Raúl Zurita. Fuente: raulzurita.com.
Creo que hoy en día resultaría más difícil que en otras épocas agrupar a los poetas en movimientos específicos.
En Latinoamérica, los poetas que comienzan a publicar en los años 80 —como en Argentina Mercedes Rofféé, María del Carmen Colombo o Eduardo Mileo; en México, Victor Toledo o en Chile Raúl Zurita, por mencionar algunos—, no se adhieren a ningún movimiento o grupo en particular.
Sin embargo, a pesar de que entre ellos podríamos encontrar muchas diferencias, hay ciertos temas o preocupaciones que son recurrentes.
En la poesía de Zurita, esa preocupación es de corte social: los desaparecidos de Chile; y también el cuestionamiento del poder de la palabra poética en el mundo contemporáneo.
En la poesía de Roffé, encontramos la problemática de la historia y de la comunidad humana, que se entrelaza con la de la autoridad de la autoría misma, de la firma del autor.
Pero, más allá de las diferencia, desde los distintos espacios culturales que cada uno de estos poetas ocupa, lo que encontramos es una preocupación recurrente: cómo legitimar el discurso poético o, por decirlo de otra manera: cuál es el lugar de la poesía en el mundo de hoy.
Confrontar el poder desde el lenguaje mismo
La postmodernidad implica la reformulación del pacto social, a nivel tanto nacional como transnacional, para buscar nuevos esquemas de cooperación, y poder así reformular el diálogo nacional y global, de modo que este sea lo más incluyente posible, a diferencia de lo que sucedía en los viejos parámetros totalitarios.
Desde el momento en que se restituyen las políticas democráticas en muchos de los países latinoamericanos, se inicia la búsqueda de estructuras más amplias, que puedan crear espacios sociales y culturales equitativos, que incluyan a las comunidades a las que históricamente se había excluido.
Un importante sector de la nueva poesía latinoamericana a partir de los años 80 nos muestra que el poder no solo se deja permear de ciertas ideologías políticas, sino también de prácticas y esquemas discursivos que abarcan y regulan los espacios y los cuerpos: historia, filosofía, ciencias, medicina, literatura, mitos, religión etc. Por eso, para muchos, repensar las identidades desde la postmodernidad implica confrontar el poder desde el lenguaje mismo.
En su libro La actualidad de lo bello, Gadamer argumenta que el arte siempre ha necesitado legitimarse a través de otros discursos o prácticas culturales.
Así, por ejemplo, en la Edad Media, las artes plásticas lograron legitimarse poniéndose al servicio de la explicación bíblica, como luego la poesía y la novela del siglo XIX lograron legitimarse a través de los discursos ideológicos o políticos ligados al positivismo.
En Latinoamérica, los poetas que comienzan a publicar en los años 80 —como en Argentina Mercedes Rofféé, María del Carmen Colombo o Eduardo Mileo; en México, Victor Toledo o en Chile Raúl Zurita, por mencionar algunos—, no se adhieren a ningún movimiento o grupo en particular.
Sin embargo, a pesar de que entre ellos podríamos encontrar muchas diferencias, hay ciertos temas o preocupaciones que son recurrentes.
En la poesía de Zurita, esa preocupación es de corte social: los desaparecidos de Chile; y también el cuestionamiento del poder de la palabra poética en el mundo contemporáneo.
En la poesía de Roffé, encontramos la problemática de la historia y de la comunidad humana, que se entrelaza con la de la autoridad de la autoría misma, de la firma del autor.
Pero, más allá de las diferencia, desde los distintos espacios culturales que cada uno de estos poetas ocupa, lo que encontramos es una preocupación recurrente: cómo legitimar el discurso poético o, por decirlo de otra manera: cuál es el lugar de la poesía en el mundo de hoy.
Confrontar el poder desde el lenguaje mismo
La postmodernidad implica la reformulación del pacto social, a nivel tanto nacional como transnacional, para buscar nuevos esquemas de cooperación, y poder así reformular el diálogo nacional y global, de modo que este sea lo más incluyente posible, a diferencia de lo que sucedía en los viejos parámetros totalitarios.
Desde el momento en que se restituyen las políticas democráticas en muchos de los países latinoamericanos, se inicia la búsqueda de estructuras más amplias, que puedan crear espacios sociales y culturales equitativos, que incluyan a las comunidades a las que históricamente se había excluido.
Un importante sector de la nueva poesía latinoamericana a partir de los años 80 nos muestra que el poder no solo se deja permear de ciertas ideologías políticas, sino también de prácticas y esquemas discursivos que abarcan y regulan los espacios y los cuerpos: historia, filosofía, ciencias, medicina, literatura, mitos, religión etc. Por eso, para muchos, repensar las identidades desde la postmodernidad implica confrontar el poder desde el lenguaje mismo.
En su libro La actualidad de lo bello, Gadamer argumenta que el arte siempre ha necesitado legitimarse a través de otros discursos o prácticas culturales.
Así, por ejemplo, en la Edad Media, las artes plásticas lograron legitimarse poniéndose al servicio de la explicación bíblica, como luego la poesía y la novela del siglo XIX lograron legitimarse a través de los discursos ideológicos o políticos ligados al positivismo.
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Cuestionamiento de la autoría y del yo poético
Si pensamos en el panorama de la poesía latinoamericana actual, tanto Mercedes Roffé como Raúl Zurita crean ciertas figuras poéticas a través de las cuales legitimar su discurso poético. En la poesía de Raúl Zurita encontramos la voz del visionario. En Anteparaíso, Zurita crea la figura de su alter ego, Zurita, que en ciertos momentos habla por Chile y, otras, por los desaparecidos.
Mercedes Roffé, publica El tapiz en Buenos Aires, en 1983, bajo el nombre de Ferdinand Oziel, y el postfacio del libro bajo la máscara JRB, iniciales del nombre de un reconocido crítico de arte argentino. Para su propio nombre reserva un lugar en la tapa, en calidad de recopiladora de la obra cuya autoría le atribuye a Oziel.
En el postfacio, JRB escribe, para esclarecimiento del lector, una breve biografía del autor del libro, el pintor argelino decadente Ferdinand Oziel. JRB señala que Oziel era pintor, de padre judío, nacido en Argelia en 1876, y que habría escrito El tapiz entre finales del siglo y 1902, el año de su muerte.
Se cuestiona así la preocupación por la autoridad del nombre y la firma de autor. De este modo, ciertos representantes de la poesía latinoamericana actual, tales como Roffé en esta obra, subrayarían aquellas situaciones donde se produce la ambigüedad y donde se ponen en evidencia los deslices, los fallidos de esa performance que ha sido, tradicionalmente, el nombre del poeta y la autoridad del autor.
Los poetas de la posmodernidad latinoamericana también comienzan a cuestionar las figuras del poeta que se crearon a partir del Romanticismo --el visionario, el bohemio, el dandy, el decadente etc.,-- creaciones producidas por lo general a posteriori, por la crítica más que por los poetas mismos.
En sí mismas, estas figuras son lecturas, interpretaciones de los críticos, de la vida del poeta que luego, para bien o para mal, sirven para encontrar significados en las obras de éstos. Mercedes Roffé pone este cuestionamiento en escena en su libro El tapiz.
En las obras de Zurita o de Roffé estos sujetos —tales como el poeta visionario o el decadente— se erigen en figuras fragmentadas cuya construcción incluye tantas fallas como interrupciones. Ambos poetas están conscientes de que estas figuras ya no tienen la autoridad cultural que en un momento tuvieron. Es por eso que en la obra de Mercedes Roffe o de Raúl Zurita el yo lírico se encuentra escindido.
Estas figuras no pueden escapar a una nueva realidad que les obliga a entrar en unos discursos que cuestionan las identidades tradicionales del poeta. Así, la reflexión de las diferentes figuraciones del "yo" poético se transforma en una reflexión del lugar poético en la figura del poeta contemporáneo.
Tensión entre el sujeto clásico y el posmoderno
Si, como argumenta Derrida [1], no existe un original sino la copia de una copia, la obra de estos poetas muestra que la realidad, en estas figuras, son una copia deformada de una textualidad.
De este modo ellos renuevan estas figuras desde otros discursos para legitimar o dar autoridad a la palabra poética. En la obra de Zurita, la conciencia de un sujeto lírico en crisis, en constante cambio, se muestra a través de una tensión lingüística en la que se pone en evidencia la ambigua posición de la primera persona en el espacio textual contemporáneo.
La primera persona masculina, visionaria, de Raúl Zurita intenta retomar la autoridad tradicional capaz de transformar su yo en un nosotros que pueda hablar por toda la comunidad, la voz de los desaparecidos, o la de un Chile dolido por esa historia.
Sin embargo, en esta primera persona, tal como Zurita la articula, se representa la tensión de este sujeto posmoderno y un yo más tradicional. Así podemos percibir la tensión y las rupturas entre las nuevas identidades masculinas y un “nosotros” tradicionalmente masculino, que tenía la autoridad de hablar por un nosotros nacional.
Es así que, por un lado, encontramos la nostalgia por la identidad lineal y coherente de lo masculino que nos llega desde del siglo XIX y, por otro, la nueva realidad histórica que confrontará esta identidad.
Hoy esa identidad fragmentada, no siempre coherente, no mantiene ya la misma autoridad social. La obra de Zurita negocia esa nueva coyuntura a través de un discurso social que necesita apoyarse en una performance dirigida a los medios de comunicación.
En el Chile de los años 80, Zurita transforma la figura del poeta en un espectáculo. Primero se echa ácido en los ojos para reivindicar a los desaparecidos bajo la dictadura de Pinochet, luego escribe un poema en el cielo de la ciudad de Nueva York. Cada uno de los versos del poema mide entre siete y nueve kilómetros de largo.
Si pensamos en el panorama de la poesía latinoamericana actual, tanto Mercedes Roffé como Raúl Zurita crean ciertas figuras poéticas a través de las cuales legitimar su discurso poético. En la poesía de Raúl Zurita encontramos la voz del visionario. En Anteparaíso, Zurita crea la figura de su alter ego, Zurita, que en ciertos momentos habla por Chile y, otras, por los desaparecidos.
Mercedes Roffé, publica El tapiz en Buenos Aires, en 1983, bajo el nombre de Ferdinand Oziel, y el postfacio del libro bajo la máscara JRB, iniciales del nombre de un reconocido crítico de arte argentino. Para su propio nombre reserva un lugar en la tapa, en calidad de recopiladora de la obra cuya autoría le atribuye a Oziel.
En el postfacio, JRB escribe, para esclarecimiento del lector, una breve biografía del autor del libro, el pintor argelino decadente Ferdinand Oziel. JRB señala que Oziel era pintor, de padre judío, nacido en Argelia en 1876, y que habría escrito El tapiz entre finales del siglo y 1902, el año de su muerte.
Se cuestiona así la preocupación por la autoridad del nombre y la firma de autor. De este modo, ciertos representantes de la poesía latinoamericana actual, tales como Roffé en esta obra, subrayarían aquellas situaciones donde se produce la ambigüedad y donde se ponen en evidencia los deslices, los fallidos de esa performance que ha sido, tradicionalmente, el nombre del poeta y la autoridad del autor.
Los poetas de la posmodernidad latinoamericana también comienzan a cuestionar las figuras del poeta que se crearon a partir del Romanticismo --el visionario, el bohemio, el dandy, el decadente etc.,-- creaciones producidas por lo general a posteriori, por la crítica más que por los poetas mismos.
En sí mismas, estas figuras son lecturas, interpretaciones de los críticos, de la vida del poeta que luego, para bien o para mal, sirven para encontrar significados en las obras de éstos. Mercedes Roffé pone este cuestionamiento en escena en su libro El tapiz.
En las obras de Zurita o de Roffé estos sujetos —tales como el poeta visionario o el decadente— se erigen en figuras fragmentadas cuya construcción incluye tantas fallas como interrupciones. Ambos poetas están conscientes de que estas figuras ya no tienen la autoridad cultural que en un momento tuvieron. Es por eso que en la obra de Mercedes Roffe o de Raúl Zurita el yo lírico se encuentra escindido.
Estas figuras no pueden escapar a una nueva realidad que les obliga a entrar en unos discursos que cuestionan las identidades tradicionales del poeta. Así, la reflexión de las diferentes figuraciones del "yo" poético se transforma en una reflexión del lugar poético en la figura del poeta contemporáneo.
Tensión entre el sujeto clásico y el posmoderno
Si, como argumenta Derrida [1], no existe un original sino la copia de una copia, la obra de estos poetas muestra que la realidad, en estas figuras, son una copia deformada de una textualidad.
De este modo ellos renuevan estas figuras desde otros discursos para legitimar o dar autoridad a la palabra poética. En la obra de Zurita, la conciencia de un sujeto lírico en crisis, en constante cambio, se muestra a través de una tensión lingüística en la que se pone en evidencia la ambigua posición de la primera persona en el espacio textual contemporáneo.
La primera persona masculina, visionaria, de Raúl Zurita intenta retomar la autoridad tradicional capaz de transformar su yo en un nosotros que pueda hablar por toda la comunidad, la voz de los desaparecidos, o la de un Chile dolido por esa historia.
Sin embargo, en esta primera persona, tal como Zurita la articula, se representa la tensión de este sujeto posmoderno y un yo más tradicional. Así podemos percibir la tensión y las rupturas entre las nuevas identidades masculinas y un “nosotros” tradicionalmente masculino, que tenía la autoridad de hablar por un nosotros nacional.
Es así que, por un lado, encontramos la nostalgia por la identidad lineal y coherente de lo masculino que nos llega desde del siglo XIX y, por otro, la nueva realidad histórica que confrontará esta identidad.
Hoy esa identidad fragmentada, no siempre coherente, no mantiene ya la misma autoridad social. La obra de Zurita negocia esa nueva coyuntura a través de un discurso social que necesita apoyarse en una performance dirigida a los medios de comunicación.
En el Chile de los años 80, Zurita transforma la figura del poeta en un espectáculo. Primero se echa ácido en los ojos para reivindicar a los desaparecidos bajo la dictadura de Pinochet, luego escribe un poema en el cielo de la ciudad de Nueva York. Cada uno de los versos del poema mide entre siete y nueve kilómetros de largo.
Mercedes Roffé. Fuente: Amargord.
Un sujeto poético polisémico, como la realidad
La mirada poética de Mercedes Roffé nos presenta un sujeto poético polisémico. En la poesía de Roffé y, específicamente, en su libro El tapiz, de 1983, encontramos que todo concepto de identidad incluye y excluye, al tiempo que posiciona a los sujetos sociales ante el poder político, cultural y económico, y define con mayor o menor posibilidad su relación con estas tres esferas.
A diferencia de Raúl Zurita, la poesía de Roffé no desea instituir un yo que hable por un nosotros, si no que va de un yo que parte de la marginalidad a un nosotros que se mantiene dentro de una marginalidad similar.
La periferia, y no solo el centro, también se sirve de un “nosotros”, de un imaginario compartido para combatir su marginalidad y poder situarse en una posición social, cultural y económica más equitativa. La democratización del ámbito de la cultura se da a partir de ese “nosotros”, de ese nosotros periférico.
Los nuevos conceptos de identidad y las redefiniciones de las antiguas identidades no pueden entonces partir de la antigua fórmula, “yo soy todo lo que ‘el otro’ no es”, manteniendo así el sujeto en el centro y creando, a la vez, la marginalidad “del otro”.
A través de una voz polifónica, estos poetas ponen en práctica lo que Barthes, —como luego Foucault, Derrida o Deleuze y Guattari, plantean—: el rechazo del modelo dialéctico para remplazarlo por un modelo plural, múltiple y multicultural en el que lo heterogéneo se asume, no como algo negativo ni positivo, sino como una realidad.
A modo de conclusión
Solo de este modo, parecen decirnos, se puede desplazar el centro de modo de percibir cómo se ha dispersado el poder a través de las distintas vías discursivas.
En estas nuevas poéticas esta exploración va acompañada por dos motivos recurrentes: la preocupación por el lugar del poeta en la cultura contemporánea y la problemática de la políticas económicas neoliberales, y su impacto en el mundo en vías de desarrollo.
El primer motivo lleva a estos poetas a cuestionar los límites entre géneros literarios, a cuestionar las figuras y las voces poéticas tradicionales y la autoridad habitualmente atribuida a la figura del “Autor”.
La segunda los lleva a cuestionar la función reguladora de la literatura y el arte en tanto instituciones culturales. Encontramos así una reflexión sobre los diversos espacios de los campos de las humanidades en el mundo contemporáneo y el nuevo lugar que les corresponde dentro de lo que se ha llamado la posmodernidad.
Es por eso que la cosmología de la poesía actual latinoamericana remite a toda la cultura --literatura, historia, mitología, filosofía, leyendas, topografía e historia del arte-. Todo tiene cabida y se yuxtapone en estas obras, de tal modo que parecerían querer recrear una visión del mundo.
La mirada poética de Mercedes Roffé nos presenta un sujeto poético polisémico. En la poesía de Roffé y, específicamente, en su libro El tapiz, de 1983, encontramos que todo concepto de identidad incluye y excluye, al tiempo que posiciona a los sujetos sociales ante el poder político, cultural y económico, y define con mayor o menor posibilidad su relación con estas tres esferas.
A diferencia de Raúl Zurita, la poesía de Roffé no desea instituir un yo que hable por un nosotros, si no que va de un yo que parte de la marginalidad a un nosotros que se mantiene dentro de una marginalidad similar.
La periferia, y no solo el centro, también se sirve de un “nosotros”, de un imaginario compartido para combatir su marginalidad y poder situarse en una posición social, cultural y económica más equitativa. La democratización del ámbito de la cultura se da a partir de ese “nosotros”, de ese nosotros periférico.
Los nuevos conceptos de identidad y las redefiniciones de las antiguas identidades no pueden entonces partir de la antigua fórmula, “yo soy todo lo que ‘el otro’ no es”, manteniendo así el sujeto en el centro y creando, a la vez, la marginalidad “del otro”.
A través de una voz polifónica, estos poetas ponen en práctica lo que Barthes, —como luego Foucault, Derrida o Deleuze y Guattari, plantean—: el rechazo del modelo dialéctico para remplazarlo por un modelo plural, múltiple y multicultural en el que lo heterogéneo se asume, no como algo negativo ni positivo, sino como una realidad.
A modo de conclusión
Solo de este modo, parecen decirnos, se puede desplazar el centro de modo de percibir cómo se ha dispersado el poder a través de las distintas vías discursivas.
En estas nuevas poéticas esta exploración va acompañada por dos motivos recurrentes: la preocupación por el lugar del poeta en la cultura contemporánea y la problemática de la políticas económicas neoliberales, y su impacto en el mundo en vías de desarrollo.
El primer motivo lleva a estos poetas a cuestionar los límites entre géneros literarios, a cuestionar las figuras y las voces poéticas tradicionales y la autoridad habitualmente atribuida a la figura del “Autor”.
La segunda los lleva a cuestionar la función reguladora de la literatura y el arte en tanto instituciones culturales. Encontramos así una reflexión sobre los diversos espacios de los campos de las humanidades en el mundo contemporáneo y el nuevo lugar que les corresponde dentro de lo que se ha llamado la posmodernidad.
Es por eso que la cosmología de la poesía actual latinoamericana remite a toda la cultura --literatura, historia, mitología, filosofía, leyendas, topografía e historia del arte-. Todo tiene cabida y se yuxtapone en estas obras, de tal modo que parecerían querer recrear una visión del mundo.