Tenemos una tendencia a creer que las relaciones de pareja pueden escapar de los arquetipos reconocidos por medio de las artes derivadas de la literatura. El amor en todas sus manifestaciones lleva aparejado el conflicto, sobre todo, si hay terceros de por medio.
La propuesta de la compañía MAGALE PRODS mantiene un vago recuerdo con el Otelo shakespeariano. El argumento es fácil de resumir: hay una pareja de hombre y mujer que pasean su decadencia terminal por la escena, mientras unas conversaciones enlatadas suenan en off.
En esas voces ausentes se adivina la dañina figura de un Yago que atormenta al marido haciéndose pasar por su psicoanalista. La perversidad destructiva de este Yago va tejiendo una tela de araña donde acabarán por manifestarse las debilidades de la pareja.
Dos finales
En realidad la historia de un desamor previsible no da para mucho. Tal vez por ese motivo -lamento que no se me ocurra ninguna razón más ocurrente- la omnipresente directora juega a ser dios manejando a los personajes desde dentro del escenario. Porque lo que importa en este campo de batalla que es el matrimonio no es lo que pueda suceder sino cómo se pueden manipular los acontecimientos.
El mérito de la actriz, directora, escritora y bailarina Claudia Faci está en subvertir la narración -a veces adormecedora- forzando dos finales posibles que, en realidad son el mismo final. Hay una valentía en este doble desarrollo, en este sacrificio del fondo en pos de la sombra, que hace brillar al conjunto de la obra.
Hasta los gestos más sutiles, como aquellos que evidencian en la protagonista un deseo sexual insatisfecho, pueden resultar esclarecedores cuando el espectador trata de comprender el porqué de ese desenlace. Un desenlace que, por cierto, está colocado al principio de la obra, a modo de ruptura espacio temporal, para provocar la curiosidad del testigo. Hasta ahí todo parece rodar sin grandes sobresaltos.
La propuesta de la compañía MAGALE PRODS mantiene un vago recuerdo con el Otelo shakespeariano. El argumento es fácil de resumir: hay una pareja de hombre y mujer que pasean su decadencia terminal por la escena, mientras unas conversaciones enlatadas suenan en off.
En esas voces ausentes se adivina la dañina figura de un Yago que atormenta al marido haciéndose pasar por su psicoanalista. La perversidad destructiva de este Yago va tejiendo una tela de araña donde acabarán por manifestarse las debilidades de la pareja.
Dos finales
En realidad la historia de un desamor previsible no da para mucho. Tal vez por ese motivo -lamento que no se me ocurra ninguna razón más ocurrente- la omnipresente directora juega a ser dios manejando a los personajes desde dentro del escenario. Porque lo que importa en este campo de batalla que es el matrimonio no es lo que pueda suceder sino cómo se pueden manipular los acontecimientos.
El mérito de la actriz, directora, escritora y bailarina Claudia Faci está en subvertir la narración -a veces adormecedora- forzando dos finales posibles que, en realidad son el mismo final. Hay una valentía en este doble desarrollo, en este sacrificio del fondo en pos de la sombra, que hace brillar al conjunto de la obra.
Hasta los gestos más sutiles, como aquellos que evidencian en la protagonista un deseo sexual insatisfecho, pueden resultar esclarecedores cuando el espectador trata de comprender el porqué de ese desenlace. Un desenlace que, por cierto, está colocado al principio de la obra, a modo de ruptura espacio temporal, para provocar la curiosidad del testigo. Hasta ahí todo parece rodar sin grandes sobresaltos.
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El riesgo de los lugares comunes
A la hora de afrontar propuestas localizadas en territorios tan habituales como la vida en pareja, resulta imposible escapar de la tentación que suponen los lugares comunes. Por más que Claudia Faci se haya empeñado en despojar al escenario de todo menos del decorado, por más que insista una y otra vez en vendernos un sucedáneo de teatro en diferido, la recaída en los tópicos llega a resultar poco menos que recalcitrante.
¿Dónde está el teatro cuando ya no quedan los actores? ¿Se puede llamar teatro a una sesión de psicoanálisis barato en la que se explicita lo que debería haber quedado para la digestión del espectador?
Mucho me temo que seguimos extraviados, vagando por un desierto sin emociones, por la sencilla razón de que, entre todo este engranaje de compañías, directores, dramaturgos, actores, bailarines, críticos, programadores y adláteres, muy pocos tienen la menor idea de lo que significa el teatro.
Uno se puede acostumbrar a que las compañías habituales, acomodadas entre los tentáculos del poder de turno, sigan dándonos más de lo mismo. Pero, de ninguna manera deberíamos transigir ante todo aquello que acaba por irritarnos.
Siempre nos quedará ese interés por lo desconocido, ese vértigo ante lo que estamos a punto de experimentar, cuando ocupamos nuestra localidad y la magia del teatro se enciende mientras se apagan las luces.
A la hora de afrontar propuestas localizadas en territorios tan habituales como la vida en pareja, resulta imposible escapar de la tentación que suponen los lugares comunes. Por más que Claudia Faci se haya empeñado en despojar al escenario de todo menos del decorado, por más que insista una y otra vez en vendernos un sucedáneo de teatro en diferido, la recaída en los tópicos llega a resultar poco menos que recalcitrante.
¿Dónde está el teatro cuando ya no quedan los actores? ¿Se puede llamar teatro a una sesión de psicoanálisis barato en la que se explicita lo que debería haber quedado para la digestión del espectador?
Mucho me temo que seguimos extraviados, vagando por un desierto sin emociones, por la sencilla razón de que, entre todo este engranaje de compañías, directores, dramaturgos, actores, bailarines, críticos, programadores y adláteres, muy pocos tienen la menor idea de lo que significa el teatro.
Uno se puede acostumbrar a que las compañías habituales, acomodadas entre los tentáculos del poder de turno, sigan dándonos más de lo mismo. Pero, de ninguna manera deberíamos transigir ante todo aquello que acaba por irritarnos.
Siempre nos quedará ese interés por lo desconocido, ese vértigo ante lo que estamos a punto de experimentar, cuando ocupamos nuestra localidad y la magia del teatro se enciende mientras se apagan las luces.
Referencia:
Obra: A-creedores.
Compañía: MAGALE PRODS.
Directora: Claudia Faci.
Actores: Fernanda Orazi y Pablo Messiez.
Representaciones: Días 14 y 15 de noviembre en Teatro Alhambra de Granada. Del 26 al 29 de marzo de 2015 en Nave 73 de Madrid.
Obra: A-creedores.
Compañía: MAGALE PRODS.
Directora: Claudia Faci.
Actores: Fernanda Orazi y Pablo Messiez.
Representaciones: Días 14 y 15 de noviembre en Teatro Alhambra de Granada. Del 26 al 29 de marzo de 2015 en Nave 73 de Madrid.