi secreto: “Es mi cumpleaños”, dije en voz alta
antes de darme la vuelta para cruzar la avenida.
En la poesía de Dorothea Tanning sorprende la plasticidad de las imágenes, cómo las ideas y sentimientos se transforman en objetos o escenas. “La pintura es terreno/ para el silencio”, escribe en el hermoso poema “Jinete aislada (Sequestrienne)”. Pero es en “Informe desde el terreno” donde pintura y literatura confluyen en una reflexión acerca del arte:
Sólo el artista será hallado culpable
de algo hasta ahora nunca dicho, pero verdadero,
por tener el valor de dejar que la histérica
intensidad del sentimiento genuino se muestre
y se mire a sí misma en el ojo vidrioso
del Arte visto desde un hueco en su zapato.
El pintor y el poeta, a veces, se dice, mienten,
agónicamente saben que es como morir.
Si el tiempo es invencible, al menos podemos jugar con él, engañarlo, afrontar con una sonrisa lo inevitable y vivir con plenitud cada instante de nuestra vida. Así en el poema “A Zenón”, con asombrosa vitalidad, Dorothea Tanning, una artista de noventa años, escribe:
No son más años lo que deseo,
sólo unos viejos tiempos.
Si el día tuviese cuatro horas más,
creo que podría soportarlo.
Índice (A table of content) parece concebido como un collage; de hecho, su título es el mismo que el de un collage creado por Tanning en 1988. Los poemas se ordenan alfabéticamente, como si la memoria hubiera escogido esta forma de superponer capas, instantes reveladores que la imaginación dibuja con inteligencia, vitalidad, humor y sutil ironía.
Ya en el primer poema, “Are you?” se cuestiona acerca de nuestro sitio en el mundo: “Todos los lugares son el hogar; espejismos/ por todas partes”. A pesar de las contradicciones el yo poético nos invita a participar en la vida:
Permanece en el planeta, si puedes. No hace
tanto frío y, es más,
sube la temperatura
constantemente.
El arte hace visible el instante pasado, ya sea imaginado o real. El final del poema “Camuflaje” nos muestra una hoja de ruta y el equipaje imprescindible para afrontar la última etapa de nuestra travesía:
Sombría mi sombra va delante
mientras subo a bordo con mi capa
de viaje, arrastrando una bufanda hecha de historia en caso
de haga mal tiempo y no haya nada que leer.
A Dorothea Tanning no le gustaba que la definieran como “mujer artista”. Sin embargo, su visión de mujer da el tono exacto al poema “El fin del día en la segunda planta”, una historia de soledad en la que el consumismo es el modo de llenar el vacío. Los “sostenes” parecen esculturas que cobran vida: “Las copas vacías claman: ‘Lléname’”. Es el momento en que interviene un “amable jefe de sección” para ofrecerle su ayuda:
Ella esconde la cara en su hombro. De pie, sin moverse,
entre los sostenes apolillados que podrían alzar el vuelo en
cualquier momento
en una nube y dejarlos, como los dejo yo,
en esa pose congelada, a esa infinita hora de cerrar que les
pertenece.
En poemas como “El cielo en la tierra” Dorothea Tanning ironiza sobre las contradicciones de la sociedad que hemos creado, los paraísos artificiales que nos venden en paquetes turísticos. Y en el poema “Fresas”, una historia cotidiana sobre las interminables colas desborda la realidad que perciben los sentidos y concluye de manera apoteósica: “empapada en un charco rojo de ecuanimidad”.
Otros poemas captan un instante decisivo en la existencia. En “Se hace tarde en la Rue de Lille”, sobre el día en que muere Max Ernst, la muerte aparece pintada con trazos similares a los esqueletos de Baudelaire:
Siempre es demasiado tarde para recordar
a quien no se debe invitar la próxima vez.
De todos modos, ¿quién lo invitó?
con ojos tan hundidos, huesudo
y totalmente fuera de tono.
“El tiempo pasó volando” recrea la primera visita de Max Ernst al estudio de la pintora. Jugaron una partida de ajedrez, un juego que se convertirá en un símbolo en la vida y la obra de Dorothea Tanning:
Ella hizo
todo lo posible; mucha cortesía
en el ajedrez.
Un rey; una reina, jaque mate.
Al alzarse,
cuatro ojos se encuentran en un resplandor,
lo que vieron
no tendría final, ambos lo sabían.
Confluencia de pintura y literatura
Según las biografías, Max Ernst le sugirió a Tannig el título de su famoso autorretrato “Cumpleaños” que pudo admirar aquel día. El poema “Secreto” nos habla de otro cumpleaños, mucho tiempo después. Una mujer regresa sola de una fiesta. Lo anecdótico, el ruido, ha quedado atrás; ahora ella se adentra en la soledad del parque, nadie sabe su secreto:
¿por qué recibir felicitaciones tan sólo por vivir?
El cumpleaños era un secreto conmigo misma y me hizo sentir,
caminando bajo esos árboles, una gran satisfacción de
que todo lo demás hubiera desaparecido:
(…)
En el verano el parque, por una hora o así antes de que anochezca,
está mucho más verde, toda una proposición implícita
de hojas verdes, ese día un júbilo de hojas
me envolvió en una intimidad verde tan confiable que les conté
mi secreto: “Es mi cumpleaños”, dije en voz alta
antes de darme la vuelta para cruzar la avenida.
En la poesía de Dorothea Tanning sorprende la plasticidad de las imágenes, cómo las ideas y sentimientos se transforman en objetos o escenas. “La pintura es terreno/ para el silencio”, escribe en el hermoso poema “Jinete aislada (Sequestrienne)”. Pero es en “Informe desde el terreno” donde pintura y literatura confluyen en una reflexión acerca del arte:
Sólo el artista será hallado culpable
de algo hasta ahora nunca dicho, pero verdadero,
por tener el valor de dejar que la histérica
intensidad del sentimiento genuino se muestre
y se mire a sí misma en el ojo vidrioso
del Arte visto desde un hueco en su zapato.
El pintor y el poeta, a veces, se dice, mienten,
agónicamente saben que es como morir.
Si el tiempo es invencible, al menos podemos jugar con él, engañarlo, afrontar con una sonrisa lo inevitable y vivir con plenitud cada instante de nuestra vida. Así en el poema “A Zenón”, con asombrosa vitalidad, Dorothea Tanning, una artista de noventa años, escribe:
No son más años lo que deseo,
sólo unos viejos tiempos.
Si el día tuviese cuatro horas más,
creo que podría soportarlo.