Los nacidos en el último cuarto del siglo XX crecimos con el mito de la criogenización de Walt Disney. Según la leyenda, el cuerpo de Disney fue congelado al morir para preservarlo, hasta que los avances científicos del futuro pudieran devolverlo a la vida.
Hay gente que cree que esto es más que un sueño futurista. Por ejemplo, en España se creó en 1998 la Sociedad Española de Criogenización, que aglutina a un centenar de personas interesadas en aprovechar las posibilidades de la ciencia para resucitar, si al fallecer el cuerpo es conservado adecuadamente.
En lo que respecta a la consciencia, se piensa que las posibilidades de devolver esta a la vida han ido aumentando en los últimos años, con el desarrollo de la computación. Algunos esperan que, algún día, la consciencia pueda ser volcada por completo en un ordenador para burlar así también su muerte.
Para empezar: preservación segura del cerebro
Esta es el proyecto de una empresa norteamericana, de la que hemos hablado recientemente. Se llama Nectome, y ha sido fundada por Robert McIntyre (diplomado del MIT) y Michael McCanna.
De momento, lo que Nectome ha desarrollado es un método para preservar cerebros a un nivel de detalle microscópico, de manera que puedan ser guardados intactos durante cientos de años.
Cuando la ciencia se haya desarrollado lo suficiente, esperan McIntyre y McCanna, esos cerebros serán convertidos en una simulación informática que dará vida a la personalidad de los fallecidos.
A diferencia de la criogenización, por tanto, esta nueva propuesta no pretende insuflar vida a los cuerpos de los muertos, sino recuperar la información de sus cerebros no corrompidos, de la misma forma que recuperamos información al encender un ordenador que ha estado apagado mucho tiempo.
Hay gente que cree que esto es más que un sueño futurista. Por ejemplo, en España se creó en 1998 la Sociedad Española de Criogenización, que aglutina a un centenar de personas interesadas en aprovechar las posibilidades de la ciencia para resucitar, si al fallecer el cuerpo es conservado adecuadamente.
En lo que respecta a la consciencia, se piensa que las posibilidades de devolver esta a la vida han ido aumentando en los últimos años, con el desarrollo de la computación. Algunos esperan que, algún día, la consciencia pueda ser volcada por completo en un ordenador para burlar así también su muerte.
Para empezar: preservación segura del cerebro
Esta es el proyecto de una empresa norteamericana, de la que hemos hablado recientemente. Se llama Nectome, y ha sido fundada por Robert McIntyre (diplomado del MIT) y Michael McCanna.
De momento, lo que Nectome ha desarrollado es un método para preservar cerebros a un nivel de detalle microscópico, de manera que puedan ser guardados intactos durante cientos de años.
Cuando la ciencia se haya desarrollado lo suficiente, esperan McIntyre y McCanna, esos cerebros serán convertidos en una simulación informática que dará vida a la personalidad de los fallecidos.
A diferencia de la criogenización, por tanto, esta nueva propuesta no pretende insuflar vida a los cuerpos de los muertos, sino recuperar la información de sus cerebros no corrompidos, de la misma forma que recuperamos información al encender un ordenador que ha estado apagado mucho tiempo.
Un sustrato artificial casi imposible
La pregunta sería, ¿llegará el ser humano alguna vez a fabricar un sustrato artificial lo suficientemente desarrollado y complejo como para sustentar la consciencia de nuestra especie?
El pasado mes de febrero, un equipo de investigadores de la Universidad Técnica de Viena logró replicar, en un ordenador, el sistema neuronal de un gusano, el nematodo Caenorhabditis elegans (C. elegans). Es decir, lograron reproducir informáticamente dicho sistema neuronal, compuesto por 300 neuronas.
El gusano artificial creado reaccionaba como el primero, e incluso fue capaz de aprender sin reprogramación. Así que quizá, en un futuro, sí pueda descargarse la “consciencia” de un gusano en un sistema neuronal artificial semejante.
Sin embargo, en el caso de los humanos, la cuestión es muchísimo más compleja, habida cuenta de que nuestro cerebro no tiene 300 neuronas, sino 100 mil millones de ellas. Eso por no hablar de la reproducción de los patrones de actividad neuronal, es decir, de la posibilidad de codificar informáticamente la actividad coordinada de esos 100 mil millones de células nerviosas, que da lugar al procesamiento de información de nuestro cerebro y a nuestra consciencia.
En este sentido, lo “único” que se ha conseguido por ahora es que algunos programas informáticos puedan relacionar ciertos patrones de actividad neuronal con contenidos de consciencia concretos. Por ejemplo, se ha logrado interpretar los patrones de actividad neuronal de la corteza visual del cerebro para, a partir de ellos, “adivinar” qué imagen está viendo alguien en una pantalla.
Sin embargo (de nuevo), de esto a poder reproducir informáticamente la actividad neuronal humana para “acoger”, en dicha reproducción, lo que un cerebro vivo ha guardado durante toda su existencia van muchos mundos.
¿Demasiada mitología?
Así que, por más que Nectome pueda conservar intactos los cerebros durante siglos, de momento no parece factible que la “información” almacenada en ellos y la actividad cerebral que permite la consciencia puedan ser trasladadas algún día a una máquina.
La idea parece más bien fruto del máximo estiramiento de otro de los mitos actuales: la identificación de la mente humana con la computación, a su vez derivada de la identificación de la naturaleza con las máquinas.
En esta cosmovisión parece normal pensar en la consciencia y la mente en términos de bits, chips de silicio y memorias cableadas (incluso considerar la realidad entera como “una simulación informática desarrollada por científicos del futuro”).
Del mismo modo que parece normal que, en otro sentido, se intervengan los cerebros con tecnología para mejorar sus capacidades, como pretende la empresa Neurolink, uno de los proyectos del magnate Elon Musk.
Entre otras cosas, esta compañía planea conectar circuitos a diversas regiones cerebrales para incrementar el procesamiento de información y alcanzar así aptitudes sorprendentes, como la telepatía o la operación a distancia de objetos con la mente. Los defensores del concepto de Singularidad, por su parte, creen que futuras manipulaciones tecnológicas nos permitirán alcanzar la superinteligencia biológica.
La pregunta sería, ¿llegará el ser humano alguna vez a fabricar un sustrato artificial lo suficientemente desarrollado y complejo como para sustentar la consciencia de nuestra especie?
El pasado mes de febrero, un equipo de investigadores de la Universidad Técnica de Viena logró replicar, en un ordenador, el sistema neuronal de un gusano, el nematodo Caenorhabditis elegans (C. elegans). Es decir, lograron reproducir informáticamente dicho sistema neuronal, compuesto por 300 neuronas.
El gusano artificial creado reaccionaba como el primero, e incluso fue capaz de aprender sin reprogramación. Así que quizá, en un futuro, sí pueda descargarse la “consciencia” de un gusano en un sistema neuronal artificial semejante.
Sin embargo, en el caso de los humanos, la cuestión es muchísimo más compleja, habida cuenta de que nuestro cerebro no tiene 300 neuronas, sino 100 mil millones de ellas. Eso por no hablar de la reproducción de los patrones de actividad neuronal, es decir, de la posibilidad de codificar informáticamente la actividad coordinada de esos 100 mil millones de células nerviosas, que da lugar al procesamiento de información de nuestro cerebro y a nuestra consciencia.
En este sentido, lo “único” que se ha conseguido por ahora es que algunos programas informáticos puedan relacionar ciertos patrones de actividad neuronal con contenidos de consciencia concretos. Por ejemplo, se ha logrado interpretar los patrones de actividad neuronal de la corteza visual del cerebro para, a partir de ellos, “adivinar” qué imagen está viendo alguien en una pantalla.
Sin embargo (de nuevo), de esto a poder reproducir informáticamente la actividad neuronal humana para “acoger”, en dicha reproducción, lo que un cerebro vivo ha guardado durante toda su existencia van muchos mundos.
¿Demasiada mitología?
Así que, por más que Nectome pueda conservar intactos los cerebros durante siglos, de momento no parece factible que la “información” almacenada en ellos y la actividad cerebral que permite la consciencia puedan ser trasladadas algún día a una máquina.
La idea parece más bien fruto del máximo estiramiento de otro de los mitos actuales: la identificación de la mente humana con la computación, a su vez derivada de la identificación de la naturaleza con las máquinas.
En esta cosmovisión parece normal pensar en la consciencia y la mente en términos de bits, chips de silicio y memorias cableadas (incluso considerar la realidad entera como “una simulación informática desarrollada por científicos del futuro”).
Del mismo modo que parece normal que, en otro sentido, se intervengan los cerebros con tecnología para mejorar sus capacidades, como pretende la empresa Neurolink, uno de los proyectos del magnate Elon Musk.
Entre otras cosas, esta compañía planea conectar circuitos a diversas regiones cerebrales para incrementar el procesamiento de información y alcanzar así aptitudes sorprendentes, como la telepatía o la operación a distancia de objetos con la mente. Los defensores del concepto de Singularidad, por su parte, creen que futuras manipulaciones tecnológicas nos permitirán alcanzar la superinteligencia biológica.