El OuLiPo fue una “emanación” del Collège de Pataphysique de París. OuLiPo son las siglas de “Ouvroir de Littérature Potentielle”, Obrador de Literatura Potencial, cuya tarea principal fue la amalgama de literatura y matemáticas, poniendo obstáculos, trabas o restricciones para potenciar la creatividad y la profundización en el lenguaje y en las estructuras, tanto poéticas como narrativas.
En ocasiones y de cara a la producción pública, es decir a aquello que se publicará para disfrute, goce y entretenimiento artístico del lector, estos ensayos se quedan en meros juegos, cierto, pero como auténticos potenciadores de la literatura, producen reflexión en quienes los practican, conocimiento y creatividad, cuyo florecimiento consiste en verdaderas obras de arte de la literatura.
El escritor y matemático francés Jacques Roubaud fue miembro del OuLiPo prácticamente desde su fundación por Raymond Queneau (novelista y matemático) y François Le Lionnais (matemático), y su entrada en el “club” fue a instancias, precisamente de Queneau.
Marcel Benabou, actual Secretario Provisionalmente Definitivo del OuLiPo, definió así la tarea: “¿Y qué es un autor oulipiano? Es una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir. ¿Un laberinto de qué? De palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía, y todo eso”. Roubaud siguió esa descripción al pie de la letra en sus novelas de Hortensia.
En realidad, tres novelas
En realidad son tres estas novelas. No trilogía, sino enteramente independientes unas de otras quizá porque el argumento, si bien tiene su importancia como es de esperar en la narrativa, no es sino un mecanismo más para lograr lo que el autor se propone: explicar una historia y también jugar con lo que se llama “narratividad”, es decir, los diferentes trucos y recursos que se utilizan en la narración, aprovechando ese juego para provocar arbitrios verdaderamente hilarantes; porque si no fueran hilarantes y divertidos, tanta alharaca de truco y tecnicismo resultaría enormemente aburrida, y si algo no son estas novelas, es aburridas.
Estas tres obras se titulan La belle Hortense, L’Enlèvement d’Hortense, y L’Exil d’Hortense, de las que sólo dos se han traducido y publicado en español: La bella Hortensia y El rapto de Hortensia, por la editorial Montesinos.
Lo primero que hace el autor es reconocer que lo que el lector está leyendo es una historia de ficción, una novela; llamar a las cosas por su nombre. Y por tanto, si hay una novela, hay un novelista, de modo que aparece el propio Roubaud, mas no como personaje, sino como partícipe; no en la historia, sino en la elaboración de ella, con sus dudas y sus certezas, pero sobre todo por sus discusiones con el editor, esas discusiones tan típicas: que si derechos de autor, que si anticipos, que si esto me lo eliminas porque el lector no lo va a comprender, que si yo no quito nada porque para eso soy el jefe del cotarro, que si bueeeeno, lo quito, pero si usted lector detecta aquí un vacío, no es culpa mía sino del señor editor. Así mismo.
Siguiendo con ese juego, que como en los juegos infantiles no es juego si no es divertido, adjudica el papel de narrador a determinado individuo, para luego cansarse de él, convertirlo en un celoso y un bobalicón, y pasarle la responsabilidad a otro personaje.
Narrador que, desde luego, nunca es la Hortensia alrededor de la cual ocurre la anécdota y que da título a las obras. La bella Hortensia es, eso, bella, muy inteligente, objeto de persecuciones como en la novela gótica, de sensualidad desbocada y digna de ser querida, no sólo amorosa y eróticamente, sino también por sus amigos y amigas.
En ocasiones y de cara a la producción pública, es decir a aquello que se publicará para disfrute, goce y entretenimiento artístico del lector, estos ensayos se quedan en meros juegos, cierto, pero como auténticos potenciadores de la literatura, producen reflexión en quienes los practican, conocimiento y creatividad, cuyo florecimiento consiste en verdaderas obras de arte de la literatura.
El escritor y matemático francés Jacques Roubaud fue miembro del OuLiPo prácticamente desde su fundación por Raymond Queneau (novelista y matemático) y François Le Lionnais (matemático), y su entrada en el “club” fue a instancias, precisamente de Queneau.
Marcel Benabou, actual Secretario Provisionalmente Definitivo del OuLiPo, definió así la tarea: “¿Y qué es un autor oulipiano? Es una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir. ¿Un laberinto de qué? De palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía, y todo eso”. Roubaud siguió esa descripción al pie de la letra en sus novelas de Hortensia.
En realidad, tres novelas
En realidad son tres estas novelas. No trilogía, sino enteramente independientes unas de otras quizá porque el argumento, si bien tiene su importancia como es de esperar en la narrativa, no es sino un mecanismo más para lograr lo que el autor se propone: explicar una historia y también jugar con lo que se llama “narratividad”, es decir, los diferentes trucos y recursos que se utilizan en la narración, aprovechando ese juego para provocar arbitrios verdaderamente hilarantes; porque si no fueran hilarantes y divertidos, tanta alharaca de truco y tecnicismo resultaría enormemente aburrida, y si algo no son estas novelas, es aburridas.
Estas tres obras se titulan La belle Hortense, L’Enlèvement d’Hortense, y L’Exil d’Hortense, de las que sólo dos se han traducido y publicado en español: La bella Hortensia y El rapto de Hortensia, por la editorial Montesinos.
Lo primero que hace el autor es reconocer que lo que el lector está leyendo es una historia de ficción, una novela; llamar a las cosas por su nombre. Y por tanto, si hay una novela, hay un novelista, de modo que aparece el propio Roubaud, mas no como personaje, sino como partícipe; no en la historia, sino en la elaboración de ella, con sus dudas y sus certezas, pero sobre todo por sus discusiones con el editor, esas discusiones tan típicas: que si derechos de autor, que si anticipos, que si esto me lo eliminas porque el lector no lo va a comprender, que si yo no quito nada porque para eso soy el jefe del cotarro, que si bueeeeno, lo quito, pero si usted lector detecta aquí un vacío, no es culpa mía sino del señor editor. Así mismo.
Siguiendo con ese juego, que como en los juegos infantiles no es juego si no es divertido, adjudica el papel de narrador a determinado individuo, para luego cansarse de él, convertirlo en un celoso y un bobalicón, y pasarle la responsabilidad a otro personaje.
Narrador que, desde luego, nunca es la Hortensia alrededor de la cual ocurre la anécdota y que da título a las obras. La bella Hortensia es, eso, bella, muy inteligente, objeto de persecuciones como en la novela gótica, de sensualidad desbocada y digna de ser querida, no sólo amorosa y eróticamente, sino también por sus amigos y amigas.
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Poldavia y ridiculización de la novela negra
¿La anécdota? Una excusa. Para empezar, hay un barrio compuesto de cuatro calles alrededor de una plaza, del cual se proporciona mapa. Hay una capilla-mausoleo de los príncipes poldevos. ¿Y quiénes son esos? Poldavia es país sobradamente conocido por cualquier estudiante secundario de geografía.
Aparece por primera vez en la novela de Raymond Queneau, Mi amigo Pierrot (Anagrama). Roubaud toma la idea de su amigo Queneau y desarrolla unas dinastías y un sistema de gobierno delirante, pero con la consabida ambición por parte de los malos, que hacen lo posible por dinamitar el sistema dinástico establecido y ocupar el poder en tiempo que no les corresponde, y para eso cuentan con una serie de ayudas de cámara que, curiosamente, todos parecen ser hermanos gemelos o, cuanto menos, clones de sí mismos.
Ese juego de espejos o de reproducciones idénticas es también hilarante, porque los buenos no sólo son buenos sino también hermosos, y los malos no se resignan con padecer ese defecto sino que además son feos, muy feos, pero parecidos físicamente a los buenos, tanto que son confundibles con éstos.
Hay, por otra parte, una ridiculización de las novelas de policías y ladrones o criminales, es decir de la novela negra. El crimen que se comete en La bella Hortensia es el robo en las ferreterías del barrio perpetrado por el enigmático Terror de los Ferreteros, robo consistente en entrar con escalo en la tienda, provocar una escandalera enorme tirando todos los cacharros al suelo y sustraer unas figurillas poldevas de cerámica cuya utilidad oscila entre lo mítico y lo cachondo.
Y todo eso perpetrado, justo, por uno de los buenos que no puede evitar su propia cleptomanía, aunque no hubiese costado nada justificar esos robos con la recuperación de viejas reliquias, por ejemplo, cosa que se intenta, pero no llega a concretarse porque, ¿para qué? A fin de cuentas, si observamos jugar a los niños, ¿justifican sus a veces estrafalarias reglas?
Si hay criminales tiene que haber un inspector. Y lo hay: Blognard, un tipo que utiliza sistemas de deducción basados en filosofías y psicologías entre el manual y lo burlesco, y como en esas series televisivas (basadas en célebres novelas negras) donde al inspector listo siempre lo acompaña un ayudante un tanto cenutrio y tosco, también hay un asistente de ese tipo, un aprendiz que duda entre la admiración y la extrañeza ante los métodos de su jefe.
Animales que hablan
Para colmo, los animales hablan y tienen voluntad y representación, como en Schopenhauer y en Disney. El gato Alejandro Vladimírovich (si tienen ustedes un gato y no saben qué nombre ponerle, Roubaud les regala aquí uno) es todo un personaje: enamoradizo, infiel, soñador, susceptible de desaparecer. Los poneys poldevos también usan el razonamiento, como cualquiera puede comprobar si los observa en un zoológico o en un parque infantil.
¿Para qué extenderme más? Si son ustedes partidarios de la literatura de tumbona, del entretenimiento que no hace reflexionar ni en la vida ni en el mismo hecho literario, no se les ocurra comprar estas novelas, las abandonarían en la página 10 y sería dinero tirado.
Pero si usted adora la literatura como juego, como diversión, como reflexión, como conocimiento y como risa, no dejen de leerlas y hasta de releerlas al cabo de poco, de igual forma que uno ve una y otra vez el video de aquel estupendo humorista que, además, le ayuda a reflexionar sobre la realidad absurda de la vida.
¿La anécdota? Una excusa. Para empezar, hay un barrio compuesto de cuatro calles alrededor de una plaza, del cual se proporciona mapa. Hay una capilla-mausoleo de los príncipes poldevos. ¿Y quiénes son esos? Poldavia es país sobradamente conocido por cualquier estudiante secundario de geografía.
Aparece por primera vez en la novela de Raymond Queneau, Mi amigo Pierrot (Anagrama). Roubaud toma la idea de su amigo Queneau y desarrolla unas dinastías y un sistema de gobierno delirante, pero con la consabida ambición por parte de los malos, que hacen lo posible por dinamitar el sistema dinástico establecido y ocupar el poder en tiempo que no les corresponde, y para eso cuentan con una serie de ayudas de cámara que, curiosamente, todos parecen ser hermanos gemelos o, cuanto menos, clones de sí mismos.
Ese juego de espejos o de reproducciones idénticas es también hilarante, porque los buenos no sólo son buenos sino también hermosos, y los malos no se resignan con padecer ese defecto sino que además son feos, muy feos, pero parecidos físicamente a los buenos, tanto que son confundibles con éstos.
Hay, por otra parte, una ridiculización de las novelas de policías y ladrones o criminales, es decir de la novela negra. El crimen que se comete en La bella Hortensia es el robo en las ferreterías del barrio perpetrado por el enigmático Terror de los Ferreteros, robo consistente en entrar con escalo en la tienda, provocar una escandalera enorme tirando todos los cacharros al suelo y sustraer unas figurillas poldevas de cerámica cuya utilidad oscila entre lo mítico y lo cachondo.
Y todo eso perpetrado, justo, por uno de los buenos que no puede evitar su propia cleptomanía, aunque no hubiese costado nada justificar esos robos con la recuperación de viejas reliquias, por ejemplo, cosa que se intenta, pero no llega a concretarse porque, ¿para qué? A fin de cuentas, si observamos jugar a los niños, ¿justifican sus a veces estrafalarias reglas?
Si hay criminales tiene que haber un inspector. Y lo hay: Blognard, un tipo que utiliza sistemas de deducción basados en filosofías y psicologías entre el manual y lo burlesco, y como en esas series televisivas (basadas en célebres novelas negras) donde al inspector listo siempre lo acompaña un ayudante un tanto cenutrio y tosco, también hay un asistente de ese tipo, un aprendiz que duda entre la admiración y la extrañeza ante los métodos de su jefe.
Animales que hablan
Para colmo, los animales hablan y tienen voluntad y representación, como en Schopenhauer y en Disney. El gato Alejandro Vladimírovich (si tienen ustedes un gato y no saben qué nombre ponerle, Roubaud les regala aquí uno) es todo un personaje: enamoradizo, infiel, soñador, susceptible de desaparecer. Los poneys poldevos también usan el razonamiento, como cualquiera puede comprobar si los observa en un zoológico o en un parque infantil.
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Pero si usted adora la literatura como juego, como diversión, como reflexión, como conocimiento y como risa, no dejen de leerlas y hasta de releerlas al cabo de poco, de igual forma que uno ve una y otra vez el video de aquel estupendo humorista que, además, le ayuda a reflexionar sobre la realidad absurda de la vida.