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“La llave dorada”, de Carlos Almira, entre la paradoja y el placer de la literatura

La editorial Talentura publica un libro de relatos que abre camino a la belleza de las palabras y a la libertad de interpretación de los lectores


La editorial Talentura ha publicado La llave dorada, un libro de relatos de Carlos Almira, autor de varias novelas también versado en el relato breve. En esta obra, Almira abre camino a la belleza de las palabras, a la sugestión de aquello que parece imposible y al regusto por las trastiendas oscuras. Además, deja en manos del lector la interpretación de los cuentos, por medio de un uso poco convencional de la paradoja. Por gärt.




“La llave dorada”, de Carlos Almira, entre la paradoja y el placer de la literatura
Los relatos de Carlos Almira Picazo (Castellón, 1965) poseen ese gusto por lo literario que trasciende más allá del simple ornamento, y huye como alma que lleva el diablo del imperio -tan mediático- de la trama, buscando con envidiable convicción en los complejos caminos del estilo.

Cuando a un escritor se le pregunta "de qué va" lo que acaba de publicar, tiene poco más de siete opciones para citar, si a argumento se refiere. Si hablamos de exégesis, eso es harina de otro costal.

Carlos Almira, autor de varias novelas y versado en los secretos del relato breve, consigue rescatar con estas breves narraciones el sentido más literario de la literatura, abriendo el camino a la belleza de las palabras, a la sugestión de aquello que parece imposible y al regusto por las trastiendas oscuras.

Pero es que, además, Almira ha tenido el buen gusto de dejar la interpretación de sus breves relatos en manos del lector, por medio de un uso poco convencional de la paradoja. El sentido o el significado de los cuentos queda en suspenso a disposición de quien sepa poseerlos con decisión.

El cuerpo de las narraciones llega al punto de elevarse lentamente como el humo de un cigarrillo que asciende en la línea vertical de una atmósfera calma, difuminándose en el techo de la estancia, como si quisiera escapar de nuestra comprensión.

La magia de la sugerencia

En ese aspecto, la consecuencia de una lectura lenta y placentera, es verse forzado a hacerse preguntas de hondo calado, si es que nos interesa comprender lo que acabamos de experimentar. No son platos tradicionales estos guisos de Carlos Almira, por más que su extensión sea tan engañosa como esa fast food a que estamos acostumbrados.

Entender los relatos de La llave dorada es una aventura en sí mismo que se impone a esa guarnición de tan agradable estilo con que están redactados.

Queda siempre una climatología poética que impregna el aire de buena parte de los cuentos, proporcionando una huella en el paladar semejante a la de un trago de excelente Chardonay. Si bien, hay ocasiones, en que la lengua queda a merced de los toques amargos de un viejo Sirah, o del dulzor afrutado de un fresco Verdejo.

Pecaríamos de simplistas si tratáramos de constreñir toda esta compilación de títulos sucintos en un género como el fantástico. Creo que, por encima de la fantasía, está la magia de lo sugerido, de lo no dicho, de aquello que queda cargo del ávido lector.

Y en esas cuitas, Carlos Almira recorre la condición humana desde lo atrozmente shakespeariano (El tambor, La cabeza, Coche amarillo, La tortuga) pasando por el hechizo de la metaliteratura (Ana Karenina, El coche), el romanticismo (Señales), lo terrorífico (De profundis) o, incluso, lo vaporoso (Le rouge et le noir).

Auge del microrrelato

El autor de La llave dorada, ha sabido esquivar la fácil tentación de lo banal, el lugar común de los finales felices y la lacra de lo obvio. Almira sabe eludir como nadie ese gusto por lo previsible que ha contaminado a buena parte del gremio.

Me refiero a esa legión de escritores que escriben sin saber en qué consiste la literatura, y que posiblemente, han sido criados a la teta de la cultura televisiva y cinematográfica. Ya sé que nada es idéntico en esta viña del señor y que, a estas alturas, todos nos hemos educado frente a una pantalla; diremos entonces que nuestro relatista, se ha bañado en las aguas del mar de Haneke, en detrimento del cartón piedra de las playas del star system holywoodiense.

Es de agradecer que, estando como estamos sometidos al imperio del ladrillazo de papel, al insignificante horror de las novelas góticas y decimonónicas -todas ellas con evidente vocación de guión televisivo-, se pueda todavía acceder a la precisión de buenos relatos, sin la obligatoriedad de vernos abocados a regresar eternamente a los clásicos.

Gracias a publicaciones como La llave dorada, (Ed. Talentura, Madrid) el formato del microrrelato, o relato breve -como se prefiera- está viviendo unos momentos de auge que se escapan a los mendaces constructores del canon literario. Habría que abrir las puertas de par en par a este jardín de flores raras, frente a los repetitivos ejercicios de falta de imaginación con que se adormece la capacidad sugestiva del estafado lector.



Viernes, 17 de Octubre 2014
gärt
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