Casi al inicio del libro Guardián de acantilados (Lima, Pájaros en los cables, 2010), del poeta limeño Joe Montesinos Illesca, encontramos una confesión: “He cubierto de náusea la belleza”.
El sentido de esas palabras, de ese malestar, parece confirmarse en la forma cómo la voz poética se autodefine: un enfermo contagioso, un vagabundo, un mendigo, un espantapájaros, un orate, un corazón asesino.
Todo eso es un poeta que vive bajo el ala negra del cuervo, que escribe los martes trece y se enamora de una puerta.
Todo cede a la deformación febril, surrealista: los ojos del poeta, sus manos, su habitación con una tumba en medio: “me veo perdido, pérfido, puéntico, un ártico mono asteroide con la primera pregunta”…
Y, sin embargo, la vida está aquí, pavorosa, desbordada en el amor por la palabra, por el color, el ritmo de las palabras.
Hay en estas páginas una exultación poética, un paisaje -para decirlo con Heraud - de “fuegos rápidos”, porque en Guardián de acantilados todo viaja vertiginosa, incendiariamente, con “anteojos girasoles”, hacia los fondos o hacia las estrellas, en esa conmoción de palabras que produce –feliz misión de la poesía- la conmoción de la realidad.
Leemos aquí: “poesía es una calle de piernas de lumbre”. Y es cierto.
Y de pronto, la ternura, el gesto del clochard: “Sepa usted, mi mujer colmena, / que este rinoceronte pirómano y de corbata / también sabe reír a puro tambor”.
Sorprendente y vigoroso primer libro de Joe Montesinos Illesca, en el que sueños o erizos o elfos o preguntas o Chagall o Mary Shelley o Polifemo o Rimbaud llegan y salen de los cables (de los cabales) con la belleza y la soltura inconsciente de los pájaros, con su lógica desafiada, desafiante.
Rossella di Paolo es poeta y profesora de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC).
El sentido de esas palabras, de ese malestar, parece confirmarse en la forma cómo la voz poética se autodefine: un enfermo contagioso, un vagabundo, un mendigo, un espantapájaros, un orate, un corazón asesino.
Todo eso es un poeta que vive bajo el ala negra del cuervo, que escribe los martes trece y se enamora de una puerta.
Todo cede a la deformación febril, surrealista: los ojos del poeta, sus manos, su habitación con una tumba en medio: “me veo perdido, pérfido, puéntico, un ártico mono asteroide con la primera pregunta”…
Y, sin embargo, la vida está aquí, pavorosa, desbordada en el amor por la palabra, por el color, el ritmo de las palabras.
Hay en estas páginas una exultación poética, un paisaje -para decirlo con Heraud - de “fuegos rápidos”, porque en Guardián de acantilados todo viaja vertiginosa, incendiariamente, con “anteojos girasoles”, hacia los fondos o hacia las estrellas, en esa conmoción de palabras que produce –feliz misión de la poesía- la conmoción de la realidad.
Leemos aquí: “poesía es una calle de piernas de lumbre”. Y es cierto.
Y de pronto, la ternura, el gesto del clochard: “Sepa usted, mi mujer colmena, / que este rinoceronte pirómano y de corbata / también sabe reír a puro tambor”.
Sorprendente y vigoroso primer libro de Joe Montesinos Illesca, en el que sueños o erizos o elfos o preguntas o Chagall o Mary Shelley o Polifemo o Rimbaud llegan y salen de los cables (de los cabales) con la belleza y la soltura inconsciente de los pájaros, con su lógica desafiada, desafiante.
Rossella di Paolo es poeta y profesora de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC).