Los niveles de los gases de efecto invernadero que atrapan el calor en la atmósfera han alcanzado un nuevo récord sin precedentes, según informa la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
Esta tendencia continua a largo plazo significa que las generaciones futuras tendrán que hacer frente a unos efectos cada vez más graves del cambio climático, como el aumento de las temperaturas, unos fenómenos meteorológicos más extremos, un mayor estrés hídrico, la subida del nivel del mar y la alteración de los ecosistemas marinos y terrestres.
El CO2 permanece en la atmósfera durante siglos y aún más tiempo en los océanos, donde una cuarta parte de las emisiones totales son absorbidas y otra cuarta parte por la biosfera.
El último Boletín de la OMM sobre los Gases de Efecto Invernadero señala que la concentración media mundial de dióxido de carbono (CO2) alcanzó las 407,8 partes por millón (ppm) en 2018, tras haber sido de 405,5 ppm en 2017.
El incremento de CO2 que se produjo de 2017 a 2018 fue muy similar al observado de 2016 a 2017 y se situó justo por encima de la media del último decenio. Los niveles mundiales de CO2 sobrepasaron el simbólico e importante umbral de 400 partes por millón en 2015.
Esta concentración alcanzó un nuevo valor máximo en 2018, a saber, de 407,8 ppm o, lo que es lo mismo, el 147 % del nivel preindustrial en 1750.
En mayo pasado, el Observatorio de Mauna Loa en Hawai ya alertó de esta evolución en un dato puntual: en esa fecha, la concentración de CO2 en la atmósfera llegó a las 415,26 ppm, mucho más que en cualquier otro punto de los últimos 800.000 años, desde antes de la evolución del homo sapiens, tal como informamos en otro artículo.
Metano y óxido nitroso
La OMM revela también que las concentraciones de metano y óxido nitroso se dispararon y ascendieron en mayores cantidades que durante los últimos diez años, según las observaciones de la red de la Vigilancia de la Atmósfera Global, que cuenta con estaciones en las regiones remotas del Ártico, en zonas montañosas y en islas tropicales.
El metano (CH4) atmosférico alcanzó en 2018 un nuevo valor máximo, a saber, 1 869 partes por mil millones (ppb), por lo que se sitúa en el 259 % del nivel de la era preindustrial. Su incremento de 2017 a 2018 fue mayor que el observado de 2016 a 2017 y que la media del último decenio.
En 2018 la concentración atmosférica de óxido nitroso (N2O) fue de 331,1 partes por mil millones, lo que equivale al 123 % de los niveles preindustriales. Su incremento de 2017 a 2018 también fue mayor que el observado de 2016 a 2017 y que la media del último decenio.
Desde 1990 ha habido un incremento del 43 % del forzamiento radiativo total —que tiene un efecto de calentamiento del clima— provocado por los gases de efecto invernadero de larga duración, revela la OMM.
Según las cifras proporcionadas por la Administración Nacional del Océano y de la Atmósfera (NOAA) de los Estados Unidos de América que se citan en el Boletín de la OMM, el CO2 contribuyó en casi un 80 % a ese incremento.
“No hay indicios de que se vaya a dar una desaceleración, y mucho menos una disminución, de la concentración de los gases de efecto invernadero en la atmósfera a pesar de todos los compromisos asumidos en virtud del Acuerdo de París sobre el cambio climático”, señala el Secretario General de la OMM, Petteri Taalas.
“Tenemos que plasmar los compromisos en acción y aumentar el nivel de ambición en aras del bienestar futuro de la humanidad”, añadió.
“Cabe recordar que la última vez que se dio en la Tierra una concentración de CO2 comparable, fue hace entre 3 y 5 millones de años. En ese entonces, la temperatura era de 2 a 3°C más cálida y el nivel del mar entre 10 y 20 metros superior al actual”, recordó Taalas.
Esta tendencia continua a largo plazo significa que las generaciones futuras tendrán que hacer frente a unos efectos cada vez más graves del cambio climático, como el aumento de las temperaturas, unos fenómenos meteorológicos más extremos, un mayor estrés hídrico, la subida del nivel del mar y la alteración de los ecosistemas marinos y terrestres.
El CO2 permanece en la atmósfera durante siglos y aún más tiempo en los océanos, donde una cuarta parte de las emisiones totales son absorbidas y otra cuarta parte por la biosfera.
El último Boletín de la OMM sobre los Gases de Efecto Invernadero señala que la concentración media mundial de dióxido de carbono (CO2) alcanzó las 407,8 partes por millón (ppm) en 2018, tras haber sido de 405,5 ppm en 2017.
El incremento de CO2 que se produjo de 2017 a 2018 fue muy similar al observado de 2016 a 2017 y se situó justo por encima de la media del último decenio. Los niveles mundiales de CO2 sobrepasaron el simbólico e importante umbral de 400 partes por millón en 2015.
Esta concentración alcanzó un nuevo valor máximo en 2018, a saber, de 407,8 ppm o, lo que es lo mismo, el 147 % del nivel preindustrial en 1750.
En mayo pasado, el Observatorio de Mauna Loa en Hawai ya alertó de esta evolución en un dato puntual: en esa fecha, la concentración de CO2 en la atmósfera llegó a las 415,26 ppm, mucho más que en cualquier otro punto de los últimos 800.000 años, desde antes de la evolución del homo sapiens, tal como informamos en otro artículo.
Metano y óxido nitroso
La OMM revela también que las concentraciones de metano y óxido nitroso se dispararon y ascendieron en mayores cantidades que durante los últimos diez años, según las observaciones de la red de la Vigilancia de la Atmósfera Global, que cuenta con estaciones en las regiones remotas del Ártico, en zonas montañosas y en islas tropicales.
El metano (CH4) atmosférico alcanzó en 2018 un nuevo valor máximo, a saber, 1 869 partes por mil millones (ppb), por lo que se sitúa en el 259 % del nivel de la era preindustrial. Su incremento de 2017 a 2018 fue mayor que el observado de 2016 a 2017 y que la media del último decenio.
En 2018 la concentración atmosférica de óxido nitroso (N2O) fue de 331,1 partes por mil millones, lo que equivale al 123 % de los niveles preindustriales. Su incremento de 2017 a 2018 también fue mayor que el observado de 2016 a 2017 y que la media del último decenio.
Desde 1990 ha habido un incremento del 43 % del forzamiento radiativo total —que tiene un efecto de calentamiento del clima— provocado por los gases de efecto invernadero de larga duración, revela la OMM.
Según las cifras proporcionadas por la Administración Nacional del Océano y de la Atmósfera (NOAA) de los Estados Unidos de América que se citan en el Boletín de la OMM, el CO2 contribuyó en casi un 80 % a ese incremento.
“No hay indicios de que se vaya a dar una desaceleración, y mucho menos una disminución, de la concentración de los gases de efecto invernadero en la atmósfera a pesar de todos los compromisos asumidos en virtud del Acuerdo de París sobre el cambio climático”, señala el Secretario General de la OMM, Petteri Taalas.
“Tenemos que plasmar los compromisos en acción y aumentar el nivel de ambición en aras del bienestar futuro de la humanidad”, añadió.
“Cabe recordar que la última vez que se dio en la Tierra una concentración de CO2 comparable, fue hace entre 3 y 5 millones de años. En ese entonces, la temperatura era de 2 a 3°C más cálida y el nivel del mar entre 10 y 20 metros superior al actual”, recordó Taalas.
Proceso en expansión
Sin embargo, no se prevé que las emisiones mundiales alcancen su punto máximo de aquí a 2030, ni mucho menos en 2020, si se mantienen las políticas climáticas y los niveles de ambición actuales de las contribuciones determinadas a nivel nacional (CDN), señala la OMM.
Existen múltiples indicios de que el incremento de los niveles atmosféricos de CO2 guarda relación con la quema de combustibles fósiles. Estos combustibles se formaron hace millones de años a partir de materia vegetal y no contienen radiocarbono.
Así pues, con la quema de estos combustibles se libera a la atmósfera CO2 sin radiocarbono, lo que aumenta los niveles de CO2 y disminuye su contenido de radiocarbono. Y eso es exactamente lo que demuestran las mediciones.
El dióxido de carbono es el principal gas de efecto invernadero de larga duración en la atmósfera relacionado con las actividades humanas.
El metano es el segundo gas de efecto invernadero de larga duración más importante y contribuye en aproximadamente un 17 % al forzamiento radiativo.
Cerca del 40 % del CH4 que se emite a la atmósfera procede de fuentes naturales (por ejemplo, humedales y termitas), mientras que aproximadamente el 60 % proviene de fuentes antropógenas (por ejemplo, cría de ganado, cultivo de arroz, explotación de combustibles fósiles, vertederos y combustión de biomasa).
Las emisiones de óxido nitroso (N2O) a la atmósfera provienen de fuentes naturales (en torno al 60 %) y de fuentes antropógenas (un 40 %), como son los océanos, los suelos, la quema de biomasa, los fertilizantes y diversos procesos industriales.
Este gas también contribuye significativamente a la destrucción de la capa de ozono estratosférico, que nos protege de los rayos ultravioleta nocivos del Sol. Es el causante de un 6 % del forzamiento radiativo provocado por los gases de efecto invernadero de larga duración.
Sin embargo, no se prevé que las emisiones mundiales alcancen su punto máximo de aquí a 2030, ni mucho menos en 2020, si se mantienen las políticas climáticas y los niveles de ambición actuales de las contribuciones determinadas a nivel nacional (CDN), señala la OMM.
Existen múltiples indicios de que el incremento de los niveles atmosféricos de CO2 guarda relación con la quema de combustibles fósiles. Estos combustibles se formaron hace millones de años a partir de materia vegetal y no contienen radiocarbono.
Así pues, con la quema de estos combustibles se libera a la atmósfera CO2 sin radiocarbono, lo que aumenta los niveles de CO2 y disminuye su contenido de radiocarbono. Y eso es exactamente lo que demuestran las mediciones.
El dióxido de carbono es el principal gas de efecto invernadero de larga duración en la atmósfera relacionado con las actividades humanas.
El metano es el segundo gas de efecto invernadero de larga duración más importante y contribuye en aproximadamente un 17 % al forzamiento radiativo.
Cerca del 40 % del CH4 que se emite a la atmósfera procede de fuentes naturales (por ejemplo, humedales y termitas), mientras que aproximadamente el 60 % proviene de fuentes antropógenas (por ejemplo, cría de ganado, cultivo de arroz, explotación de combustibles fósiles, vertederos y combustión de biomasa).
Las emisiones de óxido nitroso (N2O) a la atmósfera provienen de fuentes naturales (en torno al 60 %) y de fuentes antropógenas (un 40 %), como son los océanos, los suelos, la quema de biomasa, los fertilizantes y diversos procesos industriales.
Este gas también contribuye significativamente a la destrucción de la capa de ozono estratosférico, que nos protege de los rayos ultravioleta nocivos del Sol. Es el causante de un 6 % del forzamiento radiativo provocado por los gases de efecto invernadero de larga duración.
Referencia
WMO Greenhouse Gas Bulletin. The State of Greenhouse Gases in the Atmosphere Based on Global Observations through 2018. Número 15, noviembre 2019. OMM. ISSN 2078-0796
WMO Greenhouse Gas Bulletin. The State of Greenhouse Gases in the Atmosphere Based on Global Observations through 2018. Número 15, noviembre 2019. OMM. ISSN 2078-0796