Momento de la representación, a cargo del Teatro de la Abadía. Fuente: Teatro Alhambra de Granada.
“Domestícame”, dijo el Zorro al Principito “si me domesticas, mi vida resultará como iluminada. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los demás. Los otros pasos me hacen volver bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera, como una música”.
Para Saint-Exupéry, domesticar significa crear lazos. El director de teatro italo-alemán Roberto Ciulli traduce en su versión usando la palabra amansar. Los dos términos –a pesar de sus acepciones peyorativas- sirven para describir la amistad. Pues la amistad nos brinda la oportunidad de abandonar nuestro instinto salvaje y vincularnos a los demás dejando atrás los intereses primarios.
“Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; descubriré el precio de la felicidad !”
Es cierto; los afectos contienen emociones que nos hacen vibrar incluso en la ausencia. La amistad es un tesoro que no se extingue con la muerte del amigo. Hay seres a los que seguimos amando aunque se hayan ido para siempre. Que me lo pregunten a mí.
La magia del teatro posee ese don de hacernos volver a la infancia –ay de aquel que pierde al niño que lleva dentro- y observar la estupidez con que los mayores rigen sus destinos.
Para Saint-Exupéry, domesticar significa crear lazos. El director de teatro italo-alemán Roberto Ciulli traduce en su versión usando la palabra amansar. Los dos términos –a pesar de sus acepciones peyorativas- sirven para describir la amistad. Pues la amistad nos brinda la oportunidad de abandonar nuestro instinto salvaje y vincularnos a los demás dejando atrás los intereses primarios.
“Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; descubriré el precio de la felicidad !”
Es cierto; los afectos contienen emociones que nos hacen vibrar incluso en la ausencia. La amistad es un tesoro que no se extingue con la muerte del amigo. Hay seres a los que seguimos amando aunque se hayan ido para siempre. Que me lo pregunten a mí.
La magia del teatro posee ese don de hacernos volver a la infancia –ay de aquel que pierde al niño que lleva dentro- y observar la estupidez con que los mayores rigen sus destinos.
Artículos relacionados
-
Deseo, pasión y muerte en el universo de Lorca: ‘El público’
-
Porque la vida no basta: Angel Olgoso publica “Breviario Negro”
-
Rafael Álvarez y el misterio de la Santísima Trinidad: un juglar, un genio y un bufón
-
“Russia” o la prefiguración del pánico
-
“Juicio a una zorra” o el riesgo de la interpretación del mito
¿Para qué quiere uno ser dueño de todas las estrellas si no puede alcanzarlas? ¿Por qué todo este ansia por tener más, si sabemos que ese mismo deseo –insaciable por definición- no nos permite ser felices?
En realidad necesitamos muy poco para estar a gusto. Tal vez una planta a la que regar, una flor que nos inunde los sentidos, siempre y cuando seamos capaces de sentarnos junto a su diminuta majestuosidad y la gocemos intensamente.
Pero desgraciadamente los mayores no sabemos distinguir entre un sombrero, y una serpiente que se ha tragado un elefante. No sabemos apreciar nuestras pequeñas alegrías y por eso las vamos devaluando con el tiempo. Madurar consiste en adquirir experiencias, pero también en acomodarse al conformismo.
Tal vez deberíamos escuchar lo que piensan los niños de todo esto. Tal vez deberíamos dejar de atiborrarlos de estupefacientes juguetes, concebidos para convertirlos en buenos clientes, y admirar las capacidades de su imaginación. Al fin y al cabo, la imaginación es el único arma de que disponemos para eludir la consciencia de la muerte.
Así pues, como bien dijo el zorro: “sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.” Por eso, deberíamos ser capaces de cerrar los ojos para observar las cosas con la mirada limpia de un niño.
En realidad necesitamos muy poco para estar a gusto. Tal vez una planta a la que regar, una flor que nos inunde los sentidos, siempre y cuando seamos capaces de sentarnos junto a su diminuta majestuosidad y la gocemos intensamente.
Pero desgraciadamente los mayores no sabemos distinguir entre un sombrero, y una serpiente que se ha tragado un elefante. No sabemos apreciar nuestras pequeñas alegrías y por eso las vamos devaluando con el tiempo. Madurar consiste en adquirir experiencias, pero también en acomodarse al conformismo.
Tal vez deberíamos escuchar lo que piensan los niños de todo esto. Tal vez deberíamos dejar de atiborrarlos de estupefacientes juguetes, concebidos para convertirlos en buenos clientes, y admirar las capacidades de su imaginación. Al fin y al cabo, la imaginación es el único arma de que disponemos para eludir la consciencia de la muerte.
Así pues, como bien dijo el zorro: “sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.” Por eso, deberíamos ser capaces de cerrar los ojos para observar las cosas con la mirada limpia de un niño.
Referencia:
Compañía: Teatro de la Abadía.
Dirección: Roberto Ciulli.
Lugar y fechas de representación: Días 2 y 3 de febrero en el Teatro Alhambra de Granada.
Próximas representaciones
Compañía: Teatro de la Abadía.
Dirección: Roberto Ciulli.
Lugar y fechas de representación: Días 2 y 3 de febrero en el Teatro Alhambra de Granada.
Próximas representaciones