La decisión de Donald Trump de abandonar el Acuerdo de París para contener el calentamiento global pone de manifiesto la espiral de locura en la que se encuentra nuestra civilización.
Más allá de las calificaciones que merezca la decisión del actual presidente norteamericano, lo que se está poniendo de manifiesto en toda su crudeza es la degradación galopante del modelo de civilización que nos hemos diseñado.
Que un personaje del perfil de Donald Trump, a quien algunos psiquiatras consideran que raya la locura, haya llegado a la presidencia de Estados Unidos, que esté comprometido con una carrera militar sin precedentes, y decidido a ir a una guerra con Corea del Norte cargada de riesgos nucleares, pone los pelos de punta.
Si a ello añadimos la mordaza que impone a los científicos para que silencien sus conocimientos sobre el cambio climático, y que abandone el compromiso de frenar el calentamiento global, al mismo tiempo que potencia el consumo de energías fósiles, demuestra que la mayor inconsciencia e irresponsabilidad se ha asentado en el despacho oval, convertido más en un centro de negocios que en la dirección del gobierno de una gran potencia mundial.
De Standaard habla del fin de la ilusión de que el mundo pueda tener una relación amistosa con Estados Unidos en la era Trump. Pero la desilusión es más profunda: no sólo resulta cada día más difícil considerar a Estados Unidos como un aliado (lo ha dicho Merkel), sino que estamos perdiendo la esperanza de poder reconducir la crisis planetaria hacia senderos más armónicos. Habrá que pensar en otro modelo de civilización.
Más allá de las calificaciones que merezca la decisión del actual presidente norteamericano, lo que se está poniendo de manifiesto en toda su crudeza es la degradación galopante del modelo de civilización que nos hemos diseñado.
Que un personaje del perfil de Donald Trump, a quien algunos psiquiatras consideran que raya la locura, haya llegado a la presidencia de Estados Unidos, que esté comprometido con una carrera militar sin precedentes, y decidido a ir a una guerra con Corea del Norte cargada de riesgos nucleares, pone los pelos de punta.
Si a ello añadimos la mordaza que impone a los científicos para que silencien sus conocimientos sobre el cambio climático, y que abandone el compromiso de frenar el calentamiento global, al mismo tiempo que potencia el consumo de energías fósiles, demuestra que la mayor inconsciencia e irresponsabilidad se ha asentado en el despacho oval, convertido más en un centro de negocios que en la dirección del gobierno de una gran potencia mundial.
De Standaard habla del fin de la ilusión de que el mundo pueda tener una relación amistosa con Estados Unidos en la era Trump. Pero la desilusión es más profunda: no sólo resulta cada día más difícil considerar a Estados Unidos como un aliado (lo ha dicho Merkel), sino que estamos perdiendo la esperanza de poder reconducir la crisis planetaria hacia senderos más armónicos. Habrá que pensar en otro modelo de civilización.