La crisis del coronavirus debemos contemplarla como la primera de una cadena de episodios críticos que ocurrirán en los próximos años y décadas.
No solo estamos ante una pandemia, sino ante una crisis global que se prolongará en el tiempo y que está caracterizada por dos vectores: el cambio climático y la polarización social.
Los síntomas de esta crisis se han multiplicado con el paso del tiempo y tienden a agravarse: la escalada de la temperatura global y de los movimientos migratorios son claros ejemplos de la nueva realidad.
Ambos vectores tienen un denominador común: representan una seria amenaza, tanto para el planeta como para nuestra especie, que no ha sido adecuadamente gestionada por las instituciones públicas.
Los científicos llevan advirtiendo sin éxito desde hace años que hay que repensar el modelo de civilización porque destruye la naturaleza y fractura a la sociedad: ambos efectos estrangulan el sistema en el que vivimos.
Advertencias ignoradas
Con el Covid-19 ha pasado algo parecido: la Organización Mundial de la Salud advirtió en 2018 que la próxima epidemia mundial sería algo nunca visto. La llamó “Enfermedad X”.
Incluso especificó que podría surgir como consecuencia de las relaciones entre animales y humanos, potencialmente capaces de provocar episodios sanitarios graves. Y añadía que los sistemas sanitarios debían extremar la vigilancia y preparar vacunas y tratamientos ante esa previsible pandemia.
La OMS, como cualquier organización científica, no sabe ni pretende saber lo que va a pasar. Tan solo recurre a la inteligencia para anticipar posibles acontecimientos y prevenir sus consecuencias. Prepararnos para la crisis es la mejor forma de superarla.
Aquel llamado de la OMS, como otros formulados en los últimos años por la comunidad científica sobre el cambio climático o la crisis social, fue olímpicamente ignorado por las instituciones responsables del bienestar público.
Consecuencias nefastas
Hoy estamos pagando las consecuencias: las políticas económicas de las últimas décadas no solo no han atendido esa recomendación, sino que han ido justo en la dirección contraria: recortar el gasto sanitario y privatizarlo.
Aquí tenemos, no solo en España, sino en el conjunto de países de nuestro entorno, el origen de la crisis sanitaria actual.
El problema de fondo no es el coronavirus y su impacto. La ciencia, que tiene controlados los mecanismos fundamentales de la salud, no estaba preparada para la irrupción del Covid-19.
Pero tiene los conocimientos suficientes para resolverlo. En poco tiempo, padecer este coronavirus será algo tan irrelevante que se resolverá con un simple tratamiento ad hoc.
El problema de fondo es que, cuando surgen imprevistos como este, el sistema sanitario está bajo mínimos: no tiene capacidad para atender a mucha gente enferma al mismo tiempo.
Justo lo que trataba de impedir la OMS hace dos años.
Ahora todos los dirigentes corren a obtener suministros de protección, a añadir camas improvisadas para acoger a tanta gente, e incluso están dispuestos a parar casi totalmente la economía para contener la sangría de vidas y episodios críticos.
El precedente de Chernóbil
Esta situación me recuerda en parte a lo que ocurrió con el accidente de Chernóbil.
Lo conocí en profundidad porque tuve que traducir al español el libro que revelaba todos los entresijos del mayor accidente nuclear de la historia reciente.
De alguna forma, hoy estamos reviviendo una situación parecida: la incompetencia institucional genera una crisis sanitaria que nadie sabe cómo atajar porque los escenarios varían a cada momento.
Entonces pensábamos que el accidente nuclear había sido la consecuencia de un sistema caduco, el socialismo soviético, que desapareció cinco años después de la catástrofe de Chernóbil.
Casi 30 años después, a la vista de lo que estamos viviendo y de las catástrofes que según los científicos ocurrirán, podríamos decir que nuestro modelo de civilización está también abocado a su desaparición.
Habrá que pensar en otro modelo, más armónico en las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, si queremos escapar de esta espiral de catástrofes.
En eso es en lo que debemos pensar ahora. Es el reto que nos quedará después del Covid-19, cuando podamos volver a reunirnos para decidir qué hacer después de nuestro Chernóbil.
Esta situación me recuerda en parte a lo que ocurrió con el accidente de Chernóbil.
Lo conocí en profundidad porque tuve que traducir al español el libro que revelaba todos los entresijos del mayor accidente nuclear de la historia reciente.
De alguna forma, hoy estamos reviviendo una situación parecida: la incompetencia institucional genera una crisis sanitaria que nadie sabe cómo atajar porque los escenarios varían a cada momento.
Entonces pensábamos que el accidente nuclear había sido la consecuencia de un sistema caduco, el socialismo soviético, que desapareció cinco años después de la catástrofe de Chernóbil.
Casi 30 años después, a la vista de lo que estamos viviendo y de las catástrofes que según los científicos ocurrirán, podríamos decir que nuestro modelo de civilización está también abocado a su desaparición.
Habrá que pensar en otro modelo, más armónico en las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza, si queremos escapar de esta espiral de catástrofes.
En eso es en lo que debemos pensar ahora. Es el reto que nos quedará después del Covid-19, cuando podamos volver a reunirnos para decidir qué hacer después de nuestro Chernóbil.
(*) Este artículo se publicó originalmente en el marco de la campaña “Reflexiones desde la sociedad civil sobre el Covid-19 ” convocada por la Fundación para la Investigación sobre el Derecho y la Empresa (FIDE) Se publica con su autorización.