Once científicos de Australia, Reino Unido, Hungría, México, Nigeria, Tailandia, Dinamarca, Francia, Sudáfrica y Estados Unidos, firman un artículo en la revista Nature en el que proponen algunas ideas originales para convertir a las ciudades en la punta de lanza de la lucha contra el cambio climático. Todos los firmantes pertenecen al comité científico de seguimiento de la Conferencia sobre las ciudades y la ciencia de los cambios climáticos, que se desarrolla esta semana en Canadá.
En su artículo, constatan que las ciudades son las principales responsables del cambio climático, pero también sus principales víctimas, lo que demanda una respuesta científica. Las ciudades son sistemas abiertos, complejos y dinámicos con un alcance global que requieren un mayor empeño por parte de la comunidad científica.
Señalan que la ciencia debe desempeñar un papel más importante en las prácticas y políticas urbanas, y lamentan la falta de estudios a largo plazo sobre los climas urbanos y sus impactos. Un déficit que condiciona la planificación política, advierten.
La importancia cuantitativa de las ciudades es indiscutible: concentran más de la mitad de la población mundial (y más de un tercio en 2050, según la ONU). También emiten el 75% del CO2 surgido del consumo de energía.
Sometidas también a inundaciones, sequías, incendios forestales y otras catástrofes naturales que el calentamiento global trae consigo, estas ciudades pueden sufrir en los próximos 15 años daños estimados en 4 billones de dólares. Sin olvidar que cientos de millones de ciudadanos van a perder sus viviendas por la subida del nivel del mar en diferentes partes del mundo.
Los científicos fijan seis prioridades para que las investigaciones científicas puedan ayudar a corregir los efectos del cambio climático en las ciudades.
Más datos
La primera medida consiste en obtener más datos, especialmente en los países del sur. Datos de satélites, drones y de los vehículos autónomos serán útiles para hacer un seguimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero en las habitaciones, fábricas y calles. También es necesario inventariar los residuos de metano, ozono, hollín de carbón o aerosoles perjudiciales para comprender mejor el impacto urbano en el medio ambiente y establecer medidas correctoras.
Datos también de las infraestructuras que permitan conocer los espacios vacíos de las casas y los pasos subterráneos para prevenir la llegada de inundaciones. El conocimiento que tiene la población de sus respectivos espacios resulta crucial para la ciencia. Los investigadores destacan que los barrios más antiguos en ocasiones resisten mejor a las inundaciones que los modernos debido a los materiales, la arquitectura de los cimientos y a una organización del espacio más apropiada para absorber la lluvia.
Para esta recogida de datos, los científicos aconsejan crear una red mundial de observatorios urbanos que permitan compartir informaciones y experiencias. Deberá ser una red transparente para asegurar que todos los datos compartidos son rigurosos, sin afectar por ello a la intimidad de las fuentes. Un ejemplo que ya existe: la universidad de Newcastle, en el Reino Unido, reúne datos de un millón de sensores repartidos por toda la ciudad y son accesibles on line en tiempo real.
En su artículo, constatan que las ciudades son las principales responsables del cambio climático, pero también sus principales víctimas, lo que demanda una respuesta científica. Las ciudades son sistemas abiertos, complejos y dinámicos con un alcance global que requieren un mayor empeño por parte de la comunidad científica.
Señalan que la ciencia debe desempeñar un papel más importante en las prácticas y políticas urbanas, y lamentan la falta de estudios a largo plazo sobre los climas urbanos y sus impactos. Un déficit que condiciona la planificación política, advierten.
La importancia cuantitativa de las ciudades es indiscutible: concentran más de la mitad de la población mundial (y más de un tercio en 2050, según la ONU). También emiten el 75% del CO2 surgido del consumo de energía.
Sometidas también a inundaciones, sequías, incendios forestales y otras catástrofes naturales que el calentamiento global trae consigo, estas ciudades pueden sufrir en los próximos 15 años daños estimados en 4 billones de dólares. Sin olvidar que cientos de millones de ciudadanos van a perder sus viviendas por la subida del nivel del mar en diferentes partes del mundo.
Los científicos fijan seis prioridades para que las investigaciones científicas puedan ayudar a corregir los efectos del cambio climático en las ciudades.
Más datos
La primera medida consiste en obtener más datos, especialmente en los países del sur. Datos de satélites, drones y de los vehículos autónomos serán útiles para hacer un seguimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero en las habitaciones, fábricas y calles. También es necesario inventariar los residuos de metano, ozono, hollín de carbón o aerosoles perjudiciales para comprender mejor el impacto urbano en el medio ambiente y establecer medidas correctoras.
Datos también de las infraestructuras que permitan conocer los espacios vacíos de las casas y los pasos subterráneos para prevenir la llegada de inundaciones. El conocimiento que tiene la población de sus respectivos espacios resulta crucial para la ciencia. Los investigadores destacan que los barrios más antiguos en ocasiones resisten mejor a las inundaciones que los modernos debido a los materiales, la arquitectura de los cimientos y a una organización del espacio más apropiada para absorber la lluvia.
Para esta recogida de datos, los científicos aconsejan crear una red mundial de observatorios urbanos que permitan compartir informaciones y experiencias. Deberá ser una red transparente para asegurar que todos los datos compartidos son rigurosos, sin afectar por ello a la intimidad de las fuentes. Un ejemplo que ya existe: la universidad de Newcastle, en el Reino Unido, reúne datos de un millón de sensores repartidos por toda la ciudad y son accesibles on line en tiempo real.
Impacto urbano en el clima
Los científicos proponen asimismo la realización de estudios comparativos para comprender mejor cómo las ciudades, su morfología, sus materiales y las actividades humanas interactúan con el clima.
Señalan que las simulaciones climáticas, que abundan a la hora de prever el clima global, deben descender y tener en cuenta también las ciudades y los barrios. Para ello serán necesarias nuevas metodologías científicas capaces de medir los riesgos y encontrar soluciones, de las que citan algunos ejemplos: Melbourne ha puesto pavimentos permeables para reducir los riesgos de inundación. Nueva York y Los Ángeles han implementado calles y techos reflectantes.
Ir a los suburbios y aprender de ellos
En el año 2050 habrá 3.000 millones de personas, sobre todo en los países del sur, que vivirán en suburbios, advierten los científicos. Se trata de instalaciones especialmente vulnerables a los riesgos climáticos que demandan estudios específicos para ayudar a sus habitantes a adaptarse a los cambios.
Los suburbios aportan también la riqueza de su propia experiencia, ya que sus habitantes han aprendido a gestionar eficazmente sus escasos recursos y a reciclarlos para reutilizarlos. Lo que proponen los científicos es algo sorprendente: más que intentar reabsorber estas poblaciones a los modelos urbanos, lo mejor será ayudarles a potenciar sus sistemas de subsistencia y a reforzar su economía informal, con todo lo que ello supone de renovación legislativa en los países afectados.
Innovaciones disruptivas
Los científicos llaman la atención sobre la creciente implantación de los coches eléctricos automatizados y compartidos, que podría llegar a reducir en un tercio la flota mundial de vehículos contaminantes.
Sin embargo, advierten de los efectos perversos potenciales de la revolución digital: el éxito de los vehículos compartidos puede provocar un uso más intensivo del automóvil, al mismo tiempo que la gestión informatizada de la gestión del agua, la energía, las comunicaciones y los transportes hace a las ciudades más vulnerables ante los riesgos climáticos: todo puede caerse por efecto de un huracán, como ocurrió en NY en 2012, señalan.
También enfatizan que no es bueno reducir todo a lo digital: construcciones de bambú, de cemento que absorbe más carbono, o de madera “neutra en carbono”, son objeto ya de experimentación, así como la implantación de corredores de vegetación en el seno de las ciudades para reducir el riesgo de inundación, favorecer la biodiversidad y almacenar más carbono.
Los científicos proponen asimismo la realización de estudios comparativos para comprender mejor cómo las ciudades, su morfología, sus materiales y las actividades humanas interactúan con el clima.
Señalan que las simulaciones climáticas, que abundan a la hora de prever el clima global, deben descender y tener en cuenta también las ciudades y los barrios. Para ello serán necesarias nuevas metodologías científicas capaces de medir los riesgos y encontrar soluciones, de las que citan algunos ejemplos: Melbourne ha puesto pavimentos permeables para reducir los riesgos de inundación. Nueva York y Los Ángeles han implementado calles y techos reflectantes.
Ir a los suburbios y aprender de ellos
En el año 2050 habrá 3.000 millones de personas, sobre todo en los países del sur, que vivirán en suburbios, advierten los científicos. Se trata de instalaciones especialmente vulnerables a los riesgos climáticos que demandan estudios específicos para ayudar a sus habitantes a adaptarse a los cambios.
Los suburbios aportan también la riqueza de su propia experiencia, ya que sus habitantes han aprendido a gestionar eficazmente sus escasos recursos y a reciclarlos para reutilizarlos. Lo que proponen los científicos es algo sorprendente: más que intentar reabsorber estas poblaciones a los modelos urbanos, lo mejor será ayudarles a potenciar sus sistemas de subsistencia y a reforzar su economía informal, con todo lo que ello supone de renovación legislativa en los países afectados.
Innovaciones disruptivas
Los científicos llaman la atención sobre la creciente implantación de los coches eléctricos automatizados y compartidos, que podría llegar a reducir en un tercio la flota mundial de vehículos contaminantes.
Sin embargo, advierten de los efectos perversos potenciales de la revolución digital: el éxito de los vehículos compartidos puede provocar un uso más intensivo del automóvil, al mismo tiempo que la gestión informatizada de la gestión del agua, la energía, las comunicaciones y los transportes hace a las ciudades más vulnerables ante los riesgos climáticos: todo puede caerse por efecto de un huracán, como ocurrió en NY en 2012, señalan.
También enfatizan que no es bueno reducir todo a lo digital: construcciones de bambú, de cemento que absorbe más carbono, o de madera “neutra en carbono”, son objeto ya de experimentación, así como la implantación de corredores de vegetación en el seno de las ciudades para reducir el riesgo de inundación, favorecer la biodiversidad y almacenar más carbono.
Política global
El relato de estos científicos desemboca en la necesidad de un nuevo voluntarismo político que pasa por cambiar los modos de vida de los ciudadanos y por hacer las ciudades más resilientes a través de la generalización de iniciativas locales eficaces. Un ejemplo: China ha desarrollado una treintena de ciudades esponja, con amplios espacios verdes y zonas húmedas, para resistir mejor a las inundaciones.
La reflexión de estos científicos concluye señalando que sacar las industrias contaminantes de la ciudad y ponerlas en la periferia no resuelve el problema: es preciso pasar a la escala sistémica, señalan.
Hay que combinar disciplinas científicas para obtener una visión de conjunto de las ciudades y comprender las relaciones que se producen entre la disposición de las infraestructuras, las desigualdades sociales y la resiliencia (capacidad de la población de sobreponerse a la adversidad).
Para todo ello será necesario financiar nuevas investigaciones que agrupen por un lado a los científicos, por otro a los políticos y por último a los agentes sociales (asociaciones de vecinos, de empresarios). También recomiendan que cada ciudad se dote de un consejo científico parecido al que ya existe a nivel de ministerios estatales.
El relato de estos científicos desemboca en la necesidad de un nuevo voluntarismo político que pasa por cambiar los modos de vida de los ciudadanos y por hacer las ciudades más resilientes a través de la generalización de iniciativas locales eficaces. Un ejemplo: China ha desarrollado una treintena de ciudades esponja, con amplios espacios verdes y zonas húmedas, para resistir mejor a las inundaciones.
La reflexión de estos científicos concluye señalando que sacar las industrias contaminantes de la ciudad y ponerlas en la periferia no resuelve el problema: es preciso pasar a la escala sistémica, señalan.
Hay que combinar disciplinas científicas para obtener una visión de conjunto de las ciudades y comprender las relaciones que se producen entre la disposición de las infraestructuras, las desigualdades sociales y la resiliencia (capacidad de la población de sobreponerse a la adversidad).
Para todo ello será necesario financiar nuevas investigaciones que agrupen por un lado a los científicos, por otro a los políticos y por último a los agentes sociales (asociaciones de vecinos, de empresarios). También recomiendan que cada ciudad se dote de un consejo científico parecido al que ya existe a nivel de ministerios estatales.
Referencia
Six research priorities for cities and climate change. Xuemei Bai, Richard J. Dawson, Diana Ürge-Vorsatz, Gian C. Delgado, Aliyu Salisu Barau, Shobhakar Dhakal, David Dodman, Lykke Leonardsen, Valérie Masson-Delmotte, Debra C. Roberts & Seth Schultz. Nature Comments.
Six research priorities for cities and climate change. Xuemei Bai, Richard J. Dawson, Diana Ürge-Vorsatz, Gian C. Delgado, Aliyu Salisu Barau, Shobhakar Dhakal, David Dodman, Lykke Leonardsen, Valérie Masson-Delmotte, Debra C. Roberts & Seth Schultz. Nature Comments.