En el canon literario que mantienen vivo listas de ventas, editoriales, suplementos culturales y algunas revistas y lectores, hay pocos narradores españoles. De los pocos que hay, podríamos decir sin miedo al ridículo como decíamos los niños de mi época “ese lo tengo repe”.
Es cierto que hay autores tan buenos que merecen publicar todo lo que escriben y encima ser leídos. No seré yo quien arriesgue que esos están o no con razón en el canon antedicho. Marías, Vila-Matas o Pérez Reverte merecen su fama, pero el mundo no se acaba en mi pueblo.
Hay otros autores que merecerían estar ahí y sea porque no los miman los suplementos o sus propias editoriales o porque los lectores prefieran a Dan Brown y no calentarse la cabeza, apenas alcanzan unos lectores fieles y unas ventas mínimas para callar a sus editores.
Me da que es el caso de Gonzalo Hidalgo Bayal en quien también influye su negativa, parece ser, a prodigarse en unos y otros actos de autopromoción personales o comunes. Y sin embargo, la calidad de su prosa y la de sus narraciones es tan grande como la del que más. Y ya lo dije en mi reseña de La paradoja del interventor, anterior novela del mismo don Gonzalo (y aseguro que lo de don no lo prodigo yo así como así).
La sed de sal es novela con atisbos kafkianos (no como La paradoja… que era kafkiana del todo aunque yendo un paso más allá del autor checo, que ya es decir), con claras referencias a la España profunda y a la película de Orson Welles, Sed de mal.
Hay una acusación a un muchacho, quién sabe si por asesinato o simple desaparición, un joven que se pasea por la región agrícola y montaraz, acusación de la que es inocente pero en determinado momento él mismo duda, como Joseph K acepta su acusación sin saber siquiera de qué se le acusa.
La situación geográfica es la de una región semiactual imaginaria, Murania, aunque se ignora la ubicación temporal que se supone contemporánea y posterior a la transición aunque no demasiado, región en la que los vecinos ya han juzgado y considerado culpable al mozo sin siquiera saber si la chica ha desaparecido, ha sido agredida o simplemente se ha ido de la zona, y lo han juzgado ya por la simple razón de ser forastero, que una sospecha se convierte si conviene en una certeza por la vía rápida porque en este país el vox populi es verdaderamente vox dei.
Y por último tenemos un policía, a quien el autor nombra Noé León, que es grueso, de apariencia campechana como el Quinian de la película, también con sus métodos heterodoxos, y de quien ni siquiera se sabe con certeza si es policía, comandante de puesto o simple jefe de los municipales. Obsérvese que el nombre en sí es un palíndromo si nos olvidamos de los acentos y que el propio título de la novela también lo es.
Es cierto que hay autores tan buenos que merecen publicar todo lo que escriben y encima ser leídos. No seré yo quien arriesgue que esos están o no con razón en el canon antedicho. Marías, Vila-Matas o Pérez Reverte merecen su fama, pero el mundo no se acaba en mi pueblo.
Hay otros autores que merecerían estar ahí y sea porque no los miman los suplementos o sus propias editoriales o porque los lectores prefieran a Dan Brown y no calentarse la cabeza, apenas alcanzan unos lectores fieles y unas ventas mínimas para callar a sus editores.
Me da que es el caso de Gonzalo Hidalgo Bayal en quien también influye su negativa, parece ser, a prodigarse en unos y otros actos de autopromoción personales o comunes. Y sin embargo, la calidad de su prosa y la de sus narraciones es tan grande como la del que más. Y ya lo dije en mi reseña de La paradoja del interventor, anterior novela del mismo don Gonzalo (y aseguro que lo de don no lo prodigo yo así como así).
La sed de sal es novela con atisbos kafkianos (no como La paradoja… que era kafkiana del todo aunque yendo un paso más allá del autor checo, que ya es decir), con claras referencias a la España profunda y a la película de Orson Welles, Sed de mal.
Hay una acusación a un muchacho, quién sabe si por asesinato o simple desaparición, un joven que se pasea por la región agrícola y montaraz, acusación de la que es inocente pero en determinado momento él mismo duda, como Joseph K acepta su acusación sin saber siquiera de qué se le acusa.
La situación geográfica es la de una región semiactual imaginaria, Murania, aunque se ignora la ubicación temporal que se supone contemporánea y posterior a la transición aunque no demasiado, región en la que los vecinos ya han juzgado y considerado culpable al mozo sin siquiera saber si la chica ha desaparecido, ha sido agredida o simplemente se ha ido de la zona, y lo han juzgado ya por la simple razón de ser forastero, que una sospecha se convierte si conviene en una certeza por la vía rápida porque en este país el vox populi es verdaderamente vox dei.
Y por último tenemos un policía, a quien el autor nombra Noé León, que es grueso, de apariencia campechana como el Quinian de la película, también con sus métodos heterodoxos, y de quien ni siquiera se sabe con certeza si es policía, comandante de puesto o simple jefe de los municipales. Obsérvese que el nombre en sí es un palíndromo si nos olvidamos de los acentos y que el propio título de la novela también lo es.
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Debería ser un superventas
Estos juegos le agradan a nuestro autor, pero lo que debemos buscar es qué agrada al lector y, no sé a futuros lectores o si a ustedes que leen esta reseña lograré animarles a que lean este texto y qué les agradará, pero sí puedo decirles lo que me agradó a mí: ¡por Apolo y por Dionisos, qué bien escribe este hombre!, ¡cómo embelesa con una prosa impecable, rica, sugestiva, bella y erótica como esas personas que sin necesidad de acicalarse en exceso seducen nada más se las ve!, ¡cómo consigue interesar en una trama que, curiosamente, es lo de menos, como en la buena literatura!, ¡qué habilidad en utilizar las referencias culturales basadas tanto en la historia universal de la literatura, como en el cine o en la música popular, y cómo esas citas ni son abusivas ni agobian al lector que, acaso, las ignore, sino que puede aceptarlas como algo que enriquece la narración!, ¡qué reflexiones en absoluto abrumadoras que hacen de la lectura una excusa de meditación, y no sólo un entretenimiento banal!
Hay una coplilla que se repite a lo largo de todo el texto, y que dice: “Que te vaya bonito,/ que te vaya muy bien,/ y si ves a Benito/ que le den, que le den”. Creo que es tan representativa de nuestra mentalidad, acaso aún bastante pueblerina a pesar de nuestras recién adquiridas modernidad, europeidad y riqueza (ahora ya no tanto de esta última), que da grima con sólo pensar en ella.
Cuántas veces el bípedo hispano hace cualquier tontería (dejar las heces del perro en el suelo de la calle, andar con las ventanillas del coche abiertas y la radio a todo volumen, gritar como energúmeno a las tres de la madrugada) y ante la mirada aviesa o la franca protesta ajena, piensa o dice “¡que te den!”.
Y no olvidemos un sentido del humor, un sarcasmo, que siempre debe acompañar a historias en las que el tema duele demasiado a autor y lectores.
No voy a extenderme más porque esta novela no merece referencias si no son las de la necesidad de leerla. Cualquier comentario sobre ella se queda corto, cualquier comentario sobre la trayectoria del autor, Gonzalo Hidalgo Bayal, no será sino aproximación lejana a su grandeza.
¿Saben ustedes esas películas que son éxito de crítica y no de público, o viceversa, o esas otras que pasan sin pena ni gloria y veinte años más tarde alguien se acuerda porque resulta que en su momento dijeron algo que no cuajaba y sin embargo cuajó al cabo de ese tiempo? La sed de sal merecería estar entre los superventas, pero me parece que a don Gonzalo esas cosas le dan igual.
Estos juegos le agradan a nuestro autor, pero lo que debemos buscar es qué agrada al lector y, no sé a futuros lectores o si a ustedes que leen esta reseña lograré animarles a que lean este texto y qué les agradará, pero sí puedo decirles lo que me agradó a mí: ¡por Apolo y por Dionisos, qué bien escribe este hombre!, ¡cómo embelesa con una prosa impecable, rica, sugestiva, bella y erótica como esas personas que sin necesidad de acicalarse en exceso seducen nada más se las ve!, ¡cómo consigue interesar en una trama que, curiosamente, es lo de menos, como en la buena literatura!, ¡qué habilidad en utilizar las referencias culturales basadas tanto en la historia universal de la literatura, como en el cine o en la música popular, y cómo esas citas ni son abusivas ni agobian al lector que, acaso, las ignore, sino que puede aceptarlas como algo que enriquece la narración!, ¡qué reflexiones en absoluto abrumadoras que hacen de la lectura una excusa de meditación, y no sólo un entretenimiento banal!
Hay una coplilla que se repite a lo largo de todo el texto, y que dice: “Que te vaya bonito,/ que te vaya muy bien,/ y si ves a Benito/ que le den, que le den”. Creo que es tan representativa de nuestra mentalidad, acaso aún bastante pueblerina a pesar de nuestras recién adquiridas modernidad, europeidad y riqueza (ahora ya no tanto de esta última), que da grima con sólo pensar en ella.
Cuántas veces el bípedo hispano hace cualquier tontería (dejar las heces del perro en el suelo de la calle, andar con las ventanillas del coche abiertas y la radio a todo volumen, gritar como energúmeno a las tres de la madrugada) y ante la mirada aviesa o la franca protesta ajena, piensa o dice “¡que te den!”.
Y no olvidemos un sentido del humor, un sarcasmo, que siempre debe acompañar a historias en las que el tema duele demasiado a autor y lectores.
No voy a extenderme más porque esta novela no merece referencias si no son las de la necesidad de leerla. Cualquier comentario sobre ella se queda corto, cualquier comentario sobre la trayectoria del autor, Gonzalo Hidalgo Bayal, no será sino aproximación lejana a su grandeza.
¿Saben ustedes esas películas que son éxito de crítica y no de público, o viceversa, o esas otras que pasan sin pena ni gloria y veinte años más tarde alguien se acuerda porque resulta que en su momento dijeron algo que no cuajaba y sin embargo cuajó al cabo de ese tiempo? La sed de sal merecería estar entre los superventas, pero me parece que a don Gonzalo esas cosas le dan igual.