Los nombres de Joan Font y Els Comediants van asociados a un recuerdo no muy lejano. Hace más de quince años, después de un ensoñador repaso por el primer cuarto de siglo de historia de Els Comediants; nos echaron del teatro.
Así como suena: los actores nos largaron del teatro a base de pistolas de agua, enormes martillos de plástico y empujones de cariño. Pocas veces lo he pasado tan bien.
Este gran payaso que ha sido y es Joan Font, ha vuelto a tocar el cielo con uno de los textos más complejos que habitan el orbe de las bambalinas. Lo ha hecho al mando de la compañía Excéntrica Producciones.
Cuando Samuel Beckett escribió Esperando a Godot, nadie hubiera dado un centavo por una obra de teatro donde se retrata la nada en su más inmenso y eficaz nihilismo. De hecho, si Beckett hubiese sido español, dudo mucho que sus obras se hubieran estrenado o publicado en nuestro país.
Prueba de ello es la conocida anécdota del crítico español que puso de vuelta y media a este soberbio Godot, y que, años después, redactó una reseña plagada de elogios y panegíricos. Entre medias gravitaba el premio Nobel y un sembrado de éxitos en todo el mundo.
Así como suena: los actores nos largaron del teatro a base de pistolas de agua, enormes martillos de plástico y empujones de cariño. Pocas veces lo he pasado tan bien.
Este gran payaso que ha sido y es Joan Font, ha vuelto a tocar el cielo con uno de los textos más complejos que habitan el orbe de las bambalinas. Lo ha hecho al mando de la compañía Excéntrica Producciones.
Cuando Samuel Beckett escribió Esperando a Godot, nadie hubiera dado un centavo por una obra de teatro donde se retrata la nada en su más inmenso y eficaz nihilismo. De hecho, si Beckett hubiese sido español, dudo mucho que sus obras se hubieran estrenado o publicado en nuestro país.
Prueba de ello es la conocida anécdota del crítico español que puso de vuelta y media a este soberbio Godot, y que, años después, redactó una reseña plagada de elogios y panegíricos. Entre medias gravitaba el premio Nobel y un sembrado de éxitos en todo el mundo.
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Dios no existe
La negación de la esperanza, la incomparecencia de la divinidad y la falta de alternativas del ser humano componen un cuadro demoledoramente veraz, y endiabladamente difícil de exponer.
Todavía me pregunto a qué obedecía el empeño del autor en negar lo evidente cuando sostenía que su Godot no era ningún dios. La obra es un continuo y remarcado desapego de la esperanza en un más allá. Quizá también la negación de cualquier utopía, pero, sobre todo, el despertar de ese sueño que nuestros padres los griegos encarnaron en la llamada Arcadia.
No: no existe una vida mejor. Lo cierto es que, a día de hoy, la vida no podría ser peor. Unos pocos lo tienen todo, mientras otros muchos no tienen absolutamente nada. Y el hombre sigue confiando en que habrá un tiempo de placidez para el espíritu, en este o en el otro mundo. Y tal vez por eso siga instalado en una insoportable apatía que le impide caminar por sí mismo.
Pero el texto de Beckett no cae en el fácil recurso del sermón, y dispara oblicuamente sobre la inteligencia del espectador, por medio de una simbología que huye del imaginario popular y se centra en los conceptos. El árbol sin hojas, el domador y el esclavo, el emisario que nunca aclara nada.
Y ahí está Joan Font, reencarnando a Vladimir y Estragón en medio de la pista de un circo en ruinas y regalando notas de colores burlones en el centro de la diana de la tragicomedia vital. La humanidad no se mueve porque no sabe ir a ninguna parte.
Vladimir y Estragón temen ser libres, porque eso significaría estar solos, desvalidos. Y Joan Font nos hace despertar del sueño que vivimos en tiempos mejores para invitarnos a reflexionar sobre el sentido de lo que nos queda por delante.
Ahora bien, el brillo de esta función creada por Font no solo está en la forma de explicar el texto, sino también en la risa. En una obra de arraigo fuertemente existencialista, aderezada con algunas gotas de vitriolo social, nunca antes se había bañado en fino humor, en esa payasada que esconde el buen sarcasmo bajo una aparente ingenuidad.
Ingenuos nosotros, los hombres, mujeres y niños de a pie, que nos seguimos tragando el mito de un mundo maravilloso, donde todo se equilibra por el deseo de tener más, sin preguntarnos a quién beneficia nuestro conformismo, quién se lucra con un devenir interesado en que todo siga igual. Ingenuos, también, ellos que han cargado de oro la proa del barco y todavía no saben que todo esto se está yendo a pique.
La negación de la esperanza, la incomparecencia de la divinidad y la falta de alternativas del ser humano componen un cuadro demoledoramente veraz, y endiabladamente difícil de exponer.
Todavía me pregunto a qué obedecía el empeño del autor en negar lo evidente cuando sostenía que su Godot no era ningún dios. La obra es un continuo y remarcado desapego de la esperanza en un más allá. Quizá también la negación de cualquier utopía, pero, sobre todo, el despertar de ese sueño que nuestros padres los griegos encarnaron en la llamada Arcadia.
No: no existe una vida mejor. Lo cierto es que, a día de hoy, la vida no podría ser peor. Unos pocos lo tienen todo, mientras otros muchos no tienen absolutamente nada. Y el hombre sigue confiando en que habrá un tiempo de placidez para el espíritu, en este o en el otro mundo. Y tal vez por eso siga instalado en una insoportable apatía que le impide caminar por sí mismo.
Pero el texto de Beckett no cae en el fácil recurso del sermón, y dispara oblicuamente sobre la inteligencia del espectador, por medio de una simbología que huye del imaginario popular y se centra en los conceptos. El árbol sin hojas, el domador y el esclavo, el emisario que nunca aclara nada.
Y ahí está Joan Font, reencarnando a Vladimir y Estragón en medio de la pista de un circo en ruinas y regalando notas de colores burlones en el centro de la diana de la tragicomedia vital. La humanidad no se mueve porque no sabe ir a ninguna parte.
Vladimir y Estragón temen ser libres, porque eso significaría estar solos, desvalidos. Y Joan Font nos hace despertar del sueño que vivimos en tiempos mejores para invitarnos a reflexionar sobre el sentido de lo que nos queda por delante.
Ahora bien, el brillo de esta función creada por Font no solo está en la forma de explicar el texto, sino también en la risa. En una obra de arraigo fuertemente existencialista, aderezada con algunas gotas de vitriolo social, nunca antes se había bañado en fino humor, en esa payasada que esconde el buen sarcasmo bajo una aparente ingenuidad.
Ingenuos nosotros, los hombres, mujeres y niños de a pie, que nos seguimos tragando el mito de un mundo maravilloso, donde todo se equilibra por el deseo de tener más, sin preguntarnos a quién beneficia nuestro conformismo, quién se lucra con un devenir interesado en que todo siga igual. Ingenuos, también, ellos que han cargado de oro la proa del barco y todavía no saben que todo esto se está yendo a pique.
Referencia:
Obra: Esperando a Godot.
Autor: Samuel Beckett.
Dirección: Joan Font.
Compañía: Excéntrica Producciones.
Representaciones: 9 y 10 de mayo en el Teatro Alhambra de Granada.
Próximas representaciones: 23 de mayo en Pozoblanco (Córdoba) y 16 de junio en el Festival Internacional de Teatro de El Egido (Almería). Más información.
Obra: Esperando a Godot.
Autor: Samuel Beckett.
Dirección: Joan Font.
Compañía: Excéntrica Producciones.
Representaciones: 9 y 10 de mayo en el Teatro Alhambra de Granada.
Próximas representaciones: 23 de mayo en Pozoblanco (Córdoba) y 16 de junio en el Festival Internacional de Teatro de El Egido (Almería). Más información.