Una mujer de mediana edad, nerviosa, con algo de vulgar y de atildada al mismo tiempo, se retoca con un pañuelo arrugado el pintalabios ante un espejo, extrayéndolo de su escote.
Estamos en la soledad de unas dependencias policiales, y ella espera para prestar declaración. Por todo escenario, una silla y una papelera. Ella, ya digo, viste elegante pero sin distinción un ligero vestido de seda rojo más bien ajustado. Consciente de la importancia de sus actos, ha decidido colocarse para la ocasión las que, seguramente, son sus mejores galas.
Tiene acento “granaíno”, algo que le va a la función especialmente al pelo, en parte porque no es impostado, como esos actores que “ejercen de andaluces” y decaen en ese tópico sonsonete que Lorca tanto detestaba.
En segundo lugar, el acento andaluz le va bien porque añade sal, vivacidad, tragedia a lo que narra y acompaña, también, con su cuerpo: en los apenas quince minutos que dura la obra la protagonista es incapaz de mantenerse tranquila y serena; el nerviosismo la delata. Aunque no sepamos bien qué delata, pero lo sospechamos.
La actriz, una extraordinaria Ana Ibáñez que borda el papel, nos espera en la pequeña sala, nerviosa, tensa, detrás de un falso espejo, como si realmente estuviéramos en una dependencia o sala de interrogatorios y asistiéramos, secretamente, a su deposición ante el juez o el policía.
Es la limpiadora de un bar, de un local familiar, regentado por dos hermanos, muy conocidos en el barrio. Ella se encontraba en el bar, fuera de su horario laboral, viéndose con alguien que no desea delatar e insiste varias veces que es ajeno a los hechos allí presenciados casualmente: la discusión y tremenda pelea de ambos hermanos por la supuesta infidelidad de la mujer de uno de ellos… con el otro.
Estamos en la soledad de unas dependencias policiales, y ella espera para prestar declaración. Por todo escenario, una silla y una papelera. Ella, ya digo, viste elegante pero sin distinción un ligero vestido de seda rojo más bien ajustado. Consciente de la importancia de sus actos, ha decidido colocarse para la ocasión las que, seguramente, son sus mejores galas.
Tiene acento “granaíno”, algo que le va a la función especialmente al pelo, en parte porque no es impostado, como esos actores que “ejercen de andaluces” y decaen en ese tópico sonsonete que Lorca tanto detestaba.
En segundo lugar, el acento andaluz le va bien porque añade sal, vivacidad, tragedia a lo que narra y acompaña, también, con su cuerpo: en los apenas quince minutos que dura la obra la protagonista es incapaz de mantenerse tranquila y serena; el nerviosismo la delata. Aunque no sepamos bien qué delata, pero lo sospechamos.
La actriz, una extraordinaria Ana Ibáñez que borda el papel, nos espera en la pequeña sala, nerviosa, tensa, detrás de un falso espejo, como si realmente estuviéramos en una dependencia o sala de interrogatorios y asistiéramos, secretamente, a su deposición ante el juez o el policía.
Es la limpiadora de un bar, de un local familiar, regentado por dos hermanos, muy conocidos en el barrio. Ella se encontraba en el bar, fuera de su horario laboral, viéndose con alguien que no desea delatar e insiste varias veces que es ajeno a los hechos allí presenciados casualmente: la discusión y tremenda pelea de ambos hermanos por la supuesta infidelidad de la mujer de uno de ellos… con el otro.
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Por debajo de las formas
El “otro” ha aparecido muerto y eso es lo que, supuestamente, ha llevado a esta mujer a hacer su confesión.
Infidelidad, mentiras, secretos inconfesables, todo lo que hay más allá de la frágil capa de lo previsible y aceptado por el marchamo social que atrapa a las personas en un supuesto papel, impuesto por los demás y por la Costumbre, bajo el cual late todo un universo muy otro, inquietante, irracional, sincopado de encuentros furtivos y medias verdades.
Tras la “confesión” de esta nerviosa y vehemente mujer, y con el telón (súbito oscuro) que cierra la obra, uno sale de esta pequeña joya del microteatro sin saber muy bien lo que allí ha pasado, lo que se nos ha querido contar, dudando si miente el hermano, la mujer, la testigo… o todos. Y sospechando que la vida es ese río subterráneo que circula, a su sabor, bajo el hielo de la costumbre, de las formas, de los mecanismos aceptados y más o menos apelmazados y almidonados que se imponen desde fuera hasta que algo, un azar, una sospecha, los quiebra, desvela y envilece.
Ya digo, una pequeña joya, la punta de un iceberg de algo que simplemente se nos insinúa en su tragicómica osadía, muy bien escrita y, además, sostenida por el cuerpo, y el alma, de una gran interpretación.
No se la pierdan. Buena ocasión para empezar a disfrutar de este nuevo mundo tan interesante del microteatro sobre el que seguiremos dando cuenta en otras ocasiones.
El “otro” ha aparecido muerto y eso es lo que, supuestamente, ha llevado a esta mujer a hacer su confesión.
Infidelidad, mentiras, secretos inconfesables, todo lo que hay más allá de la frágil capa de lo previsible y aceptado por el marchamo social que atrapa a las personas en un supuesto papel, impuesto por los demás y por la Costumbre, bajo el cual late todo un universo muy otro, inquietante, irracional, sincopado de encuentros furtivos y medias verdades.
Tras la “confesión” de esta nerviosa y vehemente mujer, y con el telón (súbito oscuro) que cierra la obra, uno sale de esta pequeña joya del microteatro sin saber muy bien lo que allí ha pasado, lo que se nos ha querido contar, dudando si miente el hermano, la mujer, la testigo… o todos. Y sospechando que la vida es ese río subterráneo que circula, a su sabor, bajo el hielo de la costumbre, de las formas, de los mecanismos aceptados y más o menos apelmazados y almidonados que se imponen desde fuera hasta que algo, un azar, una sospecha, los quiebra, desvela y envilece.
Ya digo, una pequeña joya, la punta de un iceberg de algo que simplemente se nos insinúa en su tragicómica osadía, muy bien escrita y, además, sostenida por el cuerpo, y el alma, de una gran interpretación.
No se la pierdan. Buena ocasión para empezar a disfrutar de este nuevo mundo tan interesante del microteatro sobre el que seguiremos dando cuenta en otras ocasiones.
Referencia:
La confesión. Microteatro (calle Loreto y Chicote, 9, Madrid).
Texto: Jesús Ortega.
Dirección: Rafa Simón.
Interpretación: Ana Ibáñez.
Del 5 al 30 de septiembre de 2018.
La confesión. Microteatro (calle Loreto y Chicote, 9, Madrid).
Texto: Jesús Ortega.
Dirección: Rafa Simón.
Interpretación: Ana Ibáñez.
Del 5 al 30 de septiembre de 2018.