No vayan a creer ustedes que, por mis últimas reseñas, mi obsesión es la novela histórica. No. Quizá la explicación resida en el gran número de ellas que salen. Los gustos de un servidor se extienden a casi toda la literatura. Excepto la mala, con franqueza.
José Vicente Pascual novela en Almirante en Tierra Firme. La aventura de Blas de Lezo, el español que venció a Inglaterra (Altera, 2013), porque novela es y grande, el ataque inglés a la ciudad de Cartagena de Indias, en la colonia española de Nueva Granada, en 1740.
Situación en la que una escuadra inglesa enorme, con más de 150 navíos luchó contra una ciudad que sólo disponía de seis barcos, y fuerzas en porcentaje de un español o criollo por cada 10 ingleses, pero un almirante al frente de aquella villa caribeña con un gran espíritu militar y práctico.
Tal vez lo políticamente correcto, esa aberración, nos haga pensar hoy que estas historias militares no nos agradan. Pero si restamos lo militar y lo religioso, componentes ambos de esa corrección política que nos ataca como un virus atontolinador, el riesgo que corremos es quedarnos sin historia. De modo que olvidemos mojigaterías cuasi monjiles y abordemos esa historia que, lo mismo da que nos guste o no, tenemos a nuestras espaldas.
Picaresca y amoríos
Lo más interesante de la novela de José Vicente Pascual es el uso que hace de la picaresca, concretamente de una de sus obras cumbres, el Lazarillo de Tormes, para acercarse y hacernos grata y novelesca esta historia del intento de cerco a Cartagena de Indias.
Hay un pícaro, Miguel Santillana, pero lo que no hay son incautos. La cercanía entre Miguel y el Lazarillo es palpable desde las primeras palabras de la novela porque en ambas se trata del alegato que el protagonista hace ante, quizá, un juez, y digo quizá porque si en el Lazarillo no queda claro, aquí está clarísimo que se trata de la defensa del que fue señor de Miguel Santillana, don Blas de Lezo, almirante y responsable de la derrota humillante que sufrió la armada inglesa, armada tan importante en barcos y gentes como fue, 150 años antes, la desgraciada Armada Invencible española.
“Por eso he venido, porque Vuestra Merced quiere saber y yo sé”, dice Miguelillo Santillana en el primer capítulo. Genial manera de introducir un narrador que conoce los hechos narrados. Y es que, por un azar, don Blas de Lezo toma a Miguel como mandadero en su casa, oficio peligroso pues los mandados que debe cumplir consisten en llevar el informe del almirante hasta la casa del amigo francés que debería encargarse de llevar ese informe a la península a despecho del Gobernador, don Sebastián Eslava, enemigo acérrimo por envidia de don Blas.
En esa casa, Miguel, antiguo matutero, contrabandista, ribaldo y sinvergüenza, cobra gran afecto y fidelidad a su señor, no sin antes haber luchado contra el inglés en una aún desconocida guerra de guerrillas o desgaste, idea de don Blas que parece ser tenía pálpitos de lo que más tarde ocurriría, no sólo en los campos de batalla, sino también en las retaguardias. Pero en esa casa, Miguel conoce a Jacinta, mulata atractivísima que José Vicente describe con delectación para que el lector la imagine como debe ser.
Y si en el Lazarillo, Lázaro grita aterrorizado “¡coco, coco!” cuando ve al amante de su madre, negro africano, Miguel sale corriendo en pos de la mulata cuando la ve por primera vez, y si no sale corriendo literalmente, sí al menos lo hace su corazón, su cerebro y otras vísceras más externas que me abstengo de nombrar.
Porque ¿qué es una novela histórica sin amoríos? Las guerras promueven ese sentimiento de mañana acaso estaré muerto, de modo que qué más da. Y ese qué más da remueve las hormonas como pocas cosas.
José Vicente Pascual novela en Almirante en Tierra Firme. La aventura de Blas de Lezo, el español que venció a Inglaterra (Altera, 2013), porque novela es y grande, el ataque inglés a la ciudad de Cartagena de Indias, en la colonia española de Nueva Granada, en 1740.
Situación en la que una escuadra inglesa enorme, con más de 150 navíos luchó contra una ciudad que sólo disponía de seis barcos, y fuerzas en porcentaje de un español o criollo por cada 10 ingleses, pero un almirante al frente de aquella villa caribeña con un gran espíritu militar y práctico.
Tal vez lo políticamente correcto, esa aberración, nos haga pensar hoy que estas historias militares no nos agradan. Pero si restamos lo militar y lo religioso, componentes ambos de esa corrección política que nos ataca como un virus atontolinador, el riesgo que corremos es quedarnos sin historia. De modo que olvidemos mojigaterías cuasi monjiles y abordemos esa historia que, lo mismo da que nos guste o no, tenemos a nuestras espaldas.
Picaresca y amoríos
Lo más interesante de la novela de José Vicente Pascual es el uso que hace de la picaresca, concretamente de una de sus obras cumbres, el Lazarillo de Tormes, para acercarse y hacernos grata y novelesca esta historia del intento de cerco a Cartagena de Indias.
Hay un pícaro, Miguel Santillana, pero lo que no hay son incautos. La cercanía entre Miguel y el Lazarillo es palpable desde las primeras palabras de la novela porque en ambas se trata del alegato que el protagonista hace ante, quizá, un juez, y digo quizá porque si en el Lazarillo no queda claro, aquí está clarísimo que se trata de la defensa del que fue señor de Miguel Santillana, don Blas de Lezo, almirante y responsable de la derrota humillante que sufrió la armada inglesa, armada tan importante en barcos y gentes como fue, 150 años antes, la desgraciada Armada Invencible española.
“Por eso he venido, porque Vuestra Merced quiere saber y yo sé”, dice Miguelillo Santillana en el primer capítulo. Genial manera de introducir un narrador que conoce los hechos narrados. Y es que, por un azar, don Blas de Lezo toma a Miguel como mandadero en su casa, oficio peligroso pues los mandados que debe cumplir consisten en llevar el informe del almirante hasta la casa del amigo francés que debería encargarse de llevar ese informe a la península a despecho del Gobernador, don Sebastián Eslava, enemigo acérrimo por envidia de don Blas.
En esa casa, Miguel, antiguo matutero, contrabandista, ribaldo y sinvergüenza, cobra gran afecto y fidelidad a su señor, no sin antes haber luchado contra el inglés en una aún desconocida guerra de guerrillas o desgaste, idea de don Blas que parece ser tenía pálpitos de lo que más tarde ocurriría, no sólo en los campos de batalla, sino también en las retaguardias. Pero en esa casa, Miguel conoce a Jacinta, mulata atractivísima que José Vicente describe con delectación para que el lector la imagine como debe ser.
Y si en el Lazarillo, Lázaro grita aterrorizado “¡coco, coco!” cuando ve al amante de su madre, negro africano, Miguel sale corriendo en pos de la mulata cuando la ve por primera vez, y si no sale corriendo literalmente, sí al menos lo hace su corazón, su cerebro y otras vísceras más externas que me abstengo de nombrar.
Porque ¿qué es una novela histórica sin amoríos? Las guerras promueven ese sentimiento de mañana acaso estaré muerto, de modo que qué más da. Y ese qué más da remueve las hormonas como pocas cosas.
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Imitación fiel al lenguaje
Desde la escritura de Juan Latino, novela estupenda de este autor, en esas historias que ha tenido la habilidad de contarnos ha sabido introducir una imitación del lenguaje de los tiempos que describe.
Imitación, que no copia fiel, porque si fuese copia fiel no habría cristiano que la leyese, lo que es un acierto porque acerca así al lector a una forma de expresarse antigua pero desde un enfoque moderno.
Como prólogo, escribe José Vicente Pascual una descripción histórica de la vida de don Blas de Lezo que nos sitúa en el personaje como modelo de militar, descripción que ayuda al lector perezoso que no quiere consultar los hechos en cualquier enciclopedia, incluidas entre ellas las virtuales.
Sería discutible si tal descripción es absolutamente necesaria porque, sin embargo, no hace historia alguna de la vida del almirante Vernon, su contrincante inglés, o su aún peor enemigo, el gobernador español Sebastián Eslava, y sin embargo de las aventuras contadas por el protagonista, Miguel Santillana, llega el lector a conocer perfectamente a ambos, lo que es un mérito grande en sí mismo.
Esta novela fue beneficiada con el I Premio Hispania de Novela Histórica de Ediciones Altera. Ignoro, por supuesto, cómo serían las demás candidatas, pero ésta merece ese premio y unos cuantos más.
Lectura recomendable, y no sólo entretenida, que también, que nos sitúa en una época llamándonos la atención sobre que, aunque nos duela admitirlo y al menos en lo que afecta a la paz y tranquilidad, no todo tiempo pasado fue mejor.
Sí, en cambio, acaso, fue mejor en aspectos como la fidelidad y la honradez, aunque también hubo entonces traidores y corruptos, como hubo fieles y honestos a los que no se llamó tontos sino simplemente fieles y honestos.
Desde la escritura de Juan Latino, novela estupenda de este autor, en esas historias que ha tenido la habilidad de contarnos ha sabido introducir una imitación del lenguaje de los tiempos que describe.
Imitación, que no copia fiel, porque si fuese copia fiel no habría cristiano que la leyese, lo que es un acierto porque acerca así al lector a una forma de expresarse antigua pero desde un enfoque moderno.
Como prólogo, escribe José Vicente Pascual una descripción histórica de la vida de don Blas de Lezo que nos sitúa en el personaje como modelo de militar, descripción que ayuda al lector perezoso que no quiere consultar los hechos en cualquier enciclopedia, incluidas entre ellas las virtuales.
Sería discutible si tal descripción es absolutamente necesaria porque, sin embargo, no hace historia alguna de la vida del almirante Vernon, su contrincante inglés, o su aún peor enemigo, el gobernador español Sebastián Eslava, y sin embargo de las aventuras contadas por el protagonista, Miguel Santillana, llega el lector a conocer perfectamente a ambos, lo que es un mérito grande en sí mismo.
Esta novela fue beneficiada con el I Premio Hispania de Novela Histórica de Ediciones Altera. Ignoro, por supuesto, cómo serían las demás candidatas, pero ésta merece ese premio y unos cuantos más.
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Sí, en cambio, acaso, fue mejor en aspectos como la fidelidad y la honradez, aunque también hubo entonces traidores y corruptos, como hubo fieles y honestos a los que no se llamó tontos sino simplemente fieles y honestos.