Antonio Garrrigues Walker acaba de publicar un libro (“Manual para vivir en la era de la incertidumbre”, Deusto 2018) que me recuerda al que escribió el gerente de la Fiat y fundador del Club de Roma, Aurelio Peccei: “Testimonio sobre el futuro” (Taurus, 1981).
Resulta curioso el diagnóstico parecido que ambos pensadores (y empresarios) realizan de la situación del mundo, a pesar de los casi 40 años que separan a ambas obras. Peccei hablaba en aquel entonces del agravamiento de la problemática mundial y de que ninguno de los grandes problemas se había enfrentado adecuadamente. También de la necesidad de salir del círculo vicioso y de construir una Realutopía, base de una nueva era de relaciones internacionales basadas en el entendimiento y en la construcción de una “verdadera revolución humana”.
Antonio Garrigues, seguramente sin pretenderlo, actualiza aquel diagnóstico y dibuja un escenario mundial caracterizado también por lo que denomina el fin de una época (pág. 12), que se presenta cargada de amenazas, pero también de oportunidades. Define a nuestra época como un malentendido global (17) que aporta una gran dosis de incertidumbre.
Percepción presentista
Añade que los problemas que afrontamos están magnificados en parte por un defecto de percepción presentista, por la falta de perspectiva temporal que sustrae a los episodios contemporáneos la visión a largo plazo y el sentido evolutivo de los procesos sociales. “No es que los problemas no existan, pues son innegables, sino que a ellos se suma una percepción subjetiva que los magnifica” (177).
Considera que esta percepción es el primer escollo que debemos superar para encontrar una solución a la crisis planetaria, que analiza con detalle en sendos capítulos dedicados al cambio tecnológico, la globalización, la revolución mediática, el Brexit, la crisis de la democracia o las desigualdades y migraciones. Ningún vector de lo que el Club de Roma llamaba entonces la problemática mundial es ignorado en el libro de Garrigues.
Señala asimismo que el ritmo de nuestra civilización ha cambiado (185), que hay cambios irreversibles a los que tenemos que adaptarnos. Destaca el valor de la resiliencia, de la capacidad humana para superar circunstancias traumáticas, para remontar la incertidumbre que nos aportan los cambios, y la necesidad de ser fieles a lo que nos define como seres humanos “para desterrar de nuestro pensamiento las fórmulas taxativas de la resignación y el pesimismo” (184).
Garrigues enfatiza también que tenemos un problema con los modelos de gobernanza democráticos surgidos de la globalización (190) y que esta crisis se debe a fallos internos de los artífices de la democracia liberal y del pluralismo político (200).
Evocando al economista francés especializado en desigualdad económica y distribución de la renta, Thomas Piketty, Garrigues añade que el capitalismo se puede y debe regular sin necesidad de volver al pasado, ya sea mediante el proteccionismo o el nacionalismo (199).
Considera urgente frenar la polarización social y redistribuir la riqueza (201), y añade que “en algún momento próximo la sociedad civil levantará la voz para hablar de la necesidad de nuevas ideas, nuevas formas y nuevas actitudes, en donde quepa incluso un poco de grandeza” (204).
Señala a continuación que estamos obligados a pensar en términos de humanidad global (207) para salir de la crisis planetaria. Un pensamiento reflejado también por Peccei cuando escribió: “el hombre moderno debe volver a encontrar su humanidad” (160).
Resulta curioso el diagnóstico parecido que ambos pensadores (y empresarios) realizan de la situación del mundo, a pesar de los casi 40 años que separan a ambas obras. Peccei hablaba en aquel entonces del agravamiento de la problemática mundial y de que ninguno de los grandes problemas se había enfrentado adecuadamente. También de la necesidad de salir del círculo vicioso y de construir una Realutopía, base de una nueva era de relaciones internacionales basadas en el entendimiento y en la construcción de una “verdadera revolución humana”.
Antonio Garrigues, seguramente sin pretenderlo, actualiza aquel diagnóstico y dibuja un escenario mundial caracterizado también por lo que denomina el fin de una época (pág. 12), que se presenta cargada de amenazas, pero también de oportunidades. Define a nuestra época como un malentendido global (17) que aporta una gran dosis de incertidumbre.
Percepción presentista
Añade que los problemas que afrontamos están magnificados en parte por un defecto de percepción presentista, por la falta de perspectiva temporal que sustrae a los episodios contemporáneos la visión a largo plazo y el sentido evolutivo de los procesos sociales. “No es que los problemas no existan, pues son innegables, sino que a ellos se suma una percepción subjetiva que los magnifica” (177).
Considera que esta percepción es el primer escollo que debemos superar para encontrar una solución a la crisis planetaria, que analiza con detalle en sendos capítulos dedicados al cambio tecnológico, la globalización, la revolución mediática, el Brexit, la crisis de la democracia o las desigualdades y migraciones. Ningún vector de lo que el Club de Roma llamaba entonces la problemática mundial es ignorado en el libro de Garrigues.
Señala asimismo que el ritmo de nuestra civilización ha cambiado (185), que hay cambios irreversibles a los que tenemos que adaptarnos. Destaca el valor de la resiliencia, de la capacidad humana para superar circunstancias traumáticas, para remontar la incertidumbre que nos aportan los cambios, y la necesidad de ser fieles a lo que nos define como seres humanos “para desterrar de nuestro pensamiento las fórmulas taxativas de la resignación y el pesimismo” (184).
Garrigues enfatiza también que tenemos un problema con los modelos de gobernanza democráticos surgidos de la globalización (190) y que esta crisis se debe a fallos internos de los artífices de la democracia liberal y del pluralismo político (200).
Evocando al economista francés especializado en desigualdad económica y distribución de la renta, Thomas Piketty, Garrigues añade que el capitalismo se puede y debe regular sin necesidad de volver al pasado, ya sea mediante el proteccionismo o el nacionalismo (199).
Considera urgente frenar la polarización social y redistribuir la riqueza (201), y añade que “en algún momento próximo la sociedad civil levantará la voz para hablar de la necesidad de nuevas ideas, nuevas formas y nuevas actitudes, en donde quepa incluso un poco de grandeza” (204).
Señala a continuación que estamos obligados a pensar en términos de humanidad global (207) para salir de la crisis planetaria. Un pensamiento reflejado también por Peccei cuando escribió: “el hombre moderno debe volver a encontrar su humanidad” (160).
Fallos sistémicos
Garrigues concluye señalando que los fallos sistémicos son reales y dramáticos, que la crisis, la globalización y el cambio tecnológico, han puesto patas arriba el contrato social surgido después de la segunda guerra mundial (213), base del Estado del bienestar hoy decadente.
Por ello es necesario renegociar desde cero este contrato social, si queremos conservar lo que hemos conseguido después de siglos de evolución: la democracia liberal, la economía de mercado y el progreso científico-técnico (214).
Garrigues concluye su obra, al igual que Aurelio Peccei, con similares palabras de esperanza: “la parte más bella de la aventura humana la tenemos delante de nosotros” (Peccei, 167). “El futuro de la globalización está en nuestras manos y se presenta esperanzador a poco que miremos más allá de la inercia emocional de estos años de cambio” (Garrigues, 215).
Yo he tenido la oportunidad de conocer y de entrevistar tanto a Peccei como a Garrigues y constato que, a lo largo del tiempo, seguimos teniendo en el horizonte a referentes humanistas que nos animan a proseguir la aventura evolutiva dejando en cada momento del proceso lo mejor de nosotros mismos.
Garrigues concluye señalando que los fallos sistémicos son reales y dramáticos, que la crisis, la globalización y el cambio tecnológico, han puesto patas arriba el contrato social surgido después de la segunda guerra mundial (213), base del Estado del bienestar hoy decadente.
Por ello es necesario renegociar desde cero este contrato social, si queremos conservar lo que hemos conseguido después de siglos de evolución: la democracia liberal, la economía de mercado y el progreso científico-técnico (214).
Garrigues concluye su obra, al igual que Aurelio Peccei, con similares palabras de esperanza: “la parte más bella de la aventura humana la tenemos delante de nosotros” (Peccei, 167). “El futuro de la globalización está en nuestras manos y se presenta esperanzador a poco que miremos más allá de la inercia emocional de estos años de cambio” (Garrigues, 215).
Yo he tenido la oportunidad de conocer y de entrevistar tanto a Peccei como a Garrigues y constato que, a lo largo del tiempo, seguimos teniendo en el horizonte a referentes humanistas que nos animan a proseguir la aventura evolutiva dejando en cada momento del proceso lo mejor de nosotros mismos.