Momento de la representación de “Arizona”, de Juan Carlos Rubio e Histrión Teatro. Fuente: Teatro Alhambra de Granada.
Hay ocasiones en las que el silencio es parte esencial de cierto tipo de música. En el silencio reside la gran verdad del universo. Otra cosa es que nosotros, diminutos seres ignorados por toda esa inmensidad, consigamos interpretar lo que significa ese misterio.
Los silencios que el guionista, director de teatro y dramaturgo español Juan Carlos Rubio intercala en esta Arizona , frontera artificial entre la tierra de promisión y el agreste sur, subrayan la acción como un dedo acusador que nos señala directamente al ombligo.
El silencio que deambula entre las palabras no es menos elocuente que el que muestra occidente ante un hecho incuestionable que hemos decidido llamar “problema”.
Occidente, empeñado en impermeabilizar sus barreras imaginarias, construye mitos infumables acerca de los vecinos de abajo, invasores de este nuestro buen vivir y ladrones de nuestros privilegios.
La barrera de arena que separa el gran imperio de los mercaderes de las tierras donde habitan los hombres de piel oscura, es perfectamente equiparable a la estrecha lengua de mar que baña las costas de Europa y África. En ambos muros -¿imaginarios?- apuntan los cañones de nuestros fusiles, a la espera de que el hambriento se atreva a franquear nuestro lienzo de tranquilidad.
El texto de Juan Carlos Rubio mantiene el equilibrio justo -tal vez sobre un muro imaginario- sorteando la caída en el fácil sermón y transitando de puntillas entre el áspero realismo social y una ficción distópica sobre la cuestión de la diferencia.
La diferencia es necesaria para hacer al ser humano más humano. Y sin embargo la convertimos en fuente de conflicto por razones que desafían a la razón. La diferencia es parte de nuestra identidad, una identidad múltiple y compleja que algunos se empeñan en simplificar peligrosamente.
Los silencios que el guionista, director de teatro y dramaturgo español Juan Carlos Rubio intercala en esta Arizona , frontera artificial entre la tierra de promisión y el agreste sur, subrayan la acción como un dedo acusador que nos señala directamente al ombligo.
El silencio que deambula entre las palabras no es menos elocuente que el que muestra occidente ante un hecho incuestionable que hemos decidido llamar “problema”.
Occidente, empeñado en impermeabilizar sus barreras imaginarias, construye mitos infumables acerca de los vecinos de abajo, invasores de este nuestro buen vivir y ladrones de nuestros privilegios.
La barrera de arena que separa el gran imperio de los mercaderes de las tierras donde habitan los hombres de piel oscura, es perfectamente equiparable a la estrecha lengua de mar que baña las costas de Europa y África. En ambos muros -¿imaginarios?- apuntan los cañones de nuestros fusiles, a la espera de que el hambriento se atreva a franquear nuestro lienzo de tranquilidad.
El texto de Juan Carlos Rubio mantiene el equilibrio justo -tal vez sobre un muro imaginario- sorteando la caída en el fácil sermón y transitando de puntillas entre el áspero realismo social y una ficción distópica sobre la cuestión de la diferencia.
La diferencia es necesaria para hacer al ser humano más humano. Y sin embargo la convertimos en fuente de conflicto por razones que desafían a la razón. La diferencia es parte de nuestra identidad, una identidad múltiple y compleja que algunos se empeñan en simplificar peligrosamente.
Artículos relacionados
-
Interés arqueológico y vital en “El cerco de Leningrado”
-
“Yo, Mussolini”, de Leo Bassi, recupera el espíritu de los orígenes del teatro
-
"La función que sale mal" en Teatro La Latina
-
Un espectáculo necesario: “Pasión (farsa trágica)”, de Agustín García Calvo
-
Una farsa de ocultación con enjundia: “Perfectos desconocidos”, de Daniel Guzmán
Las fronteras
Al fin y al cabo, qué son las fronteras sino el producto de la violencia ejercida por el ser humano sobre el ser humano. El sentimiento que genera una línea demarcadora siempre está impregnado de exclusión.
No todas las fronteras son políticas. Las hay morales, imaginarias, religiosas, culturales, físicas, económicas, políticas, idiomáticas, étnicas... y todas ellas suelen ser permeables. Dicen que bajo el muro de la vergüenza, se cavaron más de cincuenta kilómetros de túneles. Nada invita más a la transgresión que una señal de prohibido el paso. Cuando se cierran las puertas, es porque algo interesante tiene que haber al otro lado.
Hasta la piel puede ser traspasada por una simple caricia. Otra cosa es la cuestión del color de la piel, algo comúnmente unido a los prejuicios más deplorables. La piel oscura es sinónimo de desconfianza, y la desconfianza es producto del miedo. Y el miedo es producto de nuestra ignorancia.
En este caso, la frontera es una barrera de protección que rodea un gran pastel. Seguramente no tendremos apetito para devorar ese pastel que, en parte, se ha cocinado con materias primas del otro lado de la frontera, pero tampoco vamos a dejar que los vecinos se coman las sobras. Eso sería contrario a nuestro estilo de vida. Antes reventar de una buena comilona que compartirla con el de al lado.
Al fin y al cabo, qué son las fronteras sino el producto de la violencia ejercida por el ser humano sobre el ser humano. El sentimiento que genera una línea demarcadora siempre está impregnado de exclusión.
No todas las fronteras son políticas. Las hay morales, imaginarias, religiosas, culturales, físicas, económicas, políticas, idiomáticas, étnicas... y todas ellas suelen ser permeables. Dicen que bajo el muro de la vergüenza, se cavaron más de cincuenta kilómetros de túneles. Nada invita más a la transgresión que una señal de prohibido el paso. Cuando se cierran las puertas, es porque algo interesante tiene que haber al otro lado.
Hasta la piel puede ser traspasada por una simple caricia. Otra cosa es la cuestión del color de la piel, algo comúnmente unido a los prejuicios más deplorables. La piel oscura es sinónimo de desconfianza, y la desconfianza es producto del miedo. Y el miedo es producto de nuestra ignorancia.
En este caso, la frontera es una barrera de protección que rodea un gran pastel. Seguramente no tendremos apetito para devorar ese pastel que, en parte, se ha cocinado con materias primas del otro lado de la frontera, pero tampoco vamos a dejar que los vecinos se coman las sobras. Eso sería contrario a nuestro estilo de vida. Antes reventar de una buena comilona que compartirla con el de al lado.
Referencia:
Obra: Arizona
Texto: Juan Carlos Rubio
Compañía: Histrión Teatro
Representaciones: Días 11, 12 y 13 de diciembre en el Teatro Alhambra de Granada.
Obra: Arizona
Texto: Juan Carlos Rubio
Compañía: Histrión Teatro
Representaciones: Días 11, 12 y 13 de diciembre en el Teatro Alhambra de Granada.