Para el filósofo francés del siglo XVI Michel de Montaigne, “la prueba más clara de la sabiduría es una alegría continua”. Sin embargo, parece que no nos conformamos con esta prueba, y hoy día seguimos buscando otras. Ahora, desde la perspectiva de la neurobiología.
La sabiduría es una extraña y desgraciadamente escasa virtud humana, que suele asociarse con la empatía, la compasión o el altruismo, la estabilidad emocional, el auto-conocimiento; y con algunas actitudes prosociales, como la tolerancia hacia los valores ajenos.
A menudo encontramos sabiduría en las personas mayores, más propensas a verle el lado positivo a las situaciones adversas (sin duda, esta es una fuente de alegría) o a empatizar con los menos afortunados. De este hecho podemos deducir que la sabiduría es, en parte, producto de la experiencia, que propicia nuestro desarrollo cognitivo y emocional.
Pero, más allá de los análisis psicosociales, como hemos dicho, la neurología también está intentando buscar el origen de la sabiduría. En este caso, y como no podía ser de otra forma, en la estructura y el funcionamiento del cerebro.
Ser sabios implica un equilibrio cerebral
En 2009, los científicos de la Universidad de California en San Diego (UCSD), Estados Unidos, Dilip V. Jeste y Thomas W. Meeks, realizaron el primer estudio sobre la neurobiología subyacente a la sabiduría.
Esta investigación consistió en una revisión de centenares de trabajos previos sobre distintos aspectos de la sabiduría, desde una perspectiva neurológica. En algunos de los estudios revisados se había utilizado la técnica de neuroimagen funcional, que permite medir los cambios en el flujo sanguíneo del cerebro. En otros, se había analizado el funcionamiento de los neurotransmisores cerebrales. Todos estos trabajos se habían relacionado con diversas actitudes vinculadas a la sabiduría.
Los resultados obtenidos constataron que, en sus características más universales, la sabiduría tiene una base neurobiológica. En concreto, Jeste y Meeks lograron relacionar seis de los atributos más comúnmente incluidos en la definición de sabiduría con circuitos cerebrales específicos.
Por ejemplo, descubrieron que el altruismo activa la corteza media prefrontal o que la toma de decisiones requiere una combinación de las funciones racional (corteza prefrontal dorsolateral), socioemocional (corteza prefrontal media) y de detección de conflictos (corteza cingulada anterior).
También constataron que la corteza prefrontal del cerebro se activa con la regulación emocional o la capacidad de relativizar; la corteza prefrontal lateral facilita la toma de decisiones calculadas o basadas en razonamientos; y que la corteza prefrontal media está implicada en el equilibro emocional y la actitudes pro-sociales o socialmente positivas.
Por otro lado, el neurocircuito de la recompensa (cuerpo estriado ventral y núcleo accumbens) también parece importante para la promoción de actitudes prosociales; y la actividad monoaminérgica (especialmente serotoninérgica y dopaminérgica) –que está influenciada por diversos polimorfismos genéticos- resulta esencial para la regulación emocional (incluido el control de los impulsos), la toma de decisiones o las actitudes prosociales.
Por último, los investigadores de la UCSD concluyeron que la neurobiología de la sabiduría implicaría un equilibrio óptimo entre las regiones del cerebro más primitivas (sistema límbico) y las más nuevas (corteza prefrontal del cerebro).
La sabiduría es una extraña y desgraciadamente escasa virtud humana, que suele asociarse con la empatía, la compasión o el altruismo, la estabilidad emocional, el auto-conocimiento; y con algunas actitudes prosociales, como la tolerancia hacia los valores ajenos.
A menudo encontramos sabiduría en las personas mayores, más propensas a verle el lado positivo a las situaciones adversas (sin duda, esta es una fuente de alegría) o a empatizar con los menos afortunados. De este hecho podemos deducir que la sabiduría es, en parte, producto de la experiencia, que propicia nuestro desarrollo cognitivo y emocional.
Pero, más allá de los análisis psicosociales, como hemos dicho, la neurología también está intentando buscar el origen de la sabiduría. En este caso, y como no podía ser de otra forma, en la estructura y el funcionamiento del cerebro.
Ser sabios implica un equilibrio cerebral
En 2009, los científicos de la Universidad de California en San Diego (UCSD), Estados Unidos, Dilip V. Jeste y Thomas W. Meeks, realizaron el primer estudio sobre la neurobiología subyacente a la sabiduría.
Esta investigación consistió en una revisión de centenares de trabajos previos sobre distintos aspectos de la sabiduría, desde una perspectiva neurológica. En algunos de los estudios revisados se había utilizado la técnica de neuroimagen funcional, que permite medir los cambios en el flujo sanguíneo del cerebro. En otros, se había analizado el funcionamiento de los neurotransmisores cerebrales. Todos estos trabajos se habían relacionado con diversas actitudes vinculadas a la sabiduría.
Los resultados obtenidos constataron que, en sus características más universales, la sabiduría tiene una base neurobiológica. En concreto, Jeste y Meeks lograron relacionar seis de los atributos más comúnmente incluidos en la definición de sabiduría con circuitos cerebrales específicos.
Por ejemplo, descubrieron que el altruismo activa la corteza media prefrontal o que la toma de decisiones requiere una combinación de las funciones racional (corteza prefrontal dorsolateral), socioemocional (corteza prefrontal media) y de detección de conflictos (corteza cingulada anterior).
También constataron que la corteza prefrontal del cerebro se activa con la regulación emocional o la capacidad de relativizar; la corteza prefrontal lateral facilita la toma de decisiones calculadas o basadas en razonamientos; y que la corteza prefrontal media está implicada en el equilibro emocional y la actitudes pro-sociales o socialmente positivas.
Por otro lado, el neurocircuito de la recompensa (cuerpo estriado ventral y núcleo accumbens) también parece importante para la promoción de actitudes prosociales; y la actividad monoaminérgica (especialmente serotoninérgica y dopaminérgica) –que está influenciada por diversos polimorfismos genéticos- resulta esencial para la regulación emocional (incluido el control de los impulsos), la toma de decisiones o las actitudes prosociales.
Por último, los investigadores de la UCSD concluyeron que la neurobiología de la sabiduría implicaría un equilibrio óptimo entre las regiones del cerebro más primitivas (sistema límbico) y las más nuevas (corteza prefrontal del cerebro).
Una nueva herramienta de medición
Desde 2009, Dilip V. Jeste y sus colaboradores han seguido adelante con esta línea de investigación, y a finales del pasado mes de septiembre hicieron pública la creación de una herramienta llamada “Escala de Sabiduría SD” (SD-WISE).
Esta herramienta permite evaluar el nivel de sabiduría de un individuo, a partir de rasgos neurobiológicos. Ya existían medidas que evalúan el nivel de sabiduría, pero estas no incorporaban modelos de rasgos neurobiológicos relacionados con esta virtud.
Para probar la SD-WISE y detectar rasgos neurobiológicos de sabiduría, los científicos la aplicaron a 524 personas de entre 25 y 104 años, la mayoría de ellas con educación universitaria. Al mismo tiempo, también aplicaron a los voluntarios dos escalas tradicionales de medición de la sabiduría llamadas Escala de Sabiduría Tridimensional y Escala de Sabiduría Autoevaluada, para comparar resultados.
Constataron así que la SD-WISE hizo distinciones efectivas entre los diferentes grados de sabiduría de cada individuo, a partir del funcionamiento de sus cerebros. Además (Montaigne tenía razón) se estableció que el grado de sabiduría medido con SD-WISE tenía una correlación con las medidas de bienestar psicológico de cada participante.
Estos resultados demuestran, según Jeste y su equipo, que la SD-WISE puede ser una herramienta útil en la práctica clínica, en la investigación biopsicosocial, y en las investigaciones sobre la neurobiología de la sabiduría. También podría ayudar a desarrollar intervenciones que mejoren la sabiduría humana.
Estudios previos han relacionado la sabiduría con otro órgano de nuestro cuerpo, el corazón, al demostrar que la variación de la frecuencia cardíaca trabajando en conjunción con el pensamiento hace posible que se reflexione más sabiamente sobre problemas sociales. También se ha revelado que la sabiduría no es una constante, y que puede depender de la situación. En este sentido, la presencia o no de amigos en un contexto determinado puede influir en nuestro grado de sabiduría.
Desde 2009, Dilip V. Jeste y sus colaboradores han seguido adelante con esta línea de investigación, y a finales del pasado mes de septiembre hicieron pública la creación de una herramienta llamada “Escala de Sabiduría SD” (SD-WISE).
Esta herramienta permite evaluar el nivel de sabiduría de un individuo, a partir de rasgos neurobiológicos. Ya existían medidas que evalúan el nivel de sabiduría, pero estas no incorporaban modelos de rasgos neurobiológicos relacionados con esta virtud.
Para probar la SD-WISE y detectar rasgos neurobiológicos de sabiduría, los científicos la aplicaron a 524 personas de entre 25 y 104 años, la mayoría de ellas con educación universitaria. Al mismo tiempo, también aplicaron a los voluntarios dos escalas tradicionales de medición de la sabiduría llamadas Escala de Sabiduría Tridimensional y Escala de Sabiduría Autoevaluada, para comparar resultados.
Constataron así que la SD-WISE hizo distinciones efectivas entre los diferentes grados de sabiduría de cada individuo, a partir del funcionamiento de sus cerebros. Además (Montaigne tenía razón) se estableció que el grado de sabiduría medido con SD-WISE tenía una correlación con las medidas de bienestar psicológico de cada participante.
Estos resultados demuestran, según Jeste y su equipo, que la SD-WISE puede ser una herramienta útil en la práctica clínica, en la investigación biopsicosocial, y en las investigaciones sobre la neurobiología de la sabiduría. También podría ayudar a desarrollar intervenciones que mejoren la sabiduría humana.
Estudios previos han relacionado la sabiduría con otro órgano de nuestro cuerpo, el corazón, al demostrar que la variación de la frecuencia cardíaca trabajando en conjunción con el pensamiento hace posible que se reflexione más sabiamente sobre problemas sociales. También se ha revelado que la sabiduría no es una constante, y que puede depender de la situación. En este sentido, la presencia o no de amigos en un contexto determinado puede influir en nuestro grado de sabiduría.
Referencias bibliográficas:
Thomas W. Meeks; Dilip V. Jeste. Neurobiology of Wisdom: A Literature Overview. Archives of General Psychiatry (2009). DOI: 10.1001/archgenpsychiatry.2009.8.
Michael L. Thomas, Katherine J. Bangen, Barton W. Palmer, Averria Sirkin Martin, Julie A. Avanzino, Colin A. Depp, Danielle Glorioso, Rebecca E. Daly, Dilip V. Jeste. A new scale for assessing wisdom based on common domains and a neurobiological model: The San Diego Wisdom Scale (SD-WISE). Journal of Psychiatric Research (2017). DOI: 10.1016/j.jpsychires.2017.09.005.
Thomas W. Meeks; Dilip V. Jeste. Neurobiology of Wisdom: A Literature Overview. Archives of General Psychiatry (2009). DOI: 10.1001/archgenpsychiatry.2009.8.
Michael L. Thomas, Katherine J. Bangen, Barton W. Palmer, Averria Sirkin Martin, Julie A. Avanzino, Colin A. Depp, Danielle Glorioso, Rebecca E. Daly, Dilip V. Jeste. A new scale for assessing wisdom based on common domains and a neurobiological model: The San Diego Wisdom Scale (SD-WISE). Journal of Psychiatric Research (2017). DOI: 10.1016/j.jpsychires.2017.09.005.