“Ni la sociedad, ni el hombre, ni ninguna otra cosa deben sobrepasar los límites establecidos por la naturaleza”. (Hipócrates, siglo V a.C. - Siglo IV a. C.)
El calentamiento en el sistema climático de la Tierra es inequívoco, va a perdurar más allá del año 2100 y es irreversible durante siglos o milenios, a no ser que se produzca una abundante remoción neta de CO2 de la atmósfera durante un período de tiempo prolongado, advierte el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).
Desde la década de 1950, la atmósfera y el océano se han calentado, los volúmenes de nieve y hielo han disminuido y el nivel del mar se ha elevado. La influencia humana en el sistema climático es evidente y está relacionada con las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero, que son las más altas de la historia.
Estos cambios climáticos han tenido impactos generalizados en los sistemas humanos y naturales que nos acercan a lo que puede ser una catástrofe planetaria. Los científicos advierten que, como consecuencia de la evolución del clima y de la escasa reacción política, estamos a dos minutos y medio de la media noche humana, que según el Bulletin of the Atomic Scientists, significa la "destrucción total y catastrófica" de la Humanidad.
Creado en 1947 por un panel de científicos entre los que figuran 15 Premios Nobel, el así llamado Reloj del Apocalipsis ha medido en este tiempo el nivel de riesgo planetario como consecuencia de una hipotética guerra nuclear.
Sin embargo, desde 2007 la amenaza climática ha emergido en la valoración del riesgo de destrucción total. En virtud del calentamiento global y de sus potenciales catastróficas consecuencias, el reloj, que estaba a 3 minutos del apocalipsis el 7 de enero, adelantó en medio minuto la posibilidad de una catástrofe el día 20 del mismo mes.
La toma de posesión, ese mismo día, del nuevo presidente norteamericano, Donald Trump, que aumenta el riesgo de catástrofe climática por sus erráticas políticas ambientales, contribuyó al adelanto de la hora del Apocalipsis. La cuenta atrás de la catástrofe climática ha comenzado.
Calor letal
Una de las señales más alarmantes del cambio climático es el aumento de la temperatura global. Según el IPCC, las tres últimas décadas han sido las más cálidas desde 1850. El período transcurrido entre 1983 y 2012 ha sido el más caluroso de los últimos 1.400 años en el hemisferio norte.
Entre 1880 y 2012, la temperatura de la superficie terrestre y oceánica ha subido una media de 0,85ºC. El calentamiento de los océanos domina el incremento de calor almacenado en el sistema climático global, y representa el 90% del calor acumulado entre 1971 y 2010, según el IPCC, frente al 1% de calor almacenado en la atmósfera en el mismo período.
Más recientemente, la escalada de calor se va manifestando. Este mes de mayo ha sido el segundo más cálido de los últimos 137 años, con una temperatura de 0.88ºC superior a la temperatura media de registrada entre mayo de 1951 y mayo de 1980, señala la OMM. Esta primavera (en el hemisferio norte) ha sido la más cálida jamás registrada, añade.
A su vez, 2016 ha sido el más caluroso desde 1880, alcanzando la temperatura global 1,1ºC por encima de la que existía en nuestro planeta antes de la Revolución Industrial, según la OMM.
Desde el año 2000, la Tierra ha vivido cinco años récord de calor: 2005, 2010, 2014, 2015 y 2016. Ya no hay años de tregua: las marcas se baten año tras año en una carrera imparable hacia la catástrofe calórica. Vamos camino de alcanzar una temperatura terrestre de más de 3ºC antes del año 2100.
La OMM ya ha advertido que este año 2017 será también excepcionalmente caluroso. Y otras investigaciones, tal como hemos señalado en otro artículo, indican que el 30% de la población humana está afectada ya por olas de calor letales, que llegan cada vez más lejos, duran más tiempo y son más frecuentes. Este porcentaje de población llegará al 74% en el año 2100.
Menos hielo, más agua
El aumento de las temperaturas tiene un impacto directo sobre el casquete polar, la gran masa de hielo que cubre tierra, islas y mares tanto en el Ártico (Polo Norte) como en la Antártida (Polo Sur).
Según el IPCC, entre 1992 y 2011 los mantos de hielo de Groenlandia y la Antártida han ido perdiendo masa, un proceso que se ha acelerado entre 2002 y 2011. La banquisa ártica ha perdido alrededor del 4% de su superficie por década entre 1979 y 2012.
Aunque en la Antártida la extensión media anual de hielo aumentó entre un 1,2% y un 1,8% entre 1979 y 2012, el IPCC considera que la extensión de hielo aumenta en algunas regiones y disminuye en otras.
La situación de los glaciares, que ocupan un 10% de la superficie del planeta (en el pasado geológico reciente ocupaban el 30%) y acumulan más del 75% del agua dulce del mundo, está cambiando también por efecto del calentamiento global.
La Antártida acapara el 91% del volumen de los glaciares del globo y el 84% de la superficie que ocupan. Groenlandia acapara el 8% del volumen de agua y el 14% de la superficie. Los demás glaciares repartidos por diferentes zonas geográficas representan menos del 1% del volumen total de agua y el 4% de la superficie ocupada.
Según el IPCC, los glaciares están menguando en casi todo el mundo. En las últimas décadas han perdido tanto masa como superficie (salvo el período 1940-1980), si bien el proceso se ha acelerado desde 1995. En el caso de los Alpes, han perdido dos terceras partes de su superficie en los últimos 150 años.
La catástrofe acecha en este aspecto porque la pérdida de los glaciares puede ocurrir rápidamente, posiblemente en un siglo, pero recuperarlos necesitará muchos milenios. Si ahora quisiéramos empezar a recuperarlos, tendríamos que reducir mucho más la emisión de gases de efecto invernadero, porque es más fácil mantener el hielo que recrearlo.
“Si Groenlandia se derrite, estaríamos asados por milenios”, advierte al respecto Marten Scheffer, catedrático de la Universidad de Wageningen, en los Países Bajos, en declaraciones a El País.
Otra consecuencia del calentamiento de los océanos es la subida del nivel del mar, que según el IPCC se elevó 0,19 metros entre 1901 y 2010. Desde mediados del siglo pasado, la subida de los océanos ha sido superior a la media de los dos milenios anteriores y esta tendencia continuará durante el siglo XXI, probablemente a un ritmo más rápido que el observado entre 1971 y 2010.
Un estudio publicado esta semana en Nature Climate Change señala que en 2014 el nivel del mar a escala global se elevó un 50% más rápido que en 1993 y que al menos una cuarta parte de este fenómeno se debió al rápido deshielo de Groenlandia.
El IPCC estima que entre 2081 y 2100 el mar subirá entre 0,26 metros y 0,55 metros, pudiendo alcanzar 0,45 metros y 0,82 metros en el escenario más dramático. Afectará a más del 95% de las zonas oceánicas y alrededor del 70% de las costas de todo el mundo vivirán un cambio del nivel del mar que estará alrededor del 20% de la subida media global, según el IPCC.
Es probable que los niveles del mar extremos (por ejemplo, los que se producen con las mareas meteorológicas) hayan aumentado desde 1970, principalmente como consecuencia del aumento del nivel medio del mar, señala el IPCC.
Océanos más cálidos y acidificados
A escala global, los océanos se están calentando más cerca de la superficie. Según el IPCC, por encima de los 75 metros de profundidad, la temperatura del mar ha subido de media 0,11ºC entre 1970 y 2010, arrastrando previsiblemente un aumento anterior de la temperatura oceánica que se remonta a 1870.
Como consecuencia, durante el período comprendido entre 1901 y 2010, el nivel medio global del mar se elevó 0,19 m y desde mediados del siglo XIX, el ritmo de la elevación del nivel del mar ha sido superior a la media de los dos milenios anteriores, según el IPCC.
Desde el comienzo de la era industrial, el aumento de CO2 no sólo ha calentado los océanos, sino que también los ha acidificado: el pH del agua del océano superficial ha disminuido en 0,1, lo que equivale a un 26% de aumento de acidez, medida como concentración de iones de hidrógeno.
Esta acidificación altera el equilibrio que rige la vida en los diferentes ecosistemas marinos, dificulta que los organismos oceánicos conserven sus conchas calcáreas y aumenta el estrés de los corales, precipitando su muerte y la de las especies que dependen de ellos.
La catástrofe acecha también en los océanos porque, si el mar sigue aumentando de temperatura, el proceso de liberación de metano podría incrementarse considerablemente debido a una liberación repentina de este gas desde los depósitos de clatrato de metano situados en los fondos oceánicos.
El metano es un potente gas de efecto invernadero. Su impacto sobre el calentamiento climático es de 25 a 30 veces más importante que el del dióxido de carbono, el temido CO2. El metano está presente en grandes cantidades en los subsuelos oceánicos del Ártico y, debido a las variaciones climáticas, se escapa hacia la superficie y a continuación a la atmósfera.
Si el metano se liberara de sus actuales depósitos como consecuencia del calentamiento global, provocaría una alteración del medio ambiente de los océanos y de la atmósfera de la Tierra similar a la que originó una extinción masiva hace aproximadamente 250 millones de años, o similar también al brusco cambio climático que marcó el fin del Paleoceno y el inicio del Eoceno, hace 55,8 millones de años.
A escala global, los océanos se están calentando más cerca de la superficie. Según el IPCC, por encima de los 75 metros de profundidad, la temperatura del mar ha subido de media 0,11ºC entre 1970 y 2010, arrastrando previsiblemente un aumento anterior de la temperatura oceánica que se remonta a 1870.
Como consecuencia, durante el período comprendido entre 1901 y 2010, el nivel medio global del mar se elevó 0,19 m y desde mediados del siglo XIX, el ritmo de la elevación del nivel del mar ha sido superior a la media de los dos milenios anteriores, según el IPCC.
Desde el comienzo de la era industrial, el aumento de CO2 no sólo ha calentado los océanos, sino que también los ha acidificado: el pH del agua del océano superficial ha disminuido en 0,1, lo que equivale a un 26% de aumento de acidez, medida como concentración de iones de hidrógeno.
Esta acidificación altera el equilibrio que rige la vida en los diferentes ecosistemas marinos, dificulta que los organismos oceánicos conserven sus conchas calcáreas y aumenta el estrés de los corales, precipitando su muerte y la de las especies que dependen de ellos.
La catástrofe acecha también en los océanos porque, si el mar sigue aumentando de temperatura, el proceso de liberación de metano podría incrementarse considerablemente debido a una liberación repentina de este gas desde los depósitos de clatrato de metano situados en los fondos oceánicos.
El metano es un potente gas de efecto invernadero. Su impacto sobre el calentamiento climático es de 25 a 30 veces más importante que el del dióxido de carbono, el temido CO2. El metano está presente en grandes cantidades en los subsuelos oceánicos del Ártico y, debido a las variaciones climáticas, se escapa hacia la superficie y a continuación a la atmósfera.
Si el metano se liberara de sus actuales depósitos como consecuencia del calentamiento global, provocaría una alteración del medio ambiente de los océanos y de la atmósfera de la Tierra similar a la que originó una extinción masiva hace aproximadamente 250 millones de años, o similar también al brusco cambio climático que marcó el fin del Paleoceno y el inicio del Eoceno, hace 55,8 millones de años.
La amenaza del permafrost
Según el IPCC, el permafrost, que es la capa de suelo permanentemente congelado —pero no cubierto de hielo o nieve— de las regiones muy frías, disminuirá también por efecto del calentamiento global.
Según el IPCC, el permafrost, que es la capa de suelo permanentemente congelado —pero no cubierto de hielo o nieve— de las regiones muy frías, disminuirá también por efecto del calentamiento global.
En la actualidad, el permafrost cubre una quinta parte de la superficie terrestre, principalmente de Groenlandia, Alaska, Canadá y Rusia. En total, el IPCC calcula que se perderá entre el 37% y el 81% del permafrost actual por efecto del calentamiento global.
Una investigación de la Universidad de Estocolmo ha descubierto que el permafrost situado debajo del Ártico siberiano está perdiendo 14 centímetros por año, una velocidad superior al permafrost terrestre, lo que puede acelerar el calentamiento por la liberación de metano a la atmósfera.
Esta previsible pérdida de permafrost representa una amenaza añadida para la temida catástrofe climática, ya que desde hace cientos de miles de años, sólo el permafrost del ártico ha acumulado casi 2 billones de toneladas de carbono orgánico, prácticamente la mitad de todo el carbono orgánico que se encuentra almacenado en los suelos de la Tierra.
El carbono orgánico se ha acumulado como residuos de plantas y animales, que se han descompuesto por la congelación del terreno y las glaciaciones. Esta materia orgánica descompuesta se libera en forma de dióxido de carbono y metano, los dos principales gases de efecto invernadero.
La mayor parte del carbono del Ártico se encuentra a 3 metros bajo la superficie, por lo que es vulnerable al deshielo. La Nasa llama al permafrost el gigante dormido del cambio climático.
Se estima que del 10% al 15% del carbono acumulado en el permafrost podría incorporarse a la atmósfera durante este siglo, acelerando el calentamiento global, ya que incorporaría a la atmósfera entre 130.000 y 160.000 millones de toneladas de carbono, según Scientific American.
El impacto de la liberación del carbono sobre el clima sería considerable, ya que puede aumentar las concentraciones, tanto de metano como de CO2 en la atmósfera, y empujar aún más el aumento de las temperaturas.
Esta capa de hielo se está calentando más rápidamente que la temperatura del aire del Ártico, estimándose que la escalada ha sido de 1,5 grados a 2,5 grados en los últimos 30 años. Un reciente estudio ha establecido que las emisiones de CO2 a la atmósfera desde los suelos de Alaska han aumentado un 73% desde 1975.
La catástrofe ya está aquí
Según la Cruz Roja, el 92% de las catástrofes naturales que se registraron en 2015 estuvieron relacionadas con el cambio climático, confirmándose una tendencia de 20 años en la que los desastres relacionados con el clima superan a aquellos de origen geofísico en los 10 países más afectados por desastres del mundo.
Naciones Unidas realiza una estimación aún más acusada: Los grandes desastres ocurridos durante los últimos 20 años han sido causados en el 90% de los casos por inundaciones, tormentas, olas de calor, sequías y otros fenómenos relacionados con el clima.
El estudio de la ONU añade que desde la celebración de la primera Conferencia sobre Cambio Climático, en 1995, han muerto unas 606.000 personas y 4.100 millones han resultado heridas o damnificadas como resultado de los desastres relacionados con el clima.
Una investigación desarrollada en la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, calcula que en el año 2100 habrá 2.000 millones de refugiados climáticos en el mundo, debido al aumento del nivel del mar y a la pérdida de territorios hoy habitados por densos núcleos de población.
El Pentágono ya lo había visto venir en 2004, destaca The Guardian. En un informe, advierte de una catástrofe climática en 2020 que provocará serios conflictos sociales e internacionales. Una previsión que, a la vista de la evolución de los acontecimientos, se vuelve más plausible y convierte al cambio climático en la principal amenaza para la supervivencia de nuestra especie.