La obra maestra del escritor idealista francés Barbey D'Aurevilly (1808-1889) y la que le daría más fama póstuma, es, sin duda, Las diábolicas (1874), obra que refleja un destacado sentido de lo satánico y que el propio D´Aurevilly justificaba como un modo para el mejor conocimiento de Dios (la obra se compone de seis relatos, protagonizados por mujeres perversas que cometen diferentes actos violentos, guiadas tanto por sus pasiones extremas como por el más flagrante tedio).
Sin embargo, antes de su férrea conversión al catolicismo, en su juventud, fue D´Aurevilly un notable dandy, ateo e ilustre liberal. De esta primera época es la nouvelle que nos ocupa: El amor imposible (Funambulista, 2013), publicada originalmente en 1841. Se trata de su tercera obra literaria.
En el prefacio a la segunda edición del libro, de 1859, con una falsa modestia, escribía el propio Barbey D´Aurevilly que el joven escritor responsable de esta obra tenía “un gusto terriblemente aristocrático”.
Y, como la gran mayoría de los escritores noveles, la “ilusión [por las] novelas imposibles”; que de ahí es de donde surge el impulso para la escritura de El amor imposible, nos dice el autor. Sería, por lo tanto, su único valor, “un valor arqueológico”. No dejando de ser cierto, se ha de decir que este juicio no expresa toda la verdad.
Claro que se nota la mano bisoña en la escritura, la falta de conocimiento del mundo, por así decir, del escritor (aunque entonces contaba ya con treinta y tres años), pero, sobre todo, la seriedad trascendente con la que el escritor se tomaba a sus personajes. Consciente de todo ello, deja dicho D´Aurevilly en el prefacio a la segunda edición que si la crítica “se toma la molestia de decir lo poco que vale [el libro], no le enseñará mada nuevo [al autor], pues él ya lo sabe”.
Novela de formación
En resumidas cuentas, que se trata de una novela de formación, con todo lo que ello conlleva, en especial en cuanto que el libro es un descargo literario de la propia biografía del autor.
Y es que un dato muy a tener en cuenta es que la historia que se relata en El amor imposible tiene su origen en el desdichado enamoramiento que sufrió el propio escritor, su historia infausta con una cierta marquesa (y a la que, de hecho, va dedicado el libro -en una nota inicial llena de resquemor-).
El amor imposible es una novela decadente con rastros de un romanticismo tardío y que, en cierta manera, expone un donjuanismo byroniano levemente paródico. Se trata de una novela de tránsito, todavía con un regusto clasicista, pero ambiciosa, en el sentido de que pretende enunciar (y lo consigue, sin caer en la arenga ni la soflama, he aquí su logro) un juicio filosófico y moral.
En un nivel epidérmico, puede decirse que es la historia de un dandy enamorado de una mujer frívola que no le corresponde. Se trata de una nouvelle estructurada en siete capítulos y dividida en dos partes, siendo el tramo final de la segunda parte (el último capítulo) una suerte de epílogo moral y que se enuncia de la siguiente manera: “para nosotros el amor debía de ser la gran preocupación, el asunto supremo, el gran entusiasmo de la vida; y el amor, en nuestras almas heladas, sólo ha sido una fantasía sin emoción o sin nobleza”.
El argumento
El amor imposible es “un drama sin acción exterior”, una crónica de salón sobre “el egoísmo de nuestros días” y donde se cuenta el enamoramiento frustrado del marqués Raimbaud de Maulévrier, un ser al que acusaban de afeminado y cuyo “orgullo no era tan grande como su vanidad”.
El señor de Maulévrier, quien mantiene desde ya hace varios años una relación íntima con Caroline de Vaux-Cernay, condesa de Anglure, aprovecha que esta se marcha al campo para comenzar un idilio infecundo con la marquesa Bérangere de Gesvres.
Pero entre ellos hay un problema de fondo, y es que “en él la vanidad perjudicaba al amor”. Y en ella, por el contrario, “la vanidad habría favorecido el amor, si el amor hubiera existido”. En definitiva, que el señor de Maulévrier se enamora de la marquesa de Gesvres y esta encuentra su amor conmovedor, pero no halla felicidad en él y, por lo tanto, lo repudia. La historia se resume así, tal como le espeta la marquesa a su pretendiente: “Usted vino a mí por curiosidad; se quedó por la atracción; y la atracción se convirtió en amor”.
Pero entonces la condesa de Anglure, preocupada por la desatención en la que se encuentra en el campo, y es que el señor de Maulévrier no le escribe desde hace tiempo, se presenta de improviso en París. Y, como se dice, los pilla con las manos en la masa.
El señor de Maulévrier “a fuerza de mentiras, de falsas caricias y de flores de azahar, tranquiliz[a] a su trastornada querida”. Pero no será suficiente, porque finalmente se convencerá la condesa de Anglure de la traición de su enamorado, precisamente con la marquesa de Gesvres (su amiga). E ira desfalleciendo, agónica, marchitándose irremisiblemente, hasta que acabe muriendo.
La novela finaliza con el pacto de amistad que se firma entre la marquesa de Gesvres y el señor de Maulévrier, ambos incapacitados ya para el amor, con las almas avejentadas. Siendo “unos amigos extraños”, compartiendo una relación singular y triste. Unos amigos que, paradójicamente, la sociedad parisina cree amantes, pero que ya no pueden ser sino compinches en la fatalidad.
Seres marchitos (mustios por causa de un amor estéril) a los que no les queda ya sino la sensatez y la buena sociedad, aquella sensatez que “les hacía despreciar la poesía del dolor, igual que su buen gusto la ocultaba”. Una mujer elegante y un dandy indolente. “Así es como ellos terminaron su juventud”, nos dice D´Aurevilly.
Sin embargo, antes de su férrea conversión al catolicismo, en su juventud, fue D´Aurevilly un notable dandy, ateo e ilustre liberal. De esta primera época es la nouvelle que nos ocupa: El amor imposible (Funambulista, 2013), publicada originalmente en 1841. Se trata de su tercera obra literaria.
En el prefacio a la segunda edición del libro, de 1859, con una falsa modestia, escribía el propio Barbey D´Aurevilly que el joven escritor responsable de esta obra tenía “un gusto terriblemente aristocrático”.
Y, como la gran mayoría de los escritores noveles, la “ilusión [por las] novelas imposibles”; que de ahí es de donde surge el impulso para la escritura de El amor imposible, nos dice el autor. Sería, por lo tanto, su único valor, “un valor arqueológico”. No dejando de ser cierto, se ha de decir que este juicio no expresa toda la verdad.
Claro que se nota la mano bisoña en la escritura, la falta de conocimiento del mundo, por así decir, del escritor (aunque entonces contaba ya con treinta y tres años), pero, sobre todo, la seriedad trascendente con la que el escritor se tomaba a sus personajes. Consciente de todo ello, deja dicho D´Aurevilly en el prefacio a la segunda edición que si la crítica “se toma la molestia de decir lo poco que vale [el libro], no le enseñará mada nuevo [al autor], pues él ya lo sabe”.
Novela de formación
En resumidas cuentas, que se trata de una novela de formación, con todo lo que ello conlleva, en especial en cuanto que el libro es un descargo literario de la propia biografía del autor.
Y es que un dato muy a tener en cuenta es que la historia que se relata en El amor imposible tiene su origen en el desdichado enamoramiento que sufrió el propio escritor, su historia infausta con una cierta marquesa (y a la que, de hecho, va dedicado el libro -en una nota inicial llena de resquemor-).
El amor imposible es una novela decadente con rastros de un romanticismo tardío y que, en cierta manera, expone un donjuanismo byroniano levemente paródico. Se trata de una novela de tránsito, todavía con un regusto clasicista, pero ambiciosa, en el sentido de que pretende enunciar (y lo consigue, sin caer en la arenga ni la soflama, he aquí su logro) un juicio filosófico y moral.
En un nivel epidérmico, puede decirse que es la historia de un dandy enamorado de una mujer frívola que no le corresponde. Se trata de una nouvelle estructurada en siete capítulos y dividida en dos partes, siendo el tramo final de la segunda parte (el último capítulo) una suerte de epílogo moral y que se enuncia de la siguiente manera: “para nosotros el amor debía de ser la gran preocupación, el asunto supremo, el gran entusiasmo de la vida; y el amor, en nuestras almas heladas, sólo ha sido una fantasía sin emoción o sin nobleza”.
El argumento
El amor imposible es “un drama sin acción exterior”, una crónica de salón sobre “el egoísmo de nuestros días” y donde se cuenta el enamoramiento frustrado del marqués Raimbaud de Maulévrier, un ser al que acusaban de afeminado y cuyo “orgullo no era tan grande como su vanidad”.
El señor de Maulévrier, quien mantiene desde ya hace varios años una relación íntima con Caroline de Vaux-Cernay, condesa de Anglure, aprovecha que esta se marcha al campo para comenzar un idilio infecundo con la marquesa Bérangere de Gesvres.
Pero entre ellos hay un problema de fondo, y es que “en él la vanidad perjudicaba al amor”. Y en ella, por el contrario, “la vanidad habría favorecido el amor, si el amor hubiera existido”. En definitiva, que el señor de Maulévrier se enamora de la marquesa de Gesvres y esta encuentra su amor conmovedor, pero no halla felicidad en él y, por lo tanto, lo repudia. La historia se resume así, tal como le espeta la marquesa a su pretendiente: “Usted vino a mí por curiosidad; se quedó por la atracción; y la atracción se convirtió en amor”.
Pero entonces la condesa de Anglure, preocupada por la desatención en la que se encuentra en el campo, y es que el señor de Maulévrier no le escribe desde hace tiempo, se presenta de improviso en París. Y, como se dice, los pilla con las manos en la masa.
El señor de Maulévrier “a fuerza de mentiras, de falsas caricias y de flores de azahar, tranquiliz[a] a su trastornada querida”. Pero no será suficiente, porque finalmente se convencerá la condesa de Anglure de la traición de su enamorado, precisamente con la marquesa de Gesvres (su amiga). E ira desfalleciendo, agónica, marchitándose irremisiblemente, hasta que acabe muriendo.
La novela finaliza con el pacto de amistad que se firma entre la marquesa de Gesvres y el señor de Maulévrier, ambos incapacitados ya para el amor, con las almas avejentadas. Siendo “unos amigos extraños”, compartiendo una relación singular y triste. Unos amigos que, paradójicamente, la sociedad parisina cree amantes, pero que ya no pueden ser sino compinches en la fatalidad.
Seres marchitos (mustios por causa de un amor estéril) a los que no les queda ya sino la sensatez y la buena sociedad, aquella sensatez que “les hacía despreciar la poesía del dolor, igual que su buen gusto la ocultaba”. Una mujer elegante y un dandy indolente. “Así es como ellos terminaron su juventud”, nos dice D´Aurevilly.
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Un lamento implícito
Apuntábamos antes que el El amor imposible es algo más que una novela de formación. Su más importante aportación filosófica sería quizá ese lamento implícito que la atraviesa (mostrado estéticamente en base a una sintaxis embrollada y diabólica): la pesadumbre de certificar que el amor bucólico ya no es posible con las mujeres refinadas de mediados del siglo XIX.
Refleja así El amor imposible el ennui contemporáneo del periodo histórico en el que vive el autor, pero la persona poética que narra la historia muestra un terrible anhelo idealista, una seriedad muy diferente a la que, por ejemplo, nos mostrará Thackeray seis años después (en 1847) en su satírica novela Vanity Fair.
Se diría que D´Aurevilly tenía un talante reaccionario, lo cual, siendo cierto, tampoco es toda la verdad, pues en su calidad de crítico literario se dedicará a promocionar la obra de escritores tan poco sospechosos de conservadurismo como Flaubert o Stendhal. En definitiva, que El amor imposible es la novela de un aprendiz de escritor que, sin embargo, ya deja entrever ciertos rastros genuinos -aunque aún algo confusos- de su postrer genio literario.
Por último, no quiero dejar de señalar la importancia del postfacio del traductor de la obra, Enrique Trogal, donde este nos hace una somera presentación del autor y explicita las trabas, desafíos y dificultades que le supuso la traducción de la obra, ese “extenuante trabajo de darle la vuelta al calcetín y cincelar en castellano un idéntico y lúgubre troquel donde reinan la implacable venganza de la vejez y la agonía de la seducción”.
Apuntábamos antes que el El amor imposible es algo más que una novela de formación. Su más importante aportación filosófica sería quizá ese lamento implícito que la atraviesa (mostrado estéticamente en base a una sintaxis embrollada y diabólica): la pesadumbre de certificar que el amor bucólico ya no es posible con las mujeres refinadas de mediados del siglo XIX.
Refleja así El amor imposible el ennui contemporáneo del periodo histórico en el que vive el autor, pero la persona poética que narra la historia muestra un terrible anhelo idealista, una seriedad muy diferente a la que, por ejemplo, nos mostrará Thackeray seis años después (en 1847) en su satírica novela Vanity Fair.
Se diría que D´Aurevilly tenía un talante reaccionario, lo cual, siendo cierto, tampoco es toda la verdad, pues en su calidad de crítico literario se dedicará a promocionar la obra de escritores tan poco sospechosos de conservadurismo como Flaubert o Stendhal. En definitiva, que El amor imposible es la novela de un aprendiz de escritor que, sin embargo, ya deja entrever ciertos rastros genuinos -aunque aún algo confusos- de su postrer genio literario.
Por último, no quiero dejar de señalar la importancia del postfacio del traductor de la obra, Enrique Trogal, donde este nos hace una somera presentación del autor y explicita las trabas, desafíos y dificultades que le supuso la traducción de la obra, ese “extenuante trabajo de darle la vuelta al calcetín y cincelar en castellano un idéntico y lúgubre troquel donde reinan la implacable venganza de la vejez y la agonía de la seducción”.