Cerca del 50 % de las transacciones de lo que conocemos como economía colaborativa está en manos de 17 empresas: las denominadas ‘unicornios’, valoradas en miles de millones de dólares", según la IV Antena de Innovación Social, titulada "Nosotros compartimos. ¿Quién gana? Controversias sobre la economía colaborativa", publicada por ESADE.
Según Heloise Buckland, una de las autoras del informe, “a menudo estas empresas obtienen beneficios a partir de activos que no son suyos", refiriéndose al hecho de que empresas como Uber (valorada en 64.000 millones de dólares) o Airbnb, que actualmente son los mayores proveedores de transporte y de alojamiento del mundo, no disponen de activos inmobiliarios ni de automóviles en propiedad. Por su parte, Lucía Hernández, connector de OuiShare en Barcelona, señala que "el 95 % de los beneficios de la economía colaborativa se lo están llevando el 1 % de las plataformas".
Según David Murillo, profesor del Departamento de Ciencias Sociales de ESADE y también coautor del estudio, las dudas sobre quién obtiene los beneficios, qué tipo de relaciones laborales se establecen o cuál es el impacto medioambiental real de estas iniciativas hacen que sea "necesario analizar la distancia entre la promesa que supuso la economía colaborativa y lo que ha sido hasta ahora".
Para el profesor Murillo, "es imprescindible hacer hincapié en la evaluación del impacto social, en el tipo de cooperación que se establece con el resto de agentes y en su capacidad para resolver problemas sociales acuciantes. Estos deberían ser los elementos centrales del análisis sobre qué es y qué no es la economía colaborativa".
El estudio analiza con profundidad el caso de la start-up francesa BlaBlaCar, y mide el grado de influencia y el impacto de diez casos de éxito de innovación social a partir de la economía colaborativa y, a partir de estos casos, propone cinco variables básicas para medir el grado de innovación social de este tipo de iniciativas: el impacto social positivo, la sostenibilidad económica, la innovación, la colaboración intersectorial y el potencial de poder escalar.
La idea principal es ilustrar cómo las organizaciones en este ámbito pueden generar un impacto social positivo, a pesar de las controversias. En este sentido, los expertos de ESADE señalan que es necesario establecer un marco para medir el impacto social de dichas iniciativas.
Según Heloise Buckland, una de las autoras del informe, “a menudo estas empresas obtienen beneficios a partir de activos que no son suyos", refiriéndose al hecho de que empresas como Uber (valorada en 64.000 millones de dólares) o Airbnb, que actualmente son los mayores proveedores de transporte y de alojamiento del mundo, no disponen de activos inmobiliarios ni de automóviles en propiedad. Por su parte, Lucía Hernández, connector de OuiShare en Barcelona, señala que "el 95 % de los beneficios de la economía colaborativa se lo están llevando el 1 % de las plataformas".
Según David Murillo, profesor del Departamento de Ciencias Sociales de ESADE y también coautor del estudio, las dudas sobre quién obtiene los beneficios, qué tipo de relaciones laborales se establecen o cuál es el impacto medioambiental real de estas iniciativas hacen que sea "necesario analizar la distancia entre la promesa que supuso la economía colaborativa y lo que ha sido hasta ahora".
Para el profesor Murillo, "es imprescindible hacer hincapié en la evaluación del impacto social, en el tipo de cooperación que se establece con el resto de agentes y en su capacidad para resolver problemas sociales acuciantes. Estos deberían ser los elementos centrales del análisis sobre qué es y qué no es la economía colaborativa".
El estudio analiza con profundidad el caso de la start-up francesa BlaBlaCar, y mide el grado de influencia y el impacto de diez casos de éxito de innovación social a partir de la economía colaborativa y, a partir de estos casos, propone cinco variables básicas para medir el grado de innovación social de este tipo de iniciativas: el impacto social positivo, la sostenibilidad económica, la innovación, la colaboración intersectorial y el potencial de poder escalar.
La idea principal es ilustrar cómo las organizaciones en este ámbito pueden generar un impacto social positivo, a pesar de las controversias. En este sentido, los expertos de ESADE señalan que es necesario establecer un marco para medir el impacto social de dichas iniciativas.
Otras voces críticas
La Comisión Europea, en un reciente informe, señala asimismo que el hecho de que determinadas empresas sirvan para cumplir con retos sociales, no significa que se trate de un modelo concreto de economía colaborativa.
Otro informe desarrollado por Autonomiasur señala a su vez que "lo que comenzó como la promesa de cambio o transformación se parece cada vez más a una nueva redefinición del capitalismo. De ahí que sea más apropiado denominarlo “capitalismo colaborativo”, “capitalismo de plataforma” (Sasha Lobo y Martin Kenney) o, incluso, “economía de bolos” (gig economy; se traduce bolos como los realizados por los grupos musicales). Las corporaciones y empresas de este sector utilizan perfectamente las nuevas herramientas tecnológicas de internet y aprovechan los recursos o servicios que producen otros para el enriquecimiento de unos pocos “emprendedores”, señala este informe de Autonomiasur.
Este fin de semana, además, se desarrolla en Madrid el encuentro Somero 2016, organizado por El Club de las Indias, que en esta su tercera edición profundiza en la verdadera naturaleza de la innovación que suponen los modelos colaborativos. Propone superar el «consumo colaborativo» y la lógica centralizadora del «startupismo» y convertir la fraternidad en abundancia, así como trascender la exploración de un nuevo modo de producir para construir, sencillamente, un nuevo modo de vida.
La Comisión Europea, en un reciente informe, señala asimismo que el hecho de que determinadas empresas sirvan para cumplir con retos sociales, no significa que se trate de un modelo concreto de economía colaborativa.
Otro informe desarrollado por Autonomiasur señala a su vez que "lo que comenzó como la promesa de cambio o transformación se parece cada vez más a una nueva redefinición del capitalismo. De ahí que sea más apropiado denominarlo “capitalismo colaborativo”, “capitalismo de plataforma” (Sasha Lobo y Martin Kenney) o, incluso, “economía de bolos” (gig economy; se traduce bolos como los realizados por los grupos musicales). Las corporaciones y empresas de este sector utilizan perfectamente las nuevas herramientas tecnológicas de internet y aprovechan los recursos o servicios que producen otros para el enriquecimiento de unos pocos “emprendedores”, señala este informe de Autonomiasur.
Este fin de semana, además, se desarrolla en Madrid el encuentro Somero 2016, organizado por El Club de las Indias, que en esta su tercera edición profundiza en la verdadera naturaleza de la innovación que suponen los modelos colaborativos. Propone superar el «consumo colaborativo» y la lógica centralizadora del «startupismo» y convertir la fraternidad en abundancia, así como trascender la exploración de un nuevo modo de producir para construir, sencillamente, un nuevo modo de vida.