¿Qué entendemos por novedad literaria? Normalmente entendemos por tal el libro recién salido al mercado. Y sin embargo, lo cierto es que novedad, para cada uno de nosotros, es aquel libro que leemos por primera vez. Para un joven que conserve algo que desgraciadamente está pasado de moda, la curiosidad, El Quijote será una primicia.
La editorial La otra orilla publicó en 2010 Una saga moscovita, del autor ruso Vasili Pávlovich Aksiónov (1932-2009). A mis manos cayó por casualidad en junio de 2014 y emprendí su lectura.
Había oído hablar de él, pero un amigo muy apreciado, y gran amante de la literatura, iniciador para mí en esas artes de la lectura gozadora, me lo recomendó y tuvo la amabilidad de prestármelo. Las más de 1.000 páginas del libro pueden tirar para atrás al más pintado, pero el préstamo y la sugerencia de mi amigo me animaron a emprender la hazaña.
Me captó desde el primer capítulo (la lectura está facilitada por la división en capítulos o parágrafos relativamente cortos). La ironía -como si se aplicase aquella vieja frase de Woody Allen: “tragedia más tiempo, igual a comedia”, convierte aquí los dramas terribles que produjo el siglo XX- y hace humanos a unos personajes que en demasiadas ocasiones tienen mucho de inhumano.
Desde luego, no me refiero a los protagonistas, a esa saga de la que habla el título, los Grádov, sino a los personajes históricos que los rodean, esencialmente Stalin, su hijo Vasili; y Lavrenti Pávlovich Beria, quien junto a Himmler o Heidrich y Pol Pot, fue quizá uno de los más grandes asesinos de la historia.
Todos los trucos de la literatura del XX
Por lo que aquí digo podría entenderse que Una saga moscovita es una novela histórica. En absoluto. Es una novela donde la historia tiene un papel primordial, sí, pero no responde a los parámetros de la novela histórica, porque es demasiado “literaria” para lo que hoy se publica como tal.
Al decir que es demasiado literaria me refiero a que utiliza los trucos de la literatura del siglo XX, desde el lenguaje polifónico bajtiniano, los cambios del punto de vista, la fantasía al estilo postmoderno norteamericano, así como esas casualidades sobre las que reflexionó John Barth y que tanto aplicó Pasternak en su Doctor Zhivago, y la metaliteratura, es decir la intervención directa del autor en reflexiones, esencialmente comparando esta obra con Guerra y Paz, de León Tolstoi, y el reconocimiento de lo que escribe, y el lector lee, como novela, como ficción.
Verán ustedes, para el gusto de este reseñista, y el gusto propio es definitorio de estas disquisiciones que aquí me permito publicar, todos esos ingredientes literarios no son moco de pavo. No se puede ya escribir como lo hicieron los decimonónicos, de la misma manera que si pintamos como lo hicieron los académicos franceses de principios del XIX, nos estamos comportando como artesanos, no como artistas, con todos mis respetos por los artesanos.
La influencia literaria de todo el siglo XX, si superamos el sarpullido del experimentalismo, es demasiado importante para olvidarla. Eso sí, si la olvidamos es muy probable que nuestros escritos estén en los estantes librescos de los grandes almacenes, pero no habremos aportado nada a la Literatura con mayúscula.
La editorial La otra orilla publicó en 2010 Una saga moscovita, del autor ruso Vasili Pávlovich Aksiónov (1932-2009). A mis manos cayó por casualidad en junio de 2014 y emprendí su lectura.
Había oído hablar de él, pero un amigo muy apreciado, y gran amante de la literatura, iniciador para mí en esas artes de la lectura gozadora, me lo recomendó y tuvo la amabilidad de prestármelo. Las más de 1.000 páginas del libro pueden tirar para atrás al más pintado, pero el préstamo y la sugerencia de mi amigo me animaron a emprender la hazaña.
Me captó desde el primer capítulo (la lectura está facilitada por la división en capítulos o parágrafos relativamente cortos). La ironía -como si se aplicase aquella vieja frase de Woody Allen: “tragedia más tiempo, igual a comedia”, convierte aquí los dramas terribles que produjo el siglo XX- y hace humanos a unos personajes que en demasiadas ocasiones tienen mucho de inhumano.
Desde luego, no me refiero a los protagonistas, a esa saga de la que habla el título, los Grádov, sino a los personajes históricos que los rodean, esencialmente Stalin, su hijo Vasili; y Lavrenti Pávlovich Beria, quien junto a Himmler o Heidrich y Pol Pot, fue quizá uno de los más grandes asesinos de la historia.
Todos los trucos de la literatura del XX
Por lo que aquí digo podría entenderse que Una saga moscovita es una novela histórica. En absoluto. Es una novela donde la historia tiene un papel primordial, sí, pero no responde a los parámetros de la novela histórica, porque es demasiado “literaria” para lo que hoy se publica como tal.
Al decir que es demasiado literaria me refiero a que utiliza los trucos de la literatura del siglo XX, desde el lenguaje polifónico bajtiniano, los cambios del punto de vista, la fantasía al estilo postmoderno norteamericano, así como esas casualidades sobre las que reflexionó John Barth y que tanto aplicó Pasternak en su Doctor Zhivago, y la metaliteratura, es decir la intervención directa del autor en reflexiones, esencialmente comparando esta obra con Guerra y Paz, de León Tolstoi, y el reconocimiento de lo que escribe, y el lector lee, como novela, como ficción.
Verán ustedes, para el gusto de este reseñista, y el gusto propio es definitorio de estas disquisiciones que aquí me permito publicar, todos esos ingredientes literarios no son moco de pavo. No se puede ya escribir como lo hicieron los decimonónicos, de la misma manera que si pintamos como lo hicieron los académicos franceses de principios del XIX, nos estamos comportando como artesanos, no como artistas, con todos mis respetos por los artesanos.
La influencia literaria de todo el siglo XX, si superamos el sarpullido del experimentalismo, es demasiado importante para olvidarla. Eso sí, si la olvidamos es muy probable que nuestros escritos estén en los estantes librescos de los grandes almacenes, pero no habremos aportado nada a la Literatura con mayúscula.
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El primer capítulo
Sigamos con Una saga moscovita. He hablado de que ya el primer capítulo me atrapó. Desde luego, no voy a contarles la novela, pero sí voy a resumir ese capitulillo porque expresa a la perfección lo que luego es todo el texto.
En 1925, viajan en un taxi por Moscú dos intelectuales, uno, un periodista norteamericano que escribe reportajes sobre la novísima Revolución Soviética; el otro, un historiador ruso de clara ascendencia zarista y residente en el extranjero, que va de visita a su patria.
Conversan sobre la realidad que están presenciando, y al fin del trayecto, el americano le pregunta al ruso por los servicios secretos y de seguridad del Estado. El historiador, con una sonrisa, le dice que eso ya es pura filfa, que si fueran tan severos y omnipresentes como al principio, él mismo no podría pasearse libremente por Moscú.
Se bajan del taxi y al chófer se le acerca un mecánico que le interroga sobre la conversación mantenida por los tipos a quienes conducía. Evidentemente, el mecánico no es más que un agente disfrazado de los servicios secretos de los que se hablaba, y el taxista, que también pertenece a la policía secreta, le contesta algo parecido a “¡a ti te lo voy a contar!”, reservándose la confidencia para su propio informe. Ese es el tono irónico de toda la novela. Maravilloso.
Con este resumen también he querido mostrar cómo el autor hace altísima literatura contando historias, utilizando un argumento bien trabado y apasionante, usando de paso un lenguaje eficaz, polifónico y riquísimo. Porque el título es explicativo del tema de la novela: la historia de la saga familiar de los Grádov, desde el abuelo, médico laureado por el régimen soviético y en un par de ocasiones médico personal del propio Stalin, pasando por el nieto, participante en la Segunda Guerra Mundial como miembro de Operaciones Especiales, campeón de motocross de la URSS y también estudiante de medicina, seguidor por tanto de la saga clínica de la familia; hasta la bisnieta, víctima final de una circunstancia muy desagradable, aunque nada comparable con las circunstancias desagradables de otros miembros de la saga.
Tiempos duros donde las ideas sociales tenían mucho más valor que cualquier vida humana y donde, precisamente, se despreciaba el humanismo. En resumen, y para dar fechas, esa familia como justificante para la descripción de la historia desde 1925 hasta 1953, año de la muerte de Stalin.
Reflejo de la humanidad
Desde luego, y con ese tema, algo que sí muestra el libro, si bien nunca con el afán pedagógico que tuvieron obras artísticas como las del realismo socialista, es que las personas nos movemos por impulsos muy semejantes: tener suficiente comida, cobijo, bebida y bienestar, consideración de los demás y afecto, incluso sexo, continuidad de nuestros genes y quizá, quizá, deseos de poder.
Sólo para esto último las ideas o ideologías resultan convenientes, y únicamente como excusa, porque si todo lo anterior es imprescindible para la supervivencia, las ideologías no son sino búsqueda de interpretaciones de un mundo que quizá ni siquiera las tenga, y que sobre todo, funcionarán como acompañantes de la vida humana siempre y cuando uno no se las tome demasiado en serio y permanezca siempre abierto a otras maneras de pensar o de analizar el mundo.
Y se me olvidaba algo que mueve a los seres humanos, a unos más que otros, y es la decencia y la honestidad, virtudes encarnadas, a pesar de todos sus fallos, en el abuelo Borís Grádov, el médico.
Las intervenciones de personajes que fueron reales, tanto en la política como en la milicia o las artes (ya he dicho que aparecen Stalin o Beria, Voroschilov o Frünze, Pasternak, Mandelstam o Rostropovich) retratan individuos, no santones de yeso.
En el caso de Beria, si es cierto lo que se cuenta, si lo reflejado por Aksiónov (sus aficiones eróticas) es una de esas leyendas urbanas que todo el mundo repite por lo bajini y no se pueden demostrar por el riesgo que corre quien tal intente, lo que no les quita ni un ápice de verdad, el famoso responsable de seguridad debería haber sido, no colgado del cuello, como ocurrió según algunas fuentes, sino colgado y puesto a secar.
He hablado de técnicas literarias porque quizá éstas son el más grande mérito de esta novela que, junto a Vida y destino de Vasili Grossman, nos explican con un detalle a veces muy duro cómo fueron aquellos años y aquellas gentes. Al final, en la tercera parte, acabada de escribir en 1992, se utiliza algo para cuyo uso hay que tener una habilidad y una valentía envidiable: el culebrón o folletín, o si quieren que sea menos duro, la novela gótica.
Pero ese recurso sirve para reflejar con mayor fidelidad aún un tiempo, ese uso malintencionado de las ideas como excusa para el ejercicio del poder, la necesidad humana de tener bajo la bota al otro y apretar sin mayor motivo que “porque puedo”.
Si a esos recursos le añadimos, en los fragmentos descriptivos del paisaje ruso, un lirismo maravilloso, heredero de los poetas rusos más afamados, a los que cita y usa, como Lermontov, Pushkin, Jlébnikov, Maiakovski, Ajmátova, Tsvietáieva o los ya citados Mandelstam o Pasternak, tenemos la definición literaria de una de las grandes novelas de principios del siglo XXI, porque creo francamente que ya se puede inscribir en este siglo por mostrar la superación de las grandes lacras del anterior.
Una lectura imprescindible
Una lectura, no ya recomendable sino imprescindible, lo que por supuesto no nos vacunará contra la estupidez y barbarie de unos tiempos donde la vida humana no valía un ardite, de la misma manera que los conocimientos que tuvieron aquellos a quienes retrata este autor de la existencia de la Inquisición no sirvieron para evitar el asesinato de miles de personas por el mero hecho de pensar diferente o ser diferentes, o muchas veces por el peligro de hacer sombra al poderoso, como ya le ocurrió a Fray Luis de León.
Se la compara con Guerra y paz, como ya he dicho, y el mismo Aksiónov hace una reflexión metaliteraria sobre esa predecesora artística. No tienen nada que ver, aunque sean, como dicen algunos, primas hermanas o bisabuela y bisnieta. Yo sé que he disfrutado como un energúmeno leyéndola, y por eso la recomiendo.
Sigamos con Una saga moscovita. He hablado de que ya el primer capítulo me atrapó. Desde luego, no voy a contarles la novela, pero sí voy a resumir ese capitulillo porque expresa a la perfección lo que luego es todo el texto.
En 1925, viajan en un taxi por Moscú dos intelectuales, uno, un periodista norteamericano que escribe reportajes sobre la novísima Revolución Soviética; el otro, un historiador ruso de clara ascendencia zarista y residente en el extranjero, que va de visita a su patria.
Conversan sobre la realidad que están presenciando, y al fin del trayecto, el americano le pregunta al ruso por los servicios secretos y de seguridad del Estado. El historiador, con una sonrisa, le dice que eso ya es pura filfa, que si fueran tan severos y omnipresentes como al principio, él mismo no podría pasearse libremente por Moscú.
Se bajan del taxi y al chófer se le acerca un mecánico que le interroga sobre la conversación mantenida por los tipos a quienes conducía. Evidentemente, el mecánico no es más que un agente disfrazado de los servicios secretos de los que se hablaba, y el taxista, que también pertenece a la policía secreta, le contesta algo parecido a “¡a ti te lo voy a contar!”, reservándose la confidencia para su propio informe. Ese es el tono irónico de toda la novela. Maravilloso.
Con este resumen también he querido mostrar cómo el autor hace altísima literatura contando historias, utilizando un argumento bien trabado y apasionante, usando de paso un lenguaje eficaz, polifónico y riquísimo. Porque el título es explicativo del tema de la novela: la historia de la saga familiar de los Grádov, desde el abuelo, médico laureado por el régimen soviético y en un par de ocasiones médico personal del propio Stalin, pasando por el nieto, participante en la Segunda Guerra Mundial como miembro de Operaciones Especiales, campeón de motocross de la URSS y también estudiante de medicina, seguidor por tanto de la saga clínica de la familia; hasta la bisnieta, víctima final de una circunstancia muy desagradable, aunque nada comparable con las circunstancias desagradables de otros miembros de la saga.
Tiempos duros donde las ideas sociales tenían mucho más valor que cualquier vida humana y donde, precisamente, se despreciaba el humanismo. En resumen, y para dar fechas, esa familia como justificante para la descripción de la historia desde 1925 hasta 1953, año de la muerte de Stalin.
Reflejo de la humanidad
Desde luego, y con ese tema, algo que sí muestra el libro, si bien nunca con el afán pedagógico que tuvieron obras artísticas como las del realismo socialista, es que las personas nos movemos por impulsos muy semejantes: tener suficiente comida, cobijo, bebida y bienestar, consideración de los demás y afecto, incluso sexo, continuidad de nuestros genes y quizá, quizá, deseos de poder.
Sólo para esto último las ideas o ideologías resultan convenientes, y únicamente como excusa, porque si todo lo anterior es imprescindible para la supervivencia, las ideologías no son sino búsqueda de interpretaciones de un mundo que quizá ni siquiera las tenga, y que sobre todo, funcionarán como acompañantes de la vida humana siempre y cuando uno no se las tome demasiado en serio y permanezca siempre abierto a otras maneras de pensar o de analizar el mundo.
Y se me olvidaba algo que mueve a los seres humanos, a unos más que otros, y es la decencia y la honestidad, virtudes encarnadas, a pesar de todos sus fallos, en el abuelo Borís Grádov, el médico.
Las intervenciones de personajes que fueron reales, tanto en la política como en la milicia o las artes (ya he dicho que aparecen Stalin o Beria, Voroschilov o Frünze, Pasternak, Mandelstam o Rostropovich) retratan individuos, no santones de yeso.
En el caso de Beria, si es cierto lo que se cuenta, si lo reflejado por Aksiónov (sus aficiones eróticas) es una de esas leyendas urbanas que todo el mundo repite por lo bajini y no se pueden demostrar por el riesgo que corre quien tal intente, lo que no les quita ni un ápice de verdad, el famoso responsable de seguridad debería haber sido, no colgado del cuello, como ocurrió según algunas fuentes, sino colgado y puesto a secar.
He hablado de técnicas literarias porque quizá éstas son el más grande mérito de esta novela que, junto a Vida y destino de Vasili Grossman, nos explican con un detalle a veces muy duro cómo fueron aquellos años y aquellas gentes. Al final, en la tercera parte, acabada de escribir en 1992, se utiliza algo para cuyo uso hay que tener una habilidad y una valentía envidiable: el culebrón o folletín, o si quieren que sea menos duro, la novela gótica.
Pero ese recurso sirve para reflejar con mayor fidelidad aún un tiempo, ese uso malintencionado de las ideas como excusa para el ejercicio del poder, la necesidad humana de tener bajo la bota al otro y apretar sin mayor motivo que “porque puedo”.
Si a esos recursos le añadimos, en los fragmentos descriptivos del paisaje ruso, un lirismo maravilloso, heredero de los poetas rusos más afamados, a los que cita y usa, como Lermontov, Pushkin, Jlébnikov, Maiakovski, Ajmátova, Tsvietáieva o los ya citados Mandelstam o Pasternak, tenemos la definición literaria de una de las grandes novelas de principios del siglo XXI, porque creo francamente que ya se puede inscribir en este siglo por mostrar la superación de las grandes lacras del anterior.
Una lectura imprescindible
Una lectura, no ya recomendable sino imprescindible, lo que por supuesto no nos vacunará contra la estupidez y barbarie de unos tiempos donde la vida humana no valía un ardite, de la misma manera que los conocimientos que tuvieron aquellos a quienes retrata este autor de la existencia de la Inquisición no sirvieron para evitar el asesinato de miles de personas por el mero hecho de pensar diferente o ser diferentes, o muchas veces por el peligro de hacer sombra al poderoso, como ya le ocurrió a Fray Luis de León.
Se la compara con Guerra y paz, como ya he dicho, y el mismo Aksiónov hace una reflexión metaliteraria sobre esa predecesora artística. No tienen nada que ver, aunque sean, como dicen algunos, primas hermanas o bisabuela y bisnieta. Yo sé que he disfrutado como un energúmeno leyéndola, y por eso la recomiendo.