Más de 15.000 científicos de 184 países imploran a la humanidad que salve al planeta. Tal como informamos en otro artículo, señalan que la situación ha empeorado tanto en los últimos 25 años que son imprescindibles cambios drásticos, tanto políticos como en los comportamientos individuales, para evitar el colapso.
Estos científicos están llamando a la movilización social para que los políticos y ciudadanos reaccionen, respeten la naturaleza y cambien el modelo energético. Se están reuniendo en la Alliance of World Scientists para sumar más científicos, elevar la voz y hacerse oír sobre la urgencia de asegurar la sostenibilidad del planeta y el bienestar humano.
No es la primera advertencia. En 1992, más de 1.700 científicos firmaron un primer aviso a toda la humanidad. Agrupados en la Union of Concerned Scientists, argumentaban que los impactos humanos en el mundo natural probablemente llevarían a una "gran miseria humana". Y concluían: si no tomamos medidas drásticas, la miseria humana prevalecerá y nuestro planeta será “irremediablemente mutilado”.
Las advertencias científicas no han sido siempre sobre los cambios climáticos, si bien esta amenaza ha superado en la actualidad a la que representa un posible conflicto nuclear global.
En julio de 1947 se encomendó a un grupo de científicos, directivos del Bulletin of the Atomic Scientists, constituido principalmente por ganadores del premio Nobel, la creación del Reloj del Apocalipsis, que debía marcar el tiempo que faltaba para la aniquilación de nuestra especie. Simbólicamente, las doce de la noche representa la hora de nuestra destrucción.
Originalmente, el reloj señalaba la amenaza de guerra nuclear global. Sin embargo, esta amenaza ha dado paso a una preocupación más intensa sobre los cambios climáticos.
En sus 70 años de historia, el Reloj del Apocalipsis, cuyas previsiones se basan en la aplicación más rigurosa posible del método científico, llegó a marcar las doce menos dos minutos en 1953, durante el peor momento de la Guerra Fría.
Ahora, el reloj vuelve a estar a solo dos minutos y medio del desastre. El actual peligro es la extinción masiva debida al cambio global antropogénico (cambio climático por la quema de combustibles fósiles, contaminación, fragmentación de hábitat…) que podría generar problemas medioambientales y de salud tan grandes que nos resulten prácticamente insuperables.
Una especie peligrosa y en peligro
El riesgo que afrontamos en la actualidad se debe al extraordinario éxito evolutivo de nuestra especie, que ha provocado una situación inédita en los 4.700 millones de años de historia de la Tierra: somos muchísimos y nuestra mente tecnológica puede decidir, en gran medida, el destino de la biosfera.
Predispuestos por 200.000 años de selección natural a favorecernos, a corto plazo, a nosotros mismos y a nuestra pequeña tribu, hemos puesto en serio peligro a la biosfera. La selección favoreció la tragedia de lo común -no cuidamos lo que no percibimos como nuestro- y no nos preocupa contaminar la atmósfera, pues no percibimos esto como una amenaza directa a nuestra salud.
Así, cada vez existe mayor consenso acerca de que el peligro del cambio global antropogénico, y principalmente el cambio climático por el incremento de gases de efecto invernadero en la atmósfera, es el mayor reto al que se enfrenta ahora la humanidad. Un reto más difícil de resolver que la amenaza de una confrontación nuclear. Esta es la principal evidencia que preocupa a los científicos desde hace más de un siglo.
A finales del siglo XIX, Svante Arrhenius, Premio Nobel de Química en 1903, predijo que la quema de carbón produciría un calentamiento global por el efecto invernadero, y que este fenómeno sería muy problemático hacia finales del siglo XXI. Por supuesto nadie le hizo el menor caso.
En la década de los 30 del siglo pasado, científicos del Servicio Meteorológico de la URSS (el más famoso de los cuales fue su director Alekséi Vangengheim) llegaron a la misma conclusión que Arrhenius: informaron a Stalin del problema y presentaron como alternativa el mapa del potencial en energía eólica y solar de la URSS. Terminaron muriendo ejecutados tras su internamiento en el Gulag, pues Stalin era un firme convencido de la quema de carbón y de petróleo.
Estos científicos están llamando a la movilización social para que los políticos y ciudadanos reaccionen, respeten la naturaleza y cambien el modelo energético. Se están reuniendo en la Alliance of World Scientists para sumar más científicos, elevar la voz y hacerse oír sobre la urgencia de asegurar la sostenibilidad del planeta y el bienestar humano.
No es la primera advertencia. En 1992, más de 1.700 científicos firmaron un primer aviso a toda la humanidad. Agrupados en la Union of Concerned Scientists, argumentaban que los impactos humanos en el mundo natural probablemente llevarían a una "gran miseria humana". Y concluían: si no tomamos medidas drásticas, la miseria humana prevalecerá y nuestro planeta será “irremediablemente mutilado”.
Las advertencias científicas no han sido siempre sobre los cambios climáticos, si bien esta amenaza ha superado en la actualidad a la que representa un posible conflicto nuclear global.
En julio de 1947 se encomendó a un grupo de científicos, directivos del Bulletin of the Atomic Scientists, constituido principalmente por ganadores del premio Nobel, la creación del Reloj del Apocalipsis, que debía marcar el tiempo que faltaba para la aniquilación de nuestra especie. Simbólicamente, las doce de la noche representa la hora de nuestra destrucción.
Originalmente, el reloj señalaba la amenaza de guerra nuclear global. Sin embargo, esta amenaza ha dado paso a una preocupación más intensa sobre los cambios climáticos.
En sus 70 años de historia, el Reloj del Apocalipsis, cuyas previsiones se basan en la aplicación más rigurosa posible del método científico, llegó a marcar las doce menos dos minutos en 1953, durante el peor momento de la Guerra Fría.
Ahora, el reloj vuelve a estar a solo dos minutos y medio del desastre. El actual peligro es la extinción masiva debida al cambio global antropogénico (cambio climático por la quema de combustibles fósiles, contaminación, fragmentación de hábitat…) que podría generar problemas medioambientales y de salud tan grandes que nos resulten prácticamente insuperables.
Una especie peligrosa y en peligro
El riesgo que afrontamos en la actualidad se debe al extraordinario éxito evolutivo de nuestra especie, que ha provocado una situación inédita en los 4.700 millones de años de historia de la Tierra: somos muchísimos y nuestra mente tecnológica puede decidir, en gran medida, el destino de la biosfera.
Predispuestos por 200.000 años de selección natural a favorecernos, a corto plazo, a nosotros mismos y a nuestra pequeña tribu, hemos puesto en serio peligro a la biosfera. La selección favoreció la tragedia de lo común -no cuidamos lo que no percibimos como nuestro- y no nos preocupa contaminar la atmósfera, pues no percibimos esto como una amenaza directa a nuestra salud.
Así, cada vez existe mayor consenso acerca de que el peligro del cambio global antropogénico, y principalmente el cambio climático por el incremento de gases de efecto invernadero en la atmósfera, es el mayor reto al que se enfrenta ahora la humanidad. Un reto más difícil de resolver que la amenaza de una confrontación nuclear. Esta es la principal evidencia que preocupa a los científicos desde hace más de un siglo.
A finales del siglo XIX, Svante Arrhenius, Premio Nobel de Química en 1903, predijo que la quema de carbón produciría un calentamiento global por el efecto invernadero, y que este fenómeno sería muy problemático hacia finales del siglo XXI. Por supuesto nadie le hizo el menor caso.
En la década de los 30 del siglo pasado, científicos del Servicio Meteorológico de la URSS (el más famoso de los cuales fue su director Alekséi Vangengheim) llegaron a la misma conclusión que Arrhenius: informaron a Stalin del problema y presentaron como alternativa el mapa del potencial en energía eólica y solar de la URSS. Terminaron muriendo ejecutados tras su internamiento en el Gulag, pues Stalin era un firme convencido de la quema de carbón y de petróleo.
Crisis de biodiversidad, deshielo
Otra consecuencia del comportamiento de nuestra especie es que está propiciando una extraordinaria crisis de biodiversidad, conocida como la Sexta Gran Extinción, ya que el registro fósil muestra 5 grandes extinciones anteriores.
La mayor de todas ellas, la extinción Pérmico-Triásico, que acabó con el 99% de las especies, fue debida principalmente a un incremento térmico de unos 5ºC originado por la liberación de CO2 a la atmósfera, como consecuencia del vulcanismo de una pluma de manto en Siberia. Mucho tiempo atrás, la otra gran extinción que estuvo a punto de acabar con la vida en la Tierra -la gran extinción del eón Proterozoico- también se debió al cambio climático.
El problema de cómo el incremento del CO2 en la atmósfera afecta a la biosfera es muy complejo y apenas empezamos a comprenderlo. Por ejemplo, no sólo se produce un cambio climático con calentamiento global: el exceso de CO2 también está acidificando los océanos, las aguas continentales y los suelos.
El problema está en que los microorganismos son quienes reciclan a nivel planetario, controlando todos los ciclos biogeoquímicos. Sin este reciclaje, la vida desaparecería en unos pocos años. No sabemos cuántas especies de microorganismos son necesarias para mantener en funcionamiento la biosfera, pero empezamos a tener datos sólidos confirmando que las tasas de extinción microbiana podrían ser alarmantes.
Sorprendentemente, nos preocupa que se extingan los linces, las águilas imperiales o los urogallos -ninguno de los cuales desempeña un papel relevante en el funcionamiento del planeta-, pero ignoramos cuántos microorganismos esenciales para nuestra supervivencia están a punto de desaparecer.
Otro ejemplo de la magnitud real del problema causado por nuestra especie es que los modelos que relacionan calentamiento global y deshielo están equivocados: hace ahora 10 años se predijo que a partir de 2080 podría derretirse en verano la totalidad del hielo marino ártico. La predicción fue errónea, pues prácticamente ya se derritió casi de todo este año 2017.
Los glaciares de Groenlandia y de la Antártida también se deshielan a un ritmo mucho más rápido de lo previsto. Las consecuencias pueden ser catastróficas, con una subida del nivel del mar de hasta nueve metros, que tendrá lugar en los próximos años (entre 50 y 200 años en función de las medidas que tomemos al respecto). Importantes aseguradoras comienzan a negar pólizas a largo plazo en la franja costera.
El carbón, clave para la salud y la biosfera
Aunque existan ciertas incertidumbres sobre estos modelos, sí sabemos muy bien que la contaminación atmosférica debida a la quema de combustibles fósiles está generando importantes problemas de salud: tal como informamos en otro artículo, la comisión de salud y cambio climático de The Lancet ha determinado que la contaminación del aire mató en 2015 a 6.4 millones de personas, mientras que el SIDA mató a 1.2 millones, la tuberculosis a 1.1 y la malaria a 0.7 millones.
Además, esta contaminación del aire fue responsable del 19% de todas las muertes por enfermedades cardiovasculares, y del 23% de los cánceres de pulmón. Y la OMS estima que esta tasa de mortalidad se incrementa un 3% cada año. En este sentido, el Observatorio de Salud y Cambio Climático del Ministerio de Sanidad insiste en que nuestro país es especialmente sensible a este tema.
El principal culpable de todo esto es la quema de combustibles fósiles, especialmente la quema de carbón.
Esta quema resulta especialmente grave porque los humanos estamos siguiendo la estrategia contraria a lo que la biosfera ha venido haciendo durante millones de años para solucionar un gran problema: el Sol cada vez se hace más grande e incrementa la energía que emite. De hecho, desde el origen de la vida, la energía recibida en la Tierra prácticamente se duplicó.
Sin embargo, la superficie de la Tierra sigue permaneciendo prácticamente a la misma temperatura adecuada para la vida. Para ello la biosfera secuestra carbono de la atmósfera y lo entierra profundamente: el carbón y el petróleo es principalmente antiguo CO2 atmosférico capturado y enterrado.
Así se formaron, durante cientos de millones de años, los depósitos de carbón y de petróleo. Pero los seres humanos hemos invertido esta tendencia. A principios de la revolución industrial había unas 265 ppm de CO2 en la atmósfera, en la actualidad ya estamos por encima de las 403 ppm de CO2.
La raíz del problema es que la atmósfera es una capa muy tenue y fina. Al haber tan poca atmósfera, resulta muy fácil alterar significativamente su composición en muy poco tiempo.
Otra consecuencia del comportamiento de nuestra especie es que está propiciando una extraordinaria crisis de biodiversidad, conocida como la Sexta Gran Extinción, ya que el registro fósil muestra 5 grandes extinciones anteriores.
La mayor de todas ellas, la extinción Pérmico-Triásico, que acabó con el 99% de las especies, fue debida principalmente a un incremento térmico de unos 5ºC originado por la liberación de CO2 a la atmósfera, como consecuencia del vulcanismo de una pluma de manto en Siberia. Mucho tiempo atrás, la otra gran extinción que estuvo a punto de acabar con la vida en la Tierra -la gran extinción del eón Proterozoico- también se debió al cambio climático.
El problema de cómo el incremento del CO2 en la atmósfera afecta a la biosfera es muy complejo y apenas empezamos a comprenderlo. Por ejemplo, no sólo se produce un cambio climático con calentamiento global: el exceso de CO2 también está acidificando los océanos, las aguas continentales y los suelos.
El problema está en que los microorganismos son quienes reciclan a nivel planetario, controlando todos los ciclos biogeoquímicos. Sin este reciclaje, la vida desaparecería en unos pocos años. No sabemos cuántas especies de microorganismos son necesarias para mantener en funcionamiento la biosfera, pero empezamos a tener datos sólidos confirmando que las tasas de extinción microbiana podrían ser alarmantes.
Sorprendentemente, nos preocupa que se extingan los linces, las águilas imperiales o los urogallos -ninguno de los cuales desempeña un papel relevante en el funcionamiento del planeta-, pero ignoramos cuántos microorganismos esenciales para nuestra supervivencia están a punto de desaparecer.
Otro ejemplo de la magnitud real del problema causado por nuestra especie es que los modelos que relacionan calentamiento global y deshielo están equivocados: hace ahora 10 años se predijo que a partir de 2080 podría derretirse en verano la totalidad del hielo marino ártico. La predicción fue errónea, pues prácticamente ya se derritió casi de todo este año 2017.
Los glaciares de Groenlandia y de la Antártida también se deshielan a un ritmo mucho más rápido de lo previsto. Las consecuencias pueden ser catastróficas, con una subida del nivel del mar de hasta nueve metros, que tendrá lugar en los próximos años (entre 50 y 200 años en función de las medidas que tomemos al respecto). Importantes aseguradoras comienzan a negar pólizas a largo plazo en la franja costera.
El carbón, clave para la salud y la biosfera
Aunque existan ciertas incertidumbres sobre estos modelos, sí sabemos muy bien que la contaminación atmosférica debida a la quema de combustibles fósiles está generando importantes problemas de salud: tal como informamos en otro artículo, la comisión de salud y cambio climático de The Lancet ha determinado que la contaminación del aire mató en 2015 a 6.4 millones de personas, mientras que el SIDA mató a 1.2 millones, la tuberculosis a 1.1 y la malaria a 0.7 millones.
Además, esta contaminación del aire fue responsable del 19% de todas las muertes por enfermedades cardiovasculares, y del 23% de los cánceres de pulmón. Y la OMS estima que esta tasa de mortalidad se incrementa un 3% cada año. En este sentido, el Observatorio de Salud y Cambio Climático del Ministerio de Sanidad insiste en que nuestro país es especialmente sensible a este tema.
El principal culpable de todo esto es la quema de combustibles fósiles, especialmente la quema de carbón.
Esta quema resulta especialmente grave porque los humanos estamos siguiendo la estrategia contraria a lo que la biosfera ha venido haciendo durante millones de años para solucionar un gran problema: el Sol cada vez se hace más grande e incrementa la energía que emite. De hecho, desde el origen de la vida, la energía recibida en la Tierra prácticamente se duplicó.
Sin embargo, la superficie de la Tierra sigue permaneciendo prácticamente a la misma temperatura adecuada para la vida. Para ello la biosfera secuestra carbono de la atmósfera y lo entierra profundamente: el carbón y el petróleo es principalmente antiguo CO2 atmosférico capturado y enterrado.
Así se formaron, durante cientos de millones de años, los depósitos de carbón y de petróleo. Pero los seres humanos hemos invertido esta tendencia. A principios de la revolución industrial había unas 265 ppm de CO2 en la atmósfera, en la actualidad ya estamos por encima de las 403 ppm de CO2.
La raíz del problema es que la atmósfera es una capa muy tenue y fina. Al haber tan poca atmósfera, resulta muy fácil alterar significativamente su composición en muy poco tiempo.
Cambiar la estrategia energética
Ante tal amenaza, el Acuerdo de París de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático sólo deja dos grandes opciones energéticas: o renovables o nucleares, las únicas que garantizan bajas emisiones de CO2.
En nuestro país, aunque hay aparentemente muy buenas intenciones, los datos reales son alarmantes: solo en este año 2017 en España se ha incrementado la quema de carbón en un 72% y las renovables han bajado del record de 2014 cuando representaban el 42.8% de la energía hasta los actuales 34.9%.
Indudablemente, la escasez de lluvias -con la consecuente pérdida de producción hidroeléctrica- tiene parte de culpa. Son malas noticias para nuestro futuro y eso se traduce en un incremento en la estima de la tasa de muertes debida a la contaminación atmosférica.
Pero hemos de acostumbrarnos a nuestra verdadera situación: a nivel planetario somos irrelevantes. Lo más importante es lo que hagan las grandes naciones. Y lo están haciendo mucho mejor que nosotros.
China, el país que más energía consume del mundo, ha apostado por un desarrollo exponencial de renovables, respaldado por una base de nucleares. India apuesta por fotovoltaicas, renunciando a incrementar su quema de carbón.
Sin duda ambas naciones experimentaron tales problemas de salud debidos a la contaminación atmosférica, con una mortalidad tan elevada, que comprendieron que no les quedaba otro remedio que cambiar su estrategia energética. Es un camino que todos debemos elegir para resolver la crisis del clima.
Ante tal amenaza, el Acuerdo de París de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático sólo deja dos grandes opciones energéticas: o renovables o nucleares, las únicas que garantizan bajas emisiones de CO2.
En nuestro país, aunque hay aparentemente muy buenas intenciones, los datos reales son alarmantes: solo en este año 2017 en España se ha incrementado la quema de carbón en un 72% y las renovables han bajado del record de 2014 cuando representaban el 42.8% de la energía hasta los actuales 34.9%.
Indudablemente, la escasez de lluvias -con la consecuente pérdida de producción hidroeléctrica- tiene parte de culpa. Son malas noticias para nuestro futuro y eso se traduce en un incremento en la estima de la tasa de muertes debida a la contaminación atmosférica.
Pero hemos de acostumbrarnos a nuestra verdadera situación: a nivel planetario somos irrelevantes. Lo más importante es lo que hagan las grandes naciones. Y lo están haciendo mucho mejor que nosotros.
China, el país que más energía consume del mundo, ha apostado por un desarrollo exponencial de renovables, respaldado por una base de nucleares. India apuesta por fotovoltaicas, renunciando a incrementar su quema de carbón.
Sin duda ambas naciones experimentaron tales problemas de salud debidos a la contaminación atmosférica, con una mortalidad tan elevada, que comprendieron que no les quedaba otro remedio que cambiar su estrategia energética. Es un camino que todos debemos elegir para resolver la crisis del clima.
(*) Eduardo Costas y Victoria López Rodas son catedráticos en la Universidad Complutense de Madrid. Eduardo Martínez es el editor de Tendencias21.