Llama la atención cómo una crisis regional, circunscrita a un territorio de 32.000 kilómetros cuadrados y una población de 7,5 millones de personas, esté sacudiendo los cimientos no sólo de la democracia española, sino también de la estabilidad europea.
El referéndum catalán, que Le Monde califica como más propio de una república bananera que de una región europea, ha despertado el miedo a un efecto dominó en Europa. Después de la conmoción del Brexit, lo que faltaba es que la experiencia catalana removiera los espíritus en Irlanda del Norte, Bélgica, Italia o Chequia, donde los nacionalismos colean.
Para el Telegraph, la crisis catalana puede desencadenar un tsunami todavía más importante que el que supuso el Brexit. Como hemos explicado en otro artículo, la fuerza de los nacionalismos, en general, es que no necesitan de un argumentario profundo. Reflejan más sentimientos que razonamientos. Y por ello están más expuestos a manipulaciones de cualquier signo. E ignoran los impactos que sus comportamientos pueden tener en el entorno global: Cataluña First.
En España el efecto del 1-O tampoco es menor. Contrasta la audacia de la Generalitat en el manejo de las reivindicaciones y los tiempos, así como su capacidad de prever reacciones ante diferentes escenarios, frente al inmovilismo del Gobierno central, incapaz de generar una reacción inteligente y sensata ante un desafío tan importante como la rebelión catalana. Y mucho menos de tener previstos escenarios con sus correspondientes reacciones.
Ecuación compleja
La ecuación no es fácil de resolver, tal como están las cosas, y el temido recurso a la fuerza, como se ha demostrado, está acechando a la vuelta de la esquina. Además, la vulnerabilidad ante atentados como el que vivió Barcelona el pasado agosto aumenta en este escenario de inestabilidad, de movilizaciones y de concentración policial. Un pantano en el que no deberíamos estar mucho tiempo.
Una vez más lamentamos el fracaso de la política, de los dirigentes de uno y otro lado que lo sustentan, y la ausencia no sólo de inteligencia para resolver los conflictos, sino también de comprensión y compasión para entendernos mejor y resolver los problemas con altura de miras. La ciencia tiene mucho que aportar sobre estos comportamientos, pero es ignorada.
La ingobernabilidad, lo contrario de la estabilidad institucional y política, y de la efectividad en la toma de decisiones y la administración, es el mayor riesgo. Otra señal de que los cambios necesarios no se limitan a pensar en un estado federal o en una mayor política social. Hay que profundizar más si queremos superar los retos de nuestra época.
El referéndum catalán, que Le Monde califica como más propio de una república bananera que de una región europea, ha despertado el miedo a un efecto dominó en Europa. Después de la conmoción del Brexit, lo que faltaba es que la experiencia catalana removiera los espíritus en Irlanda del Norte, Bélgica, Italia o Chequia, donde los nacionalismos colean.
Para el Telegraph, la crisis catalana puede desencadenar un tsunami todavía más importante que el que supuso el Brexit. Como hemos explicado en otro artículo, la fuerza de los nacionalismos, en general, es que no necesitan de un argumentario profundo. Reflejan más sentimientos que razonamientos. Y por ello están más expuestos a manipulaciones de cualquier signo. E ignoran los impactos que sus comportamientos pueden tener en el entorno global: Cataluña First.
En España el efecto del 1-O tampoco es menor. Contrasta la audacia de la Generalitat en el manejo de las reivindicaciones y los tiempos, así como su capacidad de prever reacciones ante diferentes escenarios, frente al inmovilismo del Gobierno central, incapaz de generar una reacción inteligente y sensata ante un desafío tan importante como la rebelión catalana. Y mucho menos de tener previstos escenarios con sus correspondientes reacciones.
Ecuación compleja
La ecuación no es fácil de resolver, tal como están las cosas, y el temido recurso a la fuerza, como se ha demostrado, está acechando a la vuelta de la esquina. Además, la vulnerabilidad ante atentados como el que vivió Barcelona el pasado agosto aumenta en este escenario de inestabilidad, de movilizaciones y de concentración policial. Un pantano en el que no deberíamos estar mucho tiempo.
Una vez más lamentamos el fracaso de la política, de los dirigentes de uno y otro lado que lo sustentan, y la ausencia no sólo de inteligencia para resolver los conflictos, sino también de comprensión y compasión para entendernos mejor y resolver los problemas con altura de miras. La ciencia tiene mucho que aportar sobre estos comportamientos, pero es ignorada.
La ingobernabilidad, lo contrario de la estabilidad institucional y política, y de la efectividad en la toma de decisiones y la administración, es el mayor riesgo. Otra señal de que los cambios necesarios no se limitan a pensar en un estado federal o en una mayor política social. Hay que profundizar más si queremos superar los retos de nuestra época.